JORGE BUSTAMANTE GARCÍA
Sin duda la
lectura de Victor Shklovsky y Mijaíl Bajtín fue importante para el viraje que
experimentó la escritura de Sergio Pitol en los años ochenta del siglo pasado,
pero mucho más importante y decisivo fue lo que aprendió de Chéjov, Gogol y
Tolstoi desde muchos años antes, factor que sólo vino a conjugarse de manera
afortunada con las ideas que halló en los dos teóricos rusos. De esa
confluencia feliz nació Domar a la divina garza, en donde la
presencia de Bajtín y Gogol es prácticamente literal desde las primeras
páginas.
Nikolai
Gogol es el más bajtiniano de los escritores rusos. Suena extraño, pero así es.
Miguel Triestes llegó a pensar que podría ser una soberana tontería semejante
aseveración, porque sería como afirmar que alguien pueda estar impregnado del
espíritu de otro que vivirá cien años después. Tal vez sonaría más aceptable
proclamar que Bajtín es el más gogoliano de los teóricos rusos, ya que de hecho
se fundamenta en muchos de los relatos de Gogol para ilustrar su teoría. Tal
vez ambas aseveraciones tengan algo de verdad. Bajtín sabía que el humor
corrosivo de Gogol, su veta satírica arraigada en lo más hondo de lo popular,
produce la risa que degrada lo supuestamente elevado hasta convertirlo al plano
terrenal. Y de ahí a lo carnavalesco de Rabelais no hay más que unos cuantos
pasos. Y a Pitol, que desde sus años moscovitas se había convertido en un
adicto de Gogol, que tomaba notas de todo lo que surgiera alrededor del autor
de El abrigo, incluso con la secreta intención de escribir una
novela policíaca en donde el ultra enigmático escritor de Soróchinetz podría
ser la víctima, el investigador o el asesino, no podía pasársele la oportunidad
de juntarlos en la historia que estaba urdiendo en esos años.
Miguel
Triestes siempre se ha quejado de no haber tenido la oportunidad de preguntarle
a Pitol si el proyecto de esa novela policíaca siguió su curso y si en ella
Gogol es la víctima, el investigador o el criminal, o las tres cosas al mismo
tiempo. Tal vez. Todo podría esperarse de un personaje como Gogol. De la atracción
de Pitol por Gogol no hay la menor fisura, lo leyó casi a la par con Chéjov;
con parecida predilección y arrebato, ha asistido a numerosas representaciones
de sus piezas y ha mantenido su veneración, a través de los años, por el joven
amigo de Pushkin: “Gogol es uno de mis gigantes, lo leo y releo con fruición.
Soy consciente de que Tolstoi y Chéjov son más grandes que él, no los cambiaría
por nadie, he encontrado en ellos caminos de salvación; en cambio, la pasión
por Gogol tiene otra tesitura, un tanto enfermiza, más pegajosa y oscura; un
excéntrico y genial escritor que en un momento determinado, a saber por qué y
cuándo, se volvió o fingió loco.”
Gogol es
uno de esos “raros” que le encantan a Pitol. ¡Gogol, Gogol, Gogol, cuántas
cosas significa ese vocablo! Significa en ruso somormujo, nombre común de
diversas especies de aves podicipediformes acuáticas de plumaje castaño y
blanco según reza el diccionario, de pico muy puntiagudo y patas con dedos
lobulados y adaptados al agua, que anidan en plataformas flotantes de embalses
y lagos. Al nadar se asemejan a los patos, pero los podemos diferenciar porque
aparentan no tener cola. La frase caminar como un gogol (xodit
gógolem) denota pavonearse, engallarse. Existe también la voz cercana por
su sonoridad gógot o gogotanie que unas veces
puede ser graznido y otras carcajada y que puede convertirse en el verbo gógotat,
graznar o carcajearse, algo que le puede pasar a cualquiera al leer El
inspector general, o La nariz o El capote.
Gogol, la nariz de la literatura rusa, por donde respiraron no sólo todos los
grandes escritores de ese dominio extenso, desde el mismo Pushkin hasta
Nabokov, sino también los de otras lenguas y países, entre ellos Pitol, uno de
sus adictos mayores y más solventes, que ensayó su vida y su obra en una novela
rara y singular de estirpe gogoliana.
Cada época
ha leído a Gogol a su manera; hay diferencias en cómo se le ha leído a través
de las décadas. Sus contemporáneos lo leyeron, tal vez, por “encima” de Sterne,
de Scott, de Hoffman, de sus numerosos epígonos. Cuando Pushkin leyó Veladas
cerca de Dikanka no pudo menos que expresar que había quedado
asombrado, como lo escribió hacia 1832: “Hay aquí auténtica alegría, sincera y
natural, sin afectación, sin florituras. Y en ciertos pasajes, ¡qué poesía!
