AMELIA SERRALLER
CALVO
En sus
últimas ediciones, el Premio Nobel de Literatura ha deparado muchas sorpresas.
Empezó por desafiar el concepto tradicional de literatura, ampliando su alcance
al galardonar en 2015 a la reportera bielorrusa Svetlana Aleksiévich y al cantante Bob Dylan al año
siguiente, cuyas incendiarias letras siguen levantando ampollas entre quienes
consideran la poesía como una torre de marfil ajena a las transformaciones
sociales.
Después de
que escritores de la talla de Mario Vargas Llosa elevaran la temperatura del
debate criticando el galardón al cantautor, la Academia sueca no concedió el
premio el año pasado, como repulsa a la conducta inapropiada de algunos
miembros. En 2019 se recupera la tradición y se otorgan dos reconocimientos: a
la escritora polaca Olga Tokarczuk, ganadora de la edición fantasma de
2018, y al austriaco Peter Handke, vencedor del año en curso.
Con su decisión
demuestra el jurado que no le tiembla el pulso: Olga Tokarczuk era ya una
escritora consolidada en Centroeuropa y en fulgurante ascenso en el mundo
anglosajón, pero polémica en Polonia y menos conocida por otras latitudes. Y si
bien Handke, a quien Ignacio Castro Rey dedicó en estas páginas una
amplia semblanza, cuenta con una dilatada y prestigiosa carrera, es pasto de la
prensa amarilla desde que manifestara sus simpatías serbias durante la Guerra
de los Balcanes.
Con ello la
Academia es coherente en su apuesta por abrir la mente y la mirada a otras
literaturas de países “pequeños”, sin dejar que la tiranía de lo políticamente
correcto le ate de pies y manos. En concreto, la cultura polaca está en plena
ebullición, y no solo por sus venerables gigantes de la poesía (los
archilaureados Miłosz, Szymborska y los agraviados sin el Nobel Herbert,
Różewicz y un Zagajewski que sigue omnipresente entre los candidatos). Como
otros miembros del antiguo Bloque Comunista, en Polonia el libro es un artículo
de primera necesidad y por tanto más barato que en los países más globalizados.
Ello es mérito en parte de escritores como Tokarczuk, cuya capacidad para
retratar el mundo en el que vivimos y al que aún los sociólogos se esfuerzan
por descifrar y categorizar, conecta con diferentes generaciones.
Nacida en
1966 en Sulechów, pequeña localidad en la región fronteriza de la Baja Silesia,
Tokarczuk debutó en 1979 bajó el pseudónimo de Natasza Borodin, publicando
relatos en la revista juvenil Na przełaj. No obstante, hay que
esperar diez años para su primer libro editado, esta vez como poeta. La fecha
no pudo ser más relevante, 1989, el año en el que cayó el Telón de Acero. Hasta
el momento, La ciudad en sus espejos es el único poemario
firmado por Olga Tokarczuk.
Tras cuatro
años de silencio, en 1993 retomó su carrera con El viaje de las gentes
del libro, su primera novela, que reúne muchas de las claves de su
obra posterior. Me refiero a su fascinación por la historia –está ambientada en
el siglo XVII, pero el francés y el español–, sus inquietudes metafísicas
(narrar una fallida expedición en pos de la verdad, es decir, el libro sagrado
para las religiones monoteístas), o la recurrencia del viaje como metáfora del
cambio y las identidades múltiples que habitan en cada persona.
Una vez
encontrado el género, en 1995 publicó su segunda novela, E.E. Esta
vez Tokarczuk acerca el tiempo y el espacio de su relato, pues la acción
transcurre a principios del siglo XX en Breslavia, ciudad de su Baja Silesia
natal entonces alemana, y actualmente la urbe polaca que experimenta un mayor
crecimiento. La protagonista Erna Eltzner (de ahí las siglas del título) tiene
dotes parapsicológicos y pertenece a una familia germano—polaca, como tantos
otros habitantes de la región. Por tanto, el subgénero cultivado por la
“camaleón” que es Tokarczuk es ahora la novela fantástica, propicia para el
debate entre ciencia y superstición que la autora plantea.
