Cuando pienso en
los conceptos ruso y religioso instintivamente
veo la catedral de San Basilio de Moscú, patriarcas ortodoxos y decoraciones
ostentosas. Pero se trata solamente de una imagen preconcebida. De mayoría
ortodoxa, Rusia tiene cerca de 15 millones de musulmanes repartidos
principalmente en las zonas del sur, un hecho (tristemente) conocido a causa de
la guerra de Chechenia. Pero además, Rusia es el sexto país con mayor cantidad
de judíos. Un dato que mucha gente desconoce es que la historia de ambos
pueblos ha estado ligada desde siglos atrás.
Mi última
estancia en la capital rusa coincidió con la inauguración del nuevo Museo Judío y Centro de Tolerancia, dicen algunos que el más grande de Europa,
aunque tengo mis dudas. Juraría que el museo de Berlín es, al menos, el doble.
Pero ya se sabe que los rusos siguen la teoría del “yo más”. Y si no entrad en
la primera sala del museo: un cine en 4D –que alguien me
explique cuál es esa cuarta dimensión– en el que llueve, las butacas vibran y
se mueven al ritmo de la historia, y unas finas cuerdas te rozan las piernas –a
modo langostas– mientras el narrador cuenta la historia de las diez plagas de
Egipto.
Una inversión que
ronda los 50 millones de dólares y que algunos medios como The New York
Times ven como un mensaje de Rusia al pueblo judío: We like you. Así titulaba la periodista del diario
estadounidense, Ellen Barry, su reportaje sobre la inauguración.
Me atrevería a
decir, sobre todo teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, que más que
un mensaje de Rusia al pueblo judío se trata de un mensaje del presidente Putin
a Israel y, ya que estamos, a Estados Unidos. We like you, we
need you, y en el medio nos congraciamos con todos, al menos de cara a la
galería.
El rabino Yaakov
Klein, que colabora estrechamente con Berel Lazar, rabino jefe de Rusia, y
trabaja activamente en la Federación de la Comunidad Judía –entre muchas
otras cosas–, ríe cuando le hago tal sugerencia. “Te diré la verdad”, me dice.
He de confesar
que por un momento su sonrisa tímida, como de quien esconde un secreto, me dio
falsas esperanzas de hacerme con un gran titular. “El Gobierno está
involucrado, pero no es un proyecto del Gobierno. Es un proyecto privado de la
Federación de la Comunidad Judía hecho en gran parte con donaciones privadas”.
Putin puso parte de la pasta, cierto, pero Yaakov me asegura que
ellos tienen el control.
Eso sí, “el
Ministerio de Educación está también involucrado. Todos los chicos desde cuarto
hasta séptimo grado vendrán al museo”. Para Yaakov y su comunidad esto
significa que si en una clase de 30 niños hay uno que al menos sea judío,
“tendrá un sentimiento de orgullo y de pertenencia”.
Los judíos
llegaron a lo que era la antigua Unión Soviética en el siglo VII, y se
asentaron principalmente en lo que hoy es Polonia y Ucrania. De hecho, el
presidente israelí, Shimon Peres, nació en la actual Bielorrusia.
La población
judía de esas zonas creció tras ser expulsados en masa de los países europeos
–España entre otros– y se desplazó a territorio ruso tras la primera partición
de Polonia en 1772. Los polacos acusaron a los judíos de ser la causa de su
división, ya que en los últimos años la población judía había crecido hasta el
20% y controlaba el 75% de las exportaciones.
Pero lo que hasta
entonces se había convertido en un refugio, durante los siglos XIX y XX se
convirtió una vez más en una pesadilla. La Enciclopedia Judía asegura que el
primer pogromo –linchamiento multitudinario– contra los judíos tuvo lugar en
1859 en Odesa.
El término pogromo viene
del ruso pogrom, que significa “ataque o disturbio”, y se hizo
común en la Rusia zarista de 1881 –aunque hubo asesinatos con anterioridad–.
Tras su expulsión
de Polonia, los judíos se mudaron a territorio ruso, pero vivían aparte, según
su propia organización política (el Kahal) y bajo la ideología y moral que
marca el Talmud. Esto hizo que en 1844, el zar Nicolás I iniciase un programa
de reformas para integrarlos en la sociedad rusa. Entre estas medidas, se ilegalizó
el Kahal, lo que levantó indignación entre el pueblo judío.
