Kiefer, Die Himmelsplaste: ¿Cielo plástico? El diario de navegación, la condena, el encierro, los años perdidos, no, los años no, porque esos tal vez se desvanezcan en una niebla espesa, sino los días y los meses de encierro, el poste de Robinson, la línea de sombra de Conrad atravesada allá lejos, en su filo vivido –Que no todos los hombres tienen sentada la sensatez–, zarandeado, desarzonado a ratos, a galope otros. Kiefer, su barco y las muescas, donde mar, cielo y tierra, se confunden, el barco de la muerte, de D. H. Lawrence, el de los muertos, de Traven, que no es el mismo, el de Raúl Ruiz, en Las tres coronas del marinero, que tampoco, aunque los lleve a bordo con sus vidas embrionarias, sus sueños vendidos... Kiefer, su muro, la navaja, la muesca y la hosca, las que vas dejando sin sentir a tu espalda, aunque pagues el gasto al contado y en especie, con moneda de curso legal, de otras deudas hablo... De nuestro mal nadie se ría:/ ¡Pero rogad a Dios que a todos nos quiera absolver!, escribía François Villon en «La balada de los ahorcados». Barco, muesca, navaja. Amén.
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De VIVIRDEBUENAGANA, 27/05/2015
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