Tuesday, September 1, 2015

Las aventuras del señor Barriga y Amy Winehouse


Nicolás García Recoaro


Arriesgo que en este libro hay años de vida y hectolitros de bebida, sin estar lejos de la mentira tampoco está cerca de la verdad.” Así especula el poeta boliviano Julio Barriga en el breve prólogo que antepuso a El hombre que amaba a Amy Winehouse. Escritor de culto, etnógrafo autodidacta y poeta que ya tiene detrás una intensa obra poética, Barriga es uno de los secretos a gritos y susurros de la literatura contemporánea del país andino-amazónico. 
El hombre que amaba… es un libro que reúne los textos autobiográficos en prosa que escribió Barriga y que estaban dispersos desde mediados de los ’80 hasta la actualidad. Un híbrido a mitad de camino entre la crónica, las memorias, el relato corto y el diario íntimo. Relatos que habían sido publicados en diarios nacionales y en revistas contraculturales, pero hasta ahora circulaban, en su gran mayoría, sólo en fotocopias entre sus fieles lectores. Los 38 textos compilados en el volumen rescatan su historia familiar, su nomadismo imperecedero y su “devoción de viudo” por la cantante Amy Winehouse. Pero también trazan una alucinante cartografía de la bohemia boliviana de las últimas tres décadas. “Siendo su obra en verso esencialmente autorreferencial, estas prosas conmemorativas y testimoniales son la continuación del ajuste de cuentas consigo mismo: dejar todo cortado, medido y embalado para el final”, explica desde las alturas altiplánicas su editor, Fernando Barrientos. 
Barriga nació en 1956 en San Lucas, una localidad del departamento de Chuquisaca enclavada a pasitos de la frontera con la Argentina. Hijo de maestros rurales marcados por una gitana trashumancia en los años que siguieron a la revolución obrero-minero-campesina del ’52, Barriga pasó buena parte de una bucólica infancia de aquí para allá, entre San Lorenzo, Bermejo y Tarija. Después de terminar la secundaria, donde asumió el credo del rock más pesado, emprendió una arriesgada carrera de lecturas frenéticas y adoptó las ideas libertarias, y también conoció breve pero definitivamente la cárcel, condenado por  tenencia de marihuana. Luego Barriga decidió fugarse hacia La Paz, capital aymara del mundo antes de que lo fuera El Alto, y centro neurálgico de la vida literaria boliviana. Corrían los más tempranos años de la década de 1980. Tiempos de la narcodictadura de García Meza. Por entonces, se integró a la bohemia politizada de aquellos días encendidos, junto a escritores como Jorge Campero y Humberto Quino. Con ellos fundó pirotécnicas revistas de existencia efímera: Vidrio Molido, Papel Higiénico y Camarada Mauser. Fueron años de excesos, errancia y aun de portación de armas entre los líderes de movimientos literarios antagónicos. 
“No puedo trasladar la intensidad maníaca, casi suicida, de algunos momentos vividos a mi obra. O no he asumido seriamente un método, una disciplina, entrenamiento, más destrezas para expresarlo a cabalidad. Por otra parte, con la dedicación y el arduo oficio nunca hubiera podido adquirir esa vivencia intensa y border”, tatúa Barriga en “Vida/Obra”. Así, casi sin quererlo, al retratar esos años, Barriga se ha convertido en un etnógrafo graduado con altos honores en la renuente universidad de la calle. Al igual que Víctor Hugo Viscarra, el fallecido cronista del margen paceño, Barriga no entra y sale del campo, sino que narra desde su propia experiencia, sin dejar de lado las confesiones sobre sus demonios. Y en la demonología personal no faltan las adicciones. En sus derivas, el poeta retrata bares fantasmagóricos de Tarija, Chuquisaca y La Paz. Boliches de mala muerte como El Averno (favorito del poeta maldito Jaime Saenz y alguna vez visitado por Claudia Cardinale) y La Cámara de Gas (“tugurio excepcional y poético como la pena máxima”). Pero también interminables weekends en congresos anarquistas, “Woodstocks extemporáneos y de entrecasa”.
Barriga también repasa su ciclo de trabajos manuales. Fue albañil, jornalero y hasta policía judicial. Incluso vivió largos años en la Argentina, donde “siendo una basura de ciudadano”, también se ganó la vida como cartonero. En los retratos que le han hecho en estos últimos años en su residencia tarijeña, se puede apreciar a un Barriga con un look similar al último Macedonio Fernández. Finalmente, el autor ha aclarado en alguna entrevista, mezclando citas de Groucho Marx y de Oscar Wilde, que con este nuevo libro quiere demostrar que un poeta no es “sólo un imbécil que no sabe expresarse en prosa”. «

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De TIEMPO ARGENTINO, 01/09/2015

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