Monday, September 14, 2015

Sobre la traducción de algunos títulos

"Cuando yo era chico, ignorar el francés era ser casi analfabeto. Con el decurso de los años pasamos del francés al inglés y del inglés a la ignorancia, sin excluir la del propio castellano." J.L. Borges, Prólogos


Augusto Monterroso


En ninguna forma el tema de estas líneas será el de las divertidas equivocaciones en que incurren con frecuencia los traductores. Se ha escrito ya tanto sobre esto que es inútil hacerlo de nuevo. La experiencia humana no es acumulativa. Cada dos generaciones se plantearán y discutirán los mismos problemas y teorías, y siempre habrá tontos que traduzcan bien y sabios que de vez en cuando metan la pata.

Traducir no es cosa fácil

Desde que traté de traducir algo por primera vez, me convencí de que si con alguien hay que ser paciente y comprensivo es con los traductores, seres por lo general más bien melancólicos y dubitativos. Cuando, digamos, a media página me encontré consultando el diccionario en no menos de cinco ocasiones, sentí tanta compasión por quienes viven de ese trabajo que juré no ser nunca uno de ellos, a pesar de que finalmente he terminado traduciendo más de un libro.

Estamos en un mundo de traducciones del que hoy ya no podemos escapar. Lo que para Boscán era un pasatiempo cortesano, para Unamuno resultaba un imperativo ineludible. En el siglo XVI, Boscán se afanaba en dar a conocer a los españoles las leyes que dictan los buenos modales, puestas en orden por Baltasar Castligione; Unamuno, en el XX, las normas que rigen el comportamiento humano, según Arturo Schopenhauer. O sea, la diferencia que va de moverse en un salón de baile a hacerlo en el Universo.

Hay errores de traducción que enriquecen momentáneamente una obra mala. Es casi imposible encontrar los que puedan empobrecer una de genio: ni el más torpe traductor logrará estropear del todo una página de Cervantes, de Dante o de Montaigne. Por otra parte, si determinado texto es incapaz de resistir erratas o errores de traducción, ese texto no vale gran cosa. Los ripios con que el argentino Bartolomé Mitre se ayudó no enriquecen a La divina comedia, pero tampoco la echan a perder. No se puede.

En todo caso, es mejor leer a un autor importante mal traducido que no leerlo en absoluto. ¿Qué le va a suceder a Shakespeare si su traductor se salta una palabra difícil? Pero existen los que no lo leen, porque alguien les dijo que estaba mal traducido. Y los que esperaban aprender bien el francés para leer a Rabelais. Ridículo. Da igual leerlo en español. No se vale despreciar las traducciones de Chaucer cuando uno apenas puede con el Arcipreste de Hita. Por principio, toda traducción es buena. En cualquier caso, pasa con ellas lo que con las mujeres: de alguna manera son necesarias, aunque no todas sean perfectas.

La traducción de títulos

La traducción de títulos es cosa aparte. Los cambios que algunos experimentan al pasar de una lengua a otra generalmente no son errores del traductor. En ningún país de lengua española habrá quien ponga por título Odiseo al Ulises de Joyce. Alguien de la editorial no se lo permitiría. Digan lo que digan sus críticos es difícil que los editores se equivoquen. Si un título contemporáneo cambia totalmente, lo normal es que haya habido un acuerdo entre autor y editor. El gusto de verse traducido hace que al primero le importe muy poco cómo se llame su libro en otro idioma. Podría dar ahora una larga lista de títulos curiosamente traducidos, pero, como sé que están en la mente de todos, no lo voy a hacer y me concretaré a los siguientes:

1. La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo quién lo tradujo así, pero quienquiera que haya sido, merece un premio a la traición. Traducir The Importance of Being Earnest por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde. Claro que todo está implícito, pero se necesitaba cierto talento y malicia para cambiar being earnest —«ser honrado»— por «llamarse Ernesto». Es posible que la popularidad de Wilde en español comenzara por la extravagancia de ese título.

2. El otro día me acordaba de La piel de nuestros dientes, de Thornton Wilder. Cuando vi ese título por primera vez admiré, como de costumbre, a los estadounidenses por esa facultad tan suya de estar siempre inventando algo. ¿Cuándo tendríamos nosotros la audacia de titular así ya no digamos una obra de teatro, siquiera una clínica dental? Título original: The Skin of Our Teeth. Palabra por palabra: La piel de nuestros dientes, nombre que en México llevó al teatro a miles de personas. Imposible no acudir al diccionario. Encontré con alegría que en inglés «to escape with the skin of our teeth» significa, sencillamente, «escapar por poquito, salvarse por un pelo». Pero es evidente que si el traductor hubiera escogido algo como Por un pelito, ni él mismo hubiera ido a ver la puesta en escena.

