Sunday, February 16, 2014

FIDEL CASTRO, EL GRAN AMANTE


por Wes Davis y Holly Davis
A todas partes donde íbamos en Cuba, los hombres le intentaban vender puros a Wes. Se nos acercaban en la calle, en los cafés, y mientras andábamos en coches. El acercamiento siempre era el mismo: ellos sonreían y saludaban.

Durante semanas, caímos en su chantaje, que eventualmente era una estrategia de ventas.

Un hombre estaba caminando con su esposa e hija. Él nos escuchó preguntar para qué era una fila de gente afuera de una puerta. 
—Son Los Nardos —dijo. —El mejor restaurante en Cuba. Para locales. El Floridita, Hanoi son para turistas. No te ofendas.
Le dijimos que estaba bien.
Él habló un poco más. Nos dio la bienvenida y nos preguntó de dónde éramos, y cuando le dijimos que éramos de Estados Unidos, nos dijo: —Nuestros gobiernos no tienen una buena relación, pero nosotros sólo somos personas.

Él siguió hablando. Nos preguntó cuáles eran nuestros planes, y cuánto tiempo teníamos planeado para quedarnos en Cuba. Seguía la conversación, y luego dijo: —¿Te gustan los puros?

—Sí —dijo Wes.
—¿Cuál puro te gusta fumar?
—Partagás.
—¡Partagás!
Su esposa intentó alejar a nuestro vendedor de puros. Él dijo: —Sabías que éste es el especial de la semana. Lo tengo.
Habíamos venido a Cuba de luna de miel para ser testigos del comentario que es tantas veces repetido y reportado de que Fidel Castro es el mejor amante del mundo. ¿Cuántos puros cubanos compramos intentado descubrir los secretos de la vida amorosa de Castro? Perdimos la cuenta.
Una vez, el cuestionar a los locales nos llevó a una discusión larga y confusa de la construcción del Museo de la Revolución. En otra ocasión, una mujer —después de que le compramos la cena y unos tantos tragos— nos dio una charla improvisada de cada una de las fotografías en blanco y negro en el lobby del hotel y luego nos intentó dar un recorrido del edificio Bacardí.

