LARA GÓMEZ RUIZ
El mayor
hito para un escritor es conseguir publicar un libro. La afirmación puede
parecer redundante pero es algo que no todo el mundo logra. Howard Phillips
Lovecraft (1890-1937) es un buen ejemplo de ello. Su carrera como autor de
terror y ciencia ficción se resume en un constante cúmulo de frustraciones y de
proyectos que no llegaron a buen puerto en vida pero que resultaron ser de lo
más prolíficos tras su muerte. Pese a que esa mala suerte literaria le
desmotivó en muchas ocasiones, no le apartó de la escritura.
A diario
redactaba cartas. Muchas. Llegó a acumular cerca de 75.000. Una cifra que
sorprende y que a la vez asusta a editores y seguidores que alguna vez han
intentado aunarlas. No así a Javier Calvo (Barcelona, 1973), quien lleva años
tras la pista del escritor y más de una década tratando de hacer este proyecto
realidad. Su esfuerzo no ha sido en vano. El próximo 22 de febrero se publica
H.P. Lovecraft. Cartas I. Escribir contra los hombres (Aristas
Martínez), el primer tomo de tres que recopila misivas, muchas de ellas
inéditas, del autor
Hasta la
fecha nunca antes se habían publicado en español cartas del escritor de
Providence. “Algo que resulta de lo más extraño pues forman el 99% de su obra”,
reconoce Calvo a La Vanguardia, que adelanta que este libro cuenta
con algunas misivas que ni siquiera habían visto la luz en inglés. Esto sin
duda resultó ser un aliciente para la editorial, asegura Sara Herculano. “Era
algo que se necesitaba ya y nos hace especial ilusión ser la casa que acoge
este proyecto tan loco y ambicioso”. El material es tan extenso que la editora
plantea un tercer libro dedicado a los sueños del escritor, pues muchas de sus
epístolas abordan este tema. Antonio Torrubia, librero de Gigamesh, la librería
barcelonesa especializada en literatura fantástica y de terror, aplaude estas
novedades. “Creo que llegan en un momento idóneo, ya que cada vez son más las
series de televisión que beben de Lovecraft”.
Lo
interesante del proyecto, más allá de lo novedoso, es “la oportunidad de
conocer de cerca a un autor del que se tienen muchas ideas preconcebidas. No
hace falta más de diez minutos de búsqueda en Internet para llegar a la
conclusión de que Lovecraft era un freak casposo y bastante
racista que escribía de vez en cuando relatos de monstruos muy molones en
algunas revistas. Y todo ello es cierto, pero leer sus cartas permite arrojar
mucha luz sobre su persona y también sobre su carrera. Este primer libro
pretende precisamente eso, conocer la historia de su propia carrera literaria
contada por él. Cómo reacciona al mundo de la literatura y a su propia
trayectoria emocional y vitalmente”, apunta Calvo.
Son varios
los motivos que llevaron al estadounidense a escribir tantas cartas. Uno de
ellos, la falta de trabajo convencional. De vez en cuando corregía textos
ajenos e, incluso, llegó a ejercer de negro literario, aunque nunca para
autores conocidos. Pero “el no tener un trabajo convencional hacía que tuviera
mucho tiempo libre, que dedicaba en gran parte a escribir misivas, una de sus
mayores pasiones. Algunas para contestar a fans que se ponían en contacto con
él tras leer alguno de sus relatos en revistas. Otras, para mantener debates
con autores sobre la literatura del momento. Muy pocas para amigos, pues apenas
tenía contacto con el mundo exterior”, explica Calvo.
Tampoco
tenía familia, pues su primer y único matrimonio resultó fallido. Lo paradójico
de todo esto es que, pese a ser una persona muy poco sociable, hoy conocemos a
Lovecraft gracias a estas pocas amistades y seguidores, que guardaron con mimo
escritos que intercambiaban y, cuando el autor murió, acabaron montando una
pequeña editorial en Wisconsin, Arkham House, para publicar sus textos.
Con todo,
no fue hasta treinta años después de su muerte cuando llegó su reconocimiento.
“En los años 60 una nueva generación de lectores empezaron a conectar con su
escritura. La encontraban interesante, diferente a lo que habían leído hasta
entonces. En esa época, y a principios de los 70, empiezan a reeditarse algunas
de sus obras y a imprimirse ediciones de bolsillo a un precio muy accesible
para el público. Eso permite que más lectores lleguen a él y que comience a
hacerse popular. La explosión final ya llegó cuando tanto el cine como la
música pusieron el ojo en él”, señala Calvo”. Ahora, tanto los seguidores del
escritor como los nuevos lectores podrán acabar de formarse una visión más
completa de este genio de la literatura.
Fragmento
de una de las cartas inéditas
A
Farnsworth Wright (15-6-1927)
Todos mis
relatos, en cambio, se basan en la premisa fundamental de que las leyes,
intereses y emociones humanas comunes carecen de validez o de significado en el
enorme cosmos en general. Para mí no hay nada más que puerilidad en un relato
en el que la forma humana —y las pasiones, condiciones y estándares humanos
locales— se describen como si fueran naturales en otros mundos o universos. A
fin de lograr la esencia de la exterioridad verdadera, ya sea temporal,
espacial o dimensional, hay que olvidarse de que existen cosas tales como la
vida orgánica, el bien y el mar, el amor y el odio, y demás atributos locales
de una especie llamada humanidad. Solo las escenas y personajes humanos han de
tener cualidades humanas. Y estos hay que tratarlos con realismo implacable (y
no con romanticismo comercial); en cambio, cuando cruzamos la frontera de ese
desconocido ilimitado y abominable —el afuera plagado de sombras—, necesitamos
acordarnos de dejar en la puerta nuestra humanidad y nuestro terrestrialismo.
Hasta aquí la teoría. En la práctica, doy por sentado que a pocos lectores
comunes les interesará un relato escrito en base a estos principios
psicológicos. Los lectores quieren que sus valores y motivaciones
convencionales y comerciales se impongan sobre los abismos de la visión
apocalíptica y sobre el caos extraeinsteiniano, y no considerarán interesante
en absoluto un relato interplanetario si no tiene a la heroína marciana de
turno (o joviana, o veneriana, o saturniana) que se enamora del joven viajero
de la Tierra, y al hacerlo incurre en los celos del inevitable Príncipe Kongros
(o Zeelar, o Hoshgosh, o Norkog), que sin más dilación procede a usurpar el
trono, etcétera; o si no tiene una nomenclatura marciana (o de donde sea) que
siga estrechamente un patrón terrestre, con un nombre indogermánico terminado
en -a para la princesa, y otro semítico y desagradable para el villano. Yo no
sería capaz de pergeñar esa porquería aunque me fuera la vida en ello.”
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De LA VANGUARDIA, 15/02/2023
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