Con todo,
la fama le llegó a Tokarczuk con su tercera novela, Un lugar llamado
Antaño (1996, editada por Lumen y traducida en 2001 por Esther Rabasco
Macías y Bogumila Wyrzykowska). En ella, la autora crea su particular Macondo,
un pueblecito imaginario en el centro de Polonia que bautiza como Antaño. El
libro abarca ocho décadas de convulsa historia europea, y es una saga de tres
generaciones de dos familias con la Primera Guerra Mundial como pistoletazo de
salida. Si bien las tierras polacas se hallaban en pleno ojo del huracán (God´s
Playground, en palabras de Norman Davies), la escritora crea un espacio
mítico en el que un Dios egoísta se aburre de la humanidad y el protagonismo
recae más bien en los personajes femeninos, catalizadores de la acción. Comenta
Jarosław Klejnocki en su prólogo a la edición polaca “Tokarczuk no basa su
trama en los grandes acontecimientos (…) sino que adopta la perspectiva del
individuo”. Son los pequeños detalles, como una máquina de café o las
pesadillas que se narran en la cocina, los que le confieren autenticidad.
Antaño no es solo un fresco polifónico del siglo XX polaco, sino una metáfora
del mundo.
Tras
recibir el Premio Kościelski y la nominación al Nike por esta incursión en el
realismo mágico, Tokarczuk vuelve al relato en El armario (Szafa, 1997).
Un año más tarde retoma la narrativa de largo aliento con Casa diurna,
casa nocturna, primer libro traducido al inglés que es un crisol de
las historias más variopintas, hasta el punto que se discute si es o no una
novela. Poco después emerge la Tokarczuk ensayista en Lalka i perła (La
muñeca y la perla), su particular reinterpretación de la gran novela
del Positivismo polaco con permiso de Sienkiewicz, La muñeca –Krk
Ediciones, traducción de Agata Orzeszek Sujak– de Bolesław Prus.
Posteriormente, ha vuelto a publicar una colección de ensayos titulada El
momento del oso (2012). Y es que, con excepción de la
poesía, la escritora no suele abandonar los géneros que toca. De ahí que en
2001 vuelva la Tokarczuk cuentista con Gra na wielu bębenkach, que
podría traducirse como Concierto para varios tambores.
Más tarde,
en 2004 recuperó parte de sus raíces ucranianas en Historias
últimas, que refiere las experiencias de tres mujeres de la misma
familia: abuela, madre e hija. Dos años después, su interés por la muerte y la
mitología sumeria fructificaron en Anna Inn en los sepulcros del mundo (Anna
Inn w grobowcach świata)
En otoño de
2007 apareció la novela Bieguni (Errantes, recién
traducida al castellano por Agata Orzeszek Sujak y al catalán por Xavier
Farré), una reflexión filosófica sobre el hecho de viajar y el destino humano,
cuyo título es una referencia a Crimen y castigo de
Dostoievski. Este libro recibió el prestigioso Man Booker Prize y catapultó a
la fama internacional a su autora.
Pero ¿en
qué sentido es Tokarczuk una persona de su tiempo? Desde luego, no en el del
oportunismo. A comienzos de los noventa, justo después de la transición polaca
al capitalismo, era toda una excentricidad situar la ecología y el feminismo en
el centro de una ideología política. Nadie hablaba aún del calentamiento
global, y sin embargo, la preocupación por el medio ambiente era una necesidad
imperiosa en Polonia, donde la lluvia ácida, la crisis de las minas y el uso de
combustibles tóxicos hacían estragos. En este caso, la autora claramente se
anticipa introduciendo temas en el debate político, evitando que la
autocomplacencia por el fin del régimen comunista y el desarrollo económico
mine la capacidad para la autocrítica o silencie el auge del nacionalismo
violento. Andrzej Stasiuk, Jerzy Pilch o Jacek Dukaj son otros autores
marcadamente costumbristas que encuentran su principal fuente de inspiración en
la provincia y los intrincados caminos de la historia polaca. Y sin embargo,
ninguno tiene el eco mediático de Tokarczuk.
