Diana Cofşinski
Para
Canisius el verdadero ideal de su vida fue el arte del grabado y la pintura. Su
pequeño taller parecía un laboratorio subterráneo dentro del Museo de Ciencias
Naturales de Bucarest
Cada uno deja una huella, y lo que recuerda
es esa cicatriz o esa huella, antes que a ese
hombre en su existencia cotidiana.
Marguerite Yourcenar
Un cuadro
que, desde hace años, estaba colgado en la pared de mi cuarto de estar,
transmitía una luz especial, a la vez que mostraba el paso del tiempo de los
objetos que existían alrededor. El cuadro, un grabado a lápiz (en carbón), era
un dibujo que representaba a una misteriosa silueta: la de una mujer, en blanco
y negro, lo que le confería más misterio todavía. Las finas líneas de expresión
dibujaban una mujer que parecía dormida, con sus párpados cerrados, hacía que
no se pudieran apreciar sus grandes ojos azules. Hace días, pensando en ella,
me acordé de que la había conocido y vuelto a encontrar brevemente durante una
visita familiar, un año antes de su desaparición. Ejercía una gran fascinación,
tenía una sonrisa que seducía a cuántos la observaban. De mirada profunda y
soñadora, parecía guardar un mundo secreto dentro de sí. Siempre me miraba con
cierta apreciación, mientras aseguraba que me parecía cada vez más a mi padre.
Nació en 1899 y había estudiado interpretación en Bucarest e Italia, y música
en el Conservatorio de la capital rumana. Pensaba que un día llegaría a ser
actriz, lo que desafortunadamente, por circunstancias de la vida, nunca
sucedió. Amaba el teatro, el arte de la declamación y la literatura. Guardaba
un diario donde cada día escribía sobre su vida, sus sueños y sus fracasos
sentimentales, aunque se casó tres veces. Adoraba también el francés, idioma
que hablaba con fluidez, y el arte, las exposiciones de pintura, a las que
acudía en compañía de su profesora y amiga, Fragola Canisius. La mujer, de
nombre Nathalia (Thalía, para los amigos), una de las hijas del renombrado
arquitecto rumano de origen polaco Ziegfried Kofszynski, fue la modelo
predilecta del pintor Richard Canisius, quien la retrató en varios cuadros.
Un día
descubrí una multitud de imágenes, impresas en un material de una dureza
extrema, metal: paisajes, casas de campo tradicionales, viejas casas de los
arrabales, molinos de antaño, arboledas, praderas, bosques, retratos de
paisanos, castillos, palacios, plazas, góndolas y lagunas venecianas, naves, y
muchos motivos más. A pesar de su dureza, la fuerza del metal y la fragilidad
de la imagen combinaban perfectamente, creando la impresión de gran viveza que
sorprendía por su belleza. Era una colección de estampas, en planchas de cobre,
que el pintor Canisius había dejado a Thalía, la tía de mi padre, quien la
guardó con mucho esmero. Ella dejó la colección en herencia a mi padre poco
antes de morir. Hoy en día esas imágenes pertenecen ya a un mundo perdido
en las nieblas del pasado, abandonado como la misma técnica que las creó: el
grabado en planchas de cobre. Quedan sólo las huellas de un hombre y un arte
que, por sus dificultades, ha dejado de ser empleado por los artistas
plásticos. Emprendemos nuestro viaje para descubrir al artista que amaba el arte
por encima de todo, a pesar de sus difíciles procedimientos técnicos.
Richard
Canisius nació en Berlín en 1872, en el seno de una familia acomodada donde el
arte estuvo siempre presente. Su padre, G. Canisius, era escultor y, desde
pequeño, Richard solía visitar su taller para verle trabajando en sus
esculturas. Se asombraba al contemplar cómo la piedra podía cobrar vida. Por su
dureza, le parecía imposible que se convirtiera en algo capaz de transmitir
emociones. Allí tuvo lugar su primer contacto con las formas esculturales y el
dibujo, lo que despertó en el muchacho un gran deseo de estudiar, pero no para
ser escultor sino pintor-grabador. El amor por el grabado surgió en su Berlín
natal, nacido de la inmensa admiración que profesaba por el padre del grabado
alemán, Alberto Durero.
