Omar Prego
Gadea
Imposible
describir el deslumbramiento que me produjo esta interpretación gráfica
de Juan Carlos Onetti, de este libro cuyo título, Pesimista militante, tan
bien define su contenido, la figura del personaje pintado o lo que es lo
mismo, narrado, tanto como la del escritor que vivió y actuó en las reales
coordenadas de tiempo y espacio; en el mundo de los hechos reales, de
acuerdo a la definición del propio Onetti. Veintidós caricaturas, veintidós
cuadros componen esta galería sabatiano/onettiana.
Si yo fuera
caricaturista, como lo es por ejemplo mi amigo Menchi Sábat, me encantaría
poder dibujar o de alguna manera representar, con la mirada que yo tengo
escondida dentro de mí mismo, a determinados personajes –que pueden ser
escritores, pintores, jugadores de fútbol, políticos sobre todo–,
y marcar, con ese golpe de lápiz que parece una puñalada, algo que
los haga reconocibles por el público lector de un diario, de una
revista. Se trata de hacer más ostensible aquello que en su cara, en
su cuerpo, en su posición, pero sobre todo en sus gestos, lo
delataría en cualquier lado y lograría que en la calle en un cruce
inesperado se le reconozca en el acto.
Pero
lamentablemente, nosotros los escritores debemos atenernos a un
reglamento más estricto y tal vez por eso algunas crónicas resultan
aburridas, no llaman mucho la atención, no empujan a contemplar como
lo logra una caricatura. Como si la imagen surgiera por arte de
encantamiento, tal como lo consigue la intuición creadora, el
golpe de vista que retrata cuerpo y espíritu, de un artista de la
talla de quien ha sido capaz de crear esta galería de imágenes, de
caricaturas de Onetti, uno de los grandes entre los grandes en el
escenario universal de la literatura, uno de los mayores –o el mayor–
escritor latinoamericano.
Un escritor
puede crear un personaje, puede describirlo, puede hacerlo vivir
un drama, crear episodios imposibles de atrapar en su cabalidad por el
lector, pero no puede como el caricaturista tomar el pelo
al personaje estampado en la escritura; extenderle la nariz de manera que
parezca una bandera, hacerlo tan extremadamente gordo como para que no
pase por una puerta, cubrirlo de una espesa capa de pelo que
le oculte el rostro.
El
caricaturista –si es verdaderamente tal– puede burlarse de su personaje,
exagerar hasta límites inimaginables los defectos, los rasgos o características
propias de una persona determinada, alquimia que le permite ilustrar
–podríamos decir recrear–, dar vida en forma inconfundible a su propio e
inolvidable, intransferible personaje. Representación que llegará a ser
más cierta, real e inconfundible que el modelo que le dio origen, para ser
otro sin dejar de ser el mismo. Ni el escritor ni el fotógrafo –otro creador de
imágenes–, solo el caricaturista puede lograrlo. (Si no me creen, cosa que
tienen todo el derecho a hacer, pueden pasar revista a las innumerables
caricaturas que a través del tiempo y en la urgencia y la improvisación
del día a día nos tiene habituados Sábat.)
La situación
se complica cuando de la caricatura en blanco y negro, la que suele sintetizar
el acontecimiento que marca el ritmo ciudadano, se pasa a otra dimensión
pictórica y de la página del diario se salta a la galería de arte y del trazo
ágil y nervioso, sagaz –y si se requiere, mordaz– que registra el hoy,
se adviene al cuadro del pintor consagrado por la inequívoca dignidad
del Museo. A esta etapa hace tiempo ha accedido con originalidad y
maestría el talento del uruguayo radicado en Buenos Aires, en aquella
lejana época, primigenia etapa, de dibujante del semanario Marcha –donde
templamos nuestro espíritu de periodistas– y del diario montevideano
El País. Era ya entonces un caricaturista brillante, como también lo
fueron Peloduro (Julio Suárez) y Pancho (Francisco Graells) en
el semanario de Carlos Quijano y luego Ombú (Fermín Hontou) en
Cuadernos de Marcha, segunda y tercera época, y en Brecha.