Pero es que
además la Premio Nobel resulta particularmente inspiradora. Así, la cineasta
polaca Agnieszka Holland decidió adaptar al cine su novela de 2009 Sobre
los huesos de los muertos (traducida por Abel Murcia en Siruela), en la que
una trama de novela negra se funde con abundantes citas escatológicas de
William Blake. La película se llama Spoor (El rastro), y su
encendida defensa por los derechos de los animales casa muy bien con el décimo
aniversario que celebramos en FronteraD, articulado en torno a
la compasión y las libertades fundamentales. Quienes lean el libro o vean la
película se sorprenderán porque está protagonizada por una mujer de mediana
edad, Janina Duszejko, quien, harta de la caza furtiva y de ser ignorada en una
sociedad violenta y patriarcal, decide tomarse la justicia por su mano. De esta
denuncia de la incomunicación es deudora la saga criminal de Lipowo que firma
todo un bestseller de la novela negra como Katarzyna Puzyńska,
cuyas Mariposas heladas (traducción de Francisco Villaverde)
y Más rojo sangre –cotraducida por Ana Quintario y Amelia
Serraller– ha editado recientemente Maeva.
Por su parte,
dos de los relatos de su ya mencionado Concierto para varios
tambores han inspirado sendas películas: Żurek de
Ryszard Brylski y Aria Diva de Agnieszka Smoczyńska.
Una vez
consagrada, Tokarczuk volvió a provocar con su voluminosa novela Los
libros de Jacob (2014), que le valió ser amenazada de
muerte por fanáticos ultranacionalistas y las críticas de un sector del partido
en el gobierno en Polonia, Ley y Justicia. Con esta extensa obra Tokarczuk se
demuestra sobrada de inspiración y valentía, al tratar un polémico episodio
casi enterrado en la memoria colectiva: la herejía del judío polaco Jakub Frank quien en el siglo XVIII se
autoproclamó Mesías y, perseguido por ello, su vida y la de sus fieles fue una
continua huida con sucesivas conversiones al Islam y al catolicismo para evitar
la muerte.
Los dos
últimos libros de esta “psicoterapeuta del pasado” –según sus propias palabras–
son muy recientes, Alma perdida en 2017 y Relatos
bizarros en 2018. Gracias al Premio Nobel no tardarán en ser
traducidos, y sería una pena anticipar su magia...
Licenciada
en psicología y seguidora de Jung, la capacidad de Tokarczuk para caracterizar
rápidamente a sus personajes, su sutil sentido del humor, la profusión de
nombres parlantes y motivos metaliterarios, su mezcla de realidad y fantasía y
el impecable y ágil fluir de su frase son signos reconocibles de su estilo. La
huella de sus inicios poéticos está patente en la estilización del lenguaje,
cuya fuerza y eficacia le ayuda a la escritora a subvertir los valores
establecidos. Gracias a la erudición y originalidad que derrocha Tokarczuk, el
lector admite que personajes marginados por nuestra sociedad y acciones
cuestionables como la eutanasia sean presentados como modelos de conducta.
Hablamos de una narradora madura e inconformista que escribe desde hace
cuarenta años, con dieciséis libros en su haber.
No estamos
por tanto ante una flor de un día, un premio prematuro ni un guiño al
movimiento Me too. Al contrario, en las antípodas de las
estructuras de poder y de cualquier lobby encontrarán el
universo literario de Olga Tokarczuk. Ahí precisamente radica toda su fuerza y
su frescura. Por eso, antes de reproducir opiniones ajenas, atrévanse a leer y
juzgar por sí mismos. Les garantizo que no se aburrirán. Y que el falso
estereotipo de una Polonia atrasada y gris, sumisa víctima de la historia,
saltará en mil pedazos…
_____
De FRONTERA
D, 12/11/2019
No comments:
Post a Comment