Contó con
todo el apoyo de su familia, especialmente de su padre, quien era el que mejor
le entendía. Tenían una relación muy especial, no sólo de padre e hijo, sino
también de artistas, algo que para él era sumamente importante. Sabemos que no
siempre ocurre así. ¡Cuánto le costó a Miguel Ángel convencer a su padre de que
lo suyo era la escultura!
En 1895 se
licenció por la Academia de Bellas Artes de Berlín. Su tesis de licenciatura
fue representada por el grabado titulado Cabeza de adolescente, obra
que, ulteriormente, fue adquirida por la Academia de la República Popular de
Rumanía, en 1957. Fue alumno de la Escuela de Núremberg, fundada por Alberto
Durero, donde aprendió todas las técnicas del grabado alemán. Más tarde tuvo la
oportunidad de viajar a varias ciudades europeas, como Múnich, París o Viena.
Después de
un período de viajes, donde tuvo la oportunidad de presentar sus obras en
ciudades como París, Leipzig o Varsovia, llegó a Rumanía en 1907 para reencontrarse
con su amigo de la infancia, Gustav Thais, originario de Berlín, dueño de una
farmacia, que había establecido su residencia en Bucarest. Canisius descubrió
un nuevo país y se enamoró de todo lo que le rodeaba. Las montañas, los
paisajes, los castillos, los paisanos, la gente, la comida, y decidió quedarse
en Rumanía. En muchas ocasiones declamaba, como su maestro, Alberto Durero: “No
sé lo que es la belleza, pero la veo por todas partes”. Muy pronto
iba a ser nombrado profesor de dibujo en la escuela alemana de Bucarest.
En Rumanía,
desde finales del siglo XIX hasta su participación en la Primera Guerra
Mundial, se desarrollaba el periodo conocido como La Belle Époque.
En ese período el tradicionalismo y el modernismo estaban en una dura
confrontación permanente. El arte de los años inmediatamente posteriores a 1900
era el arte de aquellos artistas que habían vuelto a su país, después de haber
estudiado en el extranjero, en ciudades como París, Múnich, Viena o Venecia.
Los más importantes fueron los pintores Ștefan Luchian, Nicolae Vermont,
Hipolit Strâmbulescu, Ștefan Popescu, Nicolae Tonitza, Kimon Loghi, Gheorghe
Petraşcu y Cecilia Cuțescu-Storck. Antes de la Gran Guerra en el arte rumano se
reunían tendencias primitivistas, expresionistas o fauvistas, pero no cubistas.
Uno de los problemas teóricos que más pasiones suscitaba en aquellos tiempos
era el relacionado con la identidad nacional.
El arte en
Rumanía había tenido grandes representantes que iban a influir, posteriormente,
en la pintura de inicios de siglo XX. Dos de las figuras más destacadas eran
Nicolae Grigorescu (1838-1907) y Theodor Aman (1831-1891), ambos licenciados
por La Escuela de Bellas Artes de París.
En la
pintura rumana, en el período interbélico, se distinguían tres fuentes de
inspiración: el lirismo del pintor Nicolae Grigorescu, la influencia de las
nuevas corrientes en el arte europeo y la interpretación moderna de la
tradición culta y popular, lo que había influido tanto en la pintura como en la
escultura y en el grabado, dando lugar a elementos artísticos modernos.
En su
calidad de pintor-grabador, Richard Canisius empezó a mostrar sus obras en
distintas exposiciones individuales o colectivas. Empezó a tomar parte activa
en la vida artística de la capital bucarestina. La Maison d´Art de Bucarest y
Los Salones Oficiales de la sociedad La Juventud Artística (Tinerimea
Artistică), eran los principales lugares que promovían a los artistas, en el
Bucarest de aquellos tiempos. La Juventud Artística, a la que
pertenecía Canisius, fue fundada en 1901 por un grupo de pintores de la época,
como Nicolae Vermont, Arthur Verona, Frederic Storck, Gheorghe Petraşcu, Oscar
Spathe, Ştefan Luchian, Contantin Artachino, y también el escultor Constantin
Brâncuşi. La reina María aceptó, entusiasmada, ser la presidenta honorífica de
La Juventud Artística, cuyo propósito era el bienestar de las artes plásticas
en Rumanía, involucrándose en el debate entre las diferentes corrientes
artísticas, apostando siempre por la generación joven. Bajo su patrocinio, la
sociedad logró apoyar grandes iniciativas y promovió a los artistas más
jóvenes, incentivando la creación y la participación de éstos en exposiciones
internacionales, donde el arte rumano cosechó numerosos éxitos.
