Wednesday, June 24, 2015

Roberto Bolaño. La muerte del beatnik enciclopédico


Claudio Rodríguez Morales


La partida del escritor Roberto Bolaño tiende a evitar entrar únicamente en derroteros trágicos (aunque morir en espera de un hígado ajeno es una tragedia del quinto infierno). Por estas tierras no se le tenía dentro de los próceres intocables y él tampoco contribuyó demasiado a revertir esta situación. Tanto a los agasajos como a los denuestos respondió con granadas verbales, porque las granadas explosivas, las de su juventud revolucionaria, le fueron canjeadas por la dictadura a cambio de un puntapié directo a México. Después, él solito levantó el trasero para caer en Europa y empezar a vomitar su escritura.

La muerte de Bolaño fue confundida en la televisión chilena con la del creador del Chavo del Ocho –aún vivito y coleando-, otros como un hecho más del calendario y la mayoría con unas palabras de buena crianza en un país donde todos los muertos son buenos. Sin embargo, poco o casi nada del humor de caja china que le gustaba cultivar al aludido en su literatura.

Acá lo importante es cómo el propio Bolaño encaró su muerte. Tal como el personaje de su cuento “El retorno”, contenido en el libro “Putas Asesinas”, que podía ser él mismo, aunque aborreciera con toda el alma la solemnidad y las justificaciones arbitrarias de la autobiografía. En todos caso, nadie mejor que él, con su prosa beatnik enciclopédica, para describir el más allá con el desenfado de aquel narrador fiambre cuyo cuerpo inerte y helado es saboreado por un necrófilo millonario.

“(…) Cuando uno se muere el mundo real se mueve un poquito y eso contribuye al mareo. Es como si de repente cogieras una gafas con otra graduación, no muy diferente de la tuya, pero distintas. Y lo peor es que tú sabes que son tus gafas las que has cogido, no unas gafas equivocadas (…) dan ganas de llorar o rezar. Los primeros minutos del fantasma son minutos de nocaut inminente (…) Pero luego te tranquilizas y generalmente lo que sueles hacer es seguir a la gente que va contigo, a tu novia, a tus amigos, o, por el contrario, a tu cadáver”.

Nada más alejado que la descripción de la mortaja surrealista que María Luisa Bombal creará hace varias décadas, en la prosa de un autor que minimizó –con la misma modestia soberbia con que Miguel de Cervantes minimizó “El Quijote”- la gloria literaria suya y de los demás. Dijo algo así como “para qué todo esto, si total, todos nos vamos a morir algún día”.

Y a él le llegó ese día. Se han escuchado y se van a seguir escuchando decenas de comparaciones entre Roberto Bolaño y otros autores. Su novela “Los detectives salvajes” ha sido comparada con “Rayuela” de Julio Cortazar y es que ambas se esfuerzan en conjugar el ladrillo con la alta literatura. También se oirá que sus cuentos van por la senda de Jorge Luis Borges y quizás cuántas cosas más.

Sin embargo, me quedo con las palabras del escritor -también chileno pero no por ello amigo ni siquiera simpatizante- Luis Sepúlveda. Él dijo que Bolaño es familiar del autor de “Viaje al fondo de la noche”, el filo nazi Louis Ferdinand Celine. ¿La razón? La falta de humanidad en la obra de ambos. Me quedo con esa comparación y no por ser la más acertada, sino porque está bañada de una fina ironía, un sutil ajuste de cuentas, un homenaje escondido, un reflejo de que la literatura y la vida se alimentan de carroña.

El resto dejémoslo a las condolencias.

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 23/06/2015

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