Friday, March 22, 2019

Las mujeres de Cioran


JAIME PANQUEVA

en memoria de Franco Volpi

Estos son mis principios.
Si a usted no le gustan, tengo otros.
Groucho Marx

Hogar Internacional de Estudiantes del boulevard Saint-Michel, París ocupado por los nazis, 18 de noviembre de 1942. La fila para comer es larga y avanza con lentitud. Simone Boué está cada vez más cerca de lograrlo cuando un extranjero la aborda para preguntarle cómo llenar el cupón que debe entregarse antes de recibir los platos. Ella le explica con la paciencia propia de su profesión –está tomando un curso para dar clases después de haberse graduado en filología inglesa–. Él es rumano, lleva más de cinco años viviendo en París como estudiante, aunque ya supera la treintena, conoce el francés a la perfección y con esta maniobra ha obtenido dos cosas: un lugar preferente en la fila y ligar con la mujer que lo acompañará de ahora en adelante hasta el final de su vida. “Yo era salvaje y tímida [...] Él jamás habló de mí [...] Y yo tampoco, por nada en el mundo le hubiese hablado a mi familia de él”, declaró Simone Boué en 1995, durante la única entrevista que concedió a un medio francés. Él, E. M. Cioran, abandonó Rumanía con la excusa de una beca y unos estudios doctorales que nunca terminó. Vivía en hoteles del Quartier Latin en la época en que costearlo no implicaba la venta de algún órgano vital. Para entonces había publicado cuatro tratados sobre su visión de la vida y la filosofía en su idioma natal, entre ellos En las cimas de la desesperación. Además de un tratadillo, La transfiguración de Rumanía, en el que no duda en declararse admirador de Hitler y exhibir argumentos de corte antisemita. Un libro del que se arrepentirá muy pronto al observar el horror desatado en su país por la Guardia de Hierro y por las tropas alemanas en toda Europa.

Cioran y Simone comen juntos, la atracción crece, ambos comparten la misma enfermedad: el insomnio. “Para el insomneno hay diferencia entre la noche y el día, sino una especie de tiempo interminable.” Se convierten en pareja, aunque siguen viviendo separados, pasean en la noche por las calles y visitan con regularidad el Café de Flore, también frecuentado por Sartre, aunque con él no cruzan palabra. Simone conoce a sus amigos rumanos, Eugène Ionesco y Benjamin Fondane, este último terminaría su vida en un campo de exterminio algunos años después. Cioran, como lo confesará en su vejez, vivió desde su llegada a París, como un parásito de la universidad. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario con tal de no tener que ganarse la vida.

Al finalizar la guerra, Simone es asignada como maestra en Mulhouse, Alsacia. Cioran viaja con regularidad en bicicleta a visitarla. Trabaja en el Breviario de podredumbre y ha tomado una decisión crucial: abandonar su lengua materna para escribir solo en francés. El trabajo es arduo, después confesará haberlo reescrito cuatro veces. “Para mí, era verdaderamente un desafío la idea de que debía escribir como un francés, competir con los franceses en el manejo de su lengua.” Simone pronto es trasladada a colegios más cercanos a París: Orleans, Versalles y finalmente al liceo Montaigne junto a los jardines de Luxemburgo. A partir de entonces ella mecanografiará todos los escritos del filósofo, pues él solo escribía a mano.

La experiencia vital no trasciende hacia sus pensamientos y postura intelectual:

El amor, un encuentro de dos salivas... Todos los sentimientos extraen su absoluto de la miseria de las glándulas. No hay nobleza sino en la negación de la existencia, en una sonrisa que domina paisajes aniquilados.

Tras el Breviario, aparecerá Silogismos de la amargura en 1952. Un fiasco: vendió doscientos ejemplares en diez años, Gallimard embodegó toda la edición. De sus libros hoy es el que más se reedita. Entonces, el autor se negó a seguir escribiendo y Simone se encargaría del sustento de ese hogar. “Si un escritor vive con una mujer que gana dinero, es un proxeneta. En ese sentido yo también he sido un proxeneta”, declarará Cioran décadas después. Gracias a Jean Paulhan, director de la Nouvelle Revue Française, quien le encargaba ensayos con regularidad, Cioran se mantuvo activo y produjo textos para posteriores libros. Lentamente sus textos encuentran lectores. Paul Celan lo traduce al alemán y lo da a conocer en su país. Dado su extremo escepticismo y crítica contra todo sistema político, sus escritos son prohibidos en Rumanía bajo la férrea influencia soviética.

