EDUARDO KUNSTEK
En los años
que viví en Oruro como George consideraba que yo vivía una suerte de exilio
sentía la obligación de visitarme. Aparecía varias veces al año unas veces por
mí y las más porque alguien en Cochabamba se le hacía insoportable. Al llegar y
antes de nada me daba un minucioso parte del acontecer cochabambino. Siempre me
sentí afortunado de ser depositario de esa información. Pues él fue un genial
observador y un poeta genuino.
Los pocos
días que se quedaba hacia una vida hogareña, con tazas de café tras la ventana
soleada, leyendo algún libro sacado del estante; luego de un minucioso recuento
de los libros que la componían. Por su pasión libresca tan conocida; en algún
momento de la visita me proponía algún cambio al que accedía con reparos pero
consciente de la alegría que el trueque le daba.
En la tarde
se la pasaba traduciendo de la casetera a Bob Dylan, nos leía a Auden y Yeats
en una traducción simultánea pues los poemas estaban escritos en inglés y él
los leía en castellano.
Esperaba la
hora del té que en verdad era para él su mejor comida; aliviado cuando yo no
estaba por trabajo; disfrutaba junto a mis hijos de galletas y queques que él
pedía expresamente.
Luego salía
al café pues no tardó mucho en hacerse de una mesa y lograr la amistad de
innumerables personas. Cuando salíamos acabó presentándome a personas
admirables, conocía a más personas que yo que vivía años establecido; con
algunos amigos suyos, mantengo hasta hoy amistad. Consolidó e instituyó una
mesa de café suya en Oruro con habitúes universitarios, fraternos de una
morenada y artistas cuya preferencia siempre fueron los plásticos con los que
tenía una alianza estética. Muchos de ellos guardan una reseña de George.
Todos en la
casa nos alegrábamos de verlo cómodo y vital, cómo él decía -reivindicando su
cuna orureña- pero llegaba un día en que le ganaba la nostalgia y era alguna
“muchacha del lugar” o cómo también las nombraba “una enamorada” la que lo
hacían volver a Cochabamba.
El George
ausente se dejaba extrañar, lo recuerdo decirles a mis hijos entre risas y
meneando la cabeza negativamente: -Ay, este Kunstek- mientras partía su
chocolate Sublime y les alcanzaba un pedacito.
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Fotografía
de Edwin Guzman: Jorge Zabala Suárez en automóvil club Oruro.
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