Escarbar sobre un
tema en internet nos conduce inevitablemente a un sinnúmero de tangentes. Temas
y datos que no estaban en nuestros registros. En las bibliotecas nos sucede
algo similar. Un buen libro nos conduce a muchos otros libros, a pensamientos
que se expanden como abanicos. Partiendo por un libro de Nietzsche podemos
terminar al cabo de media tarde embobados con las proezas de los maoríes.
El
autodidactictismo involucra dejarse seducir por accidentes en la ruta, por
puentes cortados, por preguntas sin respuesta.
De esta forma,
hurgando sobre Stefan Zweig llegué a Klaus Mann, el hijo mayor de Thomas Mann.
Homosexual, provocador, impetuoso, buscó afanosamente su propio lugar en la
historia, pero la sombra de su padre era poderosa y severa. No se entendieron.
Klaus recorre
países denunciando el horror nazi, denunciando a sus colaboracionistas, al
pueblo alemán mismo, tan proclive a dejarse arrastrar por farsas ideológicas.
En el camino escribe Mephisto (1936) y participa como corresponsal en la Guerra
Civil Española. Pronto se enrola como soldado por Estados Unidos, con
nacionalidad checa. No dura demasiado. El FBI lo investiga por comunista y
homosexual. Algunos de sus amigos se suicidan, René Crevel, Virginia Woolf,
Stefan Zweig. El caso de Zweig lo deja devastado. Klaus lo admiraba como
ser humano, como creador. Escribe un artículo :
Con la muerte de Stefan Zweig no sólo desaparece una de las figuras más representativas de la literatura moderna, sino también un hombre eminente y muy bien informado, un mecenas, y un auténtico enamorado de las letras.
“Enamorado”
parece la palabra más adecuada para describir la actitud de Zweig hacia la vida
y hacia la literatura. Tenía una curiosidad inmensa, siempre andaba ávido de
nuevas aventuras intelectuales y estaba listo para vivirlas. Con fervor y celo,
no dejó de explorar ni de elogiar los aspectos continuadamente nuevos del
universo literario.
Zweig, [dice
K.Mann] no espera ni pretende cambiar el mundo escribiendo; su única ambición
es atenuar la violencia del sufrimiento humano haciéndonos más conscientes de
sus raíces y sus causas.
Los que no se van quedan abrumados y desorientados por completo. Algunos critican en secreto al maestro por su falta de valor. Otros, al contrario, piensan que su acto es heroico y sienten admiración.
¡Qué simples y
arrogantes son nuestros juicios frente a la aplastante realidad de la muerte,
al drama inefable del suicidio! ¿Tuvo “razón” al desprenderse de su propia
vida? ¿Era un derrotista? ¿Su suicidio afecta la validez de su obra? Y si la
respuesta es sí, ¿en qué medida? Ésta es la única pregunta que tiene sentido.
Nuestros criterios ya no son aplicables a Stefan Zweig como persona, pues
forzosamente nuestros conceptos morales provienen de la idea de que la vida en
sí es preciosa y vale la pena vivirla. Quien por el contrario, renuncia a la
vida triunfa de un modo automático con una moral que pierde su pertinencia en
el vacío de la eternidad.
Tras la caída del
nazismo vuelve a Alemania, a su Alemania ahora devastada. Intenta comprender.
Busca la opinión de las personas simples, de los sobrevivientes, pero también
entrevista a los colaboradores, a Göering, a Karl Jaspers, a Richard Strauss.
La relación con su padre no mejora, y su hermana Erika, su compañera
inseparable, toma partido por su padre. Esto se suma a un conjunto de
situaciones que lo conducen al suicidio el 21 de mayo de 1949.
Thomas Mann,
respondiendo a la carta de pésame de Herman Hesse, criticó duramente a su hijo:
"Mis
relaciones con Klaus eran difíciles y de ninguna manera exentas de un
sentimiento de culpabilidad, ya que mi existencia siempre arrojó de antemano
una sombra sobre la suya... Klaus trabajaba demasiado rápido y con demasiada
facilidad; eso explica algunos de los defectos y negligencias de sus
libros".
Fotografía:
Thomas Mann y su familia.
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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor)
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