El actual desconocimiento que hay en nuestro país de la obra de Pierre Mac Orlan resulta verdaderamente chocante. Por lo visto, los amantes de rarezas exquisitas que podrían rescatarle lo consideran demasiado "popular" y los lectores que disfrutan con la literatura "popular" de calidad están demasiado atareados leyendo a Patrick O'Brien o Arturo Pérez-Reverte (y no seré yo quien se lo afee) como para acordarse de este insólito y genial bohemio de comienzos del pasado siglo. Es una verdadera lástima, porque se trata de un narrador vigoroso y divertido -vigorosamente divertido- capaz de urdir tramas en las que se combinan ingredientes tan difíciles de dosificar juntos como la intrepidez y el escepticismo, los amores fatales, la sátira, la denuncia social y la beatificación del coraje individual que nada espera y nunca desespera. Sobre todo, como les ocurre al mejor Baroja o al mejor Blaise Cendrars, puede ser asombrosamente moderno, casi experimental, sin dejar nunca de ser interesante aún para el lector más convencionalmente desprevenido.
Pierre Dumarchey (18821970), que firmó su obra como Pierre Mac Orlan y se paseó por el mundo rigurosamente disfrazado de bretón o de escocés (entre otros ocultamientos), fue pintor, dibujante, periodista, jugador de rugby, poeta, novelista y compuso la letra de muchas canciones. En el Montmartre de comienzos del siglo XX deambuló entre el Lapin Agile y el Bateau Lavoir en compañía de sus amigos Max Jacob y Apollinaire. Frecuentó los burdeles y los bajos fondos, mientras se impregnaba de humor surrealista. Para ganarse el sustento, perpetró algunas novelitas pornográficas. Pero su ideal, insólito en esos lares, era convertirse en un gran narrador de aventuras como su admirado Kipling o sobre todo como Robert Louis Stevenson. A este efecto escribió un Pequeño manual del perfecto aventurero, en el que celebra elocuentemente a los expedicionarios que jamás se mueven de su casa. A él le sacó de la suya la Primera Guerra Mundial, y esa experiencia bélica junto a los relatos de un hermano muy querido que se enroló en la legión extranjera le brindaron el material para su obra llena de peripecias, tan precisa en su realismo como en su fantasía. Quien desee conocer mejor su vida puede leer Mac Orlan, l'aventurier inmobile, de Jean-Claude Lamy (Albin Michel, 2002).
Según aclaró a sus lectores,
"la utilidad de la literatura de imaginación es dar recuerdos novelescos a quienes no han tenido ocasión de obtenerlos pagando al contado. Pues debéis saber que los recuerdos cuestan a veces muy caros y no admiten pago a crédito". En su copiosa producción cuenta al menos con cuatro obras maestras: La bandera y El muelle de las brumas (llevadas al cine respectivamente por Julien Duvivier y Marcel Carné en sendas películas protagonizadas por Jean Gabin) y El ancla de misericordia(1940), a mi modesto entender la mejor de todas y la única imitación deLa isla del tesoro que no es inferior al original. En cuanto a la cuarta obra maestra... Se titula El canto de la tripulación y la publicó antes que las otras, en 1918, a su regreso de la guerra. También en ella está muy presente la influencia de Stevenson y los elementos de su célebre novela: la tentación de un tesoro allá en lo remoto, el sedentario burgués que se embarca rodeado de compañeros poco fiables, la tripulación ambigua, la isla enigmática y finalmente el barco que regresa hecha ya su fortuna dejando atrás el desconcierto de los perdedores. Pero manejados y recombinados estos temas por Mac Orlan, el resultado es muy diferente al de su modelo: no menos romántico pero mucho más irónico y también en cierta medida más melancólico y crepuscular. Si este relato no merece el calificativo de "inolvidable" es que Alzheimer nos ha ganado a todos la partida, definitivamente.
El editor alavés Ernesto Santaolaya ha mimado esta edición de El canto de la tripulación, que dedica con versos de Suburbano a la memoria entrañablemente piratesca de Joseba Pagazaurtundua y cuya portada es un dibujo de Jon Onaindia, hijo de nuestro desaparecido amigo Mario. La adorna con un cuaderno de bitácora central cuyos dibujos reproducen la travesía hasta el tesoro y la enriquece con un prólogo de Raymond Queneau y un epílogo de Ramón Gómez de la Serna en el que podemos leer esta semblanza: "Mac Orlan tiene una cosa de gran pirata, aunque mejor dicho es el escritor que ha dejado de ser pirata, pero aún toca el acordeón de la tarde como el ángelus supremo de la piratería".
_____
De El País (España), 24/01/2004
Fotografía: Autorretrato de Pierre Mac Orlan, 1970
No comments:
Post a Comment