Thursday, August 31, 2017

La cama de hojas

ANTONIO FLORIDO LOZANO

“Hablar de la causalidad. Lo que ocurre. Presuroso. Tal vez en nuestras mentes. Es prescindible. Cáustico. Amierdado. Hablar de El Pozo es vivir. Morir. No creer. Sacar los sentimientos. Abriendo el hecho. El suceso. Crujiéndolo. Extrayendo la médula. El tuétano.

Montevideo, 1 de julio de 1909.

El comienzo de todo. La tragedia. La puta en la cama. Y la niña. El filo abierto entre sus piernas. El triángulo donde brilla la tormenta, aún. Onetti. Sólo estoy comenzando. La noche. Oculto a mí mismo. Onetti con los labios pintados de blanco. Un colgajo blanco. Un humo blanco. Unos pulmones negros. La melancolía. Y la discordia entre esto y aquello. También la intemperancia, le puede. Como la indiferencia. Anclada en el corazón. Punzada. Sangrante. Varias historias en una. Pero una sola escritura. Un único nervio. Belleza. Exaltación. Calor derramado por la ventana. Veinte hombres rozando a la puta. Y vemos un hombro rojo. Olor agrio en un patio. Por la excrecencia de la mediocridad. Mugre. Calor. Patio encharcado. Inapetencia en los lugares del reposo. La caja de papeles. La alfombra de hojas. La niña sobre la cama. Los brazos forzados. Pero nada de violación. Onetti solamente fuerza el olvido de lo vulgar. Y lo consigue. Alzando su escritura. Brillando con el cuerpo inclinado. Fumando. Y fumando. Blanco humo en la pieza. Esperando a Lázaro. Existencialismo, pronunció alguien. ¿Existencialismo?, digo yo. ¿Preciosismo? ¿Belleza en la suciedad de la vida? Onetti, Juan Carlos. Y Borges. ¡Qué manera tan absurda de querer desprenderse! ¡Imposible! Le vemos hacia abajo. Le observo. Me observa. Desde lejos. Sus gafas. Sus ojos. Leo. Se ha quedado sin tabaco. Y mañana cumplirá los cuarenta. Dos atrevimientos. Dos estallidos en el aire. Pasea. Y vuelve sobre sus pasos. Entonces escribe. En la noche. Hasta la extenuación. Uruguayo. ¡Qué más podés decir! ¿Cuándo comenzó usted a escribir? ¿De pequeño? No, responde. Yo, de niño, no escribía. Mentía. Fabulaba. Distorsionaba. Retorcía mi realidad. En otra. Más feroz. Más íntima. Diferente. Lejos de la medianía, tan asquerosa. Onetti. Yo no sé escribir, afirma. Sabe que lo sabe. Un dolor. Una parida del mundo. Y habla del hecho y del sueño. Se acuerda de Bunin. Iván. El ruso. Con su frío agarrado al pecho. En su cabaña mísera. Onetti tratando de desnudar su vergüenza ante nadie. Pero nadie existe con el alma limpia. Luego Cordes, el poeta. Volverá por sus fueros. Más adelante. Esperemos. Onetti vive, dice. No se pasa el día imaginando cosas. Claro. Y cuando sobrevuelo sus líneas el desmayo del escritor. Él mismo bajo las luces de los que triunfaron. El fracaso aparece. O ya estaba dentro de su alma. Puede. Pero le importa un corno, afirma. Le entiendo. Eso creo, al menos. ¿Y usted? ¿Acaso leyó usted alguna vez a Onetti? Habla de Hanka, la mujer. Le aburre. Y del amor. Sobre la doble partida del mismo. Maravilloso. Absurdo. Sobre todo cuando se fue. Y lo vemos en la distancia. Fuera de nuestra boca. De nuestra lengua, tal vez. La joven frente a la mujer. Ésta es práctica y hedionda. Cuando pasa los veinte o veinticinco. Cuando se hace mujer. Antes no. Todas iguales. Llega a entender el asco amoroso por las niñas, de los viejos. Y sigo leyendo. Me asalta. Dice: “Hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos”. Hermoso. Y cierto. ¿No? También nos pone delante los sucesos. Como cáscaras. Vacías. Huecas. Vanas. Apenas para llenarlas de sentimientos. Éstos los únicos sensatos y verdaderos. Lo demás, ¡qué importa!

Onetti, su personaje, esto es, vive con Lázaro. ¿Casual? Una pesadilla. Constantemente le pide los pesos debidos. Pero Lázaro no aparece. La pesadilla recurrente. Como sus sueños. Como su historia. Repetida. En una ciudad, ahora. Luego en otra, tal vez. A lo mejor más allá, al fin. Mas siempre lo mismo. La misma. La hermosa joven echada sobre la cama de hojas. No la viola. No le interesa. No siente esa avidez por la carne. Ella escupe en su frente. La saliva resbala. Después se seca, al aire, mientras camina. Igual que lo hace por la pieza. De pared a pared. Sin fin posible. El escritor encerrado. Escribiendo siempre el mismo libro. Con matices. Distinto. Igual. Siempre igual. Hasta el desmayo. Hasta lo no consciente. Una infancia feliz que no quiere recordar. Mayor, de golpe. La redacción. Las noches sobre las cuartillas. Con el oído atento a los teletipos. Europa arde. ¿Arde? Cordes declama su poema. Lo canta. Otro escupitajo a su orgullo. El verso es magnífico. ¡Tanto le duele la estrofa! Le responde con un cuento imaginado. El otro lo toma como una bolsa de cacahuetes. No está a su nivel. Y llega el fracaso. Otra vez el fracaso. Una caja llena de fracasos papelados.

Después de El Pozo estalló la tormenta. Uruguay expectante. Los uruguayos quietos, esperando, leyendo, leyendo. El mundo encogido. Onetti cesa de fumar un instante. Y en ese instante, apenas un suspiro, escribe Tierra de nadie. Después otro cigarro blanco, otro instante. Escribe ahora Los adioses. Fuma de nuevo y dibuja Para una tumba sin nombre. Más tabaco y logra El astillero. Así compuso Onetti una obra sustancial para comprender la literatura actual uruguaya. Juntacadáveres, La muerte y la niña…

Madrid, 30 de mayo de 1994.

Acaba la sinfonía. La cama de hojas continúa en mi mente. En tu mente. En su mente. Inabarcable. Insustituible. Eterna. En ese esbozo vespertino en el que dejó de fumar porque se le había acabado el tabaco y decidió, en un arranque total, escribir El Pozo”.

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De HORIZONTUM, 30/08/2017

Wednesday, August 30, 2017

Arte callejero… y Víctor Hugo Viscarra

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Me lo encontré esta mañana en una calle con olor a aguas servidas y fruta en descomposición, y a su vista me acordé de algo que me contaron el otro día relacionado con el inevitable Víctor Hugo Viscarra (Borracho estaba pero me acuerdo): en la época en la que la policía le protegía, trabajó para esta recopilando pintadas callejeras, murales, muestras más o menos artísticas o jeroglíficas de las paredes donde gritan o silban o sonríen los que no tienen otro lugar donde hacerlo.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 30/08/2017

Contra patetismos más pesados que existir

DANIEL AVERANGA

"Qué patética la literatura que habla de Bolivia”, me dijo, mientras yo atendía el stand de Nuevo Milenio en la pasada feria del libro, una muchacha que estudiaba en cierta carrera social.

Recuerdo que se me aproximó, con la expresión de analista ecofeminista, digna de atención y de respeto, y me dijo aquello; después de su juicio se acomodó los lentes de marcos gruesos y oscuros, tipo lentes de Rick Moranis en Querida, encogí a los niños (esto lo digo sin subtexto, por si acaso), apretó contra sus brazos el bolso con la imagen de una Frida en caricatura (horrible caricatura, por cierto), sopló un mechón fucsia que le caía cerca de la boca y esperó mi réplica.

Como la estudiante no era la Wara Godoy, ni David Bowie, ni Lady Gaga, ni siquiera Lisbeth Salander, ese mecanismo de defensa (y ofensa) que tengo y que sólo parece activarse cuando estoy atendiendo el Facebook, se activó.

Pero sólo pude, en ese momento, responderle con una sonrisa, porque en vivo y en directo me propuse, hace algunos años, lo recuerdo muy bien, en celdas de la avenida Pando, ser o tratar de ser buena gente. A veces no me resulta, claro, y en vez de sonrisa, parece que esbozo una mueca como la de alguien que ha sufrido un problema estomacal interno grave.