¡Qué sensibilidad! Todo esto es tan insólito en nuestra literatura actual que
aún no he vuelto en mí.” Luego se le percibía a través del prisma de las
visiones críticas de Belinsky y, en menor grado, de los eslavófilos menores. Se
convirtió en un clásico. En la época soviética se leyó a un Gogol adaptado y
asimilado. Leemos y podemos leer a Gogol en el contexto de la literatura
clásica rusa, en el de la obra de Bulgákov, de Zoschenko, de Andrei Bieli, de
la tradición del absurdo ruso y occidental, de Kafka, del postmodernismo, del
realismo mágico. De este último fue el precursor remoto, más de 120 años antes
que el Boom latinoamericano.
La
presencia de Gogol flota a través de todas las 194 páginas de Domar a
la divina garza. En su visita a la URSSS en mayo de 1986 fue que nació la
idea en Pitol de que la sombra de Gogol impregnara la novela que planeaba
escribir. En sus apuntes de esos días, después metamorfoseados en El
viaje, explica cómo se dio ese trasvase. Gogol salpica algunas páginas de
ese diario. Pitol viaja, ve a sus amigos, frecuenta teatros, se interesa por
las librerías de Moscú y Leningrado, asiste a comidas con escritores en Moscú y
Tbilisi, observa con suspicacia los cambios que se experimentan con la glasnost y perestroika impulsadas
por Gorbachov, conversa con la gente común en las calles, pero al mismo tiempo
cose las ideas de su próxima novela, define personajes, afina situaciones,
descubre vericuetos: “Hago lista de personajes de mi novela. Tres o cuatro
grupos familiares. Todos tienen hermanos o hermanas, no me explico por qué,
pero así lo requiere la trama”, escribe Pitol, y de pronto da un detalle
revelador: “La lectura de Gogol es indispensable. Será la columna fuerte de la
estructura de la novela. Gogol, sus biógrafos, sus personajes [...] Concibo
como un homenaje al autor de La nariz y del Diario de
un loco.”
Pitol
aprecia muchos relatos y piezas de Gogol. En sus ensayos, prosas y entrevistas
menciona reiteradamente obras como “Iván Sponka y su tía”, “Veladas en una finca
cerca de Dikanka”, “El retrato”, “La avenida Nevski”, “El diario de un loco”,
“La nariz”, “El capote” y, por supuesto, “Almas muertas”, pero misteriosamente
escogió un relato poco conocido para contraponerlo con la trama de Domar
a la divina garza. Se trata de “Terratenientes de antaño”, que
por instantes se convierte en un relato dentro del relato. En el vaporoso
rompecabezas de la novela los personajes de esta historia de Gogol, la pareja
de ancianos terratenientes Afanasi Ivánovich y Puljeria Ivanovna, que se
empecinan en vivir como sus predecesores, sirven incluso al narrador para
compulsar en una suerte de metatexto interno a los personajes de Domar
a la divina garza, Dante Ciriaco de la Estrella y su futura esposa María
Inmaculada de la Concepción. En un determinado momento de la novela sucede,
inclusive, una transmutación, cabría decir mejor una transmigración de los
espíritus de Afanasi y Puljeria en Dante e Inmaculada.
Cada vez
que Miguel Triestes vuelve a la lectura de Domar a la divina garza no
deja de pensar en el metamorfoseo mimético, con todo y sus alteraciones, que
ocurre por instantes, casi inesperado y hasta apaciblemente entre estos dos
personajes de la novela de Pitol y los del relato gogoliano. Para él no hay
mejor manera de imaginar la presencia subrepticia y la proyección misteriosa y
continua, con las más inusitadas y sigilosas bifurcaciones de una obra en otra,
de un autor en otro, de una literatura en otra.
