Saturday, February 1, 2014

Cómo narrar el narcotráfico


POR JULIÁN GORODISCHER


Habría querido ir a La Laguna antes de que los rankings mundiales de violencia la tomaran en cuenta, pero no lo hice por miedo”, escribió Alejandro Almazán, el periodista mexicano ganador de la primera entrega del Premio García Márquez a las narrativas de realidad hispanoamericanas. Tanto su premiación, como la inclusión de la también mexicana Marcela Turati entre los finalistas de la categoría de Investigación por una serie de artículos en la revista Proceso, y la edición –el mes pasado– del libro Narcosur(Marea), de Cecilia González, son excusa oportuna para repensar las reglas de la crónica sobre el Narco: ¿tema devenido en género, con sus propias leyes estilísticas y protocolos particulares de producción y edición?
En el principio, está el miedo. Y, un poco más allá, el acto sobrehumano de sobreponerse y acudir al territorio, para encauzar estos textos de un fuerte componente territorial, de mucho cultivo de fuentes, mezcla de la tradición clásica de la pesquisa policial con la creación de climas, la personificación y la experimentación formal (como en “Cartas desde la laguna”, el texto de Almazán, construido mayoritariamente en una segunda persona del singular) dominantes en el Nuevo periodismo latinoamericano del último decenio. “Hoy puedo decir –sigue el autor de El más buscado , biografía no autorizada del Chapo Guzmán– que fui a La Laguna, una zona metropolitana al noroeste de México ‘que siempre ha suministrado lo que un adicto necesita: mota, chiva y perico’, porque quizá mis amigos tengan razón: soy un caso clínico. Fui, también, porque crecí en un lugar violento y aprendí algunas mañas. Fui porque me indigna la indiferencia de mi gente. Y fui porque de algo debe servir contarlo”.
Cecilia González, autora de Narcosur y ganadora del concurso de Crónicas del Espacio para la Memoria, rastrea a partir de un ramillete de casos, la infiltración del narcotráfico en la Argentina: el seguimiento a Amado Carrillo, “el Señor de los Cielos” y líder del cartel de Juárez, la llegada del mítico “Chapo” Guzmán, del cartel de Sinaloa, y la ruta de la efedrina que construyeron las bandas mexicanas para traficar metanfetaminas, le permitieron trazar un mapa de invariantes discursivas de este género en expansión continental: “Somos parte –asume– de una misma generación de periodistas preocupados por la capacitación y el aprendizaje. Los Periodistas de a Pie –que reclaman por los periodistas asesinados y desaparecidos en México– nos conocemos casi desde que comenzamos a trabajar como periodistas, y, estando acá, yo trato de difundir el trabajo que hacen para visibilizar a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico”.
Los textos de los cronistas del fenómeno Narco respiran la tensión del cuerpo expuesto en primer plano, generan cercanía con la hazaña del acercamiento al terreno –efecto exacerbado por la utilización de la segunda persona y las intensas descripciones espaciales en el texto de Almazán–, algo que se confirma cuando se le pide a Turati una mención a las condiciones de su oficio, que la llevó a militar por la reaparición con vida de sus compañeros desaparecidos y a pedir en sucesivas movilizaciones (ver foto) por el cese de la violencia contra periodistas.
“Aquella vez, en un pueblo en el norte del país –recuerda Turati–, investigaba el asesinato de una joven por culpa del ejército. En la casa de la familia de la víctima comenzaron a interrogarme de una manera inusual y alguien, por teléfono, les daba instrucciones sobre qué preguntarme. Entonces, advirtieron que si yo no era una reportera ‘de ellos’ iban a ‘levantarme’, equivalente a secuestrarme o desaparecerme.” Por este tipo de situaciones, que se repiten, se hizo costumbre una especie de protocolo espontáneo: antes de ir a algunas zonas peligrosas, Turati deja dicho a dónde va, con quién se entrevistará y a qué hora se producirá el regreso, mientras va mandando mensajes indicando su ubicación. En pueblos perdidos, ha avisado a su jefe y a algún periodista amigo relacionado con organizaciones de protección a periodistas. Pero su compromiso va más allá de la autoprotección: “Actualmente (a través de la Red Periodistas de a Pie) estamos tratando de articular esfuerzos regionales para que los propios periodistas podamos autoprotegernos. Yo siempre digo que la emergencia nos cambió la identidad y nos hizo jugar roles que nunca hubiéramos pensado asumir”, explica.
Almazán, en medio de sus giras posteriores al premio recibido, detalla la trastienda de su elogiada crónica sobre el Narco: “Antes de viajar a La Laguna anoté situaciones que quizá podría encontrarme. Contemplé la posibilidad de hablar con un sicario, me propuse ir a comprar droga en el territorio del cartel de Sinaloa, pensé en visitar el Hospital Universitario –el único lugar de Torreón donde hay servicio médico forense– y buscaría al dueño de una funeraria. En este último caso me llamó la atención la honestidad de Xioli, el propietario de un velatorio para gente pobre. Ninguno que había entrevistado antes me había dicho que le agradecía a la muerte el auge de su negocio”. El texto se detiene en esos componentes de realismo cuasi-mágico que hacen de estas historias no sólo un manifiesto de denuncia sino también un relato de ribetes fantásticos que llama la atención en la tradición de los grandes textos del realismo mágico mexicano-colombiano. Por ejemplo: la guerra y la prosperidad de las funerarias, como negocio próspero y pujante en medio de la guerra de La Laguna, donde crece la industria de la muerte.
–¿Cuánto de planificación y cuánto de improvisación hay en los cronistas del Narco?
–Otras de mis anotaciones fueron: 
entrar al penal de Gómez Palacio y entrevistar a algunas madres de los desaparecidos en Torreón. Lo primero no pude hacerlo porque recién lo habían cerrado. En lo segundo, hablé con cuatro señoras y un viejón . Sus hijos están desaparecidos. En ese entonces, poco más de 1.600 personas se las había tragado la tierra y ninguna autoridad de Coahuila parecía interesarle el asunto. Hace poco, supe que en el Cerro de la Cruz hay un grupo de músicos que enseña a los chicos a tocar flauta y guitarra. Quizá fue un error no haberlo sabido. Me hubiera gustado poner que, a pesar de todo, había esperanza.
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De Revista Eñe, 27/12/2013
Fotografía: LAS MARCHAS DE PERIODISTAS DE A PIE. Reclaman pacíficamente por la seguridad y la protección a los periodistas en riesgo de muerte.

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