Es difícil de entender. Una gran parte de la población mundial, incluida aquella que disimulamos normalidad como si fuésemos ya ultracuerpos, estamos a punto de volvernos idiotas perdidos. Quiero decir que durante tres semanas más o menos seremos incapaces de otra función, social o vital, que no sea la de ver fútbol/hablar fútbol/pensar fútbol.
Sólo nos pasa cada cuatro años, aunque sí, las Eurocopas y hasta la Copas América son un paliativo y desde luego ni la Ligas ni siquiera las Copa de Europa se pueden comparar. Lo único equiparable son las Olimpiadas, cuando nos ponemos a vivir como si no hubiese mañana deportes que ni sabíamos de su existencia o nos convertimos, de golpe, en expertos en piscinas, tartanes o tapetes, puntuaciones y mañas. Pero el Mundial incluso supera este delirio.
Necesitamos guías, necesitamos calendarios, necesitamos saber los modelos de las camisetas y las convocatorias al completo para enzarzarnos en bucles discursivos sobre la conveniencia de tal o cual jugador. Y no me refiero a nuestra selección, que sólo es una de las que conforman nuestro nuevo horizonte de eventos, sino a todas. Rabiamos y sudamos por saber si lo que se viene leyendo sobre Bélgica es cierto, aunque hace cuatro meses fuésemos incapaz de mencionar a ningún jugador belga de Enzo Scifo o Luc Nillis, sopesamos la intrincada y esotérica posibilidad de que ésta se cruce con aquélla o la otra y qué cataclismos originarían todos esos escenarios posibles que ya tenemos en la cabeza como si fuésemos un experto jugador de ajedrez.
Sufrimos porque la lesión de Falcao ya no nos va a dejar ver a una Colombia en la que creíamos y, por dentro, damos vueltas a que quizá Italia esté en retroceso y a que quizá Alemania siga siendo demasiado blanda. Levantamos la ceja con el favoritismo de Inglaterra (lo de siempre) y desconfiamos de Holanda en la misma medida en que admiramos el crepúsculo eterno de Uruguay, quienes deseamos secretamente que les den un bocado a Brasil…, porque todos sabemos que la verdeamarela del demonio sólo puede tropezar contra una selección cruda y sin remordimientos.
Cada cuatro años nos pasa todo esto y ni pedimos tratamiento ni nada, sólo que nos dejen con nuestros ojos inyectados en sangre y nuestras reliquias de los Mundiales pasados; que nos comprendan (o nos compadezcan) un poco, porque muchas cosas nos pasan esos días y estamos desvalidos.
Hace unos días me regalaron un par de viejas enciclopedias de los Mundiales. Unas de ésas por entregas que sacan los periódicos, pero éstas del año 1990, cuando el Mundial de Italia que Alemania le ganó a la Argentina deMaradona con gol de penalti de Andreas Brehme que era zurdo pero los tiraba con la derecha en una final espantosa pero tras unas semis memorables, en especial el Inglaterra-Argentina de los penaltis de Goicoechea… y fue como si recibiese un códice directamente desde una bóveda cerrada desde la noche de los tiempos a mis manos de pecador mundialista.
Mi Mundial, el que viví ya enfermo, no el primero que recuerdo (ése es el de México 86, cuando fui corriendo como un poseso a berrearle a mi madre que Señor acababa de empatar contra Bélgica), fue el de Estados Unidos 94, que empecé con un gol del norteamericano Eric Wynalda contra Suiza de falta directa y ya me hizo pensar que si aquello era lo primero que veía, esa Copa iba a ser antológica. Eso y tener el Don Balón con todos los jugadores comentados uno a uno, claro. Aquello dejó a los cromos viejos de golpe, era absolutamente profesional y concienzudo, listo para consultar cualquier duda sobre la marcha y discutir con pleno fundamento la conveniencia de la alineación de Camerún o las variaciones en forma de cambios que debería introducir Suecia.
Aquél fue el Mundial donde me volví un experto, listo para sentar cátedra de sillón. Un Mundial especial, lo sabemos todos, igual que sabemos que el de Japón y Corea, en realidad, no se jugó nunca. Y sigo lo mismo. Cada cuatro años me pasa esto. Cada cuatro años me amarga la tarde que México juegue siempre tan bien y no haga nada más que eso, o me la alegra la intuición (léase deseo) de que Croacia sea la revelación, porque siempre hay revelaciones y caídas estrepitosas, ambos sucesos tradiciones Mundialistas inexcusables, que, por supuesto, ya vaticinamos.
No me lo tengan en cuenta, el resto del año soy casi normal gracias a drogas menores.
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De NEVILLE, 06/06/2014
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