María
Alejandra Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha, nieta de la reina Victoria del
Reino Unido, se casó con el príncipe Fernando, heredero del rey Carlos I de
Rumania. Fue alteza real, princesa heredera de Rumanía entre 1914 y 1927 y su
majestad, la reina María entre 1927 y 1938. Murió en 1938, en el castillo de
Pelisor, en Sinaia y su corazón fue depositado, por deseo propio, en una caja
de plata, en la pequeña capilla Stella Maris, en la ciudad de Balchik.
La Juventud
Artística militaba por un arte realista, de la vida cotidiana de la gente, de
los paisanos, y de los ciudadanos de a pie, con un gran entusiasmo y un fuerte
deseo de poder introducir un espíritu moderno. Pero quien logró asentar las
bases de la sociedad fue el pintor Hipolit Strâmbulescu, amigo de Canisius y
del arquitecto Ziegfried Kofszynski, quien se licenció por la Escuela de Bellas
Artes de París. Strâmbulescu era un pintor muy conocido por haber realizado un
maravilloso retrato a la reina María.
En su libro
autobiográfico Los apuntes de un amateur de arte, Krikor H.
Zambaccian (fundador del Museo Zambaccian de Bucarest) escribió que La Juventud
Artística tenía una gran resonancia entre los amantes del arte. Las
exposiciones que se sucedían, una tras otra, anualmente, pretendían
corresponder a otras manifestaciones artísticas como las llamadas Secession,
que se celebraban por aquel entonces, en la ciudad de Viena.
Los
viajes de Canisius
Para
intentar rehacer su camino en el extranjero partimos a la búsqueda
de sus huellas, en Italia, concretamente en Venecia, la reina de las lagunas.
En una de sus entrevistas, el pintor confesaba que, en sus viajes, siempre
intentó aprender y asimilar conocimientos de los grandes maestros, que conocían
y empleaban la técnica correcta, específica para el grabado. Venecia, una
ciudad distinta a todas las demás, impresionó al pintor por su monumentalidad y
la grandiosidad de sus edificios, la multitud de sus canales y puentes y sus
únicas y numerosas lagunas, que dejó plasmados en sus cuadros. Sus paisajes
preferidos se pueden reconocer a través de los títulos de sus obras, como La
Plaza San Marco, El Palacio Ducal, Barcas con velas en Venecia, Las Lagunas en
Venecia.
Sobre su
periodo veneciano, el crítico de arte Grigore Ion, en un artículo
titulado Notas de Arte, aseveraba: “El pintor había
comprendido el encanto de las lagunas, mejor que otros artistas, que había
reflejado, en su obra, el secreto de la unicidad del pintoresco paisaje, de una
ciudad de cuento. Y, como Turner, concluía el autor, el pintor vio la
maravillosa Torre del Campanile, mediante el sueño mágico que lo había creado,
capaz de guardar las proporciones, en ese intento de acercarse a la ciudad, con
el fin de dibujar Venecia tal y como era, con su fascinación embriagadora, pero
real”.
Sus obras
de Venecia formaron parte de una exposición en la Maison d´Art de Bucarest. La
reina María se quedó con el más logrado paisaje de la ciudad de Venecia.
Después de su estancia en Venecia, Canisius prosiguió su viaje por Italia,
donde encontró otros lugares que llamaron su atención, como las ciudades de
Brioni y Barano, que logró plasmar, en sendos grabados.
Balchik era
una ciudad a las orillas del Mar Negro, en la región de Dobrici, al nordeste de
Bulgaria, a 42 kilómetros de Varna. En esa ciudad, en el sur de Dobrogea, se
encontraba la residencia de verano predilecta de la reina María, rodeada de un
célebre jardín botánico, único en Europa central y del este, especialmente por
su colección de cactus. El castillo, también llamado The quiet nest, era
una mansión de paredes blancas y tejado de tejas rojas, junto a un imponente
alminar. Fue construido en tres terrazas, combinando perfectamente los
elementos del estilo árabe, el mediterráneo y el estilo tradicional de las
casas de Bulgaria, con unas vistas privilegiadas, cerca del acantilado. Junto a
unas cascadas se encontraba un molino, que daba un aire a la vez rústico y
singular. Ese fue el lugar elegido para construir un chalé, una casa de
huéspedes, donde se alojaban los allegados y los amigos de la Reina, muchos de
ellos pintores renombrados de la época, que deseaban reflejar en sus cuadros la
belleza de esa pequeña ciudad, a las orillas del mar.
