Escritor
Lector al sol
La editorial es, como toda industria -aunque hablar de industria editorial en Bolivia es un despropósito-, una empresa muy consciente de la coyuntura.
Durante los últimos años no ha sido extraño en nuestro medio encontrar libros de crónicas en un momento en que ese anfibio está de particular auge, compilaciones sobre poetas y narradores jóvenes en una instancia en que la juventud parece haberse constituido en sí misma un valor, antologías de textos y pasajes sobre Bolivia en una etapa en que el discurso monologante de lo pluri se ha vuelto estandarte por excelencia de lo nacional.
De la misma manera, no resulta sorprendente encontrarnos ahora, en días plenos de Mundial, con una antología de cuentos que habla sobre uno de nuestros fracasos más sistemáticos, que a pesar de ello sigue dándonos largos motivos de pasión: el fútbol.
Domingos por la tarde es el título de la antología que se presentó hace algunas semanas en la Feria del Libro de Santa Cruz y que anoche tuvo su presentación oficial en La Paz. Editados por El Cuervo, seleccionados y prologados por Ricardo Bajo, los 30 cuentos del libro -que reúne a 31 autores pues uno de los cuentos está escrito a cuatro manos por Carlos D. Mesa y Alfonso Gumucio Dagrón- nos presentan un paisaje variopinto en el que muchas veces el fútbol es el centro de las historias, otras en que es tratado de forma lateral o figurativo e incluso otras en que constituye un pretexto para contar algo más.
Como toda antología -y sobre todo una que reúne a más de tres decenas de autores, provenientes de distintas tradiciones, generaciones y puntos del país-, Domingos por la tarde es un conjunto satisfactorio aunque desigual de relatos, entre los que a momentos surgen historias bien contadas e interesantes (No vale bombazo, de Diego Loayza; Sutura dominguera, de William Camacho; Un buen tipo, de Brayan Mamani Magne; La promesa, de Mariana Ruiz; Camerunés, de Saúl Montaño, y Minuto 45, de Paul Tellería); en que se notan también puntos bajos (Cosas del fútbol, de Máximo Pacheco; ¡Despierta, Joaquín, despierta!, de Homero Carvalho; Balaya del desamor, de Mabel Vargas) y en el que sobresalen con ventaja algunos relatos, como El croata, de Edmundo Paz Soldán, Las rejas del mundo, de Mauricio Murillo, y A veces también el tiempo, de Rosario Barahona.
Entre estos últimos, la figura de la derrota está notablemente narrada en Tiro penal, de Carlos Mesa y Alfonso Gumucio. En el cuento, un tiro penal es metáfora de un instante trascendental en la vida de su personaje, uno de esos momentos definitivos que raras veces ocurren en la vida real pero suceden sistemáticamente en el fútbol y, por eso, lo transforman en pasión extradeportiva, en código religioso, en cuestión de fe.
El cuento es el relato de uno de aquellos momentos de ultratensión que lo definen todo y que, al mismo tiempo, definen muy poco más allá de sí mismos, y quizás por eso hacen evidente lo efímero y frágil de una vida.
Eso porque en este cuento como en casi todos los del libro, se pone en evidencia una relación explícita: el fútbol se ve como la vida y viceversa. Así, es un relato que "literaliza” (o, performa, en jerga académica) el fútbol; es decir, que iguala la experiencia futbolística a la vital, el juego a la existencia, el deporte a una biografía que dura 90 minutos y cuyas consecuencias exteriores al sistema que se desarrolla en la cancha son definitivas aunque, de cierta forma, permanece dentro de sus límites.
Otro punto destacado de la antología es Hipopótamo, cuento pleno de humor de Juan Pablo Piñeiro que construye la historia de "un mega anfibio en la cancha”, y se concentra en momentos como cuando el hipopótamo decide parquearse cerca al banderín del córner del equipo rival y, por lo tanto, deja en permanente off-side a su equipo.
Cercano a la literatura del absurdo y narrado con gran soltura, el cuento tiene pasajes realmente hilarantes, instancias como cuando el árbitro le saca tarjeta amarilla al hipopótamo, cuando falto de recursos expulsa a un juez de línea, y otras.
Tamayá, de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, es un barroco y afortunado experimento entre fútbol, retrato costumbrista, crítica social y festiva concurrencia de palabras, una construcción lingüística y dramática contundente y notable dentro del conjunto del libro.
