DANIEL A. PASQUIER RIVERO
Juan Rulfo hace 60 años donaba al mundo una de sus mejores obras, El llano en llamas. Corría 1953. El homenaje es justo. Es una obra consagrada; un clásico. Cuánta sencillez y cuánta complejidad.
Sencillez literaria, estilo pulcro, pulido y a la vez, tan real, tan pueblerino, tan llano. La complejidad está en el medio, en el entorno, en el momento, en él se mezclan motivaciones y explicaciones políticas junto a un torbellino de sentimientos. Después de todo, lo más importante es que la gente vive, y muere. Todo en una mezcla difícil de entender y de digerir.
Es una historia sentida muy próxima. Septiembre 2013 para la capital oriental es para unos la tierra donde ha nacido, quizás hasta crecido y de donde nunca ha salido. Todo, es Santa Cruz. De unos pocos cientos fundadores ahora emerge la urbe rondando los dos millones de pobladores y, si Dios no le da otro rumbo, pronta a alojar el doble. Como para sentirse orgulloso, piensan algunos. Para otros, la avalancha arrastró la Ciudad Vieja, como acostumbrara hacer el turbión.
La ciudad crece como su río, el Piraí, sin orillas. Soplada de norte casi todo el año; sorprendida con algún surazo de vez en cuando, a veces, hasta fuera de fecha, como los últimos de este año, en pleno mes de Feria. Es cuando los árboles florecen, confiando en la tranquilidad de los vientos para mostrar cómo se engalanan con variadas flores. Los vientos fuertes dan al traste con todo; a veces, hasta con las plantas y los mismos árboles. No hacen falta autoridades ni vecinos para quitar del lienzo unas cuantas paletas de colores; como si no amaran la tierra que los vio nacer y cobijó tantos años. Con el argumento de ensanchar una sola avenida caen cientos solo en unos días. La promesa existe. Se renovarán uno a uno hasta contar cientos de miles. Aunque eso es posible, ojalá sea verdad, siguiendo ejemplos de pueblos y sociedades más instruidas, cultas y sensibles, donde eriales han sido convertidos en paraísos. Y no tienen ni un poquito de lo mucho con que la Naturaleza nos ha dotado.
Hemos crecido sin maldad alrededor de este mar adentro, pensando que todo lo demás, geografía y gentes, tenían similar destino. Poco a poco tuvimos que darnos cuenta: era un sueño. Quedamos, por esas casualidades, atados a una humanidad distinta. Costó despertar y darse cuenta de que teníamos un entorno agreste, agresivo y violento. Que no sería fácil convivir por el resto del viaje en tranquilidad y armonía. Como debería ser: buscar la felicidad juntos. ¿Qué más habría después? El tiempo y el camposanto han demostrado lo contrario. La construcción de la convivencia en unidad ha sido ríspida, muchas veces, heroica. Y después de casi 452 años, Santa Cruz, esta tierra bendita, y sus pobladores, todavía buscan el camino hacia la comunidad de justicia y paz para lo que fue fundada. Más allá de sus recursos naturales, que no desmerecen los de otras regiones, hay un pueblo cuya generosidad, apertura, alegría, optimismo y deseo de progreso ha perfilado una verdadera identidad. Nadie imagina a estas alturas lo que ha costado llegar a lo que somos. Si los montes, los ríos y todo tipo de peligros se escondieron en el territorio cruceño, eso ha sido nada comparado con la maldad enfrentada ante estructuras que nunca nos quisieron bien. La historia guarda en sus anaqueles los detalles, para memoria de nuestros hijos. No es estilo del camba hacer alardes de dolor, como tampoco acostumbramos pagar plañideras. Cuando ha tocado llorar y curar heridas, lo hicimos en la intimidad. Los cruceños, ya hemos dado muestras de sobra del temple que estamos hechos.
Estas tierras polvorientas que a nadie interesaban se han convertido en la Tierra Prometida. Y si aquí han confluido sangre y cultura traídas por todos los vientos, ¡Bienvenidos! Para que cuando nos conozcan, y nos respeten, ayuden a alcanzar desarrollo, bienestar y felicidad para todos. Es un pueblo que ha hecho ley de la hospitalidad. Y se equivocan los que no entienden la franqueza, la extroversión del camba. Miren lo que hemos conseguido, y comparen. Un Índice de Desarrollo Humano por encima del promedio Latinoamericano, donde las labores priorizan el empleo y cuya matriz de desarrollo no es destruir “inmisericorde” la tierra en sus recursos agotables sino promover la explotación de lo sustentable. Nada de monocultivo, menos aún, cultivos nocivos para la gente. Pensamos en grande y eso solo puede estar ligado a hacer el bien antes que a la destrucción y el envenenar a la Humanidad.
Hemos roto la maldición de los siglos; hemos producido alimentos para nuestros hermanos y podemos llegar a todos; hemos roto el silencio de los pueblos que aborrecen el futuro; y lo hemos hecho con alegría, rompiendo paradigmas de gente y pueblos taciturnos, propensos a la mentira y la traición. Hemos abierto el corazón a “la gente que no habla de nada”, y que no se compromete a nada. Creemos en la palabra. Hemos roto ataduras de ignominia, el círculo fatal de la esclavitud determinada, de la vida y del más allá sombríos. No nos rebajamos al insulto, el único recurso al alcance de los castrados intelectuales y de quienes no nos conocen bien.
Evo presidente debe tratar de entendernos, lo mismo que la frondosa corte que le acompaña, entre burócratas y bufones. Santa Cruz es mucho más que disputas por poder; trasciende las huelgas y opiniones sobre complot separatista, el Censo o el gobierno central. Sabemos quién maneja los recursos de los bolivianos, el 88%, y sin embargo todavía quieren regatearnos las regalías, con las que despegamos en los años 60's; que están atentos al color de la piel y de las poleras, a veces, hasta de la rigidez del pelo. Pero, somos un pueblo de fe. Que ha aprendido a luchar y a amar. El PP Francisco ha recordado que “no se puede gobernar sin amor y sin humildad.” Bolivia necesita de Santa Cruz y de los cruceños. No queremos el llano en llamas.
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De El Día (Santa Cruz de la Sierra), 22/09/2013
Imagen: Escena de Fuego en la llanura (1959), de Kon Ichikawa
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