Le señalé la novela de Sara Gallardo y el impresionante libro de no ficción de Saúl Montaño y le repetí los precios; ella tomó ambos ejemplares y empezó a esbozar otros juicios de valor, ensalzando de pronto a Cortázar y a Andahazi, mezclándolos como si se hiciera cruzar a la fuerza a un chihuahua con un rottweiler (adivinen quién es el chihuahua).

Algo en mi mente, algo que parecía, quizá, el sentimiento de rebeldía que nacería de un José Arcadio Segundo frente a los militares en aquella estación de trenes, hace casi 45 años, hizo que dijera:

-¿Vas a comprar o no? 

La estudiante retorció los labios pintados de lila y dijo: 

-¿Disculpa? 

-A ver lee estito -retruqué antes del cataclismo, y le alcancé El señor don Rómulo, señalándole el pasaje en donde se hablaba de potos y de violencia ecomachista.

La muchacha leyó primero en voz alta y se calló de pronto. Se aclaró la garganta y siguió leyendo, pero ahora silenciosamente. Esa fue mi réplica.

Gracias, Claudio, por escribir tan jodidamente bien.

"Los dos sombreros del gallego”

Y bueno, después que la muchacha se fuera con una mirada a lo Norma Piérola que aseguraba un rencor continuo, o como la típica de oficialista por haber comido sin llajua en Obrajes, abrí el libro de José Guerrero y comencé a leerlo ese rato, antes que apareciera alguien más a hablarme de lo patético que es escribir una novela, o un cuento, o una crónica, que tuviera a Bolivia de tramoya.

Estaba ronco, con una de esas ronqueras que sólo se curan con ron, cachaza o singani, y sinceramente Los dos sombreros del gallego me jodió más la ronquera.

Les explico por qué.

Francisco, el personaje central de la novela de Guerrero, es un español que tiene una especie de anticorazonada, y ésta misma le empuja a viajar a Bolivia. 

Está escapando de un amor extinto, con el corazón batido como pelota después de un partido en la cancha Zapata (futura cancha Evo Morales, por si acaso); y lo hace porque su corazón está golpeado, no roto, golpeado por la ausencia voluntaria de su expareja, una tal Almudena (no Grandes, Almudena a secas) y por supuesto que el pretexto racional para viajar no es el que dice Steinbeck en Traveling with Charlie, su libro-crónica, sino que viajar se lo hace principalmente para escapar, sin decir que se está escapando. En síntesis, todos escapamos siempre de algo.

Este leitmotiv es la base para Los dos sombreros del gallego, y Bolivia, que se presenta como una tramoya más al principio de la lectura, poco a poco se convierta en el personaje central que fagocita a un sorprendido y cándido Francisco, sin opción a réplica ni a arranques emocionales exagerados.

Si has venido a curar tu "corazón rebotado” a Bolivia, parece decirle nuestro país a Francisco, tomá. 

Y las situaciones se van agolpando, una a una, con una significación interesante, haciendo que los pensamientos que construyen a la Bolivia desde la perspectiva de Francisco cambien, se metamorfoseen y hasta se integren en un todo que exuda clase, ritmo, humor inagotable y también una forma enigmática de ver la realidad.

No estamos ante intelectuales que vanaglorian a Sharpe, Carver o Auster (escritores buenos, y que hay que leer, pero que no debieran ser santos de devoción primordial para escribir algo sensato, como la novela de Guerrero); estamos ante un personaje que no sabe qué quiere al final, o sí sabe, pero que no devela directamente lo que está buscando, sino que lo muestra en subtextos, en las descripciones de su problema estomacal y de su miedo inocente, ese miedo que los extranjeros tienen cuando van a un lugar como Bolivia, y que a veces (muy pocas veces) se concreta cuando se topan con una organización subterránea que secuestra españoles o en sí europeos y, en la línea de Hostel, los vende para juegos de tortura.

Patetismos

En fin. Si la muchacha del cabello fucsia y sentido de dignidad millenial se hubiera quedado un poco más, creo que le hubiera conminado a ir hasta el stand de Kipus ese momento a gastar el dinero que de seguro se gastó en una biografía de Kahlo, mal escrita por Jodorowsky, todavía. Pero no. Me pasé esos días, los últimos de la feria en los que había poca gente, leyendo la novela de Guerrero y riéndome hasta el momento peligroso de provocarme gargajos del tamaño de babosas achocalleñas, que obviamente terminaban en el basurerito que estaba al lado del stand de Impuestos Internos. (Ahora que lo pienso, hubiera puesto más fluidos innecesarios en ese basurerito...).

Le hubiera dicho a esta muchacha que la literatura en sí era un acto patético, de egolatría, que buscaba atención, que nacía de las ínfulas por lograr algo menos patético que existir, haciendo al mismo tiempo, paradoja de paradojas, algo más patético.

Le hubiera dicho que quizá por ser patética, la literatura que habla de Bolivia merecía algo más que eso. 

Y la respuesta estaba en el libro de Guerrero, obviamente.

Estaba en este libro, como estuvo siempre en los libros de Nisttahuz, o en Los cuartos de Sáenz, o en los libros de la Spedding, o en los cuentos y novelas de Manuel Vargas.

Incluso, ahorita que sigo con este resfrío mal curado, pienso que si me hubiera comportado amablemente  quizá esta muchacha que no era la Wara, ni Andy Warhol, mucho menos Rihanna, me hubiera hecho el favor de írmelo a comprar un maldito antigripal o un respetable antitusivo.

O no sé, unos dulcecitos de eucalipto aunque sea...

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De LETRA SIETE (PÁGINA SIETE/La Paz), 27/08/2017


La cruzada para salvar la lengua de los siete hablantes

ANDER IZAGIRRE

Don Hilarino es la única persona que tiene teléfono móvil en Chontecomatlán, un pueblo de 400 habitantes. Se empeñó en comprarlo. No puede hablar con nadie, porque la cobertura no llega a este rincón de la sierra, pero él habla y habla sin parar con el teléfono en la mano.

Don Hilarino apunta a un árbol con la pantalla, se pone a grabar y dice:

-Ijltaa a ek guishanajl.

(Esto es un árbol de aguacate).

Apunta a una casa y dice:

-Ijltaa ley nejujlk.

(Ésta es mi casa).

Sigue caminando, sigue apuntando, sigue diciendo:

Ijltaa lane ajlbae jlijuala gahi.

(Este camino lleva al siguiente pueblo).

Don Hilarino Torres Mendoza -campesino de 56 años, sombrero de paja, barba mechada de canas- graba frases en chontal de Oaxaca. Es una de las 68 lenguas -con sus 364 variantes dialectales- que todavía se hablan en México. Todavía: porque 187 de esas variantes están en riesgo medio, alto o muy alto de desaparición, según los datos del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI). El chontal que habla don Hilarino es uno de los idiomas que ya parecen condenados. Sólo quedan unos 3.500 hablantes, que usan tres dialectos distintos, viven desperdigados por las sierras y tienen en su mayoría más de 50 años.

Don Hilarino está allá, en medio del oleaje de cordilleras verdes y nubosas, y no para de levantar su teléfono y de grabar frases en chontal.

-Este hombre es asombroso -dice Salvador Galindo-. Nosotros llegamos acá para recoger testimonios en chontal y para proponerles un método de revitalización del idioma. En algunas comunidades nos reciben con un poco de desconfianza. Pero en Chontecomatlán enseguida se nos acercó don Hilarino, nos dijo que estaba muy contento por nuestra visita y nos enseñó un montón de vídeos.

Había un problema.

-El hombre no se maneja muy bien con el teléfono. Nos enseñaba un vídeo y luego sin darse cuenta lo borraba. ¡Cuánta información habrá borrado porque le da al botón que no es o porque ya no tiene sitio en la memoria!

Con su teléfono, Don Hilarino intenta salvar los restos de una eliminación sistemática que él vivió de niño:

-Qué pasaba entonces, pues que los maestros te prohibían hablar en chontal. Te decían: si tú hablas tu chontal, te voy a dar tu... -hace el gesto de un puñetazo-. Nosotros pues ya no platicábamos. Yo no dejé de hablar el chontal, pero los niños de ahora ya no lo usan. Ahorita queremos rescatar la lengua pero qué pasa, que no hay recursos, que el Gobierno no ayuda a enseñar la lengua chontal.

Antes enviaron a maestros que prohibían el chontal, ahora no envían a maestros que ayuden a recuperarlo.

