DANIEL MOCHER
Jueves
Santo, los centros comerciales abarrotados. Los que viven apurados, al día,
también quieren adorar al dios Mammón, guardián de la riqueza y la
abundancia. Y nosotros, allá que fuimos de cabeza como abnegados feligreses.
Dos cajas de tornillos inoxidables para la valla de pino que Sergei nos está
haciendo en la entrada de casa, un metro y un paquete de cemento cola para
reparar el suelo que se ha levantado en el dormitorio. Comemos en el Foster’s
Hollywood, no cabe ni un alfiler. Costilla de ternera y un par de Mahou
Maestra, mejor la cerveza que la carne. A Elena le llama la atención que la
mayoría de la clientela sean madres con hijos o grupos de señoras mayores.
¿Dónde están hoy obturando sus arterias los obreros? ¿Dónde se revientan los
hígados para olvidar los polígonos industriales? Cada uno adereza la vida
desabrida con lo que puede o con lo que más tiene a mano. Como me dijo hace
poco un ebanista de la familia, hay que meterse algo, alcoholizarse como
mínimo, para no pensar mucho en los días que se esfuman en el taller ni en
quién somos, partículas de serrín suspendidas en el aire, entre rayos de luz y
sombras perpetuas. Trabajo duro y sin ilusión. Es más fácil inmolarse cuando se
sabe que no hay salida, que la vida ya será para siempre una jornada laboral
tan larga como desagradable.
Por la
tarde, en casa, me reúno con Chaim Soutine y su mujer de rojo:
elegante, sonriente, el rostro con una deformidad que debe venir del alma, todo
muy alegórico y actual. Lo descubrí en el blog de Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, a quien llegué a través de Miguel
Sánchez-Ostiz, uno de mis escritores predilectos. El autor navarro tiene
varias obras magníficas de temática boliviana, entre ellas Diablada y Chuquiago:
deriva de La Paz. Ambas muy recomendables. De Ferrufino hay
que leer El exilio voluntario y pasearse de vez en cuando por
su blog. Por desgracia poco más se puede encontrar, a este lado de las Montañas
Rocosas, de la ingente obra de este escritor boliviano, afincado en Denver.
Es curioso
cómo vamos haciendo conexiones insospechadas a través de nuestras lecturas,
cómo nuestro mundo se ensancha tanto sin casi salir de casa. El carácter, la
forma de mirar el mundo, se moldean con el arte que elegimos y mucho más aún
con el arte que nos elige. Quijotescos llegamos a confundir realidad con
ficción, que viendo cómo están los telediarios y las rotativas, más nos vale.
Creamos un mundo a nuestra medida y en nuestra mano está la elección de la
banda sonora: Bach o Lady Gaga, depende del
momento y la compañía.
Se
marcha Soutine y paso después a Modigliani con
quien se relacionó, entreguerras, en la mítica Escuela de París. El retrato
de Maude Abrantes me cautiva, inquietante mujer demacrada,
insomne (podríamos intuir tras ella una noche que ya clarea), que insinúa sin
embargo un amago de sonrisa, un atisbo de ternura. Desapareció sin dejar rastro
y su aura enigmática es perpetua. Modigliani murió joven y
pobre, a consecuencia de una tuberculosis como Masaoka Shiki, el
famoso haijin de Matsuyama. Otra conexión súbita, inesperada,
me lleva a otra vida, otros años ya deshilachados, pasto de polillas y arcones
oscuros.
Me atrapa
de nuevo un aguacero pretérito, subiendo al castillo de la capital de Ehime, en
Shikoku, surge la incómoda sensación de empezar a sentirme enfermo, empapado,
el frío calando hasta roerme el tuétano, y encontrar en mi camino, por ensalmo
quizás, un pequeño bar especializado en fideos udon que tomo en sopa bien
caliente, acompañados con un sake seco, karakuchi. Salvíficos.
Salir resucitado y subir al castillo, no era época de cerezos en flor, al
contemplar el mar interior de Seto desde la altura, eso creo recordar, cada
isla era un pétalo perfecto que no podría ocultar la desmemoria y su niebla
espesa. En los pueblos pesqueros de la costa de Okayama se secaban los pulpos
al sol. Tal vez fue en Washuzan, no en Matsuyama, desde donde vi el milagro de
las islas como pétalos en un mar en calma que se esfumaba, como el gran puente
de Seto, entre la bruma y el velo de gasa blanca, misteriosa, que ponía el sol
de Japón, la luz, siempre la luz, sobre todas las cosas.
Cómo viene
ahora todo enmarañado, aquel archipiélago fulgurante igual que los pétalos de
la flor del cerezo, los eucaliptos de Cochabamba, san Juan de Luz y la costa
del país Vasco, la Málaga de Víctor Colden, biznagas, la Umbría
de Miguel Sánchez-Ostiz, el valle del Baztán, los paisajes
esenciales, como de haiku o acuarela, que tan bien describe Jorge Muzam en
su blog, Cuadernos de la Ira, sobre su querido san Fabián de Alico. En fin, lo
soñado y lo vivido, lo leído, red de redes, cortocircuitos, derivaciones, esa
maraña inextricable de belleza y dolor que nos hace ser quienes somos, nos
afloja el nudo, aligera la carga, nos alimenta el corazón y por eso nos aleja
del camino espinoso del odio y la violencia. Desconectar del mundo para mejor
estar en el mundo. Reinventarlo. Dejen el zapping para los
muertos. La humanidad se redescubre en cada frase, en cada verso, en cada
párrafo, y se practica, como el amor, qué difícil, bien lo sé, en cada
gesto.
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Del blog personal del autor, https://danielmocher.blogspot.com/, viernes 7 de abril de 2023
Imagen: Chaïm Soutine
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