Thursday, December 15, 2011

Nueva York, siempre


Margo Glantz

Una semana en Nueva York antes de las fiestas. Por las calles una epidemia de santa closes, cientos de jóvenes –delgados y de los dos sexos– vestidos de rojo con su barba postiza y su gorro nevado. En las escaleras de la Biblioteca Pública de la ciudad o montados sobre los leones que decoran la entrada; enfrente de Bergdorf Goodman o de Saks Fifth Avenue, rivalizan con los fastuosos aparadores: la gente se arremolina como en el Metro de México a las siete de la mañana o en las calles de Varanasi en época de festivales; también los veo por las calles de Greenwich Village, donde me hospedo, casi todos borrachos; pregunto a varias personas y a los mismos jóvenes la causa de tanta algarabía y multiplicación; no me responden, sólo con sus risitas ñoñas y su aliento alcohólico; una mesera me explica que ese sábado, debido a la proximidad de las fiestas, los estudiantes pueden consumir bebidas y comida en los restoranes y bares pagando solamente un dólar. En los restoranes y el Staples, donde leo mi Internet, me martillan los oídos las infaltables canciones de la época.

Además de participar en una ya reiterativa lectura a tres voces con Diamela Eltit y Sylvia Molloy, en la Universidad de Nueva York (NYU), donde cada una leyó un fragmento de una obra inédita, me encontré con amigos, fui al cine y a museos. Se estrenaban dos películas que tenían buena crítica: una inglesa de espías, Tinker, Taylor, Soldier, Spy, basada en un libro famoso de John Le Carré y protagonizada por Gary Oldman (quien aunque nunca sonríe se apellida Smiley) y de la cual casi no entendí la trama (una amiga inglesa en una cena comentó que tampoco entendió nada: triste consuelo): compré el libro para ver si con la lectura la película se aclara. Fui luego a ver Tenemos que hablar sobre Kevin, basada en una novela de Lionel Shriver (que no pude comprar porque estaba agotada), dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, con Tilda Swinton como la madre incapaz de lidiar con un niño monstruoso que desde que nace la atormenta y termina asesinando a varios de sus compañeros en la escuela secundaria. ¿Una variante de Elephant o del documental de Michael Moore sobre los crímenes de Columbine? En absoluto, aquí vemos, como en la película recién mencionada de Tomas Alfredson, una historia contada de manera fragmentaria, yuxtaponiendo tiempos y alternando flash backs, donde la relación filial es el tema principal: la incapacidad de lidiar con un niño que desde la cuna es una maldición para su madre. Swinton logra sumergirnos en una atmósfera donde lo cotidiano acaba convirtiéndose en pesadilla sin aspavientos y sin melodrama. Amigos y críticos me recomendaron ver Melancolía, la más reciente película de Lars Von Trier; vencí la repugnancia que este director me causa y llegué a la conclusión de que nunca más en mi vida volveré a ver ninguno de sus bodrios.

Impactante –no encuentro mejor palabra para describirla–, la exposición de Maurizio Cattelan en el Guggenheim. Colgados desde el techo del museo –quizá valdría mejor decir ahorcados– y cayendo en gradación a medida que se recorren los pisos en donde se solían colocar esculturas prestigiadas o, en las paredes, los cuadros de una exposición que podríamos denominar normal, admiramos la vertiginosa caída de todos los símbolos de identidad de Italia y de nuestro tiempo, las figuras icónicas del siglo XX, tanto de la alta como de la baja cultura: Picasso, Pinocho, Hitler, Juan Pablo II, Kennedy, junto a caballos, burros, osos, juguetes, máquinas...

No puedo dejar de visitar el Museo de Arte Moderno y la exposición de Diego Rivera; los frescos más conocidos y una serie admirable de pequeños cuadros pintados después de su visita a Moscú. En el piso superior, una retrospectiva de De Kooning, más abajo un cuadro del recién fallecido Cy Twombly y en una sala reordenada varios Orozcos y Siqueiros.

El Metropolitan abrió una nueva sección que nos permite recorrer toda la cultura y el arte árabes...

De La Jornada. México, 16/12/2011

Imagen: Robert Sgarra/New York

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