PABLO CEREZAL
... pero
no me hagas caso,
lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo
Los
tambores de guerra ondean a modo de bandera el recalcitrante fulgir de falanges
en que se destrozan, ensangrentados, los tamborileros de uno y otro y aquel
otro bando. Europa se aburre y reorganiza a las masas del sueldo bien ganado
para que agiten su ajedrez de mesa puesta y abrazo tan falso como desbocado.
África es un cocodrilo (¿o era América?) que no necesita careta más que para
desordenar lo fúlgido de dientes cariados por el hambre de McDonalds payasos y
grafitis desahuciados de todos los extrarradios. Ya no es que suenen, es que
atronan y vuelan en desbandada de ataque aéreo, los tambores de guerra,
mientras nosotros les marcamos el compás, desde el sofá del salón, ya está
tardando en llegar la cena, ¡mujer!, con feligresía de tertuliano.
Hay una
guerra civil en Burkina Fasso, esa pequeña nación mordida por Costa de Marfil,
Ghana, Togo, Níger y Benín, África o por ahí, dicen, en que desde 2015 miles de
cuerpos negros de rabia y miedo son la sintonía en negro de las noticias que no
leo. Hay una guerra en Myanmar, Asia y ojos rasgados y hambre y sumisión al eco
hueco de los noticiarios. Hay una guerra en Etiopía (y vuelta con los negros)
en que los casi dos millones de «desplazados» nunca alcanzarán el estatus de
refugiado porque no ubican en la definición de quienes son merecedores de
sentir en sus carnes los Derechos Humanos. Hay una guerra en Yemen y millones
de dólares esparcidos entre las sábanas blancas de fantasmas que esparcen
aromas de mil y una noches para mejor servirnos el petróleo que ahora añoramos
y que desde hace demasiados minutos eso que llaman la ONU viene «denunciando»
como la peor crisis humanitaria de este globo terráqueo en que nos englobamos
inflamados en las noches de aplausos en Facebook y gintonic en Serrano. Hay,
todavía, sí, una guerra en Siria y más de 13 millones de ciudadanos que
perdieron la ciudad y devoraron el espanto. Hay una guerra en Palestina. ¿Hay
Palestina?
Hay una
guerra en Ucrania y hay que levantar, enhiesta como erección mal dispuesta, la
bandera de lo solidario entre la población que hace procesión frente al
supermercado temerosa de verse privada de los bienes esenciales que para muchos
son esencia de trabajo mal sudado y peor pagado. Que nos quedamos sin aceite,
aunque sea mentira, y que el granero de Europa era una tierra de ojos rubios y
niños acribillados, cierto, ahora lo comprendemos, pero déjennos encender el
móvil para proceder al pago de todas estas cervezas que lo mismo mañana ya no
degustamos.
Sé que no
se me entiende, y tampoco sé si lo pretendo, ni si, caso de hacerlo, me haría
bueno. Solo sé que ni yo mismo me entiendo porque me duelen todas las guerras,
pero, aun a riesgo de parecer frívolo, ya que la población global arrecia con
sus tormentas de ausencia y fin de mes mal pagado hoy solo entiendo la guerra
que deseo librar entre tus brazos, pedazos de tu piel tallados en mordisco como
Altamiras borrachos y el milagro de tu carne entre las sábanas, ensangrentado
como una sirena varada que olvidó al apuntador y solo apunta mi aorta con maneras
de pistola infantil en medio del escenario.
Y si
arrecian todas las guerras te espero en Ollantaytambo, subiendo y bajando entre
rocas como un Sísifo ajeno a derrotas, falta de oxígeno y clamor de
diccionarios que hablan de amor con palabras gastadas y envueltas en páginas de
enciclopedias del todo es gratis o mucho más barato que si enciendes la
televisión pero no la calefacción porque el gas y la electricidad y la guerra
en Ucrania y tantos miles de niños rotos de miedo y, entre nuestros brazos, flácidos
pero llorados.
Hay una
guerra en Ucrania y nos faltan foros y redes sociales para mostrar nuestra
solidaridad y ya casi somos capaces de asumir que hay una guerra silenciosa con
el vecino de al lado y que miles de sub, sobre o simplemente saharianos nunca
podrán ser abrazados porque vienen a robarnos el pan y a asesinar nuestro
futuro ocupando nuestros hogares o simplemente a quedarse con las ayudas con
que nos agasaja papá Estado.
Hay una
guerra en Ucrania y me duele la carne en el dolor de tanto miembro despiezado,
pero cerraré este absurdo texto con frivolidad, afirmando mi más firme
solidaridad con el recorrido lácteo desde el que tu piel me desgarra el tacto,
y confiando, como el resto de conciudadanos, en que no desaparezcan las
cervezas de los supermercados.
_____
De POSTALES
DESDE EL HAFA, blog del autor, 14/03/2022
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