Friday, December 16, 2011

Los callados ecos del desierto


La repentina muerte del escritor mexicano Daniel Sada, ocurrida el 18 de noviembre, transforma a su última novela, "A la vista", en el testamento poético más barroco de la literatura hispanoamericana

El escritor mexicano Daniel Sada sabía –o mejor dicho, intuía– que este año el Premio Nacional de Ciencias y Artes de su país, en la categoría Lingüística y Literatura, iba a recaer en sus manos. La ilusión que tenía de sumar su nombre a la prestigiosa lista de ganadores –entre los que se encuentran Alfonso Reyes Ochoa, Juan Rulfo, Octavio Paz, Jaime Sabines, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis– era mucha, pero no se enteró. Estaba en la cama de un hospital, desfalleciendo a consecuencia de la diabetes y de una disfunción renal que, finalmente, apagó su vida a los 58 años de edad, justo el 18 de noviembre, horas después de que se supo que su nombre era el que ocuparía un nuevo lugar en la historia del Premio Nacional de Ciencias y Artes de México.Por todo esto, su última novela, A la vista –aunque Anagrama no tardará en publicar El lenguaje del juego, libro que alcanzó a terminar antes de que sus problemas de salud empeoraran–, se transforma en una especie de testamento literario de este notable escritor, discípulo del gran narrador y fotógrafo mexicano Juan Rulfo, a quien calificaba como “único e irrepetible”. De hecho, cuando El Observador lo entrevistó en 2009 a propósito de su libro Casi nunca, con el que obtuvo el Premio Herralde de Novela, Sada dijo que “haber tenido a Rulfo como maestro significó enfrentar el reto supremo de la literatura. Es decir, darlo todo en cada libro, huesos, sangre, carne, alma, sensibilidad, reflexión, subjetividad”.En pocas palabras, A la vista cuenta la historia de dos hombres que, tras creer que cometieron el crimen perfecto, se ven obligados a deambular por el siempre sorprendente desierto de México creado por Sada, un desierto capaz de crear ilusiones falsas o verdaderas.

Y como el deseo de huida de los mexicanos es una constante histórica, también lo es en la obra de Sada, que en esta novela muestra a dos hombres que lo único que vislumbran es que la mayor felicidad está en otra parte y no donde viven.

Dicho de otro modo, Ponciano Palma y Sixto Araiza planearon todo para despertar la codicia de don Serafín Farías, “el patrón, el explotador, ese señor que se sentía Un Hombre con mayúsculas por su poder tan absoluto sobre trabajadores tan necesitados”. Palma y Araiza le hablaron a Farías de unos terrenos muy fértiles que podría comprar por una ganga. Con Farías entusiasmado, uno de ellos fingió ser otro en el teléfono y dijo ser Idilio Villalpando, el dueño de las parcelas imaginarias, quien además dijo que Araiza era un amigo de la infancia y que bien podía llevarlo a aquellas tierras, donde finalmente Palma y Araiza mataron a tiros a Serafín Farías, ese señor que se sentía Un Hombre con mayúsculas.

Comparado por su estilo barroco con el gran poeta, narrador y ensayista cubano José Lezama Lima, quien pobló el trópico de voces increíbles como pueden apreciarse en su novela Paradiso, Sada –un apasionado del ajedrez y del béisbol, así como también de cantar norteñas y recitar poemas–, hizo lo mismo pero en el desierto, un paisaje en el que vivió durante los primeros 20 años de su vida y que, según dijo a El Observador, era su raigambre.

“Del desierto son mis padres y mis abuelos. Diciendo esto me obligo a confesar que, desde niño, tuve la sensación de que al percibir grandes espacios también se dimensionaba la posibilidad de imaginar todo cuanto me viniera a la cabeza y además experimenté un estado de inanidad que se podía llenar con lo más absurdo que se me ocurriera. Este impacto ha sido perdurable ya que, escriba lo que escriba, siempre necesito desierto, una suerte de añoranza y de saber que estoy lejos de todo lo que vale la pena”.

Para el autor de Una de dos, Juguete de nadie y otras historias, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe y El amor es cobrizo, entre otros títulos, la literatura era la vida pero también un acopio de escenarios desconocidos que él, como escritor, debía transitar sabiendo que en ese camino iba a encontrar pantanos y valles.

“Pero la literatura es, por encima de todo, un asunto de talento y no de buenas intenciones. Lo que vale de todos los escritores no son sus pretensiones sino sus resultados”, decía Sada, y vaya si consiguió esos resultados.

Publicado en El Observador, Uruguay, 10/12/2011

Imagen: Daniel Sada

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