MAURIZIO BAGATIN
Cuando
estaré ahí me hablarán los ojos de su gente, nada más, y lo sé, hablarán mis
ojos. Recordaré lo que hay que recordar, el olvido de los dioses, el olor a
lluvia que los poetas llaman petricor, y todas las sonrisas de los niños, la
poesía de Leopardi de aquel pastor errabundo.
Habrá
nómadas que me acomodaran en sus yurtas, beberé leche como si fuera el licor más
fuerte, afuera miraré el negro de las montañas, la luna de septiembre; en Manas
la epopeya de Ulises, aedos que siguen cantándola, recitándola, todos viviéndola
en versos cada vez más cercanos a la verdad. Serán los akyn que confunden las
noches estrelladas con la canícula de agosto.
Cuántas
guerras, de lejos. Porque hay siempre guerras. Pisamos mal la tierra y no sé si
es el mal o si es Tánatos. Si un nuevo medioevo está en su alba y un Hades muy
cercano nos está observando.
El bicho
que salió de Wuhan solo una certeza nos ofreció, transparentando lo que somos,
y en muchos individuos amplificó la estupidez; Schiller no haría más que
confirmar las vanas luchas de los dioses.
En 2003
Giovanni Pellegrino -él me invitó a la lectura de Silvano Agosti- quiso
organizar una caravana hacia Bagdad, el borracho de Bush oscureció otra vez las
mil y una noches, como ya lo había hecho el tonto de su padre. Giovanni no lo
logró, las armas de destrucción masiva fueron encontradas en el cerebro de
Aznar y de Blair, me hablaba por teléfono desde Carmen de Patagones, los
pacifistas estaban en las plazas como hoy, el estado de ánimo estaba mutando.
El siglo corto empezó alargando su temporalidad en un tiempo inmóvil.
Leí: “Y el que quiere hacer el amor, trae a la vista una pequeña flor azul:
para que el amor no genere hipocresía, incomprensión y vergüenza. No hay
guerras, no hay armas: no hay políticos falsos y sobre pagados sino trabajo
voluntario: no hay publicidad sino información”. Era “Lettere dalla
Kirghisia”, el libro que después de un año leí hasta sacarle el jugo de la
sal, cantaban los trovadores y los cantastorie, y desde Platón
buscan el más allá de la poesía.
O es hoy la
poesía de Mauro Corona frente a una botella de vino, los vasos nunca medio
vacíos, la escultura de nuestros rostros esculpida por el silencio. Mi
bicicletear bajo las últimas lluvias de este marzo, que es ya otoño y aún
invierno donde se mata. Y los ojos de figuras kafkianas veo peregrinar como los
seres imaginarios de Borges: “Ignoramos el sentido del dragón, como
ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con
la imaginación de los hombres, y así el dragón en distintas latitudes y edades”.
Las cartas
escritas serán mañana epistolario, entre el cielo y la tierra, un chasqui
universal las entregará a moros y a cristianos, o las conservará y como un
Faust se irá caminando por el mundo, sin comprenderlas, sin comprender.
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