Héctor E. Schamis
En América Latina, la democracia está en coma. Salvo honrosas excepciones, los presidentes de la región buscan una sola cosa: quedarse en el poder más tiempo del estipulado al asumir, y donde dice “más tiempo”, léase “para siempre”. La consecuencia de ello es el establecimiento de un orden político despótico y personalista, diferente a los de antaño—basados en la institución militar—pero simultáneamente parecidos: una suerte de Macondo pero con elecciones.
Estos nuevos autócratas han usado diversos métodos para perpetuarse, todos efectivos, además, en paralizar a la oposición. Chávez, por ejemplo, logró modificar la constitución en pos de su reelección indefinida. Es su sucesor, Maduro, quien intentará amarrarse al poder para siempre. Si ello se logra por medio de elecciones limpias o por medio del fraude, como en abril pasado, es trivial, sobre todo una vez que el pajarito en su sombrero confirmó la legitimidad del resultado.
Evo Morales, por su parte, hizo aprobar la nueva constitución en 2009, la cual estipula que los mandatos anteriores a la vigencia de la misma cuentan, inhabilitándolo explícitamente. Pero eso fue en 2009. Ahora, el Tribunal Constitucional autorizó la candidatura del presidente en ejercicio para un tercer período consecutivo. La alquimia legal invocada es que la nueva constitución refundó el estado—el Estado Plurinacional—y por lo tanto la primera presidencia de Morales ocurrió en “otro” estado.
Correa también modificó la constitución, que ahora autoriza dos períodos consecutivos. Más precavido que Morales, se aseguró su tercer periodo desde el comienzo, especificando que el mandato bajo la constitución anterior no contaba. Es decir, bajó el reloj a cero en 2009, y así tendrá el poder en sus manos hasta el año 2017. Seguramente verá entonces cómo hace para quedarse otro rato.
A diferencia de los anteriores, Ortega prefirió no perder su valioso tiempo en una tediosa reforma de la constitución, que en Nicaragua prohíbe toda reelección inmediata. Él simplemente presentó su candidatura y la Corte Suprema dictaminó que era “legal”. Así de simple: el más alto tribunal violando la ley suprema para satisfacer al jefe del ejecutivo; igualito a los Somoza.
En Argentina, los adulones a sueldo hablan de "Cristina eterna". No satisfecha con doce años en el poder, entre los propios y los de su difunto marido, la Presidenta intentará postularse a un tercer período a partir de 2015. Para ello necesita dos tercios del Congreso y una Convención Constituyente, eso luego de las elecciones parlamentarias de octubre próximo. El problema de la señora es que su popularidad está hoy alrededor del 35 por ciento y su imagen negativa llega a dos tercios del electorado. Sobre la base de estos datos, sólo le restaría cumplir su mandato, empacar y negociar una partida elegante, porque además no tendrá a la Corte Suprema de su lado como Morales y Ortega.
Pero no, como ella es “vieja y terca”, según nos hizo saber Mujica, ahora está embarcada en un asalto directo a los medios y al Poder Judicial. Así, ordenó a toda su bancada legislativa aprobar, en apenas diez días, la ley de “democratización” del Consejo de la Magistratura, el órgano que designa a los jueces. ¿Por qué tanto apuro? Porque la Magistratura también designa a los miembros de la Justicia Electoral, el órgano que norma el proceso comicial entero, desde el empadronamiento de los ciudadanos hasta el cómputo de los votos. La señora Kirchner está ajustada con el tiempo, pero si logra imponer nuevos jueces electorales rápidamente, ya hay quienes auguran un vasto fraude electoral en octubre. Entonces sí, tal vez, logre las bancas necesarias para la reforma constitucional que la acerque a su tan ansiada eternidad.
Este nuevo autoritarismo— ¿si todo esto no es autoritarismo, qué cosa lo es?—se justifica por una ideología progresista, revolucionaria, liberadora, popular, bolivariana y demás, que dice que hace falta tiempo para consolidar la gran transformación en curso. Muy pomposo y muy solemne, pero son todas pamplinas, eso es nada más que una narrativa para ingenuos. Aquí no hay ideología ni principios, aquí no hay más que petrodólares, negocios mal habidos, lavados de dinero, boliburgueses, ladrikirchneristas y piñatas Sandinistas. Este supuesto proyecto transformador es simplemente una corrupción de tal magnitud, que el poder omnímodo y perpetuo es imprescindible para garantizar su impunidad.
Esta “nueva izquierda”, que tanto ha criticado al neoliberalismo y las privatizaciones, en realidad es idéntica a la “vieja derecha”: ambas han privatizado el poder.
*Héctor E. Shamis es profesor en la Universidad de Georgetown, Washington DC.
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Del blog de Triunfo Arciniegas DE OTROS MUNDOS, 16/05/2013
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