PABLO CEREZAL
Bowie ha nacido, un año más, y tú has
parido el silencio cerrando, ya no recuerdo cuándo, la puerta de este hogar en
que se ha desvestido tantas veces nuestro amor, para solaz de los relojes y
escándalo de las vecinas. Entre ambos habéis inaugurado una nueva temporada de
huecos sin más nombre que el de ese dolor que me aúlla contrariando a los
doctores que no saben recetarle farmacias porque le desconocen el nombre. Me
entrego a una escucha compulsiva de «Heroes» y el hogar que ya no es naufraga
en azul. No sé si lloro por ti, por Bowie, o por aquel día que fuimos héroes en
Berlín, hace ya casi dos ciclos de calendario.
¿Recuerdas?
Berlín era
un desastre de memorias bolcheviques, melancolías de saldo y carnaval de página
en blanco. Berlín era una ciudad que me robabas para mejor mostrármela. Berlín
era una partitura inconclusa entre las manos de un mendigo invidente, y sus
calles llovían inviernos de esos que ya no se recuerdan. Egon Schiele desnudaba
hembras de nieve contra los muros del pasado, tú te hacías hembra en mi tráquea
tallándole tu nombre a mis labios, y la ciudad balbuceaba acordes como recién
escrita por Döblin.
Tú me
llegabas desde un oriente de salitre y verano. Yo te soñaba desde un occidente
crudo hecho pedazos.
Los rostros
ciudadanos te hurtaban la mirada bajo antifaces de historia repetida, y
espolvoreaba tu piel toda una constelación de migas de pan negro de certezas
que aún no se han rendido. Tu voz era un vendaval de dicciones certeras que
desvestía a los muros de todas sus vergüenzas. Me narrabas, enfervorecida, cómo
fue, cómo durante tanto tiempo, cómo se hizo posible aquella ciudad hecha
a destiempo... y yo solo sabía responderte acribillando el muro de la distancia
con la avanzadilla torpe de mis falanges ya casi cuerdas con que tañerte las
entrañas. Y contra tal muro estos puños ensangrentados cada vez que no amasan
la hogaza con que tu vientre se desayuna las mañanas. Porque la ciudad
comenzaba a recriminar nuestra ausencia, esta errónea manera de no dejarnos
naufragar en ella, esta ráfaga de salvas tristes cantada desde la trinchera.
Trinchera de hormigón, oleaje incierto, dudas, pánico y silencio llorado, a
lo Blade Runner, contra todas las lluvias del invierno. La duda
como una bala silbándome el tímpano y silenciándome el entendimiento mientras
tarareo and the shame was on the other side oh we can beat them forever
and ever.
Me
recostaste contra las paredes de Schöneberg sorprendiendo a las esquinas con
besos que venían buscando guarida desde el inicio de los tiempos. El encefalograma
plano del turismo espolvoreaba retazos de vida alienígena bajo el
alcantarillado y tu voz era una advertencia de incendio reclamando el crepitar
de mis manos. Mientras yo recordaba el portal de la vivienda que habitase Bowie
tú eras una premonición de milagros desordenándome el cabello. And
we kissed as though nothing could fall se adelantó mi memoria. Después me llevaste de paseo
mientras sierpes de luz me reptaban las pupilas y tu voz escandalizaba el poema
mudo de todos los charcos. Así me paseaste por Berlín, como quien pasea un
crucigrama de sorpresa, futuro, aeropuertos, altura, música y mareas. Ignoraste
Checkpoint Charlie pero yo no ignoro que allí me atraganté de tus labios
reescribiendo los libros de historia y dando inicio a la que rebanaría mi piel
para reescribirme la memoria. Porque hablabas y yo caminaba y hasta el silencio
susurraba I will be king and you will be queen mientras nos
preparábamos para derrocar, con revueltas de arrullo y saliva, la
monarquía del tiempo. Después Neukölln en mi febril dactilografía, delicias
turcas de Estambul y una fiebre de centígrados videntes empañando tu dicción de
colores políglotas. Y habitaciones de hotel en que nuestros cuerpos ejercían
reinado de sudor, mordisco y melodía una y otra vez repetida y siempre nueva en
cada embestida. Esquirlas de cerveza mendigando fados por las esquinas, aromas
de vino mexicano ejercitando gimnasias pasivas y un batallón de letras ansioso
por fusilarnos las pupilas. Mi sexo tallando en tu vientre estigmas como altamiras ante
los que se habrían de asombrar todos los viandantes de esta capital del ruido
que por timidez, costumbre o pasado nunca hace acto de presencia. Tus cabellos
galopándome la vida. Una orquídea en mi garganta y tus labios silenciando al
servil séquito de nuestro reinado disfuncional.
Era Berlín
y era ya y era futuro y nos besamos just for one day que sería
un eterno, ojalá, proyectando contra las paredes de cada habitación vacía
cópulas chinescas y regalando a los espejos instantes como fotografías que
después surcan los cielos para recordarme qué cosa es la vida.
Bowie le
canta a Berlín sin dejar de pasearlo, y Berlín, hoy, como Bowie, es pasearte la
voz cual funambulista que, más que el murmullo del público, lo que teme es el
silencio.
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De POSTALES
DESDE EL HAFA (blog del autor), 08/01/2023
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