El maestro Galindo hace lo que puede. Tiene 45 años, la cara ancha zapoteca, el pelo negro, revuelto y denso, siempre una sonrisa que a ratos parece melancólica y a ratos irónica. Trabaja para el Centro de Estudios y Desarrollo de las Lenguas Indígenas de Oaxaca (Cedelio), un organismo gubernamental, y cada año recorre decenas de miles de kilómetros por las sierras y los valles, visitando a las comunidades más lejanas.

Oaxaca es un territorio muy montañoso, con valles profundos, remotos y aislados que cobijan la mayor diversidad lingüística de México. En Oaxaca hay 18 grupos étnicos -mixtecos, zapotecos, triquis, mixes, chatinos, chinantecos, mazatecos...-, que hablan 16 idiomas indígenas con docenas y docenas de variantes. El mixteco tiene 81 variantes, muchas de ellas ininteligibles entre sí; el zapoteco tiene 62, y sigue la lista.

En junio de 2016, Galindo recorrió las pistas de tierra de la cordillera Chontal, por bosques de pinos y encinas, para devolver un tesoro a su lugar de origen: unos discos compactos con 17 horas de grabaciones que el lingüista estadounidense Paul Turner había hecho con hablantes de chontal en 1967. Esas grabaciones quedaron olvidadas durante décadas, hasta que el arqueólogo histórico Danny Zborover las encontró en la biblioteca de la American Philosophical Society, en Filadelfia. Zborover y su colega lingüista Aaron Sonnenschein contactaron con Galindo, quien los guió por los 16 pueblos en los que se habían hecho las grabaciones.

-El regreso fue muy interesante -dice Galindo-, porque sirvió para observar los cambios de una lengua tan pequeña como el chontal en medio siglo. Bueno: sirvió para ver el retroceso.

-En algunas comunidades, como la Candelaria, la mayoría de los adultos aún hablan chontal, y muchos jóvenes también. Se oye en la calle, en las casas, en las reuniones municipales... -dice Sonnenschein-. Pero en otras, como Santa María Ecatepec, se perdió mucho. Hablan casi todo en español.

Sonnenschein y Zborover repartieron a los vecinos docenas de copias de las grabaciones de 1967, y de paso hicieron encuestas: ellos decían palabras y frases en español, y los entrevistados las traducían al chontal. Con muchas más lagunas en 2016 que en 1967.

-Incluso encontramos a una de las personas que Turner entrevistó y que ahora tiene 79 años -dice Sonnenschein-. Fue una entrevista muy triste, porque él ya casi no usa la lengua, y no fue capaz de responder a las preguntas que sí respondía medio siglo antes.

-El hombre ni se acordaba de que le habían hecho la grabaciones en 1967 -dice Galindo-, pero cuando escuchó su voz, se echó a llorar. ¡Medio siglo! Él mismo se escuchaba respondiendo a las preguntas cuando era joven, y entonces se acordaba: «¡Ah, sí, es verdad, se decía así!». Pero fue muy triste. En el pueblo ya casi no hablan la lengua.

Sonnenschein quiere mantener alguna esperanza -«si los jóvenes se animan, si las comunidades hacen el esfuerzo, si las organizaciones como Cedelio apoyan...»-, pero dice que la lengua chontal está en riesgo alto de extinción.

-Esas comunidades perderán una manera de ver el mundo. La Humanidad perderá una manera de ver el mundo, unas palabras, unos matices, unas historias, unas literaturas.

Galindo fue maestro de Primaria en varias escuelas indígenas de Oaxaca. Ganó una beca para irse un año a la Universidad de Arizona, donde estudió métodos de enseñanza adaptados a la diversidad cultural, y ahora aplica esas ideas con sus colegas del Cedelio. Viajan a las comunidades indígenas, proponen programas para revitalizar sus lenguas -programas que han tenido éxito con lenguas nativas de Estados Unidos y Canadá, pero que también tuvieron mucho más apoyo institucional-, o al menos intentan registrar aquellos idiomas condenados a la extinción.

Sienten urgencia: los idiomas se pierden a chorros y ellos intentan conservarlos en cestos con agujeros.

-Queremos comprar grabadoras y computadoras, queremos dar cursos de formación a los hablantes más comprometidos -dice Galindo-. Son ya muy mayores, no han transmitido la lengua a las siguientes generaciones, pero algunos al menos tienen el interés de registrar lo que saben. Pero no tenemos ni dónde guardar ese material: en el Cedelio no tenemos servidores de almacenamiento. Nos dejan sin presupuesto, nos dejan fuera hasta de los organigramas oficiales.

México es uno de los países con mayor diversidad lingüística de todo el mundo.

-Pues al Gobierno no le importan nada nuestros idiomas.

En la carretera. Los trabajadores del Cedelio sólo tienen una furgoneta para recorrer los 93.000 km2 del Estado de Oaxaca -un territorio mayor que Andalucía. A veces, como hace hoy Galindo, usan su coche particular. Salen de expedición para dos, tres o cuatro días, porque en los caminos de las montañas y las selvas nunca saben cuánto durará el viaje ni dónde van a dormir. Siempre hay alguien que los acoge, pues han tejido una red de amistades.

-Es muy importante ir a los pueblos. Somos una institución pública, financiamos proyectos, talleres, publicaciones, pero los trabajadores nos implicamos personalmente, trabajamos mano a mano con los maestros indígenas, los alcaldes, los hablantes. Llegas a una comunidad en la sierra, a 12 ó 15 horas de la ciudad de Oaxaca, te viene un abuelito y te dice: no me puedo creer que vengan desde la capital a preocuparse por nuestra lengua. Eso les anima.

Galindo tenía pendiente una ruta por varias comunidades de la Sierra de Juárez y ya no quiere retrasarla más.

Por eso sale a las ocho de la mañana desde Oaxaca con su coche. Toma la carretera 175, que se dirige al norte y se cuela por un desfiladero: es la entrada a la sierra, entre las primeras colinas secas, cubiertas de matorrales y encinas. La carretera -trazado sinuoso, pendientes muy empinadas- presenta un estado magnífico en sus primeros 50 kilómetros: asfalto nuevo, rayas de pintura amarilla reluciente, señales reflectantes en cada curva.

-La carretera está de lujo hasta Guelatao, porque es el pueblo en el que nació Juárez.

El zapoteco Benito Juárez: presidente mexicano en el siglo XIX, resistente contra el invasor francés, modernizador de la República, benemérito de las Américas.

-Las autoridades van todos los años a Guelatao, en el cumpleaños de Juárez, a hacer sus discursos, con las marchas, los himnos, las banderas y todo eso, así que la carretera la mantienen perfecta.


A partir de Guelatao, la carretera sigue trepando por la sierra y se convierte en un camino cada vez más estrecho, con baches cada vez más profundos, hasta que desaparecen las últimas ronchas de asfalto y ya solo queda un camino traqueteante de tierra apisonada. Por lo visto, en las comunidades más altas de la sierra debería nacer un presidente de México para que les asfaltaran la carretera.

El Estado mexicano sí extendió otras infraestructuras por estas montañas: los Centros de Integración Social (CIS), internados en los que estudian los jóvenes de la región. En la Sierra de Juárez hay dos: uno en Guelatao y otro más arriba, en Zoogocho.

-Los crearon en la década de 1940, para incorporar a los pueblos indígenas al Estado-nación mexicano. Hacían dos cosas: castellanizar a los jóvenes y enseñarles oficios, carpintería, electricidad, mecánica... -explica Galindo.

En Guelatao, los pabellones del CIS -dormitorios, talleres y aulas para unos 200 alumnos indígenas- están junto a una laguna. Dicen que en esa laguna un borrego cambió la historia de México en 1818.

El borrego se escapó de su rebaño, cayó al agua y se ahogó. El pastor era un huérfano de 12 años, de nombre Benito Juárez, y cuenta la leyenda que decidió huir a la ciudad de Oaxaca para evitar la bronca de su tío. El propio Juárez escribió que no, que él se marchó porque en la sierra estaba condenado al analfabetismo y a la miseria: en Guelatao no había ni escuela, y él, hijo de «indios de la raza primitiva del país», no sabía leer ni escribir. En Oaxaca estudió y estudió y estudió, se abrió paso entre el racismo y el clasismo, aprendió castellano, latín, inglés y francés, se graduó como abogado, defendió a indígenas en los tribunales, empezó una carrera política que lo llevó a la presidencia.

Siempre fue obvio: no había modo de prosperar en la sociedad mexicana sin hablar castellano. La historia de Benito Juárez sirvió para expresar eso mismo pero con enfoque positivo: los indígenas podían llegar a lo más alto, incluso a la presidencia, siempre que estudiaran castellano.

