Además de ser una
frase hecha maoísta es, por el mismo motivo, el título de una novela de Olivier
Rolin (2002) que trata de a dónde fueron a parar los pujos
revolucionarios sesentayochistas y similares; pregunta vana, porque la
respuesta se supo enseguida y se recuerda a fecha fija, a golpe de calendario.
Es casi un lugar común, un motivo de retorno a un pasado que unas veces
se pinta dorado y otras con el color hiriente del espejismo, la decepción y el
hastío. Tigres que en esta ópera de cuento chino acaban la función fungiendo de
mandarines.
Hasta Ortega
habló de tigres, post noventayochistas los suyos, que en el peluche de los
asientos de los cafés afilaban sus garras y se iban a comer el mundo viejo que
no acababa de morir o que con su rabiosa insatisfacción iban a agitar las aguas
de la ciénaga nacional… ay, qué imagen más desafortunada. Con el tiempo a los
tigres se les caen los piños y para qué hablar de las garras y de los cafés,
redes sociales hoy y su tumulto.
No hay generación
que no pueda tener su apuntación fiscal, su ajuste de cuentas entre lo
pretendido y lo realizado. Aquí, en España, fue Rafael Chirbes quien
se aplicó a ese derribo necesario de farsantes, pero me temo que se podría
escribir una novela generacional de esas todos los años. Abundan los vientres
sentados que exorcizó Cernuda: No hay gas/ No hay plomo/
Que tanto levante que tanto lastre proporcione/ Como vuestra seguridad
deletérea/ Esa seguridad de sentir vuestro saco/ Bien resguardado por vuestro
trasero. El tigre español, neocon y neolib y neohedonista y neoloquehagafalta y
sobre todo rastacuero de alma, no es muy diferente del desencantado y hastiado
francés que ve con sesuda preocupación cómo arden las periferias y no sus
urbanizaciones de lujo ni sus coches de alta gama, a buen recaudo
siempre. Temible expresión esta, la alta gama, la que está en boca de los
que la poseen y disfrutan, y en boca de los que no la poseerán nunca y con ello
se refieren a eso tan feo y rancio de «los ricos», que no hay que decir porque
te hace pobre de inmediato. Tigres que empezaron conspirando en conventos de
monjas y acabaron saliendo de La Fenice, silboteando La Traviata y
del bracete de delincuentes económicos, que era realmente lo suyo. Tigres que
se escribían La bandera roja o La estrella roja, o
lo que fueran, pero enteras, y acabaron de pesebristas del gobierno de la
derecha, de todas las derechas… hasta que la muerte los separe. Tigres.
La tentación de
escribir sobre esos tigres de papel o de café o de banca y trampa, es muy
fuerte, solo que aquí no pasamos de abuelos Cebolleta que cuentan batallitas de
la clandestinidad del franquismo crepuscular o del pre postfranquismo,
que se las saben todas y encima dan lecciones que nadie les pide. Eso es lo
malo, la lección, el sermón, la voz de la experiencia: todo es utopía y solo
eso, salvo la propia cuenta corriente. Las hojas de servicio de esta tropa
resultan ridículas para quienes de verdad padecieron la dureza de la dictadura.
Voces neoconservadoras las de esta gente a salvo de las dramáticas
contingencias sociales que padecen otros, muchos, demasiados, regresados a la
invisibilidad. Ahora todo es exceso, demagogia, populismo, bolivarismo, pujos
totalitaristas… La verdadera vida de la calle va por otro lado. Hasta cuando
están desiertas, el viento que sopla en ellas alienta o debería alentar
palabras distintas a las suyas, auténticas rebeldías contra una penosa
situación de carencias concretas, de presente y de futuro.
Hace cuatro años,
las calles ardían o iban a arder, ya no me acuerdo bien, la verdad. Lo que sí
está claro es que ahora mismo las calles no arden y motivos sobran para que lo
hagan. De la indignación y la ira social montada sobre una realidad dura e
inestable, hemos pasado a la trampa de la maleza, a la fiesta de la confusión y
del desgaste, y sobre todo a la firmeza del régimen que no hace agua por ningún
lado (digan lo que digan los más optimistas), porque cuenta con sólidos apoyos
sociales y no solo en sus filas. La que hace agua es la oposición. Los sesudos
padres de la patria, como los sabios que aconsejan desde la trastienda, piden
sosiego y calma, que es lo suyo, articulan discursos de cambio tranquilo, que
en el fondo es un más de lo mismo edulcorado, y los demás ejercitamos el lápiz
de nuestro ingenio en el sacapuntas de las sandeces de quienes nos gobiernan.
¿Desencantados? No sé, que cada cual hable por sí mismo. Me encuentro entre los
hastiados, cierto, pero sobre todo por tener a diario motivos de indignación.
Parece mentira que, en cuatro años, lo que parecía un prometedor e inminente
cambio social o cuando menos la puerta para que este se produjera, se haya
convertido en un reñidero de voces difusas que, a veces, dan la impresión de
que han olvidado el motivo por el que abren la boca y están donde están, y
parece mentira también que quienes con más empeño colaboran en ese derribo de
lo que no acaba de llegar sean los doctos de la vieja revolución, los
aburridos, los hastiados, los que están de vuelta de todo y en esa vuelta
encuentran fortuna.
__
De CUARTO PODER,
15/02/2017
No comments:
Post a Comment