3. Uno siente también cierta atracción irresistible hacia cualquier novela que se llame Otra vuelta de tuerca, como José Bianco tituló su excelente traducción de The Turn of the Screw de Henry James. En lugar de La vuelta del tornillo, que no quiere decir nada en español, Bianco cambió sabiamente la por otra y tornillo —screw— por «tuerca», con lo que Otra vuelta de tuerca quiere decir aún mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa extraña expresión como si todo el mundo —y ellos mismos— supieran su significado. Si Bianco hubiera querido dar el equivalente exacto, habría puesto algo tan vulgar como La coacción, lo que convertiría el título de una novela de fantasmas en algo vagamente gansteril o forense.

No cabe duda: el mejor amigo del traductor es el diccionario, siempre que éste no se halle en manos del lector. Según mi Oxford Advanced Learner’s Dictionary of Current English, «to give somebody another turn of the screw» significa «to force somebody to do something»: «forzar a alguien a hacer algo», coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry James? Aunque no diga nada en nuestro idioma, Otra vuelta de tuerca y se acabó. Y uno se lo agradece a Bianco. Y otros cometen el disparate de soltar ese dicho en contextos que no tienen nada que ver.

4. Por un morboso deseo de molestar a mis amigos —estímulo sin el cual prácticamente nadie escribiría— he dejado para el final la traducción del título de los títulos, el que con más entusiasmo han recibido, aceptado, adoptado y usado nuestros buenos poetas, novelistas, ensayistas, simples aficionados y, ¡ay!, genios a la altura de Jorge Luis Borges —lo que absuelve a todos los anteriores—; el título más sonoro y el que denota más enojo cuando hay que enojarse: El sonido y la furia de William Faulkner, que suena tan bien y sugiere tanto desde que alguien sin mucho amor al diccionario tradujo literalmente el pasaje de Macbeth en que éste propone que la vida es un cuento contado por un idiota, pero a quien jamás se le ocurrió que las palabras siguientes en que se apoya: «full of sound and fury», iban a ser traducidas por otro, quizá no tan idiota, pero quien ni de broma intentó preguntarse qué cosa fuera eso de un idiota «lleno de sonido y furia».

De las frases puestas en circulación por escritores, pocas he visto tan usadas como esa de «el sonido y la furia» que sean más «la piel de sus dientes», cuando se ven apurados, o su «otra vuelta de tuerca», si quieren ser enfáticos; pocas tan repetidas como ese sonido y esa furia que nunca estuvieron en la mente de Macbeth, o de Shakespeare —quien, incluso, añade «signifying nothing»— cuando las introdujo en contexto tan dramático, y que al mismo tiempo recuerden la importancia de ser curioso cuando de traducir títulos se trata. Como en los casos de Wilde, James y Wilder, Faulkner fue afortunado al usar una frase hecha, casi un refrán para titular uno de sus libros. No así quienes usan pomposamente la traducción literal del título del mismo.

¿Pero cómo no ser indulgentes con los amigos o meros mortales cuando el propio Borges, quien ha gastado 40 años estudiando el inglés y aun el celta, repite la misma distracción en el prólogo a su libro Prólogos —«los concretos cielos de Swedenborg, el sonido y la furia de Macbeth, la sonriente música de Macedonio Fernández»;(1) cuando Antonio Machado —Dios me perdone— en el mismo tono dice: «un cuento lleno de estruendo y furia»;(2) cuando a Astrana Marín le da miedo ser literal y en vez del «sonido y la furia» pone «con gran aparato»,(3) o cuando últimamente alguien convierte sound en «rumor» y fury en «cólera», o sea, algo ya no tan tremendo, sino apenas ese suave «rumor» y esa «cólera» un tanto mansa?

Por ahora yo sólo me atrevo a proponer a ustedes que vean en su Concise Oxford Dictionary lo que «sound and fury» quiere decir en el texto de Shakespeare: únicamente «bla, bla, bla». ¿Lo sabía Faulkner? Por supuesto, pues quien habla en su libro es efectivamente un idiota. En todo caso, es de suponer que el diccionario lo sabe bien. Ábranlo y encontrarán —algunos con cierto sonrojo, espero— en la página 1,203, segunda columna, línea cuatro, bajo la entrada «sound»: «mere words —sound & fury—». Esto es, «meras palabras», que nosotros decimos «bla, bla, bla», o sea, lo que en definitiva dice un idiota.

Y, probable y tristemente, la literatura en general.
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(1) Jorge Luis Borges, Prólogos, Buenos Aires: Torres Agüero Editor, 1975; p. 8.
(2) Antonio Machado, Juan de Mairena, Madrid: Clásicos Castalia, 1971; p. 250.
(3) William Shakespeare, Obras completas, Madrid: Aguilar, 1951; p. 1625



[Dibujo: Monterroso por él mismo - fuente: andrescapelan.blogspot.com]

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De SEPHATRAD, blog de Isac Nunes, 14/09/2015

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