Escojo esa imagen al azar de la pantalla –ignoro su origen o si se trata de un montaje–, es del fondo documental sobre el que vengo trabajando en los últimos meses, después de un paréntesis, para mí necesario, desde que en la primavera de hace dos años publiqué El Escarmiento: la retaguardia navarra entre 1936 y junio de 1937. Escribir sobre ese dechado es asomarse a los documentos de las trastiendas, a la certeza documental de crímenes horrendos, a las noticias de periódicos canallas, en manos todavía de los mismos… la guerra lejos, la represión en las cunetas. Hablo de la retaguardia, donde nunca hubo frente de guerra. Me decía un conocido, en cuya familia hubo fusilados, multados, exiliados y expoliados, que cuando lees a Dostoievski los nombres que ahí aparecen son rusos, pero cuando escribes desde el lugar concreto en el que fue planeado el golpe militar de 1936 y una inmediata y feroz represión que tenía como objetivo eliminar cualquier conato de resistencia, los nombres que aparecen en los papeles públicos y privados, en tu escritura, son los de tu familia, tus parientes o «contraparientes», tus amigos y sus familias, tus compañeros de colegio y de juegos, o de trabajo, tus vecinos de la casa en la que vives o del pueblo de la infancia… Eso complica por fuerza las cosas y a veces lo cambia todo, y no siempre estás con el temple necesario para caminar por esa trocha de horrores sin sentido o sin otro sentido que el odio de clase, el fanatismo religioso, la venganza, el autoritarismo, las fascinación por el fascismo y el nazismo… Hay que leer los periódicos de entonces, los sermones de los curas, las proclamas, las actuaciones judiciales de desvergonzados juicios farsa que no han sido anulados, los documentos de los burócratas sin los que todo aquello no hubiese sido posible. De la retaguardia hablo, lejos de los frentes de combate, en un lugar en el que no los hubo. Cuando, aquí, digo bien aquí, me dicen «barbaridades cometieron todos», me doy cuenta de que quien me lo dice no quiere saber nada; lo mismo cuando me hablan de pasar página: no quieren leerla. Me asomo a aquel entonces, escribo, y siento aquello que dejó dicho el historiador Jimeno Jurío:
«Es absolutamente imposible reflejar con un mínimo de objetividad el dolor que para las víctimas supervivientes de la tragedia supuso la pérdida de familiares, amigos y bienes; la situación de viudas y huérfanos sumidos en la más absoluta pobreza, desamparo y marginación; la rabia impotente ante los crímenes y los abusos impunes; la frustración ante el triunfo del régimen totalitario que aplastaba las esperanzas de libertad, progreso y democracia; la marginación social que desde la escuela traumatizó a huérfanos y mantuvo a otros en cárceles, vigilados como sospechosos, apartados de cargos públicos o alejados de esta tierra de horrores; el terror metido y mantenido en el alma de estas gentes hasta la muerte».
Nunca creí que la escritura fuera una liberación, como no sea momentánea, lo que sí puedo afirmar es que algunas pueden enfermarte: si debes correr o no ese riesgo es cosa tuya.
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 26/06/2015
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