La caricatura
puede ser más explícita y su mensaje más directo que el de un
sesudo editorial, aunque sea un editorial de Clarín, aunque se
tratara de un editorial de Quijano o de Arturo Ardao en Marcha, el
semanario que fundado en 1939 tuvo a Juan Carlos Onetti como Secretario de
Redacción.
Sábat se
inscribe en la abundante tradición rioplatense de humor gráfico, pero su
obra es más ambiciosa, ha señalado con acierto María Elena Walsh en
el prólogo a Una satisfacción tras otra. También en la tradición europea donde
descuella –por no citar sino un nombre– Tardi, el caricaturista que
“cuenta” Voyage au bout de la nuit de Louis Ferdinand Céline, el
polémico, como Roberto Arlt, “pariente” de Onetti (como cada uno en
su medida también lo fueron Proust, James, Faulkner, Hemingway,
Francisco Espínola, Mallea, Borges, Cezanne, Gauguin, Torres García,
Payró, la novela policial, Gardel, el tango, la marca rioplatense).
Si yo fuera
crítico de arte estaría más capacitado para describir la impresión que me
ha causado esta interpretación gráfica de Juan Carlos Onetti, cuyo
prototipo tengo bajo mis ojos en este instante. Veintidós
caricapturas, veintidós imágenes para capturar a un solo escritor,
todas ellas piezas inéditas, a pesar de tener tantos antecedentes, porque
Onetti ha sido tema y “modelo” de Menchi desde hace muchos años. En
la actualidad, una caricatura de Onetti por Sábat, de
tamaño monumental, preside el salón de entrada a la Biblioteca
Nacional de mi país. El de Sábat y el de Onetti.
De la
caricatura que en la prensa diaria ilustra y da cuenta del acontecer
ciudadano, Hermenegildo Sábat se expresa ahora mediante un género
pictórico narrativo fruto de su inagotable vena artística, de su peculiar
manera de observar, interrogar, criticar, censurar, denunciar o aplaudir
la realidad y a los actores del acontecer, tal como un sociólogo, un
politólogo o un filósofo de la Historia.
Sábat ha
creado un nuevo género narrativo que encuentra su expresión en este
libro-objeto. En este álbum. Y el personaje es Onetti. El pintor-escritor
lo califica, lo bautiza interpretación gráfica. Veraz definición para este
libro que nos captura, nos fascina, que no escapa, sino que exige el
calificativo obra de arte.
El título,
Pesimista militante, es otro acierto de Sábat, y esto en más de un
sentido. Sin duda se adecua al propósito de construir una obra narrativa,
una textualidad coherente, explícita, fuerte, progresiva, hilada no por la
palabra escrita, sino por el trazo y el color. Acierto también, porque la
frase define al personaje creado/recreado. Porque el título “pesimista
militante” recoge la opinión del creador sobre su criatura y
porque expresa el ser Onetti, el espíritu del fundador de la ciudad mítica
de Santa María, del creador de la saga que a partir de 1950 ha alimentado
la mayoría de los cuentos, nouvelles y novelas de este compositor que
mueve en la escena múltiples y bien determinados personajes que viven,
casi sin excepción, un destino signado por una cosmovisión pesimista.
Es ese el
rasgo dominante de este personaje nacido del ingenio, del trazo y el color
de Hermenegildo Sábat. De la paleta del pintor que ha acompañado a
Onetti en innumerables representaciones a través del tiempo.
“Pesimista
militante” es quien se mueve guiado por una pesimista concepción
del mundo; porque es esa la filosofía del escritor cervantino (por ganador
del Cervantes), del sujeto nietzscheniano y sartreano que es –que
fue– Juan Carlos Onetti. Como filosofía del desecho, ha sido tipificada
por el escritor y critico argentino Noé Jitrik.
Dijimos que
estamos frente a un nuevo género, a un género picto-literario.
