PABLO GARCÍA GUERRERO
Anticapitalista, homosexual y enfermo de sida, Keith Haring murió a los treinta y dos años como un artista de éxito internacional, adorado por las élites culturales y extendidas por todo el mundo sus figuras pop como objetos publicitarios para el consumo de masas. París le dedica hasta el 18 de agosto una retrospectiva con más de doscientas obras, repartidas en dos espacios municipales antagónicos, el Museo de Arte Moderno y el 104, un Matadero de Madrid a pleno rendimiento y parece que rentable.
Keith Haring dibujaba muchas pollas, unas veces sólo hombres con pollas y otras veces pollas solitarias, pollas debatiendo o peleando entre ellas, pollas con poder. También tijeras cortando pollas, hombres tragados por pollas a la carrera que quizá son prepucios con forma de un hombre que corre. Sobre una tabla de tres metros de altura con forma de polla y de fondo rosa representa la historia de la esclavitud y el racismo, cadenas, hombres decapitados y torturados, cruces y signos del dólar. Dibuja decenas de hombres torturados, sin rostro. En muchos cuadros (en realidad, lonas de plástico de varios metros de longitud) aparecen un dólar todopoderoso, un gran televisor adorado por masas alienadas que alzan sus brazos hacia la pantalla, biblias abiertas de las que salen llamas y serpientes hambrientas, enormes cruces sodomizando a hombres sin rostro, y hombres sin rostro alienados adorando a un gran simio rey, un mono dios, como en otros cuadros-lonas hay un lobo rey venido del espacio que sodomiza a un hombre o también un hombre sodomiza al lobo o perro y de sus fauces abiertas salen otros lobos que atraviesan el cuerpo de otros hombres con pollas colgando y cruces clavadas en cerebros humeantes arrastrados por el suelo.
La represión sexual, la opresión del capitalismo, la amenaza nuclear, el apartheid en Suráfrica, el sida (un espermatozoide con cuernos de Lucifer), la soledad, el sufrimiento, el dolor. El colorido y las formas del cómic hacen agradable la visita. Hay muchos niños.
Calle limpia
La exposición con mayor número de obras se celebra en el Museo de Arte Moderno de París, un edificio soviético a la vera del Sena, frente a la torre Eiffel. Saliendo del metro Alma-Marceau hay una llama dorada que recuerda a Lady Di. Primero se le hace una foto a la llama y luego a la torre Eiffel. Cruzando el río, los puentes aparecen llenos de candados que representan el amor eterno e irrompible que se han jurado parejas que a lo mejor rompieron a la vuelta del viaje a París.
Por otro puente entre la torre Eiffel y Trocadero circula en dos filas un cortejo silencioso de tamiles. Denuncian el genocidio de su pueblo por parte del gobierno de Sri Lanka. Sri Lanka ha sido elegido “destino para visitar en 2013” por Lonely Planet. Un camión arrastra un muñeco vestido de blanco en representación de las cuarenta mil víctimas de la guerra. Hay rosas en las manos y banderas rojas de los Tigres Tamiles (organización terrorista para la Unión Europea), y a la derecha de Trocadero el cortejo se pierde silencioso bajo la lluvia, arrastrando al muñeco. Los periódicos no decían nada al día siguiente.
Como era la noche de los museos (que empieza a las seis de la tarde), la visita es gratis y eso atrae a mucha gente, incluido Pablo. Como las obras se prestan a ello, y los móviles llevan cámara de setecientos megapíxeles, todo es un ir y venir de manos y móviles para sacar fotos, como alguna de este artículo. El Museo de Arte Moderno de la Villa de París ofrece, a la vez, un concierto de jazz en el vestíbulo, una tienda con dependientas sonrientes y vigilantes negros o indios que te indican dónde queda el metro más cercano.
Calle sucia
Saliendo del metro Château-Rouge, welcome to Bamako, hay mercadillos improvisados, pescado en salazón, plátanos negros, frutas, raíces y tubérculos, cajas de cartón por el suelo, hombres bajo los toldos compartiendo cerveza en idiomas olvidados, mujeres de ojos cansados, pobreza. Por la calle Doudeauville todo recto, a través de la Goutte d’Or, se llega al 104 atravesando las vías de la Gare du Nord y luego de la Gare de l’Est. Unos niños esperan a que su madre termine de mear entre dos coches. Un joven del norte de África, jaleado por sus amigos del mismo origen, dispara proyectiles de plástico a tres chinos en chanclas y camiseta bajo la lluvia. En los puentes sobre las vías del tren el único candado que hay impide que abras las verjas y te electrocutes, peligro de muerte escrito en el cartel, con una estrella roja de cinco puntas de la que salen rayos negros. De color negro hay putas atechadas a la entrada del Carrefour, indios o pakistaníes o tamiles tostando cacahuetes, algún coche patrulla que pasa o se para, el agujero inmenso de París, decía Zola, hacia donde caen los restos, un sumidero, que a veces se satura, y salpica.
En el 104 se exponen las obras de Haring de formato gigante, en dos salas y un patio central con tres esculturas, ocho euros tarifa completa, y dejar el paraguas en el guardarropa. Siguen el sida y las cruces, las pollas y los hombres sufriendo. Parejas jóvenes, barbas cuidadas, niños de pelo largo dando por culo. Los únicos negros o indios o tamiles son, de nuevo, los vigilantes.
Keith Haring hacía obra pública, pintaba frescos en muros del Bronx, sobre carteles de una autopista contra el crack, en el metro de Nueva York, en un hospital de París y en una pared del Raval que ha desaparecido. Era obra pública y política, miedos de los años ochenta que ya no dan miedo, y un compromiso raro por las cosas de la vida, de la calle y para la calle. A la calle limpia nunca le han faltado artistas. La calle sucia, cansada, sigue ahí, esperando.
Keith Haring: the political line, exposición en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris y le 104, hasta el 18 de agosto del 2013.
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De NEVILLE, 21/05/2013
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