Monday, May 20, 2013

Katmandu, camino al infierno

Pablo Strubell

Drogas, drogas y más drogas. Viendo las cosas con perspectiva, parece que las motivaciones de los grandes viajes que se emprenden hoy en día respecto a los de los años 60 y 70 han cambiado mucho. Especialmente, en la ruta que llevaba desde Europa hacia Asia. Aquello, para muchos, era un viaje lisérgico continuo por países como Turquía, Irán o Pakistán, que finalizaba en los valles montañosos de Katmandu o en algún lugar remoto y perdido del continente asiático. De aquello que un día se denominó Hippie Trail, apenas queda el recuerdo y pocos viajeros que hoy emprenden ese camino lo hacen con las mismas intenciones que muchos de los que entonces lo hacían.


Kathmandu Camino al infierno narra la aventura de Tim, Dan y Fred, tres jóvenes sin pasta que a mediados de los 70 partieron desde el Reino Unido en un autobús destino a Nepal. En el camino se unió a su aventura un misterioso francés, dos chicas y la droga. Mucha droga. Hasta que algo fue mal, tremendamente mal, y su aventura y posibilidades de hacerse ricos se esfumaron. Veinticinco años después regresan al punto donde todo salió mal, a recuperar su dinero perdido, al reencuentro con sus propios fantasmas, a retomar la aventura allí donde la dejaron. Esta es la sinopsis de esta novela que arranca con intensidad en el Pakistán de 1976, en el valle del Swat, en una brutal escena de contrabando de hachís y opio.
Pero no todo son drogas en este libro. Ni mucho menos. En paralelo, y alternando capítulos, la historia nos lleva al Katmandu del año 2000, veinticuatro años más tarde. Los viajeros que hicieron ese viaje iniciático en un destartalado autobús reciben un misterioso e-mail reclamando su presencia en aquella ciudad, para liquidar su asunto de drogas. A partir de ahí la historia va dando saltos en el tiempo, jugando con el lector, en un viaje que combina acertadamente el presente y el pasado de la acción.
Este no es un relato de viaje. Es una novela viajera, una intensa ficción literaria muy bien ambientada en dos periodos no tan lejanos en el tiempo y que, sin embargo, a veces cuesta creer que sucedieron hace tan poco tiempo. Muchos viajeros mochileros se sentirán casi identificados con muchas de las situaciones que suceden. Averías en los transportes, intentos de soborno, corrupción o chantajes forman parte del universo de estos viajeros a lo largo del viaje. Con gran sencillez literaria, el autor consigue introducir al lector en el ambiente mochilero presente pero también en el de la época hippie. Amores fugaces, peleas, sadhus, hostales infectos, baile y fiestas, robos, crímenes y cárceles… El libro tiene todo lo que un buen relato de aventuras de mochileros debería tener y el resultado es una buena historia, que atrapa desde las primeras páginas y que poco a poco avanza hacia un sorprendente desenlace final, inesperado aunque, para mí, algo forzado.
Pero la historia no pierde ningún ápice de interés por ello al acabar su lectura. Con nuestros tres protagonistas y toda la troupe de secundarios, cuyas historias paralelas van superponiéndose a la trama principal y que hacen que la lectura resulte aún más amena, hemos viajado por el Kurdistán turco, el Irán del año 1976 (apenas unos años antes de la revolución islámica), la tribal Pakistán y, finalmente, la corrupta y caótica India.
El autor de esta obra es Tom Vater, un periodista viajero, que ha escrito libros de ficción y no ficción, guías de viaje, guiones para documentales y multitud de artículos periodísticos. Se nota que ha viajado mucho por Asia y esta, su primera novela, demuestra que conoce íntimamente el continente. Lo cual no quiere decir que sea pedante, en absoluto.
Su escritura es ágil, sencilla y directa. Económica, pues no se extiende innecesariamente, no busca ser un alarde literario. Gracias a ello consigue que devoremos sus páginas. La traducción, de Miguel Arraiz García, es correcta y presumiblemente mantiene el pulso y la frescura de la escritura original. Y es que el autor tiene esa cualidad de algunos escritores de conseguir describir con precisión lugares, gentes o costumbres con apenas unas palabras, en unos trazos, consiguiendo así, fácil y mágicamente, trasportarnos a aldeas remotas en Pakistán, clubs clandestinos de Irán, fronteras inquietantes de India... como la mejor literatura viajera.
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De LEER Y VIAJAR, 05/2013

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