En 1881, varios
judíos fueron acusados del asesinato, en San Petersburgo, del zar Alejandro II,
lo que desató una ola de pogromos entre 1881 y 1917 por parte de la población
cristiana. Se dice que el gobierno y la policía zarista estaban detrás de las
instigaciones, pero John Doyle, profesor de Estudios hebreos y judíos de la
University College of London, niega en su publicación Rusos y judíos en
los pogromos de 1881-2, que “los funcionarios rusos fueran responsables de
instigar, permitir o autorizar los pogromos”.
Se estima que
durante la Revolución de 1917 fueron asesinados casi 200 mil judíos, a pesar de
que en principio no había una política antisemita por parte de los
bolcheviques. La revista The Occidental Observer, en una serie
de artículos-ensayos sobre este tema, afirma que “el 80% de los actuales
judíos de Occidente son descendientes de judíos que abandonaron Rusia y sus
alrededores entre 1880 y 1910”.
Lo cierto es que
la historia de Rusia con los judíos ha estado siempre entre dos aguas. El
escritor y periodista de origen polaco K. S. Karol escribía en su artículo
‘Rusia y el antisemitismo’, publicado en El País en febrero de
2005, que dos hijos de Stalin se casaron con judíos. Sin embargo, el periodista
asegura que el dirigente se encontraba molesto por las muestras de simpatía de
un gran número de judíos rusos por Israel más que “por su patria”.
Los judíos eran
tenidos en alta estima por Lenin, pero no así por Stalin, que sospechaba de sus
alianzas con los judíos de Estados Unidos, entre otros desafectos. A pesar de
ello, durante años muchos judíos mantuvieron puestos de relevancia en la
antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
La aparentemente
imposible amistad con los nazis se hizo realidad por un tiempo bajo el Pacto de
Ribbentrop–Molotov de agosto de 1939, mediante el que Stalin y Hitler se
repartieron Europa, empezando por Polonia. Artur Domoslawski,
colega de Ryszard Kapuscinski y autor de su polémica biografía (Kapuscinski
non-fiction), me cuenta que para que se firmara el pacto, Hitler pidió
a Stalin que destituyera al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Litvinov,
que era judío, tras lo cual se nombró a Molotov. Domoslawski asegura que el
mismo Stalin era antisemita y que a veces usaba un antisemitismo “funcional” en
sus políticas.
El pacto
establecía que se trataba de una “zona de influencia” a repartir según los
intereses mutuos. El 1 de septiembre la Alemania nazi entraba en territorio
polaco, y unos días después lo hacían las tropas soviéticas, cada uno con
intención de anexionar su “reparto” a sus fronteras. La invasión desencadenó la
Segunda Guerra Mundial.
Las relaciones
entre los dos líderes quedan recogidas en el libro de Timothy Snyder Tierras
de Sangre. Europa entre Hitler y Stalin, publicado recientemente, y en
el que narra los horrores a los que fue sometida la población de Europa del
este por los dos mandatarios. Según Snyder, 14 millones de personas murieron
entre fusilados y muertos por inanición entre 1933 y 1945, sin contar los
caídos en combate.
La situación de
los judíos era muy distinta según se encontrasen en suelo soviético o alemán.
“Bajo los soviéticos no hubo guetos, no hubo cinturones con las estrellas de
David en los brazos (los judíos que vivían bajo ocupación alemana estaban
obligados a portar siempre esos distintivos). Durante la ocupación de la parte
del este de Polonia, los soviéticos deportaron parte de la población judía al
interior de la Unión Soviética, algunos fueron llevados a Gulag a trabajar como
esclavos, pero las condiciones de deportación eran iguales para los polacos”,
dice Domoslawski.
Hitler no pudo
dejar a un lado sus planes iniciales, recogidos en Mein Kampf, de
luchar contra los soviéticos. La frágil alianza se rompió con la invasión nazi
de la URSS el 22 de junio de 1941, y Stalin centró sus esfuerzos en incrementar
el apoyo de Occidente a la Unión Soviética y contra los nazis. Entre otras
cosas, creó un Comité Judío Anti-Fascista, que servía para hacerle un lavado de
cara. El Comité aseguraba en distintas conferencias en el extranjero que no
existía antisemitismo en la Unión Soviética, con el fin de conseguir el apoyo
para luchar contra la Alemania de Hitler.