Pero ocasionalmente tomábamos algunos de los consejos. El portero en el Hotel San Basilio pidió nuestra atención después de oír nuestra conversación con un viejo hombre australiano que nos había dado un puro, en el bar del hotel. Él nos dijo que una de las grandes amantes de Fidel fue la dentista de la mejor clínica de Santiago de Cuba.
Foto, cortesía de Archivos Hulton / Imágenes Getty.
Durante una entrevista para su artículo de Castro para la revista Vanity Fair en 1993, la periodista Ann Louise Bardach le preguntó al Comandante cuántos hijos tenía. —Casi una tribu—, le respondió. Hablamos con Ann Louise para preguntarle qué más nos podía decir de la vida amorosa de Castro y acerca de su libro Without Fidel, que incluye un árbol genealógico que delinea una porción pequeña del linaje de Castro.
—Como la mayoría de hombres cubanos, Castro veía el sexo como un derecho—, nos dijo. —El sexo, después de todo, es un deporte nacional en Cuba. Él tenía amoríos o se acostaba con todo tipo de mujeres; incluso tuvo una hija con la esposa de uno de sus ministros, o eso es lo que se pensaba. Algunos lo llamaban “Sinvergüenza”.
Algunas de esas mujeres pensaron que ellas eran su único amor verdadero. Incluso supe de alguien que le llevaba su agenda sexual, y ni siquiera esa persona sabía bien de todas las conquistas de Fidel.—Nadie sabe con cuántas mujeres se acostó, quizá ni él lo sabe.
—¿Sería una libido extremadamente activa? ¿Es insaciable? ¿Te acostaste con él? —le preguntamos.
—Ay, Dios, no —dijo. —Aunque algunas personas sospecharon, y el Miami Herald dio a entender de los coqueteos de Fidel, pero todo era profesional, aunque la entrevista comenzó después de medianoche.
Wes alzó una ceja y me dijo: —Ajá, cómo no—. La teníamos en el teléfono en altavoz mientras veíamos una foto de Ann Louise y Castro durante la entrevista. Ella es muy guapa.
—Yo entendía que no podía comenzar a explicarle el cómo ni el porqué del escándalo Monica Lewinsky y Clinton —dijo ella. —Él no entendía por qué tener demasiadas novias puede ser un problema político. Yo creo que es un hombre mujeriego con poder político. Originalmente su poder político nació con su primer matrimonio, con Mirta Díaz-Balart, madre de su hijo mayor, cuya familia era políticamente poderosa, y la familia de Fidel sólo tenía dinero pero nada de cultura. Fidel no se volvió a casar hasta que Dalia, su segunda esposa, le dio cinco hijos, que fue exactamente lo que hizo su padre, quien no se casó con la madre de Fidel hasta después de que le diera seis hijos, además del hijo que él tenía con una mujer que trabajaba en su finca.
Una amiga mía tuvo un amorío con Fidel cuando ella tenía 15 o 16 años, dijo que recordaba estar en el balcón de su cuarto en el piso 23 del hotel Habana Libre y Fidel le dijo: “Muy pronto cada cubano podrá tener un coche”. Algo gracioso ya que la mayoría son afortunados de por lo menos tener una bicicleta.
En 2008 el New York Post reportó —erróneamente quizá, por lo que aprendimos de nuestra investigación, pero persisten los argumentos— que Castro se había acostado con casi 35 mil mujeres. Tres años después el Daily Beast reportó que él “tenía una a la hora de la comida y otra en la cena. Y algunas veces pedía una para el desayuno”. La mayoría de los cubanos le decían de cariño El Caballo; se ganó el apodo a principios de los años 60 por su reputación de ser un amante prolífico y viril. Para el 2002, había un aproximado de seis millones de mujeres en Cuba. De esos seis millones, calculamos que había por lo menos un millón que Fidel considera, o había considerado, elegibles para coger. Intentamos calcular la posibilidad de un hombre de 87 años de edad teniendo los recursos económicos y tiempo para hacerle el amor a 35 mil mujeres durante su vida pero no pudimos llegar a una conclusión. Así que decidimos que lo más apropiado era una investigación de campo y nos fuimos a Cuba por un mes para buscar por lo menos unas cien mujeres que nos dijeran cómo era Fidel en la cama.
Nunca antes, ninguno de nosotros había visitado un país con un régimen totalitario. Emocionados por nuestra historia, se nos olvidó por completo lo riesgoso que era preguntar acerca del ex dirigente del régimen. Aquellos días de la barba exagerada habían quedado en el pasado (los cubanos solían hacer un gesto de acariciar una barba imaginaria con la mano refiriéndose a la barba de Fidel, por si alguien estaba escuchando la conversación), pero aun así, si el gobierno cubano escuchaba a dos norteamericanos husmear en el pasado de El Jefe, las cosas podían volverse problemáticas.
En el 2010, The Telegraph publicó: “Discutir lo mujeriego de Fidel es estrictamente un tabú del frente comunista del Caribe”. Pero le escribimos a un amigo y experto de Cuba (quien también es colaborador de VICE) y nos dijo que no era un asunto de gran importancia. Meses antes de nuestra partida nos había dicho que discutir la vida amorosa de Fidel era un tema seguro, sin embargo que un cubano hablara públicamente del asunto sería un reto. Otro amigo que conoce el país nos dijo que las historias de la vida amorosa de Fidel eran leyendas. —Todos en Miami tienen un primo— dijo ella; “primo” significa un hijo ilegítimo de Fidel.
Sin embargo, cuando llegamos a Cuba y comenzamos a preguntar, descubrimos que las mujeres en la calle no estaban tan ansiosas por hablar de la vida sexual de Castro. Y claro, se entiende, entonces decidimos buscar a nuestro amigo experto en Castro para decirle que se estaba complicado la situación. Él nos dijo: —En Cuba, hablar del gobierno no es seguro—. Luego Ann Louise comentó: —Las mujeres no hablarán de sus amoríos con Castro, ellas siguen viviendo ahí y hablar les podía causar daño. Yo perdí mi visa por escribir muy abiertamente de su vida personal—. ¿Por qué no sabíamos esto antes de llegar a Cuba? Bueno, a Castro le encanta, o le encantaba, hacer públicas sus historias eróticas. ¿Se atrevería alguien más en Cuba a hacer lo mismo?
Estábamos desesperados y tomamos consejos del portero del Hotel San Basilio, y Wes aceptó recibir tratamiento dental en Cuba. —De todos modos tengo una o dos caries— dijo él. Pero no habíamos anticipado lo incómodo que sería preguntarle a una mujer que arregla dientes acerca de su vida sexual. Nosotros asumimos que Wes se encargaría de hablar con ella, pero claro que no podía ya que tenía las manos de la mujer dentro de su boca. Le tomó un tiempo para que Holly le pudiera explicar a la dentista que éramos periodistas, lo que era un gran riesgo ya que viajábamos con visa de turista.