Es la historia de un adolescente callejero que vive en la Cochabamba de algún punto indeterminado del pasado cercano, que tiene un encuentro fugaz y definitivo -y trágico- con un héroe futbolístico, pero es también -como mucho de la obra de Ferrufino Coqueugniot-, el relato del encuentro desfasado entre la serenidad pueblerina y un desconcertante principio de modernidad: es decir, el relato de los cambios que las ciudades bolivianas y sus habitantes experimentaron durante el siglo pasado.
Por otra parte, El síndrome Panenka, de Christian Vera, resulta uno de los mejores cuentos del libro, la historia incluso conmovedora de un relator de fútbol que poco a poco, al perder la posibilidad de escribir sus guiones, pierde también la de relatar partidos, con una inexplicabilidad que resulta, sin embargo, entendible y un ritmo, de alguna manera cercano a lo fantástico, que concreta una de las piezas clave de Domingos en la tarde, un relato futbolístico en el que el fútbol funciona casi por su ausencia, el relato de una pérdida sistemática de lo conocido que termina siendo la historia sorprendente de la desintegración de una vida y una figura mítica.
Un reloj. Una pelota. Un café, de Magela Baudoin, finalmente, es otro de los puntos más destacados de la selección, la historia de un niño y su abuelo, y de una madre que está muriendo, y de la posibilidad de la muerte en las minas, y de cómo el vínculo con el fútbol es a veces una posibilidad de futuro, otro de los nombres del vínculo familiar y sanguíneo, aunque siempre implique un rompimiento, una separación incluso definitiva con lo que amamos.
Como se dijo, un factor común de la mayoría de estos relatos es el sistemático símil que aúna la vida con el juego, que equipara la existencia con el fútbol. En algunos de los casos esta comparación sigue una forma demasiado programática, obedece un paralelismo poco trabajado y a veces fallido que se apoya en la metáfora fácil, pero en otros, cuando está bien trabajada, resulta en siete u ocho cuentos que por sí mismos valen la compra y la lectura del libro. Sobre todo en semanas como ésta, cuando todo lo que se respira, queramos o no, es fútbol.
Durante los últimos años no ha sido extraño en nuestro medio encontrar libros de crónicas en un momento en que ese anfibio está de particular auge, compilaciones sobre poetas y narradores jóvenes en una instancia en que la juventud parece haberse constituido en sí misma un valor, antologías de textos y pasajes sobre Bolivia en una etapa en que el discurso monologante de lo pluri se ha vuelto estandarte por excelencia de lo nacional.
De la misma manera, no resulta sorprendente encontrarnos ahora, en días plenos de Mundial, con una antología de cuentos que habla sobre uno de nuestros fracasos más sistemáticos, que a pesar de ello sigue dándonos largos motivos de pasión: el fútbol.
Domingos por la tarde es el título de la antología que se presentó hace algunas semanas en la Feria del Libro de Santa Cruz y que anoche tuvo su presentación oficial en La Paz. Editados por El Cuervo, seleccionados y prologados por Ricardo Bajo, los 30 cuentos del libro -que reúne a 31 autores pues uno de los cuentos está escrito a cuatro manos por Carlos D. Mesa y Alfonso Gumucio Dagrón- nos presentan un paisaje variopinto en el que muchas veces el fútbol es el centro de las historias, otras en que es tratado de forma lateral o figurativo e incluso otras en que constituye un pretexto para contar algo más.
Como toda antología -y sobre todo una que reúne a más de tres decenas de autores, provenientes de distintas tradiciones, generaciones y puntos del país-, Domingos por la tarde es un conjunto satisfactorio aunque desigual de relatos, entre los que a momentos surgen historias bien contadas e interesantes (No vale bombazo, de Diego Loayza; Sutura dominguera, de William Camacho; Un buen tipo, de Brayan Mamani Magne; La promesa, de Mariana Ruiz; Camerunés, de Saúl Montaño, y Minuto 45, de Paul Tellería); en que se notan también puntos bajos (Cosas del fútbol, de Máximo Pacheco; ¡Despierta, Joaquín, despierta!, de Homero Carvalho; Balaya del desamor, de Mabel Vargas) y en el que sobresalen con ventaja algunos relatos, como El croata, de Edmundo Paz Soldán, Las rejas del mundo, de Mauricio Murillo, y A veces también el tiempo, de Rosario Barahona.
