Friday, September 10, 2010

Julio y Roberto/Breve historia de dos demonios


Carlos María Domínguez

LA LITERATURA uruguaya no sabe en qué proporción adjudicar a Julio Herrera y Reissig, o a Roberto de las Carreras, la autoría de los textos de El pudor y la cachondez y al menos una parte de El tratado de la imbecilidad del país, por el sistema de Herbert Spencer. Y si un día algún estudioso dijera: esta frase es de Julio, esta página, de Roberto, y acá está la idea de Roberto escrita por Julio antes que Roberto la corrigiera y Julio le agregase el adjetivo final, poco importaría. Entrelazaron una artillería de sátiras en la complicidad que los llevó a herir los orgullos del país y nada cuesta imaginarlos lo bastante intimidados como para mezclar generosamente sus talentos. Cuando se trató de algo mucho más inofensivo, como un poema, se pelearon a muerte por la propiedad de una metáfora.

Eran jóvenes entonces -tenían veintiséis años-, y fundaban una irreverencia intelectual que dio por tierra con todo lo que Uruguay tenía por sagrado, incluidos los indios, los gauchos, los caudillos, la religión, la política, la educación y el porvenir. Comenzaron a trabajar en el "insulto a la América del Sur, desde el Uruguay hasta el istmo de Panamá", un año después de hacerse amigos, en 1901. El año anterior Roberto se había ganado los títulos de "vicioso" y "degenerado" con la publicación de Sueño de Oriente, un pequeño libro en el que satirizaba el embrutecimiento de las mujeres casadas e invitaba a una de ellas al adulterio. Desatado el escándalo, Julio celebró su talento desde las páginas de La Revista, una publicación literaria que editaba hacía pocos meses, y fue a conocerlo a la habitación de Hotel Pyramides donde Roberto se hospedaba desde su regreso de Europa. Sellada la amistad, ejercieron el insulto como una forma de la inteligencia.

JUGAR AL BLANCO. Puede parecer una ambición trastornada, y sin duda lo era. Pero no gratuita. Apenas se dibuja la moral del 900 por la solemne superficie de sus ocultamientos, asoma también el ahogo que los llevó a satirizar la mentira, la corrupción y la estupidez. Roberto tenía motivos personales para vengar la acusación de ser hijo bastardo de una madre condenada por la clase patricia a la que pertenecía. Ningún dolor similar cargaba Julio y es probable que su nuevo amigo haya incentivado su audacia. En todo caso, ambos emprendieron la ambiciosa obra que, alejada del istmo de Panamá, se inició con muchos borradores sobre la vida uruguaya y completó Julio en un libro luminoso que demoró cien años en publicarse.

Fue reseñado en estas páginas (No. 907 p. 5) y es innecesario volver sobre sus sarcasmos y críticas a la identidad, varias de las cuales no sólo tienen vigencia sino que seguirían siendo intolerables para los poderes públicos de no mediar la pátina histórica y literaria que las exhibe como una curiosidad. Pero es cierto que Julio no se animó a publicar el libro, en el caso improbable de que encontrara en las imprentas del 900 quien quisiera hacerlo. Enterado del proyecto que emprendían los dos amigos, Carlos Reyles amenazó: "si esos dos me llegan a maltratar en lo más mínimo los mataré como a perros, sin vacilación". Y lo hubiera cumplido porque entonces en Uruguay se mataba por honor y proliferaban los duelos. Lo sabían Roberto y Julio, que jugaban al blanco con las exaltaciones de la decencia, y porque en esos días de 1901 Roberto desafiaba a duelo al secretario de redacción de El Tiempo, Álvaro Armando Vasseur, teniendo a Julio por padrino. El episodio derramó agravios y evitó la sangre, pero afirmó la fama de loco peligroso de Roberto, al menos entre sus pares, sobre los que exhibía su destreza en el arte de la esgrima.