La clínica dental estaba en el segundo piso. La dentista era una mujer muy cuidada en sus sesenta y tantos. Medía metro y medio. Tenía su cabello teñido de color castaño, y usaba muy poco maquillaje. Olía bien. Su asistente era de la misma edad y altura, pero un poco menos femenina. La dentista tenía zapatos de enfermera, una falda a la rodilla, y una blusa con patrones y una bata de laboratorio. Su asistente tenía una blusa y pantalones de algodón, y una bata color azul. El cabello de la dentista le llegaba a los hombros, el cabello de la asistente era corto.
De pronto, y a pesar de nuestras caras de conspiración, fue la asistente quien comenzó hablar de amor. Los ojos de Wes se abrieron y comenzó hacer caras. Holly se acercó a la silla dental. Puso su mano en su pie. La asistente sonrió y dijo: —Los hombres siempre piensan lo mejor. Las mujeres no.
—¿Estás casada? —preguntó Holly.
Ella asintió con la cabeza.
Holly giró su cabeza hacia la dentista: —¿Y tú?— La dentista tenía un cubrebocas, la parte superior rozaba con sus lentes. Tenía sus dedos dentro de la boca de Wes. Ella también asintió con la cabeza.
—Llegamos aquí para escribir un articulo de Fidel Castro —dijo Holly.
Wes intentó mover la cabeza, la dentista le sostuvo su mejilla. —No te muevas—, dijo.
—Él estuvo casado demasiados años —dijo Holly —pero dice haber tenido demasiadas amantes.
La asistente no volteó a ver a la dentista, pero se notó algo tímida. Comenzó a moverse como una actriz nerviosa en escena junto a Robert De Niro. 
Holly cuestionó: —¿Qué pensaría su esposa…?
La dentista contestó: —Ella estaba feliz de tener un descanso.
La asistente de la dentista aclaró: —Tuvo por lo menos tres esposas. Dependiendo de cómo las quieras contar—. Luego se llevó a Wes a un cuarto para sacarle unas radiografías.
—Tu doctora. Por dos años —le dijo la asistente a Wes. —No te preocupes. Deja que tu esposa haga las preguntas. Las mujeres te dirán la verdad. Ella estuvo con él por dos años. Ahora su esposo está muerto. Entonces te podrá decir todo. Éramos amigas. En ese entonces trabajábamos en diferentes clínicas. Un coche venía por ella y se iba por una o dos horas. Luego regresaba a trabajar. Ella era feliz, pero estuvo muy triste cuando todo terminó. Pero su esposo no podía hacer nada sobre la situación. Muchos hombres en este país sufren de eso. Lo admiran, pero claro no es fácil para ellos. Sus esposas, madres e incluso sus hijas.
Le preguntamos a la dentista si nos acompañaba a cenar. Ella se negó a ir.