Entre estos últimos, la figura de la derrota está notablemente narrada en Tiro penal, de Carlos Mesa y Alfonso Gumucio. En el cuento, un tiro penal es metáfora de un instante trascendental en la vida de su personaje, uno de esos momentos definitivos que raras veces ocurren en la vida real pero suceden sistemáticamente en el fútbol y, por eso, lo transforman en pasión extradeportiva, en código religioso, en cuestión de fe.
El cuento es el relato de uno de aquellos momentos de ultratensión que lo definen todo y que, al mismo tiempo, definen muy poco más allá de sí mismos, y quizás por eso hacen evidente lo efímero y frágil de una vida.
Eso porque en este cuento como en casi todos los del libro, se pone en evidencia una relación explícita: el fútbol se ve como la vida y viceversa. Así, es un relato que "literaliza” (o, performa, en jerga académica) el fútbol; es decir, que iguala la experiencia futbolística a la vital, el juego a la existencia, el deporte a una biografía que dura 90 minutos y cuyas consecuencias exteriores al sistema que se desarrolla en la cancha son definitivas aunque, de cierta forma, permanece dentro de sus límites.
Otro punto destacado de la antología es Hipopótamo, cuento pleno de humor de Juan Pablo Piñeiro que construye la historia de "un mega anfibio en la cancha”, y se concentra en momentos como cuando el hipopótamo decide parquearse cerca al banderín del córner del equipo rival y, por lo tanto, deja en permanente off-side a su equipo.
Cercano a la literatura del absurdo y narrado con gran soltura, el cuento tiene pasajes realmente hilarantes, instancias como cuando el árbitro le saca tarjeta amarilla al hipopótamo, cuando falto de recursos expulsa a un juez de línea, y otras.
Tamayá, de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, es un barroco y afortunado experimento entre fútbol, retrato costumbrista, crítica social y festiva concurrencia de palabras, una construcción lingüística y dramática contundente y notable dentro del conjunto del libro.
Es la historia de un adolescente callejero que vive en la Cochabamba de algún punto indeterminado del pasado cercano, que tiene un encuentro fugaz y definitivo -y trágico- con un héroe futbolístico, pero es también -como mucho de la obra de Ferrufino Coqueugniot-, el relato del encuentro desfasado entre la serenidad pueblerina y un desconcertante principio de modernidad: es decir, el relato de los cambios que las ciudades bolivianas y sus habitantes experimentaron durante el siglo pasado.
Por otra parte, El síndrome Panenka, de Christian Vera, resulta uno de los mejores cuentos del libro, la historia incluso conmovedora de un relator de fútbol que poco a poco, al perder la posibilidad de escribir sus guiones, pierde también la de relatar partidos, con una inexplicabilidad que resulta, sin embargo, entendible y un ritmo, de alguna manera cercano a lo fantástico, que concreta una de las piezas clave de Domingos en la tarde, un relato futbolístico en el que el fútbol funciona casi por su ausencia, el relato de una pérdida sistemática de lo conocido que termina siendo la historia sorprendente de la desintegración de una vida y una figura mítica.
Un reloj. Una pelota. Un café, de Magela Baudoin, finalmente, es otro de los puntos más destacados de la selección, la historia de un niño y su abuelo, y de una madre que está muriendo, y de la posibilidad de la muerte en las minas, y de cómo el vínculo con el fútbol es a veces una posibilidad de futuro, otro de los nombres del vínculo familiar y sanguíneo, aunque siempre implique un rompimiento, una separación incluso definitiva con lo que amamos.
Como se dijo, un factor común de la mayoría de estos relatos es el sistemático símil que aúna la vida con el juego, que equipara la existencia con el fútbol. En algunos de los casos esta comparación sigue una forma demasiado programática, obedece un paralelismo poco trabajado y a veces fallido que se apoya en la metáfora fácil, pero en otros, cuando está bien trabajada, resulta en siete u ocho cuentos que por sí mismos valen la compra y la lectura del libro. Sobre todo en semanas como ésta, cuando todo lo que se respira, queramos o no, es fútbol.
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De LetraSiete (Página Siete/La Paz), 12/06/2014
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