Cuando en 1902 la familia Herrera se mudó a la esquina de Ituzaingó y Reconquista, Julio nombró a Roberto "Maestro de la Torre de los Panoramas", el pequeño altillo donde Julio tuvo su cenáculo, con paso a una amplia terraza donde Roberto daba lecciones de esgrima a los nuevos intelectuales. Roberto le decía "Sumo Pontífice", y con esos ampulosos títulos se rieron de las grandilocuencias de la aldea, dichosos de encarnar el lugar del mal y sus fantasías. Que ambos fueran de origen patricio explica, junto al peso del talento, la notoriedad de sus escándalos y la desenvoltura con que lideraron la introducción del
modernismo en la poesía uruguaya. Sus irreverencias contaban con la legitimidad de la cuna para robustecer el rechazo a la herencia española, al engordado orgullo de las familias beneficiadas por la reproducción del ganado y a la sangrienta épica de los caudillos. Afrancesados, inteligentes y frívolos, encontraron en la vida sexual montevideana un formidable teatro de calamidades donde atacar la moral de los poderosos.

El padrino Y EL ENEMIGO. El casamiento de Roberto con su prima Berta Bandinelli, a la que declaraba haber educado en el amor libre, tuvo a Julio por padrino de la boda. Antes publicó Roberto en El Trabajo, diario obrero fundado por Florencio Sánchez, una carta a Julio en la que le explicaba los motivos para apartarse de su prédica contra la institución del matrimonio, titulada "Carta a Julio Herrera y Hobbes (Ex Reissig)". Y así firmó Julio en el Registro Civil el 5 de noviembre de 1901, declarando tener "veintidós años", ser soltero, de profesión "literato", de nacionalidad "francés", domiciliado en la calle
"Ituzaingó Nº 235".

Solía recordar Raúl de las Carreras, hijo de Berta y Roberto, que Julio había sido su padrino de bautismo, y ambos momentos testimonian hasta qué grado se hallaban involucrados en la vida y en las letras. Pero la gozosa y pródiga amistad duró unos pocos años. En 1904 Julio fue enviado por sus padres a Buenos Aires para evitarle los males de la guerra y Roberto fundó su propio círculo literario en el Café Moka. Cuando Julio regresó al año siguiente, se mostraron recelosos y un nuevo libro de
Roberto dedicado a una mujer selló el destino de la relación. Sueño de Oriente la había fundado, En onda azul la rompió para siempre. "Relámpago nevado de la sonrisa" había escrito Roberto para su dama, y Julio en su poema "La vida": "el relámpago luz perla/ que decora su sonrisa". Ambos se acusaron de plagio, Roberto desde las páginas de La Tribuna Popular y Julio desde La Democracia. Juntos habían cultivado el arte de los agravios y no ahorraron agresiones entre ellos. Cada uno
reivindicó el título de maestro del otro, desmintieron la sinceridad de sus mutuas admiraciones, y se hirieron con estocadas sobre asuntos íntimos, a tal punto que los editores pusieron fin a la polémica. Julio apeló a los tormentos de Roberto con Berta Bandinelli y Roberto reveló que Julio tenía una hija llamada Soledad, de su relación con una amante a la que debió consolar por el abandono en que la dejó su ex amigo. Desde entonces no volvieron a tratarse.

De este modo absurdo, torpe y nada elegante acabaron su amistad los dos exquisitos demonios del 900. A cien años de los episodios puede creerse que fueron devorados por su propio juego. Un juego brioso, colmado de genialidad y audacia, que brilló como un rayo y desapareció de la vida montevideana para regresar como las centellas sin sonido de las tormentas eléctricas. Un chisporroteo lejano e irrepetible en el horizonte de las letras uruguayas.

EL PUDOR Y LA CACHONDEZ, Arca, Montevideo, 1992.

TRATADO DE LA IMBECILIDAD DEL PAÍS, POR EL SISTEMA DE HERBERT SPENCER,
Taurus-Biblioteca Nacional, Montevideo, 2006.

Publicado en El País, Montevideo, 2010

Imagen 1: Roberto de las Carreras
Imagen 2: Julio Herrera y Reissig
Imagen 3: Palacio Heber, Montevideo, 1900

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