Entre
nosotros, en el ambiente de habla hispana y más precisamente en México, tal vez
muchos autores han leído a Gogol, muchos han escrito sobre él y su obra, pero
muy pocos han sentido y transmitido su influencia en su propia obra. Y uno de
esos pocos es Sergio Pitol. Incluso su postura ante la literatura y la vida
parecen venirle con intensidad del escritor ruso. Si Gogol creía que no poseía
vida fuera de la literatura, Pitol ha matizado sólo muy levemente y ha afirmado
con vehemencia que aquello que da unidad a su existencia es la literatura. En
la mayor parte de los casos de otros escritores nuestros la resonancia
gogoliana es remota, casi irreconocible, y sucede de manera fragmentaria. En
algunos el acercamiento es más bien circunstancial, como en el caso de Carlos
Fuentes, quien realizó un brillante y extenso prólogo (cuarenta páginas), un
proemio que es casi un librito, a la edición mexicana de La creación de
Nikolai Gogol, de Donald Fanger. Ahí, en algún momento, analiza a Gogol a
través del prisma de Bajtín y afirma que la lección de Bajtín es la lección de
Gogol: “Es la lección de la novela, de su apertura, de su novedad y de su
libertad. O, más bien: de su novedad y su libertad como resultado de su
apertura.” Seguramente, cuando Fuentes escribía ese prólogo sobre Gogol y traía
a colación a Bajtín en 1983, Pitol leía en un sanatorio de Karlsbad el libro de
Bajtín La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento,y
extraía de esa lectura el espíritu que inocularía a la novela que lo estaba
rondando desde hacía algún tiempo. Si Gogol, como dice Fuentes, “creó su propia
vida como si ocurriese en un cuento de Gogol”, tal vez Pitol hizo algo parecido
y creó cosas de su propia vida como si sucediesen en un libro de Pitol. Fuentes
estudió a Gogol y a Bajtín, pero su acercamiento –a diferencia de Pitol– fue un
tanto coyuntural, como mucho de lo de él, y por lo tanto su obra nunca se
impregnó realmente del espíritu de esos rusos y escapó a su influencia
prácticamente sin dejar rastro.
Pitol
vuelve a Gogol una y otra vez, es una de sus obsesiones. No lo considera un
escritor más grande que Chéjov o Tolstoi, pero sabe que es uno de esos
imprescindibles que con su obra rayaron la genialidad. Y el espíritu de la obra
gogoliana se expresa de muchas maneras en el trasfondo de las situaciones, las
tramas, los personajes y la prosa misma del escritor mexicano. Entre los
escritores rusos sólo Chéjov rebasa la importancia de Gogol para su propia
obra, pero el primero es menos visible y explícito que el segundo. Una de esas
situaciones, por ejemplo, sucede de repente en algunas páginas de El viaje,
en donde el recuerdo de una visita a la pequeña casa museo del autor de Almas
muertas, la casa donde murió torturado por los castigos de expiación a que
lo sometía el endemoniado padre Matvéi, se convierte en un auténtico metarelato
gogoliano, con sus perspicaces dosis de absurdo e insensatez.
En El
viaje, publicado doce años después de Domar a la divina garza,
se encuentran muchas de las pistas de cómo se escribió esta novela. Podríamos
afirmar que ésta no sólo es una celebración de Gogol y una indagación en
Bajtín, sino también que en Rusia misma fue donde Pitol encontró el tono, los
dobleces, los pliegues recónditos, la solución a su novela. Mediante una suerte
de juego de espejos, Pitol entreteje un furtivo mapa de lazos y vasos
comunicantes que fortifican e iluminan simultánea y sorpresivamente tanto al
libro que escribe, como a la novela mucho antes publicada. Es un caso de
retroalimentación admirable que parece otorgarle una nueva y permanente
dinámica a su narrativa. Todo está en todo, quisiera recordarnos; la literatura
es algo vivo que se transforma ilimitadamente, se abastece de sí misma y rotura
sus propios cauces. Es una cosa que se está moviendo todo el tiempo, sin un
minuto de descanso, sin un intersticio de quietud. De un libro salen nuevos
libros, una novela se ramifica en otras, y entre ellos siempre surge un
diálogo, un intercambio constante, un flujo persistente, una conversación
inaudita que se prolonga sin final y se recrea sin término, como sucede en la
vida misma, como ocurre en los cuentos de Chéjov.
* Fragmento
del libro inédito El viaje y los sueños: la literatura rusa en la obra
de Sergio Pitol
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De LA JORNADA
Did you hear there's a 12 word phrase you can say to your partner... that will induce deep emotions of love and instinctual attraction to you deep inside his chest?
ReplyDeleteThat's because deep inside these 12 words is a "secret signal" that fuels a man's impulse to love, worship and care for you with all his heart...
12 Words Who Trigger A Man's Love Impulse
This impulse is so built-in to a man's mind that it will drive him to try better than ever before to love and admire you.
Matter-of-fact, triggering this influential impulse is absolutely mandatory to having the best ever relationship with your man that as soon as you send your man one of these "Secret Signals"...
...You will soon find him open his soul and mind for you in a way he never experienced before and he'll see you as the one and only woman in the galaxy who has ever truly tempted him.