MAURIZIO BAGATIN
El puerto y
sus tabernas de mala muerte, son el mundo que vivió Borges en Civitanova
Marche. Picaros sentados cerca de una ventana que mira al mar, humo y miradas
estrechas, víctimas o verdugos que en cualquier momento puede llegar;
blasfemias y “zafadurías”, elegancia en el sudor, poesía en el plato humeante
de lentejas con chorizo y en los pocos dientes que le quedan al nostramo. Todos
controlan al otro, marcan estrictamente su territorio hecho de sutiles engaños.
Mueven sus mejillas, estrechan un ojo, hacen guiñar las orejas, alzan un dedo
de la mano izquierda, desapercibidos, mueven el labio superior, filtran un
suspiro por la nariz, externando un lenguaje que solo ellos reconocen.
Gesticulan mudos, apagan el cigarro y van tomándose media copa de vino tinto,
negro como sus almas.
Una ola de
italianos de aquella región, Las Marcas, emigró en Argentina a finales del
siglo XIX. La fatal crisis agrícola que invitó a muchos de ellos en ir a
“poblar el desierto” o, luego del exterminio de los indios de la Tierra del
Fuego patagónica en aventurarse tierra adentro, como el anarquista Errico
Malatesta o el loco Orellie Antoine de Tounens, pasando a llamarse Aurelio I,
Rey de la Araucanía y la Patagonia.
El truco es
el juego del orillero y la habitualidad del truco es mentir. Marineros,
piratas, anarquistas y bohemios se sumergen en apuestas incumplidas, el
aventurero de Castelfidardo trae consigo el acordeón, milonga o tango será y
hasta el amanecer vino fuerte y lujuriosas mujeres, luego puñetes y cuchillos,
marcas en la piel, arengas al viento, tatuajes de sueños derrotados.
Borges el
orillero debió visitar estos antros, en la Palermo de su juventud, y en una
fantástica y literaria Civitanova Marche…con los habitantes que antes fueron
recaudadores de impuestos para el Vaticano, con los marineros que de vuelta del
alta mar veían solamente refugio en un prostíbulo, una taberna, un cuchillo con
el cual pelear…donde su atenta observación lo conducía siempre a una Babel, a
su biblioteca, a sus mujeres y a sus laberintos.
Una fuga en
las lecturas juveniles, Torquato Tasso, espadas y cruces, nobles y malhechores
que andaban buscando gloria y vil metal. Astutos como Pulchinela, alegres como
Arlequín, los del pueblo arremetían contra las mujeres, el tiempo y el
gobierno. Volviendo a sus hogares, unas mujeres feas bajo la lluvia los
esperaban para recordarles que mañana debían pagar los impuestos. Se habrían
despertado tristes por no haber emigrado ellos también aquella vez.
Entré de
joven en aquella taberna, y Borges estaba ahí sentado, estaba mirando, entre el
humo de los cigarrillos, el otro mundo tan amado. Escuchaba de puerto a puerto
el eco de los aventureros, los que inventaron el lunfardo, ellos que seguían
perdidos en mil ambiciones, y que en el juego y en la derrota, aprendieron en
ser últimos. Me acerqué para oír y solo vi en la transparencia de sus ojos
aquella bella sonrisa del laberinto del tiempo: “Se trasluce que el tiempo es
una ficción, por ese pensar. Así, de los laberintos de cartón pintado del
truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de
todos los temas”.
15 de abril
2023
Imagen:
Baraja de Valencia, 1778
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