Sin embargo, al
finalizar la guerra, se desató una ola de odio hacia los judíos que llevó a
varios miembros del Comité a la cárcel, e incluso terminó con la ejecución de
muchos de ellos. En parte, porque al terminar la guerra el Comité inició una
documentación del Holocausto que no fue vista con buenos ojos por Stalin, quien
prefería ignorar el genocidio. Se les acusó de espionaje y de alineación con
Estados Unidos, y los medios de comunicación colaboraron en la campaña. Después
de cuatro años bajo arresto, en 1952 trece miembros fueron ejecutados en lo que
se conocería como La noche de los poetas asesinados.
A principios de
1953, Stalin acusaba a varios médicos, la mayor parte de ellos judíos, de
intentar asesinar a varios líderes políticos soviéticos. Tras su muerte unos
meses después, representantes del partido aseguraron que se trataba de un
pretexto del dirigente para otra nueva purga antisemita.
El rabino Klein
me confirma que la situación de hace 40 años no era precisamente idílica.
Yaakov, que ronda la treintena, nació en Nueva York, pero su familia materna es
de origen ruso. “Mi madre nació en Moscú”, me cuenta. “Mis abuelos se casaron
en Marina Roscha [sinagoga moscovita]. Cuando se casaron, no tenían permiso
para celebrar una boda judía en público, por lo que tenían que inventar una
razón para unirse todos. Solo hubo un par de personas en su boda. Cuando, hace
6 años, mi mujer y yo decidimos volver a Moscú, mi madre no estaba muy
emocionada con la idea, porque los recuerdos que ella tenía, a pesar de haberse
ido muy pequeña de aquí, de crecer aquí y de lo que estaba pasando aquí, no
eran los mejores. Pero desde que nos mudamos, ella ha venido a visitarnos un
par de veces y está muy tranquila viendo que tenemos este maravilloso centro
judío, y que incluso hay señales en la calle que indican dónde está”.
Yaakov asegura
que en estos seis años sólo en dos ocasiones lo han insultado con comentarios
antisemitas en la calle. “Yo vivo a 20 minutos andando del centro. Los sábados
camino a la sinagoga, no conducimos. Cuando vas por la calle hay muchos más
comentarios positivos –diciéndote Shalom o saludándote–, que
comentarios negativos. Sí creo que aún está el concepto de antisemitismo, pero
definitivamente comparado con otros lugares de Europa, o teniendo en cuenta lo
que imaginabas que sería, creo que hay un cambio realmente asombroso”. Le
comento que quizás es por el barrio en el que se mueve, pues es común entre los
judíos la tendencia a vivir en guetos. Pero lo niega.
Actualmente,
cerca de medio millón de judíos viven en Moscú. No es quizá una cifra
significativa si se tiene en cuenta que la población de la capital supera los
once millones de habitantes, pero se estima que cada vez más judíos rusos están
volviendo a los territorios que abandonaron durante los tiempos en los que la
libertad religiosa era prácticamente nula.
Lo cierto es que
los judíos tienen cada vez un papel más importante en la actualidad política
rusa y se están convirtiendo en tema favorito del presidente. Hasta para
justificar el encarcelamiento de las Pussy Riot.
Durante la última
visita de Angela Merkel a Moscú, la Agencia Efe recogía los reproches de la
canciller alemana a su homólogo por la detención de las jóvenes. “No sé si eso
habría pasado en Alemania”, le espetó. Putin aseguró entonces que las
activistas no estaban en la cárcel sólo por el altercado en la iglesia, sino
que las acusó también de posturas antisemitas por, según el propio presidente,
coger un muñeco de un judío y decir que “había que librar a Moscú de esa
gente”.
En septiembre,
durante la Marcha de los Millones del día 15, escribí un reportaje precisamente
sobre grupos de activistas político-culturales como el de las Pussy Riot. En
ningún momento surgió el tema del antisemitismo, así que le pregunté a Yaakov.
Al fin y al cabo, la comunidad judía debería de estar al tanto de tal
aberración. “Leí el mismo artículo que tú”, me dice, “y oí algún comentario en
la comunidad sobre eso. La gente dice que fue una vía de escape porque no tenía
nada que contestar al tema de las chicas. Yo no estaba allí, hay gente que
estuvo que dijo que había muñecos de diferentes orígenes, no sólo judíos, pero
yo no sabía nada hasta que leí el artículo”. Lo curioso es que pocos medios se
hicieron eco de tal acusación, a pesar de que sólo una semana antes el
presidente israelí había estado en Moscú con motivo de la inauguración del
nuevo museo.
