Éste es un clásico de la literatura viajera, que estaba en las estanterías de mi padre desde quizá antes que yo misma… lo leí en su día, pero no lo recuerdo prácticamente y es ahora, al releerlo en la versión ebook, cuando he decidido reseñarlo.
Michel Peissel nos transporta al Mustang, una región que rendía vasallaje al reino de Nepal, pero de proximidad y cultura tibetanas. Un reino cerrado a los extranjeros occidentales hasta mediados del s. XX, y en 1964 el autor consiguió por primera vez para un occidental un permiso para una estancia larga en el mismo… apenas 2 meses.
Impresionante ¿no? En breve hará sólo 50 años que esta pequeña esquina del mundo se “abrió” al resto del mundo, no sé si para bien o para mal, o para ambas cosas.
“Es tan remoto que, virtualmente, ha de ser independiente”
Peissel viaja desde Katmandú, pasando por Pokhara hacia el reino de Lo (Mustang). Lo hace en compañía de un tibetano de Lhasa que debía ocultar su verdadera identidad por cuestiones políticas, ya que China había invadido Tibet y trataba de continuar su expansión. Se dirigían, pues, a un territorio inestable, y Michel no oculta su nerviosismo por ello, pero tampoco decide dar media vuelta.
Entre otros territorios, el pequeño y bien fortificado Mustang era uno de los objetivos de los chinos… Porque aquí, entre las montañas más altas del mundo, las ciudades llevan siglos defendiéndose y luchando entre sí. Las murallas son parte de su ser, y quizá gracias a ellas han logrado conservar sus modos de vida a todos los niveles.
Disfrutamos tanto del camino de ida, como de su llegada a Lo. Sin llevar con él más que lo básico, elimina la mayor parte de los pertrechos modernos y después de adoptar la chuba(chaqueta o abrigo tibetano que protege del frío, viento, y aporta bolsillos en los que llevar las pertenencias), practica su recién estrenado tibetano por el camino. Un camino que hace andando, con mulas primero y después yaks.
Se transporta al Medievo y se llega a fundir con él, o al menos así lo experimenta cuando echa la vista atrás después de unas semanas de viaje y estancia en Lo. Todo un viaje épico.
El gran valor de este libro es el relato de un mundo que quizá aún conserva mucho de lo aquí descrito, porque el antiguo reino del Mustang, que sigue perteneciendo a Nepal, no es una ruta frecuente para los extranjeros. Sigue siendo difícil alcanzarlo, conseguir permiso, y recorrerlo a pie, por lo que he podido leer en la Red sobre él.
Es un relato muy contemporáneo para con nuestra forma de pensar, y que lo hace en forma de antropólogo de mirada curiosa, que intenta juzgar y comparar poco (no siempre le sale bien, e incluso a veces lo reconoce abiertamente).
Es también un relato organizado, pues Peissel quiere escribir un libro (el que leemos) y quiere aportar a la Antropología el conocimiento de este lugar: los capítulos sobre creencias, costumbres, relaciones hombre-mujer, política, agricultura, arquitectura, etc., se van desarrollando poco a poco.
Pero también es un relato personal y humano, cargado de impresiones sobre sus sensaciones y sentimientos, y con algunos de los cuales uno se puede sentir identificado fácilmente.
El juego con dinero, las apuestas, constituyen en el Himalaya una verdadera manía. Cualquier cosa sirve de pretexto: desde adivinar cuántos asnos y cuántos yacs pasarán al atardecer por la puerta de la ciudad, hasta una especie de dados tibetanos formados con pequeños huesos o con alubias.
Empezamos conociendo a la tribu de los fieros khampas, guerreros valerosos que se afanan en proteger las fronteras. Son temibles, son orgullosos, son un poco imprevisibles… dan miedo y fascinan a la vez.
Después a los paisajes de Mustang, sus poblaciones fortificadas, sus costumbres y sus creencias que beben de las mismas fuentes que las del Tíbet, y en un momento precioso, cuando avista por primera vez la capital del reino de Lo, se acuerda del mito de Shangri Lha.
Según aseguran las creencias budistas, el ser humano está hecho de fuego, tierra, agua y viento. Pemba me lo explicó diciéndome: “un hombre está caliente; es el fuego que tiene. Si te arañas la piel, verás que se vuelve blanca debido a que te quitas la tierra que hay en ella. El agua la ves cuando la escupes, y el viento lo encuentras en los pulmones”. Los tibetanos consideran que el aire y el espíritu son una misma cosa, y en ello se asemejan a los antiguos griegos, que llamaban “alma” al viento.
Uno de sus grandes objetivos es conseguir desvelar la Historia de Mustang. La historia contada por historiadores, por crónicas oficiales locales, claro… No os voy a desvelar si lo consigue o no, solamente os diré que la historia de reyes, reinados y dinastías no parece ser algo que forme parte de la sabiduría popular, o nadie se presta a contárselo. Y esto es curioso porque más adelante nos habla de que éste es un pueblo que insiste mucho en la Inteligencia de las personas. Efectivamente, ser inteligente es un rasgo valorado y encumbrado, un rasgo que permite que las personas que lo son y que lo consiguen (pues se fomenta la sabiduría y el razonar sobre las cosas) no tengan que trabajar como los demás. Se admira que alguien no tenga que trabajar a cambio de cultivar su intelecto… de ahí que los lamas y muchos monjes no trabajen como el resto de los individuos. Aquí Peisser no se resiste a comparar con nuestra sociedad. Y este texto es de antes de 1970…
Otra característica del Mustang es la alta estima en que se tiene a la inteligencia. Las masas lobas ambicionan ser brillantes, cultas, inteligentes, desean aprender; a los niños se los alienta siempre a que se interesen en temas intelectuales y a la sabiduría se la admira y estima sin regateo. Aunque nos guste pensar que se trata de una constante universal, debemos convenir en que no es así. En nuestros países occidentales consideramos el “trabajar de firme” virtud mucho mayor que el tener una inteligencia privilegiada. […] Nuestra educación está más dirigida al trabajo que a la reflexión.
Otro rasgo a destacar de los habitantes de Lo es el buen humor, y también el valor que dan a la Felicidad, aunque ésta es sinónimo de Belleza.
He encontrado muchos lugares comunes con otros libros ya leídos sobre Tíbet, su religión, costumbres, vestimentas, gastronomía… pero como el autor afirma, aquí encontró las cosas en su estado más original.
¡Y se lamenta de cómo otros países asiáticos como India, Nepal o incluso Birmania han cambiado tanto su fisonomía y costumbres por la Modernidad! ¡en 1964! ¡Qué diría ahora si los viera!
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De LEER Y VIAJAR, 16/12/2013
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