Monday, December 19, 2011
Chellis Glendinning en Bolivia/Conversación con una intelectual inconformista
Jesús Sepúlveda*
Se cuenta que cuando niño Evo Morales esperaba en la berma de los caminos que los turistas tiraran cáscaras de naranja para comerlas. Los turistas que llegaban entonces con ojos de extranjeros sólo veían el paisaje y nada más: ni pueblo ni cultura había en su espacio psíquico. Con el tiempo, Bolivia ha cambiado y ya no es sólo un país de colección turística. Es, hoy por hoy, un centro cultural y un proceso social que invita a los viajeros a arraigarse para que ellos también puedan liberarse.
La escritora y psicóloga norteamericana, Chellis Glendinning, es una de esas viajeras que ha abandonado su lugar de origen para arraigarse en la espontaneidad. Autora de libros tan importantes como My Name Is Chellis and I'm in Recovery from Western Civilization [Mi nombre es Chellis y estoy recuperándome de la civilización occidental], Off the Map: An Expedition Deep into Empire and the Global Economy [Fuera del mapa: una profunda expedición hacia el corazón del imperio y de la economía global] y Chiva: A Village Takes on the Global Heroin Trade [Chiva: un poblado se enfrenta al tráfico mundial de heroína], Chellis invierte el paradigma colonizador y se deja encantar por la cultura latinoamericana.
La primera noticia que tuve de Chellis fue a través del movimiento anarcoverdino de Eugene en Oregón, cuando fue invitada a hablar sobre la plataforma neoludita. Luego intercambiamos correspondencia y colaboramos en diversos proyectos; entre ellos, en su ensayo “Cuestionando la tecnología: Alambre enfardador en vez de torres microondas” que traduje y antologué en el libro Rebeldes y terrestres coeditado en comandita con Amado Láscar y publicado en Chile en 2008. Posteriormente publicamos una extensa conversación en la revista norteamericana Sacred Fire que apareció en 2009. Lo que sigue, por tanto, viene a ser la continuidad de ese trabajo en conjunto que une poesía y psicología.
- Querida Chellis, tú has tenido cuatro estaciones en tu vida: Ohio, California, Nuevo México, en Estados Unidos, y ahora Bolivia. ¿En qué se diferencian estas estaciones y qué de peculiar tiene cada una?
- Mi compañero en Nuevo México, el filósofo y curandero Larry Emerson de la tribu Navajo, me enseñó que todas las facetas de las culturas indígenas –idioma, danza, música, alimentación, tecnología, etc.– son enviadas por los espíritus de la tierra. Cada sitio tiene su alma que la cultura de cada lugar va a reflejar.
Crecí en Ohio. Mis antepasados llegaron a Norte América en 1633, escapando de la persecución religiosa. Antes de la época moderna, la tierra era un bosque frondoso con tantos pájaros que, según el mito, el cielo se volvía negro. En Ohio aprendí sobre el poder de la historia y la herencia, aprendenso así de mi madre -que amaba las antigüedades- y del alma que emana de los artefactos hechos a mano.
En Berkeley, California, durante las décadas del 60 y 70, participé en la creación de la cultura de la época. Como jóvenes rebeldes contra el consumismo, la tecnología de masas y el imperialismo, construimos con nuestra pura intuición una cultura que valorara la creatividad, la desobediencia a la autoridad, la paz, el comunitarismo y una espiritualidad fundada en los ritmos de la naturaleza.
Una de las ideas que surgió en esa época fue la noción del Sitio. Dado que la sociedad moderna gana su riqueza al aplastar y robar a la gente que vive de la tierra, esperábamos arraigarnos en la tierra. Esa política surgía de las ideas de los movimientos indígenas, ecológicos y por la biología integral.
Viví casi la mitad de mi vida en las tierras altas de Nuevo México, donde la gente de mi pueblo chicano excava las acequias, siembra maíz y ají, caza alces y canta canciones antiguas. Allí aprendí cómo una comunidad va adelante. Además, la integración de la historia, la creación de la cultura y la comunidad me han dado una sensibilidad respecto al potencial del ser humano. Esto se diferencia del asalto que realiza la modernidad.
- ¿Qué hizo que Bolivia te atrajera como un imán para dejar atrás tu vida en Estados Unidos y te unieras a ese país volátil de los expatriados?
- El espíritu de la gente. Cada cultura expresa una creencia que su sitio es el centro del mundo. Cada persona también. Y cada persona es el centro del mundo, viendo, sintiéndose y conociendo de una manera única. En el movimiento feminista de los años setenta nuestro principio básico era “lo personal es político”. O sea, ninguna experiencia, sentimiento ni pensamiento existe sin su correspondencia a algo más grande: el espíritu de la gente
Mi historia personal refleja también la experiencia latinoamericana: fui torturada y violada por mi propio padre. Tú eres un sobrerviviente del Chile de Pinochet. Hemos vivido la misma experiencia, pero opuesta. Yo en el norte y tú en el sur, yo interior y tú exterior. Esto me hace pensar en la idea de Frantz Fanon cuando dice que la violencia en la colonia ocurre en público y entonces vive en la conciencia, mientras dentro del imperio la violencia está perpetrada en secreto y vive en la represión.