Cioran piensa y escribe con la ilusión de permanecer en el anonimato y abandona su barril, como Diógenes, para dar largos paseos nocturnos por la ciudad (aunque Cioran iba desprovisto de linterna), y para conversar con sus amigos, Ionesco, Beckett o Michaux. No le interesa asumir ningún puesto académico, ni se preocupa por dar conferencias o conocer países lejanos, nunca sube a un avión. “No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale más que tratar de llenarlas.”

Simone mantiene la economía familiar con su trabajo de profesora y se encarga de los más mínimos detalles del hogar. A comienzos de los setenta se mudan a un par de chambres de bonne en el sexto piso del número 21 de la Rue l’Odéon, a unas calles de los jardines de Luxemburgo, lugar favorito de sus caminatas. La vivienda carecía de elevador y estaba conformada por un baño compartido con otros departamentos, un estudio, al que solo podía entrar Cioran, una exigua cocina y dos habitaciones que hacían las veces de comedor, sala y dormitorio.

El renombre del escritor solitario, apátrida y pesimista, del filósofo aullador, como se autodenominaba, se extiende por el mundo. Fernando Savater se encarga de traducirlo e introducir sus textos en nuestro idioma.

Iremos ahora al año de 1981. Cuando Cioran se encontraba en el umbral de los setenta años, una joven profesora de filosofía de Colonia, Friedgard Thoma, le envía una carta para expresar su admiración, compara algunos de sus escritos con los de Büchner y Walser, encuentra su trabajo “edificante y regenerador”. Contra todo pronóstico, Friedgard recibe una carta manuscrita del filósofo escrita en un alemán bastante correcto que finaliza con una invitación a un encuentro personal en París. A vuelta de correo, Cioran recibirá un libro de regalo, una carta en la que Friedgard hace gala de su inteligencia y cultura, y una foto (gran sutileza femenina). Misma que, posteriormente sabremos, será el detonante de su obsesión.

El intercambio epistolar se hará frecuente y logrará su punto álgido tras la visita a París de Friedgard. Ella se aloja en un hotel cercano al departamento de Cioran y le acompaña en sus devenires por la ciudad. El filósofo viejo y escéptico aúlla, esta vez por un amor voluptuoso e imposible; sus cartas a partir de entonces nos muestran al Cioran humano, demasiado humano, quizás.

Con usted me gustaría hablar en la cama sobre Lenz. Lástima que no viva sola cerca de aquí. La alegría de haberla conocido se presenta como una prueba y también como un golpe. Me gustaría terminar con un aforismo irónico, pero no puedo.

La sensualidad en la senectud se proyecta en Cioran como un desgarrador canto de cisne. La imagen que había construido de sí mismo en sus escritos se resquebraja. “Se puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como nihilista, y sin embargo enamorarse como el mayor idiota”, desliza en una entrevista, quizás una forma de desahogo, pues el asunto se mantuvo mucho tiempo en secreto.

El amor incandescente de Cioran se atempera a lo largo de los meses gracias a la magistral intervención de Friedgard y Simone. La amistad se conserva intacta durante más de una década. La alemana, enferma de cáncer, sigue recibiendo durante su tratamiento amables misivas del filósofo casi octogenario, que nunca la anima a suicidarse. Ella logra restablecerse, pero otra temible enfermedad empieza a devorar la memoria del viejo. En el otoño de 1992 durante una visita Friedgard lo acompaña al cementerio de Montparnasse, él desea visitar la tumba que Simone ha comprado para cuando llegue el momento.
Cuando cree encontrarla se extraña de que aún no tenga su nombre. Es el último encuentro en la cordura. Menos de un año después será hospitalizado tras caer en su hogar, para ser luego internado por demencia.