Complejos. Mis padres hablaban zapoteco entre ellos, pero con los hijos se pasaban al castellano. Era la lengua con la que podríamos estudiar y tener mejores empleos -dice el maestro Andrés Domínguez, de 48 años, en el pueblo serrano de Zoogocho-. Ahorita tenemos otra sensibilidad, queremos conservar el idioma, pero tú hablas en zapoteco a los adolescentes y te contestan en castellano, porque se avergüenzan. Es la lengua de los campesinos, de los pobres, la que se habla en casa pero no fuera.

Zoogocho está en el corazón de la Sierra de Juárez, a 1.500 metros de altitud, entre montañas cubiertas de pinos, ocotes, madroños, cedros y encinos. Sus habitantes despejaron unas pocas tierras para cultivar unas huertas y criar animales.

-Antes el pueblo vivía de la agricultura -dice el maestro Domínguez-, pero ahora el ingreso principal son las remesas que mandan los emigrantes desde EEUU.

La sierra se despuebla rápido. El censo de 2010 dice que Zoogocho tenía 368 habitantes; en Los Ángeles (California) vive una comunidad de más de 1.500 zoogochenses, que fueron emigrando desde hace más de medio siglo. Los emigrantes y algunos de sus hijos siguen hablando zapoteco: dicen que si el idioma se salva, se salvará en los barrios de California y no en las sierras oaxaqueñas.

El inglés. Dos chicas de 16 años se me acercan en la plaza porque tengo pinta de gringo.

-Do you speak English?

Les digo que yes, a little bit, pero que hablo mejor español. Se decepcionan un poco. Insisten: ¿no podríamos hablar un poco en inglés, just five minutes? Lo estudian en el colegio, ven películas en la computadora, me dicen, pero acá nunca tienen ocasión de hablarlo.

-Vale, de acuerdo. Why are you learning English?

-Because we want to visit the United States y because el English suena muy chido.

En extinción. Quedan siete personas que hablan ixcateco.

Los siete saben -y nadie más- que chuquiji significa plátano, que uxandu xje es jaguar y que namitsi es abuelo. Los siete viven en Santa María Ixcatlán, un pueblo de 500 habitantes en la Sierra Madre del Sur, a 150 kilómetros de la ciudad de Oaxaca.

Al ixcateco le pusieron todo el empeño. Los del Cedelio recopilaron un vocabulario, colocaron señales escritas en ixcateco en las calles, en los edificios, en los lugares públicos, incluso trajeron a finales de 2016 a la doctora Leanne Hinton, de la Universidad de California, para que explicara su método maestro-aprendiz, que pone a trabajar juntos a viejos y jóvenes y que ha servido para revitalizar pequeñas lenguas indígenas en Estados Unidos.

¿Qué posibilidades de supervivencia tiene una lengua con siete hablantes?

-Sinceramente, ninguna -dice Galindo-. En los últimos años invertimos dinero, tiempo, el esfuerzo de muchas personas, pero se siguen perdiendo hablantes. Los siete sólo hablan el idioma cuando los reunimos nosotros.

Me cuenta un lingüista -exigiendo anonimato- que a los hablantes del ixcateco les queda un último interés por su lengua:

-Los ancianos empezaron a pedir dinero a cambio de palabras. Veían que llegaban lingüistas extranjeros que querían hacer vocabularios, así que empezaron a cobrarles: 40 pesos [unos dos euros] por cada palabra. Luego subió la cotización, llegaron a 70.

Un jornalero gana 150 pesos diarios: el precio de dos o tres palabras. Con el vocabulario puesto a la venta, el lingüista sospecha que los ancianos a veces colaban algunas palabras inventadas. Y, evidentemente, no les interesaba que creciera el número de hablantes: no querían competencia.

Galindo conoce estos fenómenos:

-En algunas comunidades hay una especie de proveedores oficiales. Cuando llega un investigador, siempre tiene que pasar por esas personas. A veces los estudios y los proyectos se deforman, porque hay interés económico pero no hay un interés cultural verdadero. Nosotros nos negamos a entrar en subastas. Si la propia comunidad no tiene interés por revitalizar la lengua, si sólo es un programa de las instituciones, fracasará seguro.

Galindo quiere ser justo con los hablantes ixcatecos.

-De verdad que hacen un esfuerzo titánico. Ahí están doña Juliana, don Gregorio, don Pedro, don Cipriano. O la hija de don Cipriano, Rosalía, que tiene treinta y pico años y es la hablante más joven. Nos reunimos con ellos, intentamos organizar talleres, pero ya son mayores, están cansados, no tienen la energía para dedicarse a la enseñanza. Vamos con ellos a la escuelas a enseñar un poco de ixcateco, pero los niños no tienen interés.

En el día a día nadie habla el idioma.

-Pues qué le vamos a hacer. Registramos todo lo que podemos, para que quede la memoria, pero tendremos que pensar en la ceremonia fúnebre del ixcateco.

Consecuencias. ¿Qué se pierde cuando se pierde una lengua?

Para el lingüista estadounidense Christopher Moseley, «cada idioma es un universo mental estructurado de forma única, con unas asociaciones, unas metáforas, un vocabulario, un sistema fonético, una gramática y un sistema de pensamiento exclusivo».

¿Qué se perderá con el ixcateco?

-El ixcateco es como una isla -dice Galindo-. En una región de lenguas mixtecas y chocholtecas, es una lengua distinta, una rareza que va a desaparecer. Me parece interesante su relación con la geografía y con la naturaleza. El pueblo está en la reserva de la biosfera Tehuacán-Cuicatlán, en una zona montañosa con comunidades aisladas. Por eso ha sobrevivido el idioma hasta ahora, por el aislamiento. Es la única lengua que tiene nombres para algunas plantas endémicas de esas montañas. Cuando se pierda, se perderá esa parte del conocimiento, esa interpretación particular de una parte del mundo.


En el mundo antiguo de valles aislados, de grupos humanos con muy poco contacto, abundaban los idiomas. En un mundo de comunicaciones cada vez más fáciles y veloces, parece obvio que esa variedad se reducirá.

-Las personas seguirán interpretando el mundo, seguirán nombrándolo -dice Galindo-. Algunas lenguas mueren pero las culturas siguen desarrollándose y adaptándose, siguen viviendo.

Las clases. Zoogocho sigue viviendo. En cuanto entramos al pueblo, suenan trompetas.

El nombre oficial es San Bartolomé Zoogocho. A todos los pueblos indígenas les añadieron un santo: Chontecomatlán es Santo Domingo Chontecomatlán, Zoogocho es San Bartolomé Zoogocho, Yatzachi es San Baltasar Yatzachi, y así todos. Celebran las fiestas de esos santos con mucha veneración y mucha parranda.

Las trompetas de Zoogocho no son -hoy- por ninguna parranda. Están llamando a clase a los alumnos del Centro de Integración Social.

-Los CIS ya no son centros de castellanización, pero mantienen su nombre -dice Galindo-. Integración social: como si los indígenas no fuéramos parte de la sociedad. Y les queda algo de ese espíritu de adoctrinamientode disciplina fuerte, una educación de estímulo y respuesta automática. ¿No oíste el toque de trompeta? Era la llamada para comer. Les gusta mucho esto de los toques de trompeta para llamar a clase, para salir a comer, para el recreo, para todo.

En el patio de la escuela, unos 60 chicos y chicas -casi todos vestidos con vaqueros y camisa blanca- se han agrupado para escuchar los avisos. Dos profesores explican los cambios en las clases, dan una pequeña bronca a los impuntuales, otra bronca un poco mayor a aquellos grandotes que anduvieron burlándose de unas niñas pequeñas.

Los carteles de la escuela están escritos en tres idiomas: español, ayuuk y zapoteco.

-Tenemos un compromiso con las lenguas indígenas -dice el maestro Andrés Domínguez-. Editamos algunos libros bilingües, en español y en zapoteco, con cuentos y leyendas de la comunidad. También enseñamos la escritura. Y tenemos profesores zapotecos, pero al internado vienen alumnos de otros valles, que hablan zapoteco de variantes muy distintas, o alumnos mixtecos, mixes, chinantecos... No podemos atender a toda esa diversidad. Al final la lengua común es el castellano.

Los CIS ya no son centros de castellanización: tampoco hace falta.

Este internado de Zoogocho ofrece una especialización en estudios musicales. La banda ha hecho giras por Oaxaca, por otras regiones de México, por Estados Unidos. Muchos de sus antiguos alumnos tocan ahora en bandas profesionales o dan clases en los conservatorios de las ciudades. O, como Víctor Reyes, un zapoteco de 32 años, vuelven al centro como profesores.