Fidel Castro y su esposa actual, Dalia, viven en una pequeña casa al oeste de La Habana. Los visitantes dicen que está amueblada de forma muy simple con artesanías cubanas. No es lujosa, pero Fidel sí tiene una televisión. Él es muy reservado, incluso la CIA desconoce mucho de su vida personal. Mide poco más de dos metros y estuvo casado dos veces. Como Ann Louise Bardach y otros han reportado, su primer matrimonio terminó debido a una infidelidad. Durante la revolución, antes del ataque al Cuartel Moncada, un Fidel muy joven comenzó a intercambiar cartas con una dama de la sociedad llamada Natalia Revuelta. Natalia estuvo casada con un cardiólogo, y Fidel con la sobrina del Ministro del Interior, pero después de conocerse en persona, fue amor a primera vista. Alina Fernández es la hija de ambos, nació fuera del matrimonio y fue criada por Natalia y su esposo.
Después de la revolución, Fidel visitaba a Natalia en su hogar. Alina era tan sólo una niña, así que tiene varias lagunas mentales, pero claramente recuerda haber visto las manos de su padre temblar después de que el gobierno le cerró su consultorio: las clínicas de doctores eran consideradas parte del sector privado. (No está claro si el consultorio fue clausurado porque fomentaba el capitalismo, o porque fue un acto tirano por parte de Fidel). Castro aparecía después de media noche, en una caravana de jeeps, para hacerle el amor a su madre bajo el mismo techo que su “padre”. Cuando Fidel comenzó a tener sexo con las amigas de Natalia, ella se lo reprochó, y le pidió a Fidel que respetara a su hija. Él dijo: “No te preocupes, no me quito las botas”.
Viajamos por el país y las mujeres nos obstruyeron en todos los lugares que visitamos. Cuando intentamos acercarnos a ellas esquivaban la mirada, cambiaban de tema o salían corriendo. Procuramos que la mayoría de las entrevistadas fueran de mediana edad y mayores, pensando que tendrían mayor voluntad para hablar sobre indiscreciones de la juventud (también, han pasado al menos un par de décadas desde que Fidel estaba en su punto más alto). No hubo suerte. Nuestro español es medio primitivo, en el mejor de los casos, así que el tipo de preguntas delicadas necesarias para este tema quedaban lejos de nuestro objetivo, pero seguimos adelante de todos modos. Una o dos veces conseguimos alguna pista que nos llevaba a otro pueblo o restaurante o bar. Frecuentemente sospechábamos que nuestros informantes potenciales sólo estaban tratando de engañarnos para que les compráramos comida.
Llevábamos casi un mes en Cuba, y la broma de la dentista era lo más cerca que estábamos de una historia real. El panorama era seco como el Sahara. Habíamos cruzado casi toda la isla y nos entró el pánico. Habíamos entrado a oficinas gubernamentales y las secretarias nos habían menospreciado. Habíamos aterrorizado a meseras con preguntas sobre el pene de Fidel.
Después nos encontramos con una mina de oro. En Sancti Spiritus, nos arreglamos para quedarnos en un hogar privado, cuya dueña era una amable señora de edad y su guapo y extravagante hijo gay, Gigi, que hablaba inglés perfecto. Le vimos potencial. Gigi admiraba a Wes y mis lentes de sol. Me preguntó si se los prestaba, y los usó para salir una noche. Cuando la mañana siguiente Gigi, obviamente crudo, explicó que había perdido mis lentes, nos le fuimos a la yugular.
Una hora después nos encontramos en el recibidor de la mansión colonial de una pequeña mujer llamada Yeny y su esposo, Arnold. Gigi había hablado con Yeny después de que le contamos sobre nuestra historia, y nos invitó a los tres a visitarla. Yeny tenía pelo rojo hasta los hombros, mejillas hundidas y grandes dientes frontales.
Mientras hablábamos con Yeny en el recibidor, Arnold estaba sentado de espalda a nosotros en la sala de junto, llena de libreros de aluminio. Los libros estaban acomodados al revés con sus lomos hacia la pared así que los títulos eran un misterio. Arnold era un hombre bien parecido con forma de gorila. Usaba jeans de carpintero sin camisa y se sentaba frente a un delicado y antiguo escritorio que era tan pequeño que apenas sostenía su máquina de escribir.
Con mucho entusiasmo, Yeny nos preguntó si queríamos un tour. Por supuesto que dijimos que sí. Cuando llegamos al comedor ella señaló al piso y en un inglés criollo dijo: —En estos mismos azulejos—. Ella miró sobre sus hombros hacia su esposo, aún sentado con su espalda hacia nosotros. Luego se inclinó cerca de nosotros y murmuró: “Fidel”.
Justo entonces su esposo volteó. —¿Café?— preguntó.
—¿Tienes tiempo de almorzar?— dijo Wes. —Nos gustaría llevarte a almorzar—. Arnold sonrió y negó con su cabeza.
—Buena idea— dijo Gigi, aprovechando la oportunidad y tomando la decisión a nombre de Yeny. —Te voy a llevar al restaurante de mi amigo.