Frente a una narración “pintada”, pero narración al fin. El personaje
Onetti se nos presenta y evoluciona en progresivas etapas, “mostrado”
–escrito– por medio de esta serie de cuadros, desde la primera juventud
hasta la vejez, registrando la más variada expresión de estados de
ánimo.
Algunos de
estos cuadros corresponden a un Onetti joven; uno de ellos, magníficamente
logrado, a un adolescente animado por un espíritu sin mácula, etéreo,
diáfano. Es la imagen de la pureza. Tal como lo fueron Ceci, la muchacha
de El pozo, la ciclista de La cara de la desgracia, la Elvirita de la
primera época en Cuando ya no importe, Jorge Malabia.
Otros cuadros,
la mayoría, representan a un sujeto severo, de mirada profunda,
que suele ser interrogante, dubitativa. En otros vemos a un Onetti
bondadoso o al menos motivado por la piedad, la templanza, la
conmiseración. O por la ira; o captado en el instante de la tensión creadora:
“escribo por ataques”, ha reiterado el escritor uruguayo.
Vemos a un Juan
Carlos Onetti mirando fijo la cámara con gesto grave o de
soslayo, sin brindarse plenamente, dominado por la incertidumbre o
por la desesperanza. No se registra sonrisa, alguna vez, el mal humor.
Por supuesto, la paleta capta al Onetti lector: “Si no escribo, leo”,
ha afirmado. Sábat lo entiende, pues, él, “ajeno a las subastas, a la maratón
de los mercados”, crea, imagina, da vida, porque “dibujar es pura
diversión”, es oficio, es sabiduría... es como respirar. Como
para Onetti lo es la escritura. Juan Carlos Onetti o la salvación por
la escritura titulamos el ensayo crítico del que es coautora María Angélica
(Petit) escrito durante el exilio y publicado en Madrid en 1981;
Onetti. Perfil de un solitario el libro de 1986 y 2009: ambos títulos
definen –pienso– al personaje que hoy nos muestra Menchi.
Si, Pesimista
militante, el título de la obra se corresponde con el tono del
contenido, con una visión del mundo que recoge la obra también
escrita a cuatro manos, Onetti: la novela total. Opera prima/Opera omnia, publicada
en este 2009, “Año Juan Carlos Onetti”, así decretado en Uruguay,
donde por primera vez nuestro gran exiliado ha congregado al público
desde las aceras de su ciudad natal. “Novela total” porque
la textualidad onettiana repartida –escrita– en innumerables cuentos,
nouvelles y novelas desde 1933 a 1993, desde “Avenida
de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo” su primer cuento édito hasta la novela
Cuando ya no importe, constituyen una summa, una unidad textual y uno
de los ejes de esta unidad es precisamente una cosmovisión signada por el
pesimismo, la angustia existencial como calidad identitaria de la
enigmática condición humana. O al menos, un sino o signo del ser
rioplatense, como señaló Paul Verdevoye en la mesa redonda que el propio
Onetti integró cuando en marzo de 1978 la Université Paris III, las
universidades de París y la comunidad uruguaya exiliada, rindieran homenaje a
quien representaba la libertad de conciencia tanto como la cultura y la
identidad uruguaya.
No es sino el
alma –la que se propuso contar Eladio Linacero– de este personaje uno y
colectivo, la imagen del espíritu rioplatense, la que se retrata en esta unidad
narrativa que hoy nos ofrece Hermenegildo Sábat... pero cuánta
belleza encierra esta interpretación gráfica.
Representación
gráfica que podemos leer como un homenaje al Premio
Cervantes uruguayo en el centenario de su muerte, al escritor
exiliado pero libre, que el 30 de mayo de 1994 murió en Madrid... lejos de
su patria... pero sin duda en Santa María, la ciudad de provincias creada
o soñada por José María Brausen y habitada por Díaz Grey, por Larsen
y Jorge Malabia, algunos de sus más fieles personajes.
Montevideo, septiembre 2009.
No comments:
Post a Comment