-Los músicos de la banda hablamos idiomas distintos, a veces cuesta un poco entenderse porque tenemos costumbres distintas. Pero nos adaptamos. Una banda es justo eso: un grupo de gente distinta que se entiende con el idioma común de la música, para crear algo juntos.

Sombras. Galindo conduce el coche monte arriba y monte abajo, monte arriba y monte abajo. En una ladera aparece un puñado de casas desperdigadas.

-Es un pueblo fantasma -dice.

Y que allí vive su madre.

El pueblo de Yatzachi está en el borde de unos barrancos que se desploman a un valle profundo, que ya está en sombra a las cuatro de la tarde. Al otro lado del valle, en unas montañas cubiertas de pinos, se ven aldeas construidas en los rellanos de las cumbres y en terrazas inverosímiles. Da la impresión de que bastaría un estornudo para que las casas se derrumbasen monte abajo hasta caer al río. -Al otro lado viven los mixes. En este estamos los zapotecos -dice Galindo.

Y que los zapotecos jóvenes ya no hablan el idioma.

Vemos a un hombre viejo por los caminos de Yatzachi y a nadie más. Quedan unos 180 habitantes, porque la mayoría emigró: algunos se fueron a la ciudad de Oaxaca, otros se marcharon a California. Hay más nativos de Yatzachi en cuatro calles de Los Angeles que en el propio Yatzachi. La mayoría de las casas son de ladrillo y hormigón, están sin pintar, o a medio pintar, o a medio terminar, o medio abandonadas, o abandonadas del todo. Entre las casas y las casetas, entre las parcelas reconquistadas por los matorrales, se alza una iglesia sorprendente: enormes muros de piedra, cúpulas rojas con ribetes blancos, aspecto de alcázar que vigila el valle.

-Ya no viene ni el cura. Siempre le digo a mi madre que deberíamos convertir la iglesia en biblioteca -dice Galindo.

Su madre vive en una de las pocas casas de adobe que resisten en pie. Nos espera en la puerta: doña Rebeca Llaguno, 60 años, una mujer chiquita de movimientos muy vivos, pelo blanco recogido en una coleta, camiseta gris, vaqueros, sandalias. Es maestra jubilada.

-Cuando veo a alguien por la calle, me alegro mucho -dice-. ¡Todavía hay gente en mi pueblito!

Nos sienta a Salvador y a mí en una mesa de la entrada y nos saca una jarra de agua de maracuyá. Luego se mete en la cocina a preparar tortillas de maíz, frijoles y quesadillas.

-Este pueblo se va a pique -dice doña Rebeca-. Los jóvenes se marchan a la ciudad, y cuando vuelven es para llevarse a sus padres. Yo no quiero irme a la ciudad, allá la gente se cruza por la calle y ni se dicen nada. Como puros animalitos.

-¿Y qué hace usted durante el día?

-Tengo dos pollos, arranco hierbas, visito a algunos vecinos que ya no pueden caminar, les hago la compra cuando viene la camioneta de los abarrotes.

Doña Rebeca no quiere moverse, pero no porque le haya faltado ese gusto: poca gente habrá recorrido como ella las sierras de Oaxaca hasta sus rincones más remotos. Fue profesora de escuelitas indígenas toda la vida. Recuerda los tiempos en los que llegaba a esas comunidades, sin carreteras, sin luz, sin agua corriente, donde los chamaquitos iban a la escuela desnudos, donde daba clases en una lengua que no se podía escribir.

Que decían que no se podía escribir.

Después de servirnos las tortillas, doña Rebeca entra en su cuarto y vuelve con un librito amarillento de 1985. Es el alfabeto zapoteco que ella elaboró, junto a otros cuatro maestros y lingüistas, y que sirvió para empezar una escritura común de la lengua zapoteca: una joya.

Antes usaban ese alfabeto en la escuelita del pueblo. Ahora no hay escuelita: no hay niños. Y los pumas bajan del monte cada vez más a menudo, dice doña Rebeca.

-Bajan... ¿al pueblo?

-Sí. Como cada vez hay menos personas, los pumas bajan con más confianza. Se pasean por la calle. Los vecinos tienen sus encierritos de ganado, 10 ó 15 ovejas, y viene el puma y las mata a todas. Se come dos, pero las mata a todas.

Cuando era niña, recuerda doña Rebeca, los maestros castigaban a los alumnos si hablaban zapoteco.

-Nos ponían una multa de 50 centavos si nos escuchaban: eso era el jornal que ganaba mi padre por todo un día de trabajo en el campo. Si veíamos a un maestro por la calle, nos escapábamos por el miedo de que nos oyera hablar en zapoteco. Cuando venían y nos preguntaban en español, nos quedábamos mudos. Así nos fuimos quedando muditos.

Al despedirnos, me regala el alfabeto y me pide que se lo enseñe a la gente. Porque no: no todos quedaron muditos.

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De PAPEL (EL MUNDO/España), 29/08/2017 

Tuesday, August 29, 2017

La literatura latinoamericana no ha muerto

FÉLIX TERRONES

Lo proclamaron a comienzos de milenio: “la literatura latinoamericana ha muerto”. Desde México hasta Chile, los autores emergentes se dedicaron a bailar sobre sus restos. Había llegado el momento de escribir literatura de aeropuertos, malls, estaciones de trenes. Cualquiera de esos lugares donde el tiempo adquiría otra materia, menos morosa, más intensa. Los escritores latinoamericanos despojados del adjetivo se convirtieron simplemente en escritores.

Mejor dicho, en escritores TM.

Ahora bien, el baile les duró menos que los estridentes manifiestos y las ventas. Uno tras otro, cayeron sin cristalizar una verdadera propuesta. Y la música siguió sonando. Era una maldita cumbia.

En la actualidad, las novelas escritas desde los postulados del Crack o MacOndo parecen más viejas que aquellas a quienes atacaron. Obsolescencia programada, le dicen.

En cualquier caso, llegó la hora de abordar propuestas más originales, quizá algo descuidadas por culpa de la estridencia del nuevo milenio.

Si se la compara con literaturas de otras latitudes, la literatura latinoamericana de ahora tiene contornos bien definidos, aunque en perpetuo movimiento. Antes que nada, es una literatura de espacios. Se trata de lugares —pueblos o ciudades— muchas veces imaginarios, siempre utopías, donde cuajará una imagen singular, de lo que somos y dejamos de ser.

Yuri Herrera

Acaso el ejemplo emblemático de nuestro tiempo es la Santa Teresa de Bolaño.

Santa Teresa: territorio de la violencia, ciudad de frontera donde van a parar los escritores (o quienes tuvieron pretensiones de serlo), holograma de toda América latina. Cuando las fronteras parecen haber desaparecido, el tiempo da la impresión de ser un presente eterno y los lugares son todos no lugares, Santa Teresa emerge para abrir una grieta en la topografía de la novela.

Muchas de las ciudades en la ficción actual son espejos rotos, lugares de sobrevivencia, calles underground donde la droga y el alcohol son aliados de la inocencia perdida. Pienso, en particular, en autores como los peruanos Martín Roldán Ruiz y Richard Parra, ambos publicados en España. Quizá de los mejores que me ha tocado leer estos últimos meses.

Desde luego, está la línea de quienes, en lugar de representar espacios, eligen un extrañamiento en el lenguaje. Ellos siguen la larga tradición de gente como Horacio Quiroga, Macedonio Fernández, Felisberto Hernández y, más recientemente, Mario Bellatín. Son autores que parecen exiliados de cualquier determinación social o histórica, cuya única inquietud es la palabra y, con ella, la literatura misma. Un excelente heredero de esos platillos voladores, tan discreto como genial es Enrique Prochazka.

Entre el realismo y sus avatares, por un lado, y los juegos de la imaginación, por el otro. Mucho de la ficción latinoamericana parece oscilar entre uno y otro extremo. La gran novedad radica en el hecho de que las nuevas generaciones apuestan más por borrar los referentes, recrear atmósferas con su propia lógica, tramas y desarrollos. En la línea de Mario Levrero o César Aira. Quien se destaca en este registro es la dominicana Rita Indiana.

Las escritoras, por otro lado, han ido afirmando un lugar entre las editoriales; por lo tanto, entre los lectores. Pienso en particular en autoras como la ecuatoriana Gabriela Alemán, la argentina Selva Almada o la mexicana Guadalupe Nettel. Todas de un modo o de otro exploran los alcances de la violencia política, social e incluso doméstica. No diré que lo suyo es literatura femenina pues sería restringir de manera obtusa, cuando lo que importa de verdad es lo literario. Lo valioso es que propuestas como las suyas encuentren, por fin, el público que merecen, sean compartidas y discutidas.


