ANNA GRÚZDEVA
Los viajeros que
llegaron a Siberia en los siglos XVII-XIX la describían como “una tierra de
frío y tinieblas”, y a menudo mencionaban la falta de carreteras, los pueblos
nativos, la caza del oso y las severas heladas. Pero quienes pasaron un año o
más en Siberia se admiraron de su naturaleza y de los habitantes locales. Sus
impresiones quedaron escritas en cartas, libros y estudios.
Fridtjof Nansen. Noruega – Yeniséi
“Tenía la
sensación de encontrarme a las puertas de un país poderoso, que abarca un
espacio que va desde la misma tundra y la taiga al norte hasta el desierto de
Mongolia al sur”, escribía el científico polar noruego Fridtjof Nansen. En 1913
zarpó en el barco Korrekt en un viaje por los mares de Barents y de Kara hasta
la desembocadura del Yeniséi. El resultado de su expedición siberiana fue el
libro “Al país del futuro” (Through Siberia, the Land of
the Future).
En las
interesantes anotaciones de su viaje, Nansen menciona las heladas y nieblas
imprevisibles del Ártico, la extracción “a mano” de oro en Siberia (que en 1913
ascendía a 32 toneladas al año) y comenta que en Siberia “¡el bosque no tiene
ningún valor!”. Nansen habla de la vida y las costumbres de los pueblos nativos del norte: los janti, los nénets, los selkup,
los evenki y los yakutios.
Durante su
expedición por las tierras de los nénets, los viajeros se encontraron con un chamán y
mostraron interés por su ceremonia sagrada, pero pronto les quedó claro que el
ritual no empezaría hasta que no pagaran por él. “Pagamos tres rublos. El
chamán los tomó y los hizo sonar, como comprobando que el dinero era
auténtico”, escribe Nansen.
Su relato sobre
el chamán todavía tiene vigencia. Desde la edad de piedra, los chamanes, los cazadores, los habitantes de la taiga y de
las montañas llevan a cabo rituales paganos en Siberia. Incluso hoy en día
muchos habitantes locales lanzan hechizos por dinero. La zoóloga Elena, de la
aldea siberiana Málaya Sya, comenta con ironía que “los chamanes que intentan
impresionar a sus clientes suelen llevar un manojo de tomillo o incienso de la
India, lo queman y así hacen un 'ritual de purificación' o se comunican con los
espíritus. A menudo estos rituales no son más que un negocio”.
Olimpia Rittener. Suiza – Krasnoyarsk
“K. me dijo que el viaje a Krasnoyarsk sería desagradable. ¡Me dijo que
conocía a dos institutrices suizas que se habían casado allí y que lloraron
mucho durante el viaje! K. Me advirtió que si me iba a Siberia pronto dejaría
de llamarme mademoiselle (…)” –escribe la joven institutriz
Luisa Olimpia Rittener (1862-1950) a sus familiares en Suiza.
En el siglo XIX los aristócratas rusos preferían confiar la educación de
sus hijos a profesores europeos, y una agencia de empleo de Ginebra envió a
Siberia a Olimpia, una joven de 20 años que deseaba “irse lo más lejos posible”
de Suiza. Para llegar hasta Krasnoyarsk, donde la joven iba a trabajar como
institutriz, Rittener viajó durante dos meses en una calesa, porque el Transiberiano todavía no
se había construido.
En Krasnoyarsk Olimpia empezó a vivir en casa del comerciante de oro
Piotr Ivánovich Kuznetsov. Olimpia enseñaba francés, alemán y música a la hija
de “Monsieur K.”, una niña de 12 años llamada Alexandra. En sus cartas a sus familiares
en Suiza, Rittener cuenta que ha aprendido a abrir nueces: “[En Siberia] las
llaman ‘la oratoria siberiana’, porque cuando no se sabe qué decir todo el
mundo empieza a cascar nueces”. Olimpia describe una velada literaria en la que
ha escuchado recitar fragmentos en ruso de Turguéniev o los bailes y
mascaradas a los que ha asistido.
La viajera suiza quedó impresionada por el Yeniséi y las montañas Sayán:
“Son parecidas al Jura (un macizo de montañas que se encuentra en Suiza y
Francia) en altura, pero más imponentes, de distinta forma y más misteriosas,
lo cual ha dado pie a muchas leyendas que aseguran que estas curiosas cumbres
fueron creadas por gigantes”. Además, la joven asegura que prefiere una
temperatura de -35 ºC al calor asfixiante. “No olvidéis a vuestra pequeña
exiliada”, se despide la institutriz al final de sus cartas.
Waclaw Sieroszewski. Polonia – Yakutia
Si bien Fridtjof Nansen y Olimpia Rittener pasaron en Siberia cerca de un
año, el polaco Waclaw Sieroszewski pasó alejado de su casa 12 años (1880-1892).
En 1879 Waclaw participó en un movimiento obrero y fue condenado a ocho años de
cárcel por ofrecer resistencia a la policía. Pero su condena le fue condonada
por el exilio a Yakutia. El polaco, que en
aquel momento tenía 22 años, se convirtió en el primer etnógrafo que describió
por completo la vida, la cultura y las costumbres del pueblo yakutio a finales
del siglo XIX.
En Yakutia Sieroszewski no fue un simple observador. Tras llegar en 1880
a Verjoyansk, una de las ciudades más frías de Rusia, se casó con la yakutia
Anna Sleptsova, y juntos tuvieron una hija llamada Masha. Viviendo lejos de su
casa, el polaco no solo escribió el estudio científico titulado Los
yakutios. Un estudio etnográfico (Dwanaście lat w Kraju Jakutów), sino
también relatos sobre su vida cotidiana.
“Ania era artesana (…) Sabía tejer kymny (una especie de
fusta que se utiliza en las bodas)mejor que nadie. Cortaba piezas de piel
oscuras y claras en patrones moteados, cosía trozos de percal de varios colores
y creaba dibujos sin los cuales un bile (costura para los
zapatos) no es un bile, un cucharón no es un cucharón y una mataja de
bodas (una alforja para el caballo, parte del atuendo de una boda) es un simple
saco”, Waclaw dedica estas líneas a su esposa, a la que perdió seis años
después de casarse.
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De RUSSIA BEYOND THE
HEADLINES, 04/02/2017
Dibujos de Alena
Repkina
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