Si volvemos
la mirada atrás, reflexionando sobre Balchik, nos podemos preguntar cómo un
trozo de tierra de piedra caliza, de casas blancas y arena plateada, podía
transformar el aparente paisaje en bruto en uno capaz de ofrecer al visitante
una paleta de colores y matices insólitos, formando un gran cuadro al aire libre.
Gracias a su localización, entre un país latino y el exotismo oriental, la
mezcla de culturas había contribuido, a lo largo de los años, a incentivar la
creación, dado que allí vivían rumanos, musulmanes, judíos, armenios y
búlgaros. También había logrado reunir a una gran pléyade de artistas plásticos
rumanos, de distintos orígenes, llegados para nutrir su imaginación de todo lo
que les ofrecía el paisaje y sus gentes, las misteriosas odaliscas, el
puerto, la blancura de las casas, las posadas, los cafetines turcos y las
costumbres de un lugar distinto de los demás.
La
fundación, en 1926, de la Universidad Libre La Costa Plateada fue un ejemplo
más de la importancia que cobró la ciudad, axis mundi que
reunía a casi toda la intelectualidad rumana de su tiempo. Balchik, también
denominada La ciudad blanca, perteneció al reino de Rumanía
entre 1913-1940, junto con la parte sur de Dobrogea. En 1940, la zona llamada
el Cadrilater, tuvo que ser cedida a Bulgaria. A pesar de que dejó de
pertenecer a Rumanía, Balchik tuvo una gran importancia en la historia de
Rumania y dejó para siempre su impronta en la vida cultural y social del país.
De la
estancia de Canisius en Balchik, del tiempo pasado en la casa de huéspedes, que
formaba parte del conjunto del Palacio Real, nace su grabado Balchik.
El Molino del Palacio Real.
La reina
María era también una gran coleccionista de arte. Algunas de las obras pintadas
por Canisius fueron adquiridas por la Casa Real y formaron parte de la
colección real del Palacio Peleş de Sinaia. Entre ellas La
hilandera, El humilladero de Văratec, Mujer cargando
cántaros, Lago en San Marco, Barcas en Brioni, Abedules, Calle
de la ciudad de Barano, Los olivos de Brioni o Paisaje
en Floreasca.
Constantinopla,
vieja capital del Imperio romano, era un destino casi obligatorio para los
artistas que deseaban profundizar en su conocimiento en el mundo oriental.
Ubicada en el sureste de Dobrogea, la ciudad turca recordaba la dominación
otomana, ejerciendo una poderosa influencia en la vida cultural de la zona. A
lo largo de los siglos la vida cultural, espiritual y política de Rumanía se
dejó impregnar por la cultura bizantina, dejando honda huella en el pueblo
rumano. La fascinación por el mundo oriental era tan real que la mayoría de los
artistas deseaban poder plasmar sus colores, sus sabores o la profundidad de
sus olores, en sus pinturas. Muchos pintores rumanos visitaron antes la ciudad
turca en busca de nuevos matices y temas orientales. En sus visitas a
Constantinopla, Richard Canisius retrató distintos paisajes de la ciudad, los
rasgos específicos de los hombres y las mujeres turcas, intentando captar la
esencia de un pueblo y de su gente. De ese periodo pertenecen las obras Calle
en Constantinopla, Constantinopla – El cuerno del oro, Paisaje de la ciudad de
Constantinopla, Cabeza de turco y La hilandera
turca, un grabado con aguja sobre papel. La mayoría de ellas se encuentran
hoy en distintos museos de Rumanía.
Casado con
Fragola, profesora de francés, Canisius, había establecido su residencia en
Bucarest, pero sus viajes por el país eran constantes. Tenía el deseo de
conocer cada rincón de la gran variedad de paisajes que encontraba en su camino
y así plasmarlo en sus grabados, como memorias de un tiempo que nunca volvería.
Cada lugar contaba una historia diferente para un viajero cada vez más ansioso
de descubrir ese mundo, que no se parecía en nada a su tierra.