Los tiempos cambian, con ellos los hábitos de los lectores.

Al final de cuentas, la literatura latinoamericana nace y renace sin descanso. No como parodia de sí misma sino con inusitada originalidad. Allí están las novelas de Yuri Herrera y Alejandro Zambra para refrendarlo.

En: “Librújula”, año 3, # 13, mayo-junio 2017.

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De ANOTACIONES AL MARGEN (blog del autor), 05/08/2017

Imagen: José Luis Cuevas

Mi viaje a los EEUU de Trump

CHELLIS GLENDINNING

Durante siete años no se me ocurrió regresar a EEUU —hasta la mañana del 9 de noviembre 2016 cuando la voz del comentarista de Radio Panamericana anunció, “El nuevo presidente de los EEUU es…”, y aquí notoriamente jadeó… “Donald J.” —concluyendo, con dificultad— “Trump.” Jadeé también —y lloré por todo el día. Después, no podía sacudirme de una obsesión sobre mi pobrecito país. No me malinterpreten: ¡nunca estuve a favor de Hillary Clinton! Las opciones patéticas eran entre el fascismo y el neoliberalismo. Pero este chiflado descontrolado representó aún otra degradación del modelo del arte de gobernar con dignidad que aprendí en mi juventud.

Entonces era necesario viajar a EEUU para comprender —o al menos, sentir— la realidad del desastre.

Muchos de mis amigos son activistas, intelectuales y artistas con una predilección al feminismo, la izquierda democrática, el anarquismo, el pensamiento verde, el antiracismo y el antiimperialismo; han dado décadas de sus vidas para lograr un poco de progreso. Cuando fui a sus casas, sus talleres y sus cafés, me dijeron que en las primeras semanas de la nueva administración estaban pasionalmente involucrados en la resistencia. En todas partes había manifestaciones después de la toma de posesión, como la vanguardista Marcha de Mujeres en Washington el día después de la posesión. Mis amigos reportaron que fueron a tres o cuatro manifestaciones cada semana. Seguían diariamente y sin aliento las noticias. Cuando Trump firmó una orden ejecutiva prohibiendo la entrada de viajeros con visas válidas desde Siria, Iraq, Irán, Somalia, Libia, Sudán y Yemen, espontáneamente surgieron manifestaciones en los aeropuertos. Mientras tanto, los comediantes televisivos se distinguieron con sus sátiras sobre el maníaco de pelo naranja. El New York Times publicó una lista abultada de las mentiras que dijo el (así llamado) Mandatario. Y aún los jueces federales resistieron la arremetida contra las leyes y la democracia.

En los primeros 100 días de la administración, Trump redujo los fondos para el cambio climático, legalizó los excesos de corporaciones e instituciones financieras y eliminó la protección a trabajadores, mujeres y niños. No designó a los directivos de las agencias que quería demoler, dejándolas sin la posibilidad de funcionar. Insistió en la construcción de un muro impenetrable entre EEUU y México.

Además, con sus berrinches infantiles, Trump lanzó sus chantajes a México, Corea del Norte, Rusia, Irán, Australia, China, Afganistán, Siria, Suiza, y Alemania.

En el campo de la psicología sabemos que una reacción a un golpe inaguantable puede empezar con un frenesí hacia la sobrevivencia inmediata. Pero muchas veces tal actividad llega a la estupefacción, la depresión, la parálisis o el cinismo, lo que revela el sentido de la imposibilidad de resistir. Ahora, después de meses de Donald Trump encabezando el país, muchos de mis amigos caminan cubiertos con una capa de silencio —frente a sus televisores, radios y computadores respondiendo con el horror apropiado— aunque sin saber qué hacer. Oí conversaciones sobre la llegada del fascismo, con comparaciones a los Nazis. “Es demasiado,” se encogió de hombros una feminista. “Están destruyendo todas las instituciones, leyes y valores que —con nuestra vida— hemos creado. ¡Mira! Estamos al borde de una guerra nuclear. ¿Qué podemos hacer?”.

Eso… hasta que llegué a la casa de un activista chicano. Él trabaja en una organización de acción política y no había perdido su ritmo. “La tarea es la misma que hemos hecho siempre: organizar, protestar, legislar y construir un mundo de justicia, paz y democracia”.

La autora es psicóloga y escritora.    www.chellisglendinning.org

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De LOS TIEMPOS (Cochabamba), 29/08/2017

Imagen: Portada del Daily News

Monday, August 28, 2017

Solo segundero

JORGE MUZAM

Mi hora de revisión de archivos digitales se suele alargar hasta el anochecer. Cómo pude haber llegado a acumular tanto material valioso. Deambulo entre epistolarios de famosos, cuentos de Murakami, Roberto Arlt, Torcuato Tasso. Me quedo pegado con Blasco Ibáñez, ese desmesurado español, cuánta cultura, qué variedad de registros. Su obra es vasta y poco leída. En 1909 anduvo por Chile. Cruzó la cordillera a lomo de burro. Fue recibido con recelo por los oligarcas locales. Los chilenos educados de entonces eran unos señoritos afrancesados. Mariconcitos que no sabían crear nada original y cuyo único sueño rastrero era hacer vida de bohemio en Paris. No les agradó que ese personaje que comía y sudaba como un Gargantúa les viniera a decir entre eructos que la gran mayoría de los intelectuales chilenos eran unos huevitos sin yema, vacíos, envidiosos y mediocres. Se fue en silencio dejando abundantes orgullos heridos en el camino.

Sigo bajando libros. Hemingway, Josep Conrad, varias obras de Bashevis Singer y Thomas Bernhard. Persigo novelas de Allan Sillitoe y del ruso Varlam Sholómov. Casi di un salto de alegría cuando encontré dos poemarios de Wallace Stevens. He completado la obra de Roberto Bolaño. Irregular, rosquero y solitario, como suelen ser los buenos escritores. 

Una ráfaga de viento cimbra el techo de chapa. Leemos con Lorena Tiempos Modernos de Paul Johnson.  Nos sirve para debatir con unas cervezas mediante. Johnson es un bocazas de la historia, un auscultador fino del behind the scenes de la gran política, un hocicón cizañero que escarba en los papeles arrugados tirados en los basureros del tiempo. Y aunque sea un conservador borracho ensalzador de derechas y dictaduras, leerlo me parece iluminador y divertido. 

Hace días que la bruma se comió el cielo. Los perros andan flojos, miran con desgano a los paseantes y sólo atinan a lamerse las bolas. Tengo un cerro de libros por leer, cientos de textos por terminar, tres novelas-golem que escribo al mismo tiempo, y un largo camino por recorrer. Largo en sentido metafórico, porque en el sentido habitual el calendario a mediano plazo aparece borrado, como en la película Volver al Futuro. Que aparezcan nuevos días en el calendario depende de lo que haga ahora. He dejado de lado numerosas actividades que me consumían inútilmente. Mi reloj de vida solo tiene segundero y apenas me alcanza para construir una fracción absurda de los multiuniversos que demanda mi mente.


Imagen: Qiang Huang

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 20/0672017

Carta desde Bolivia

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Ahora mismo no recuerdo si fue Cioran quien dijo que las utopías venían anunciadas por ángeles trompeteros que difundían a los cuatro vientos las bondades del negocio que se traían entre manos, y acababan con esos mismos ángeles que dejaban a un lado las trompetas y echaban mano de las metralletas. De eso me estoy acordando estos días en Bolivia, donde cunde un intenso rumor de fronda opositora al gobierno de Evo Morales y al proceso de cambio. Son ya muchos colectivos y movimientos sociales los que se han echado o se van a echar a la carretera y a la calle, empezando por los temibles campesinos de Achacachi, en la región de Omasuyus, liderados en buena parte por el katarista Felipe Quispe, el Mallku, que fue uno de los que puso a Morales en el lugar en el que está y que ahora sostiene que esta es una dictadura más dura que una bota militar. Todo un personaje, con maneras de caudillo milenarista o así visto por muchos de sus seguidores. Ha organizado una marcha multitudinaria desde la región del lago (Omasuyus) con intención de llegar a La Paz y ocupar sus calles. Se dice que en las últimas horas se le ha unido, para formar un frente común, el ex presidente de la República Carlos Mesa Gisbert, una personalidad política que en los últimos meses ha cobrado una relevancia política indiscutible, gracias a su sobresaliente intervención en el conflicto del mar con Chile. Pero esto es posible que solo sea uno de los últimos bulos que corren de manera interesada para provocar el desconcierto.