Días después, el
Kremlin dejaba clara su intención de votar a favor de Palestina como Estado
observador de la ONU y, en efecto, así lo hizo el 29 de noviembre pasado. El
presidente ruso incluso aboga por un Estado palestino independiente, según un
mensaje que envió al líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, y
se muestra crítico con los planes de Israel de construir más viviendas en los
territorios ocupados.
¿Dónde quedan
ahora todas las palabras bonitas que el gobierno ruso y Peres
se dedicaban durante la inauguración del museo judío hace poco más de un mes?
“Gracias por años de hospitalidad”, decía el israelí. ¿Cuáles son realmente los
intereses del Gobierno? ¿Israel y Palestina? ¿O Estados Unidos y Siria?
La relaciones
entre Rusia e Israel han estado siempre muy condicionadas por sus aliados
estratégicos, que en numerosas ocasiones los han acercado para después
alejarlos de nuevo. Si bien Israel se muestra contrario al apoyo por parte del
gobierno de Putin a Irán, así como por el reconocimiento que éste hace de Hamás
y la financiación de Hezbolá, en estos momentos tienen un objetivo común: que
los sunitas más radicales no se hagan con el poder en Siria. Las causas que
tiene cada Estado son distintas, pero el fin es el mismo: que el
fundamentalismo no se siga extendiendo.
Israel teme que
el fin de Siria sea el mismo que el de Irak, Afganistán, Túnez, Egipto, y otras
regiones donde los fundamentalistas islámicos han tomado el control. De ahí
también el enfriamiento de sus relaciones con su eterno aliado, Estados Unidos,
y la nueva tolerancia hacia los rusos.
Además, qué decir
que esta nueva alianza o cuasi-alianza, tiene otros beneficios. Uno de ellos,
es energético, por supuesto, ya que los gasoductos de Rusia hasta Turquía pasan
por Israel, y otro es el apoyo mutuo en la región (al menos en algunos temas).
Un ejemplo es la guerra de Georgia contra Rusia en 2008. Israel armó a Georgia,
y esta nueva alianza supone el debilitamiento militar del país. A cambio, Rusia
dejaría de ofrecer armamento de alto nivel tecnológico a Irán, lo que no
significa un cese en su apoyo.
Estos últimos
meses han estado llenos de altibajos en las relaciones exteriores del gobierno
de Putin. ¿Qué postura adoptan en todo esto los judíos rusos? ¿Es Rusia su
nación o le está pasando a Putin lo mismo que a Stalin y los judíos nacionales
son en realidad devotos a Israel? Como era de esperar, Yaakov suelta una
carcajada y baja la mirada. No me va a contestar a eso: “Prefiero no comentar
sobre este problema porque no nos afecta de forma directa”. Me encantaría que
se mojase, pero lo entiendo. Yaakov no es un judío anónimo, forma parte de la
Federación, es más, es rabino, y sus ideas –sean las que sean– no tienen por
qué coincidir con las de su comunidad. “Sé que hubo [el 25 de noviembre] una
manifestación solidaria entre la comunidad judía de Moscú en apoyo a Israel,
pero prefiero no decir nada más”.
Con el
recrudecimiento del conflicto a finales del pasado mes de noviembre, Berel
Lazar, primer rabino de Rusia, llamó a los judíos de Moscú a unirse a una oración
por la paz. “Lo más importante para nosotros en el mundo es la vida humana, sin
importar su origen, su color de piel o sus creencias”, publicaba en la web de
la Federación de la Comunidad Judía. “Pero ninguna nación o estado puede dejar
a sus ciudadanos sin protección”, apostillaba. Yaakov quizás no podía hablar
por la comunidad, pero Lazar lo hizo.
Hasta ahora, en
lo referente a los últimos estertores del conflicto entre Israel y Palestina,
Putin está dando una de cal y otra de arena. ¿Cuáles serán sus siguientes
movimientos? ¿Perderá Vladimir a sus judíos definitivamente?
Lo que está claro es que las áreas de interés de Rusia e Israel están
conectadas, aunque sus intereses son muchas veces difíciles de compaginar. Lo
que pase en Siria, el programa nuclear de Irán, y el conflicto entre Israel y
Palestina –sobre todo a tenor del reconocimiento por parte de la ONU–, tendrán
mucho que decir.
Patricia Alonso
es periodista. En FronteraD ha publicado ¿Qué hacer contra la Rusia de Putin desde el neomarxismo?, A través de los Balcanes y Trece años de despedidas. En
Srebrenica no hay olvido
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De FRONTERAD,
24/01/2013
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