Simone, tras la larga agonía de Cioran que finaliza en 1995, encontrará los cuadernos con sus escritos de los años cincuenta a setenta y hará la última transcripción para Gallimard. Una vez completado el trabajo, dos años después, la fiel compañera morirá ahogada en el mar cerca de su ciudad natal. Aunque hubo especulaciones sobre un suicidio, Friedgard asegura que fue algún tipo de accidente, pues habían planeado encontrarse nuevamente en París.

En 2001, Friedgard publica los textos de las cartas en un libro, Un amor de Cioran. Por nada en el mundo, editado por Weidle Verlag. En él da cuenta, con la objetividad y minuciosidad propia de los alemanes, de sus encuentros con Cioran y luego con Simone Boué, de quien se volvió amiga muy pronto. Asimismo es una fuente generosa de descripciones sobre las manías y los gustos del viejo aullador.

Según la entrevista que hice a la otrora joven profesora, el libro molestó a una antigua adepta de Cioran, Verena von der Heyden-Rynsch. Comenta Friedgard:

Cioran tenía miedo de la influencia de Verena en la gran casa editora Gallimard. No osaba rechazar las traducciones que ella hacía al alemán, a pesar de ser malas, porque consideraba que Verena era muy rica e influyente.

Se inicia un juicio por derechos de autor en Múnich, hogar de Verena. Fácilmente podrán adivinar quién compareció como único testigo. En la primera instancia venció la filósofa, pero en la apelación, con la ayuda de Yannick Guillou, editor de Gallimard, quien ostentaba los derechos morales de la obra de Cioran, Verena logra que las cosas se compliquen. Una de las exigencias de los demandantes consiste en retirar ocho cartas del texto que contenían pasajes relativamente inocuos, confesiones sobre una inclinación a la bebida que nunca se cristalizó, su abandono del escepticismo, diversas expresiones de deseos poco convencionales, algunos sexuales, otros no. No se llega a ningún acuerdo. El veredicto final retira de inmediato el libro del mercado.

Por fortuna la historia no termina aquí. Un reconocido profesor de filosofía, Franco Volpi, fallecido hace un par de años, reseñó la versión alemana del libro en Italia. Unos años después del proceso judicial, unos editores se pusieron en contacto con Friedgard para ofrecer una impresión italiana que, gracias a algunas argucias legales, pudo incluir todos los textos. Al mismo tiempo se realizó una traducción más breve en rumano, que también ha causado problemas. Siegfried declara:

En Rumanía se tradujo mi libro en contra de la voluntad del Sr. Liiceanu, editor influyente y autor relacionado con Gallimard... El Instituto Rumano de Cultura de Roma impidió el año pasado que diera una conferencia, y también una invitación a Viena fue bloqueada por una organización rumana. Es correcto que muchos fans de Cioran lo ven como un gurú, que debe permanecer santo en un pedestal... Pero en mi libro no lo está y ese es el principal motivo del barullo armado por Verena, Gallimard, etc.

Friedgard tiene como gran virtud haber actuado en contraposición a la Filis seductora de Aristóteles; ella supo convertir la pasión senil de Cioran en una amistad formidable con uno de los mayores gurús filosóficos del siglo XX.

Esta fue la historia de un hombre y de las mujeres que lo acompañaron y libraron batallas por preservar su memoria después de muerto. De un libro perseguido que posiblemente se traduzca al español (ese es el final que aún no vislumbro). Quizás lo más adecuado sea terminar con una nueva cita del filósofo:

Prefiero a las mujeres que a los hombres. ¿Sabe por qué? Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Es un ser infinitamente más mórbido y enfermo que el hombre. Resiente más, incluso cosas que un hombre no puede sentir.

Con seguridad tras la lectura de Un amor de Cioran. Por nada en el mundo este tipo de comentarios adquirirá un nuevo sentido.*



* Agradezco a Friedgard Thoma por la amable atención a mis correos electrónicos y por facilitar el material para este artículo. También a la filósofa Julieta Lomelí Balver, exalumna de Franco Volpi, por haberme introducido en este tema.


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De LETRAS LIBRES, 07/11/2011


1 comment:

  1. Qué buen artículo, querido Claudio. Un abrazo grande desde el Ñuble.

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