Nuestra tarea en el mundo de hoy es parar la violencia, sanando a cada cultura en forma individual y colectiva. Por eso, espero que de alguna manera mi trabajo como psicóloga y escritora sirva para ello.
- Ahora que nos acercamos a un nuevo aniversario del 11 de septiembre y que supuestamente Osama Ben Laden está muerto, ¿cuál es tu impresión de los atentados a las Torres Gemelas? ¿Crees que fue un trabajo interno o piensas que fue efectivamente un enemigo real que atacara la ciudad de Nueva York y el Pentágono?
- Hay momentos emblemáticos en la historia de un país, como el 11 de septiembre de 1973 en Chile. El 11/9 en los EE.UU. se reverbera ya, particularmente en la violencia intensificada en el mundo. Mi primera reacción fue a nivel político, ¡que estrategia atacar el símbolo de la globalización capitalista! Pero también me apené por las personas en Nueva York.
Respecto a si fue un hecho maquinado por el gobierno estadounidense, hay evidencias que sugieren que sí y otras que indican que no. En todo caso siento que lo fundamental es que nuestro mundo no puede seguir aguantando más la injusticia.
- ¿En qué trabajas ahora? ¿Estás elaborando algún nuevo proyecto de escritura? ¿En qué consiste?
- Sigo escribiendo ensayos para revistas en los EE.UU., y estoy produciendo programas especiales por la radio pública. Estos son los dulcecitos de mi vida. También hay un libro titulado Adiós que está en las manos de un agente literario en Nueva York. Se trata de mi visita a Bolivia durante la ascensión al mando de Evo Morales y cómo ese evento catalizó mi decisión de abandonar todo en el norte para venir aquí.
En el año 1975, un experto en quiromancia me dijo que primero yo escribiría ensayos y testimonios. He hecho eso; y estas obras presentan una crítica radical de la sociedad global tecnológica.
El lector de manos predijo también que después escribiría poéticamente. Ahora estoy encaprichada con ciertas exploraciones que reflejen la experiencia de la vida, usando detalles mundanos para proponer un espejo entre lo material y el alma. Estoy trabajando en una novela sobre un anticuario en una Cochabamba ficcional donde se venden artefactos recuperados desde revoluciones y movimientos sociales.
- A propósito de la poesía, Baudelaire creó a fines del siglo XIX la imagen del flâneur, aquel paseante que habitaba la ciudad para encontrar rincones imaginarios con escondrijos donde asombrarse. Jaime Saenz usó la imagen del aparapita para describir una cierta realidad paceña. A veces te imagino recorriendo esa Bolivia indómita que te sorprende con ovejas en un taxi. Cuéntanos alguna anécdota de asombro e ilusión que hayas experimentado últimamente.
- ¡Realmente compartí un taxi con una manada de ovejas! Los bolivianos pasaban en este viaje sin pestañear.
El reflejo entre las culturas tradicionales y la imposición moderna ha proveído mucha comida para el esfuerzo literario. Quisiera decir que el surrealismo saltó de este choque. El mundo moderno otorgó a gente como André Bretón y Jean Cocteau en Paris, Virginia Wolf en Londres y Frida Kahlo en la Ciudad de México suficientes flotillas fantásticas, portando ilusiones, improbabilidades y sincronías que podrían llenar el Carnaval de Oruro. Pero si consideráramos las excentricidades de la ceremonia y de la artesanía de la América Latína pre-colonial, tendríamos que concluir que siempre los seres humanos hemos tenido un gusto por lo maravilloso.
Hasta cierto punto tuve un poco de preparación para la imaginación boliviana. En 2002 el pueblo chicano donde viví estaba abrumado por migrantes indocumentados mexicanos que realizaban su viaje arañando el desierto hacia el norte desde sus ejidos. Como dice mi compadre Raúl: “Venimos porque no hay suficiente plata para comprar papel higiénico”. Por siete años viví dentro de su comunidad y estuve en todos los momentos claves, como la primera vez que manejaron por la autopista o la primera ojeada que le dieron a un museo de arte. De Raymundo, quien usó su valentía para cruzar en vez de usar un mapa, aprendí una gran lección porque él no sabía leer los mapas. Imagínate eso: viajar según tu sensualidad en vez de usar la visión mental generalizada.
Así llegué a los Andes, sin un mapa. Y he estado perdida más veces de lo que puedo recordar. Pero son los encuentros cotidianos que me hacen sentir arraigada como, por ejemplo, el hombre en Quillacollo que vende los periódicos y me llama “reina”, o la mujer que escribe los billetes de parqueo parando en la acera para compartir las lecciones de la vida. O una oveja dándome un guiño.
Sí, sí. Aquí en Bolivia, mi escritura –y mi vida– están poniéndose más poéticas.
* Poeta
Imagen: Chellis Glendinning
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