De sus
viajes por el país quedan obras como Patio interior en la ciudad de
Sibiu, La Torre de la ciudad de Sibiu, La plaza de Sibiu, Paisaje en el Valle
del Timis, Calle de la ciudad de Sighisoara, Casas típicas en los montes
Apuseni, Casa en la Calea Mosilor, Casa de campo en Moldavia, El campanario del
Monasterio Varatec, El Monasterio de Tismana, Casa en la localidad de Văleni,
Casa de la localidad de Turtucaia, Iglesia a las afueras de un pueblo de
Transilvania, El Castillo de Hunedoara, Pueblo de montaña en Transilvania,
Hunedoara, ciudad siderúrgica, Pinos en la ciudad de Sinaia o El
buque Adagena.
Pero en su
copiosa obra nos encontramos también con numerosos retratos, como Retrato
de anciana; Retrato de anciano; Viejo leyendo, Retrato de muchacha, Cabeza de
adolescente, Retrato del escultor G. Canisius, Cabeza de paisano, Paisano de la
ciudad de Novaci, Autorretrato o Thalía, la mayoría
piezas de la colección perteneciente al Museo Alexandru Saint-Georges de
Rumanía.
Richad
Canisius acabó encontrando acogida, de ahí que optara por permanecer mucho
tiempo trabajando en calidad de científico y entomólogo fue en el Museo de
Ciencias Naturales de Bucarest, hoy Museo Grigore Antipa. Antipa fue uno de los
científicos más importantes de Rumanía. Biólogo de renombre, desempeñó el cargo
de director del Museo de Ciencias Naturales entre 1892 y 1944. Durante los casi
26 años que Canisius estuvo en el museo fue el encargado de crear las pinturas
murales que adornaban los dioramas, de una colección que abarcaba más de
120.000 ejemplares de coleópteros, por sí mismas auténticas obras de arte, de
gran valor artístico. Las presentaciones murales, en forma de dioramas,
tuvieron un gran éxito, tanto que muchos museos del extranjero, europeos y
americanos, solicitaron el apoyo del director para la organización de sus
propias exposiciones.
En 1916
recibió la ciudadanía rumana y, al poco tiempo, se le otorgó la Medalla de
Honor de la ciudad de Bucarest. Fue nombrado hijo predilecto de la capital.
En página
295 del boletín publicado por la Academia Rumana, Instituto de la Historia del
Arte de 1961, se lee: “Entre los años 1920-1930 el grabado en Rumanía conoce su
período de abundancia y entusiasmo, es la época donde se activaron los pintores
Gabriel Popescu, Nicolae Vermont, y destaca también la seria y prolífica
actividad de Richard Canisius”. Y, un poco más adelante, en el mismo Boletín
de la Academia Rumana, se dice: “El arte del grabado de
Canisius testifica cualidades de energía y expresión artística, aptitudes en el
arte de la evocación de la fantasía en el desarrollo del juego entre el blanco
y el negro”.
Para Canisius
el verdadero ideal de su vida fue el arte del grabado y la pintura. Su pequeño
taller, un verdadero museo subterráneo, como lo llamaban los que lo visitaban,
dentro del Museo de Ciencias Naturales de Bucarest, parecía el laboratorio de
un científico, de un alquimista que sabía mezclar a la perfección las
sustancias químicas, donde la aguja, el buril, el lápiz, el papel y las
planchas de cobre y de madera eran sus mejores amigos, los verdaderos aliados y
cómplices para que el arte pueda cobrar vida una y otra vez. Dominaba tanto la
técnica de la acuarela como la de aguafuerte y sostenía
que “mientras una buena acuarela se debe finalizar en máximo diez minutos, un
aguafuerte no termina, a veces, ni en veinte días”.
Un día un
periodista le preguntó sobre qué pensaba sobre el futuro del grabado, si iba a
desaparecer y si ese género artístico estaba amenazado por otras formas de
arte. El artista le respondió que, a pesar de los descubrimientos modernos
capaces de simplificar los complicados procedimientos artísticos empleados en
el grabado en planchas de cobre, sin que se cambie el significado y la
consistencia del mismo, el modernismo no iba a influir en absoluto y, por lo
tanto, ese tipo de arte no iba a desaparecer.