Para su cuarto daiquirí, Yeny lo estaba dando todo en vulgar detalle. —¡Chocolate!— dijo; sus ojos se abrían con cariñoso recuerdo. Gigi traducía, pero podíamos notar que le daba pena y no nos decía todo lo que ella dijo. De todos modos era bastante cachondo. 
—Me dio de comer galletas de un lugar en París. No recuerdo el nombre pero siempre presumía las galletas. Eran deliciosas. Él escurriría chocolate sobre mí.
Esos fueron los días más felices de mi vida. Siempre le pregunté si quería que otras mujeres se nos unieran. Pero él dijo que ningún hombre debería hacerle el amor a más de una mujer al mismo tiempo. No le gustaban las orgías. Nunca tendría a otro hombre en el cuarto mientras me hacía el amor. Pero a veces dejaría que otras mujeres nos vieran. ¡Les decía que se comieran las galletas!
Con Fidel, todo se trataba del placer, ¿ves? Es verdad que prefería a las esposas de otros hombres. Para que los hombres pensaran que él quería que les pusiera el cuerno. Ellos pensaban que era el poder. O hacer a otros hombres criar a sus hijos. De hecho él era muy amable. No le gustaba romper el espíritu de una mujer. Dijo que las mujeres no casadas se enamoraban mucho. Algunas mujeres… nunca podrían olvidar a ‘Alejandro’. Tenían problemas.
Eso hace referencia a Alejandro Magno; "Alejandro" fue el nombre de guerra de Fidel durante la revolución. Gigi se veía muy nervioso. Trató de interrumpir, pero Yeny le dijo que se callara. 
—Todavía lo amo —dijo. —Esos días son sagrados para mí. En mi vida he amado a dos hombres: a mi esposo y a Fidel. Él se está muriendo ahora. El hombre más grandioso que el mundo ha conocido.
Arnold lo llamaba el “Pájaro Cucú” a su espalda por todos esos hijos. Pero no, él prefería a las mujeres casadas porque sabe que somos mejores en la cama, y él nunca se acostaría con una prostituta. Miles de mujeres y nunca tocó una prostituta. Esto es algo que la mayoría de la gente no sabe. Te diré un secreto. Era por Che. Che era un pendejo. Nadie lo admitirá.
Che lo encontró una vez con una prostituta, cuando eran jóvenes, lo regañó. Che regañando a Fidel. Piénsalo. ¡Ridículo! Tantas veces dije: “¿Por qué no lo mandas a casa, al imbécil?” Él explicó que iba en contra de la moral. Tratar a una mujer como objeto. Ahí fue cuando Fidel se volvió un amante. No sé por qué las galletas. Y por supuesto los puros. Creo que fue por eso que su presidente Clinton tenía lo de los puros. Cree que estaba imitando a Fidel. Todos los hombres, en secreto, quieren ser Fidel.
El mesero trajo su quinto trago. Gigi puso su mano sobre el vaso y Yeny inmediatamente se la movió. Habló rápidamente en español.
Cuando terminó, Gigi dijo: —No puedo repetir eso.
—¿Por favor? —le pedimos. —Esto es muy bueno.
—No. Quiero decir, que no entiendo lo que dice. Está muy borracha.
Yeny tomó a Holly de la muñeca.
—Si te lo pide… es tu deber.
Está bien. Tienes mi permiso —dijo el conductor.            
Como una semana después de nuestro almuerzo con Yeny, estábamos sentados en un Corvair convertible color esmeralda de los 50 con inmaculados asientos de piel, camino a la playa.
—¿A qué te refieres con que tenemos tu permiso? —preguntó Holly.
El conductor encogió los hombros y se rio.
—¿Este es tu coche, no? —dijo Wes. —No hay micrófonos en tu coche. Tenemos el toldo abajo, nadie puede escucharnos.
El chofer sonrió y encogió los hombros.
—Pensamos que estaba bien preguntar sobre su vida amorosa —dijo Wes. —Nuestro amigo nos dijo eso. Dos amigos. Él tuvo 35 mil amantes.
El conductor movió los ojos. —Doscientas mil. Dos millones…— Estaba desatado, su voz gruesa y sarcástica. —Mi tía se acostó con Fidel. Mi abuela se acostó con Fidel. Mi tío se acostó con Fidel. ¿Sabes? Todos nos hemos acostado con Fidel. Fidel y yo hicimos el amor en su coche.
Nos hizo una cara. Ninguno de nosotros supo qué quería decir realmente.
—Pero en serio, ¿Fidel se acuesta con hombres? —preguntó Wes, señalando que Cuba es uno de los países más gay-friendly en el mundo. Operaciones de cambio de sexo gratuitas han sido otorgadas por el gobierno desde 2010, y la legislación sobre matrimonios de miembros del mismo sexo está en proceso.
Nuestro conductor ignoró la pregunta. Dijo: —Tengo siete primos diferentes que se llaman Fidelito [el nombre del primogénito de Castro]. Cualquier bastardo, siempre Fidelito… Fidelito. Fidelito. Si una mujer se embaraza y no dice quién es el padre…
Entró en razón un poco. Volteó hacia Wes: —Entonces, mi amigo. ¿Eres americano?
—Canadiense —contestó Wes.
—¿Qué tipo de puro te gusta fumar?
—Partagás.
—Está en promoción esta semana —dijo el conductor. —Último día. Yo tengo.
Wes le compró una caja.
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De VICE
Todas las ilustraciones por Jonny Negron.

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