Así las cosas –auspiciado o no el ambiente de revuelta, y de manera ritual, por la Embajada de los Estados Unidos–, parece ser que vienen semanas de bronca callejera, bloqueos de carreteras, marchas, petardos y dinamitazos… y de que cunda el inveterado miedo paceño al «cerco», por parte esta vez no solo de los ponchos de Achacachi sino de cocaleros de Yungas, indígenas originarios de la Región de Tipnis, maestros, comerciantes… Resulta irrelevante que esto sea o no cierto. El objetivo, no por esperado es menos sorpresivo: tumbar a Morales. Frente a los defensores a ultranza del proceso de cambio emprendido hace ya años por Morales y los movimientos sociales, se ha ido extendiendo un descontento social, basado en hechos reales, pero también en bulos disparatados y constantes: corrupción institucional cierta –uno de los frentes de ataque hechos públicos por el Mallku –, y junto a esta, las manos negras, el racismo nunca resuelto, el hacer correr la paranoia de la vigilancia y la policía política en manos cubanas y venezolanas, el fantasma del «narco Estado» y sobre todo el «no hay dinero», y junto a este, el más extendido: «esto va a acabar como Venezuela»; algo que contrasta de manera chocante con el nivel de vida de una clase media alta y con el incesante comercio de bienes materiales en manos de una clase chola a la que parece no importarle otra cosa que su impresionante volumen de negocio, uno de los sostenes de la economía boliviana.

Dicho lo cual, añadiré que no soy un politólogo, que Bolivia me parece un avispero de consecuencias imprevisibles si lo pateas y que resulta triste ver en qué se ha ido convirtiendo aquella utopía social, indigenista, integradora, modernizadora… No sé si el deterioro viene de dentro del sistema político de gobierno o desde fuera, con la creación de un progresivo descontento social hábilmente manejado o por esa hartadumbre que no hay gobernado que tarde o temprano no sienta hacia sus gobernantes. Pero el resultado es que el encantamiento y el entusiasmo por ese régimen teñido de utopía que se puso en marcha hace ya once años, ha empalidecido mucho y que cunde el descontento y una sorda cólera social, azuzada de múltiples quejas. Que esto se inscriba en un publicitado descalabro de la izquierda latinoamericana es otra cosa, ya no se trata de logros o de fracasos, sino de que caigan una detrás de otra todas las opciones políticas basadas de cerca o de lejos en utopías socialistas. Por mucho que la policía no quiera actuar, el futuro inmediato no huele a humo de inciensos y palo santo, sino a pólvora y a gases lacrimógenos.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 27/08/2017

El Discurso del Mestizaje en Bolivia

WIM KAMERBEEK ROMERO

A modo de breve introducción: la discusión sobre el carácter mestizo de Bolivia, abarca varios siglos. En lo concreto, como categoría de autoidentificación, fue alrededor de la Guerra del Chaco y el Nacionalismo Revolucionario que lo “mestizo”, como identidad que abarca a todos los bolivianos, aparece con más fuerza. En el Estado Plurinacional –o bien, la indigeneidad estatal- el mestizaje recobra vigencia cuando se discute la inclusión de la categoría “mestizo” en la pregunta 29 del Censo de 2012, respecto a la identificación del encuestado. Dos posiciones (significaciones) básicas se contraponen en este debate: un mestizaje nacional, que presenta a lo mestizo como un elemento esencial a lo boliviano, y el mestizaje colonial, que desecha a lo mestizo porque recrearía ciertas jerarquizaciones sociales que datan desde la colonia.

El mestizaje estático y ambiguo de Carlos Mesa
El análisis parte de un estudio acerca del concepto de “mestizaje” en el libro La Sirena y el Charango. Ensayo sobre Mestizaje del expresidente Carlos Mesa. Desde la teoría semiológica de Roland Barthes en su libro Mitologías, de lo que se trata es indagar cómo el autor presenta al mestizaje como algo “natural”, esencial en Bolivia y, sobre todo, la única vía para preservar una suerte de “comunidad imaginada” que estaría en amenaza desde la aprobación del texto constitucional en 2009 y el auge de la indigeneidad estatal con el Movimiento Al Socialismo y Evo Morales y Alvaro García a la cabeza.

Mesa quien, como se sabe, goza de cierto prestigio en la intelectualidad boliviana, recurre a su carrera de historiador para presentar al lector el problema principal en el contexto que lo rodea: que el Proceso de Cambio tiene la intención de “torcer la historia” y al hacerlo, ideologías y hechos contrarios a la democracia se van presentando. Si bien el autor confunde a menudo indigenismo e indianismo, y el “comunitarismo andino” de principios de los 90 es poco estudiado en el libro, la oposición del autor es evidente. Obviar el carácter mestizo –que en muchos pasajes del libro, se entiende como cualquier tipo de “mezcla”- es una de las consecuencias y que por esto, dos tipos de ciudadanía se han creado: una indígena y otra no-indígena. Para el autor, que debe defender la idea de un mestizaje nacional, la identidad boliviana es esencialmente mestiza: desde la Colonia, la República y, curiosamente, lo precolombino, el mestizaje ha estado siempre presente y es por tanto, una esencia sobre la que puede construirse una nación fallida y conflictiva desde el comienzo y que, a pesar de las derrotas y los fracasos, solo ha podido verse plena durante el Nacionalismo Revolucionario (1952 – 1964). El mestizaje es entonces, una superación al conflicto.

No obstante, el mestizaje nacional que estaría defendiendo Mesa, según Luis Claros en su libro Traumas e Ilusiones. El “mestizaje” en el pensamiento boliviano contemporáneo (2016), no es –en mi argumentación- un mestizaje que sirve de base para la construcción de la nación, sino, uno que evoca a la modernidad: Carlos Mesa no tiene en mente que cualquier formación social tiene un flujo constante de actores y relaciones sociales que la afectan en el tiempo, en gran manera. Su proyecto de nación y modernidad es estático: no presenta más que una sociedad libre de conflicto, aun considerando en su propia argumentación que la boliviana es una llena de diferencias. Por tanto, la ultrasignificación del mestizaje en La Sirena y el Charango, no se resume solo en lo nacional sino también en lo moderno -Mesa analiza a lo nacional desde esa óptica- lo que revela al lector que la sociedad boliviana se encuentra atrapada entre lo premoderno y algunas huellas de lo moderno, que en todo caso, la “centralidad indígena” es una vuelta al pasado.

Mestizaje e indianización estatal de Álvaro García Linera
En respuesta a Mesa, el vicepresidente boliviano presenta en 2014 su texto Identidad Boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad que tiene como base a Cinco Precisiones Metodológicas para el Estudio del Mestizaje (A propósito del trabajo de A. Spedding ´Mestizaje: Ilusiones y realidades) de 1996. Estas precisiones metodológicas pueden resumirse en lo que se entiende como un mestizaje colonial: la cultura es, en lo general, la cristalización de ciertos vínculos entre grupos humanos distintos. El mestizaje es, de esta manera, un producto de la colonia y en realidad, de toda la historia boliviana hasta la aparición del proyecto político que García defiende. Digamos que, siguiendo el texto de 2014, la historia se divide en dos: la Colonia/República y el Estado Plurinacional.

De aquí que el autor sugiere que como nunca, existe por fin un isomorfismo entre Estado, sociedad y territorio, que apunta a destruir el sentido común colonial (que viene a ser como una preconfiguración de todo lo social, cultural y político en la historia del país) y que el mestizaje –que no puede ser una identidad porque es “todo y nada a la vez”- es el vínculo entre la heterogeneidad existente. Y si bien la argumentación parece válida hasta ahora (excepto, obviamente, en lo que concierne al isomorfismo), la argumentación se le complica a García desde este punto: el isomorfismo permitiría, entonces, dos categorías de identidad, una nación estatal y una nación indígena. La nación indígena no es una categoría cerrada, puede siempre combinarse con la nación estatal que, cabe decirlo, está influida de la indianización del Estado.

Lo complicado radica en que, dice García, la autonomía de una nación indígena se logra una vez que el Estado reconoce a las nacionalidades obviando que probablemente unas logren mayor autonomía que otras, y que la otra cara de la “cristalización” de la cultura también puede significar que algunas de estas nacionalidades pueden tener mayor “peso histórico” que otras, que las relaciones sociales en un contexto como el que García Linera defiende pueden estar determinadas por el peso de unas naciones con mayor grado de participación política que otras y que por tanto, ese producto cultural puede estar condicionado por unas etnicidades en desmedro de otras. Es decir, el requisito para una categoría identitaria en el razonamiento de García es una suerte de reconocimiento desde el Estado. Lo que por cierto, lo del reconocimiento, puede aplicarse a otras luchas políticas en lo público actualmente: algunas luchas pueden visibilizarse en tanto el Estado así lo permita.