A la hora
de hablar del arte y el ideal que debe perseguir el artista en su obra,
Canisius decía: “Siento una gran tranquilidad cuando logro plasmar, en mi obra,
lo que me dicen las formas de la vieja arquitectura, la silueta misteriosa de
un árbol, una nave majestuosa, descansando a las orillas del mar o los rasgos
silenciosos de un bosque. El ideal del artista no puede ser alcanzado con sólo
lograr a trasladar en un dibujo sobre papel, una mera fotografía de la
naturaleza. El artista alcanza su ideal sólo cuando logra dejar un poco de su alma,
en las obras que ha creado”.
Richard
Canisius tuvo una gran relevancia en el panorama artístico de aquel periodo,
fue quien acabó introduciendo en Rumanía la técnica del grabado alemán,
empleada por Alberto Durero, nada fácil, ya que suponía unos procedimientos
artísticos complicados, técnica que, con el paso del tiempo, dejó de ser
empleada y llegó a desaparecer.
En su
entierro, el 22 de marzo de 1934, el director del Museo de Ciencias Naturales
de Bucarest, en cuyo balcón se había colocado aquel día la bandera a media
asta, el científico y profesor Grigore Antipa, quiso rendirle un homenaje y
pronunció un emocionante discurso sobre Canisius, compañero y amigo. El
profesor subrayó las cualidades del artista y entomólogo Richard Canisius que
“había dedicado su talento de creador y su destreza para regalar al pueblo un
instituto cultural de gran prestigio. Sólo los que le han conocido, con su
humildad y el deseo de quedar siempre relegado a un segundo plano, han podido
comprobar sus grandes virtudes y la enorme energía creadora que acompañaba su
actividad. Canisius fue un artista consumado, tanto en su concepción artística
como en la tarea de ejecución. Poseía todos los medios técnicos para poder
llevar a cabo sus ideas y su pensamiento artístico. Su verdadero talento
artístico era reforzado por un profundo conocimiento literario y científico.
Llegó a ser, por su espíritu de conocimiento, un naturalista, un entomólogo, y
un muy buen museólogo. Gracias a él, nuestro museo llegó a contar con una de
las colecciones más organizadas, sistemáticamente, de coleópteros, más de
120.000. También, gracias al pintor Canisius, nuestro instituto pudo adquirir
admirables pinturas murales que forman los dioramas biológicos del museo, que
además de su valor científico, representaron encomiables creaciones artísticas.
A pesar de su origen extranjero, Canisius, fue un gran amante de su país
adoptivo, Rumanía, tal que una colección de grabados realizados por él
representaría el mejor álbum pintoresco de nuestro país”.
Pintor,
grabador, dibujante, profesor, entomólogo y museólogo fueron las múltiples
facetas de Canisius, quien fue, sobre todo, un artista versátil, cuyas obras
daban testimonio de su espíritu creador.
Lo que más
le interesaba era que el arte plasmado en sus pinturas fuese fiel a su
pensamiento artístico. Y, si tuviéramos que destacar algo fundamental que
definiera su obra, fue el amor por su país adoptivo y un cierto sentimiento de
melancolía, que definiría a los rumanos y que nos recordaría, al mismo tiempo, La
Melancolía, de su ilustre maestro, Alberto Durero, obra que demostraba el
importante nexo entre el mundo racional de las ciencias y el mundo creativo de
las artes, ambas disciplinas desarrolladas por el pintor, durante su vida.
Aunque
aquella época nos pueda parecer hoy en día muy lejana y, quizás, la técnica en
planchas de cobre obsoleta, el rastro que ha dejado la personalidad creativa de
Canisius fue evidente. A pesar de una existencia humana efímera, queda la
huella de un artista, una “cicatriz”, como diría Marguerite Yourcenar, en el
semblante del arte, que hemos querido descubrir, mediante este relato. Las
huellas de una existencia, de una vida dedicada al arte que, a pesar de su
dureza, fue capaz de transmitir sensaciones, emociones, haciéndonos pensar en
que el artista ha cumplido su sueño, entregándose, por completo, a sus
convicciones, a su modo de entender el arte. Un arte que “no es sino la
expresión de nuestro sueño; el que más se entrega a ellos es el que más se
acerca a su verdad interior”, como aseveraba el pintor alemán Franz Marc.
Diana
Cofşinski es filóloga, ensayista y traductora. En FronteraD se ha encargado de
la traducción de los poemas de Coman Şova, publicados en La nube habitada
y ha publicado Ziegfried Kofszynski, un maestro del
neogótico en la Rumania de Carlos I.
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De FRONTERA
D, 23/06/2016
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