Algunas conclusiones
Como diría Spedding en 1996, la discusión sobre el mestizaje es una principalmente académica. Con todo, el mestizaje nacional de Mesa no dista de otros autores en otras épocas (Tamayo, Montenegro, etc.) porque se trataría de subordinar ciertas identidades al mestizaje, para superar el conflicto latente en Bolivia. Aquí la diferencia: Mesa apunta a la modernidad y al hacerlo, democracia, valores liberales y la nación como comunidad cerrada y predeterminada son todos, un medio. Se trata de un razonamiento que no termina de explicar la realidad boliviana, y si la explica, lo hace desde una mirada que no se adapta tanto al contexto.

García Linera, por otra parte, presenta justamente la superación al conflicto desde el reconocimiento al carácter indígena, indiscutible, de lo boliviano. Pero al hacerlo, presenta al lector que la indianización del Estado es un evento único en el que la autonomía, o bien autodeterminación, de las naciones indígenas puede darse únicamente desde y gracias al Estado. En otras palabras, una colectividad no puede construirse a sí misma si el Estado al que García pertenece no lo permite. A pesar de que él mismo diría en 1996, como 3era precisión metodológica, que la etnicidad o nacionalidad, es un proceso de constante creación, de autonomía.

Wim Kamerbeek Romero: politólogo por la Universidad Católica Boliviana “San Pablo”. Columnista en “Periodistas sin Fronteras” (Radio “La Doble”, La Paz. 88.3FM).

Mesa en sus propias palabras
La Paz, 1953. Ex Presidente de la República de Bolivia. Historiador, político y periodista. Estudió literatura en las universidades Complutense de Madrid y Mayor de San Andrés de La Paz, de la que egresó en 1978.

“En 2002 fui elegido Vicepresidente de la República y Presidente del H. Congreso Nacional, cargo que ocupé entre 2002 y 2003. Fui Presidente Constitucional de Bolivia en el periodo 2003-2005. En mi gobierno reformamos la Constitución, ganamos el Referendo de Hidrocarburos, convocamos a una Asamblea Constituyente, a elección directa de prefectos (hoy gobernadores) y a Referendo sobre Autonomías, derrotamos un alto déficit fiscal, reactivamos la economía con un significativo crecimiento del PIB, duplicamos las exportaciones y propulsamos el respeto a la vida y los derechos humanos como una política de Estado.

En 2014 se me encomendó la responsabilidad de ser Representante Oficial de Bolivia para la Demanda Marítima.”

El mito en Barthes
Se dice que los mitos forman parte del sistema religioso de una cultura que los considera como historias verdaderas. Tienen la función de otorgar un respaldo narrativo a las creencias centrales de una comunidad.

Y lo que interpreta Roland Barthes es que: Cuando se habla de mitos, no se refiere a las historias relacionadas con religiones extintas. En palabras del mismo Roland Barthes, en la actualidad el mito es un habla, es decir, es un sistema de comunicación, un mensaje, sujeto a unas condiciones lingüísticas que lo caracterizan. Según esto, cualquier objeto, concepto o idea es susceptible de convertirse en mito, siempre que se den ciertas condiciones.

El mito está fuertemente relacionado con la semiología, la cual es una ciencia que estudia las significaciones independientemente de su contenido, en donde se dice que en el mito un significado puede tener varios significantes, en cualquiera de los dos sistemas (el lingüístico y el mítico). En el caso de los mitos, un solo concepto puede encontrar concreción en diferentes formas. Esto es importante porque permite al mitólogo descifrar el mito: la insistencia de una conducta es la que muestra su intención.

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De PUÑO Y LETRA, 28/08/2017 

Saturday, August 26, 2017

Chorinho para a amiga

VINICIUS DE MORAES

Se fosses louca por mim, ah eu dava pantana, eu corria na praça, eu te chamava para ver o afogado. Se fosses louca por mim, eu nem sei, eu subia na pedra mais alta, altivo e parado, vendo o mundo pousado a meus pés. Oh, por que não me dizes, morena, que és louca varrida por mim? Eu te conto um segredo, te levo à boate, eu dou vodca pra você beber! Teu amor é tão grande, parece um luar, mas lhe falta a loucura do meu. Olhos doces os teus, com esse olhar de você, mas por que tão distante de mim? Lindos braços e um colo macio, mas por que tão ausentes dos meus? Ah, se fosses louca por mim, eu comprava pipoca, saía correndo, de repente me punha a cantar. Dançaria convosco, senhora, um bailado nervoso e sutil. Se fosses louca por mim, eu me batia em duelo sorrindo, caía a fundo num golpe mortal. Estudava contigo o mistério dos astros, a geometria dos pássaros, declamando poemas assim: “Se eu morresse amanhã… Se fosses louca por mim…”. Se você fosse louca por mim, ô maninha, a gente ia ao mercado, ao nascer da manhã, ia ver o avião levantar. Tanta coisa eu fazia, ó delícia, se fosses louca por mim! Olha aqui, por exemplo, eu pegava e comprava um lindo peignoir pra você. Te tirava da fila, te abrigava em chinchila, dava até um gasô pra você. Diz por que, meu anjinho, por que tu não és louca-louca por mim? Ai, meu Deus, como é triste viver nesta dura incerteza cruel! Perco a fome, não vou ao cinema, só de achar que não és louca por mim. (E no entanto direi num aparte que até gostas bastante de mim…) Mas não sei, eu queria sentir teu olhar fulgurar contra o meu. Mas não sei, eu queria te ver uma escrava morena de mim. Vamos ser, meu amor, vamos ser um do outro de um modo total? Vamos nós, meu carinho, viver num barraco, e um luar, um coqueiro e um violão? Vamos brincar no Carnaval, hein, neguinha, vamos andar atrás do batalhão? Vamos, amor, fazer miséria, espetar uma conta no bar? Você quer que eu provoque uma briga pra você torcer muito por mim? Vamos subir no elevador, hein, doçura, nós dois juntos subindo, que bom! Vamos entrar numa casa de pasto, beber pinga e cerveja e xingar? Vamos, neguinha, vamos na praia passear? Vamos ver o dirigível, que é o assombro nacional? Vamos, maninha, vamos, na rua do Tampico, onde o pai matou a filha, ô maninha, com a tampa do maçarico? Vamos, maninha, vamos morar em Jurujuba, andar de barco a vela, ô maninha, comer camarão graúdo? Vem cá, meu bem, vem cá, meu bem, vem cá, vem cá, vem cá, se não vens bem depressinha, meu bem, vou contar para o seu pai. Ah, minha flor, que linda, a embriaguez do amor, dá um frio pela espinha, prenda minha, e em seguida dá calor. És tão linda, menina, se te chamasses Marina, eu te levava no banho de mar. És tão doce, beleza, se te chamasses Teresa, eu teria certeza, meu bem. Mas não tenho certeza de nada, ó desgraça, ó ruína, ó Tupá! Tu sabias que em ti tem taiti, linda ilha do amor e do adeus? tem mandinga, tem mascate, pão-de-açúcar com café, tem chimborazo, kamtchaka, tabor, popocatepel? tem juras, tem jetaturas e até danúbios azuis, tem igapós, jamundás, içás, tapajós, purus! — tens, tens, tens, ah se tens! tens, tens, tens, ah se tens! Meu amor, meu amor, meu amor, que carinho tão bom por você, quantos beijos alados fugindo, quanto sangue no meu coração! Ah, se fosses louca por mim, eu me estirava na areia, ficava mirando as estrelas. Se fosses louca por mim, eu saía correndo de súbito, entre o pasmo da turba inconsútil. Eu dizia: Ai de mim! eu dizia: Woe is me! eu dizia: hélas! pra você… Tanta coisa eu diria, que não há poesia de longe capaz de exprimir. Eu inventava linguagem, só falando bobagem, só fazia bobagem, meu bem. Ó fatal pentagrama, ó lomas valentinas, ó tetrarca, ó sevícia, ó letargo! Mas não há nada a fazer, meu destino é sofrer: e seria tão bom não sofrer. Porque toda a alegria tua e minha seria, se você fosse louca por mim. Mas você não é louca por mim… Mas você não é louca por mim… Mas você não é louca por mim…

– Vinicius de Moraes, no livro “Para uma menina com uma flor”. São Paulo: Companhia das Letras, 1966

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De REVISTA PROSA VERSO E ARTE