MAURIZIO BAGATIN
En Bolivia
el libro más vendido, no estoy seguro que sea el más leído, es Mi lucha de Adolf
Hitler. En los puestos de libros “usados” (que en realidad son libros
“truchos”) no hay uno que no ofrezca varias copias, y en diferentes ediciones,
del texto que maculó el idioma de Nietzsche y Hölderlin. Algunos amigos que
viajan bastante me dicen que también en otros lugares del mundo es uno de los
libros que va por la mayor, y espero solo en cuanto a ventas.
Mi hija
vuelve de la universidad y me pregunta si conozco a este autor, se trata
de Augusto Pinochet. Me exhibe un frio objeto anillado con el
título de Geopolítica. Mi ignorancia no me permite ninguna
respuesta.
Napoleón
Bonaparte y Julio
César fueron grandes estrategas, grandes lectores y se volvieron
materia de fascinación y de estudio por parte de miles de estudiosos. Lo de
Pinochet me dejó atónito. Y “me obligó” una lectura de Roberto Bolaño, Nocturno
chileno, una de sus mejores novelas. Algunas repuestas tuve.
En la casa
de un tío más parecido a aquel personaje de Guareschi que a un intelectual
marxista leninista, un día apareció un libro rojo. El Pequeño libro
rojo de Mao, un libro como muchos otros que fueron causas
y efectos del Siglo corto, descarnando el sueño de la realidad.
Millones de víctimas debajo de las ideologías. Y ese es el segundo best-seller
en absoluto después de la Biblia. En Pekín se sigue vendiendo como pan caliente
a los turistas, y una escritora china, Sun Shuyun narra que todos los pueblos
necesitan de un mito fundacional, como el Éxodo de Egipto de
Moisés lo es para los hebreos, la Gran Marcha lo es por la
China. Mientras que miles de peregrinos en la Plaza Tiananmén a diario siguen
visitando el mausoleo del autor del Pequeño libro rojo, hasta los
chinos contemporáneos cuentan que la mitad vienen a celebrarlo y la otra mitad
para asegurarse que está muerto, y así volver a casa más tranquilos.
Stalin fue una “excepcional
combinación de intelectual y asesino”, así oí decir a un profesor que dijo
haber leído toda su producción. Hay quienes lo definen un gran lector de poesía
y otros que sostienen que aborrecía la literatura en general. Se hizo amigo de
los grandes escritores de la época solamente para penetrar su psicología y ver
como aniquilarlos. A la entrada de los gulag había una estatua de él, la vio
Alexandr Solzhenitsin y supo de su existencia Mijàil Bulgakov.
Stalin escribió mucho desde sus inicios revolucionarios, pero hoy me quedo con
un libro que aún no se si se publicó, y no es de él, es de George
Steiner, un intelectual que raramente escribía novelas, pero a final del
siglo pasado se puso a escribir una novela que iniciaba así: “Que
hermoso niño tiene usted señoraDzhugashvili”. Era la madre de Stalin, la
segunda frase nunca se supo.
Fidel
Castro dejó La
historia me absolverá como su testamento. Y nos deja interpretar el
fracaso de la revolución, a lo que un día tiene un nombre, un significado y el
día después siempre tiene otro nombre, siempre tendrá otro significado. A veces
parece ver pasear el Fidel Castro en algunas novelas del Gabo, en
la curiosidad de los intelectuales europeos que lo visitaron, que se les
acercaron para conocer de cerca el poder, en una isla caribeña que parecía
vivir siempre en la ficción.
Winston
Churchill ganó
el Premio Nobel de Literatura por “su dominio de la descripción
histórica y biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los
valores humanos”. Y andábamos buscando libros suyos sin encontrar nada más
que algunos compendios de sus discursos, nunca una novelas suya, un ensayo,
solo historia escrita por un autodidacta que gracias al poder “tuvo
acceso a documentos oficiales, planes militares, secretos oficiales y
correspondencia entre los líderes de las potencias mundiales”. Hoy mismo es
difícil encontrar textos que hablen del Holocausto que en 1943 en Bengala causó
la muerte de aproximadamente 3.000.000 de personas a fuerza del hambre, hecho
que nadie recuerda porque la historia la escriben los vencedores. Y esta
historia Winston Churchill no la escribió.
Hay una
bellísima canción escrita por Francesco De Gregori, Le storie di ieri (Las
historias de ayer): “Mussolini ha scritto anche poesie/I poeti che
brutte creature/Ogni volta che parlano è una truffa” (Mussolini
también escribió poesía/Los poetas que feas criaturas/Cada vez que hablan es
una estafa), es un texto que va haciéndole un examen profundo al Duce y a su
época, a sus seguidores. Mussolini, gran lector y maestro de
escuela, fundador de L’Avanti, el órgano del partito socialista
italiano, escribió La doctrina del fascismo. Libro que en su
exilio, deleitaba las noches insomnes de Juan Domingo Perón. De una idea nace
siempre otra, el populismo hijo del fascismo y pocas mentes de entonces en
renunciar en firmar las leyes de defensa de la raza, y luego una poesía de Leo
Longanesi, extrema condena al monstruo que fue.
Amor y
responsabilidad es
un libro escrito por el Papa Juan Pablo II, la persona que fue
representante de Dios sobre la tierra, casto y célibe, iba opinando sobre el
sexo y el matrimonio. Parece ser una neohabla, como la que George
Orwell introdujo en 1984, como las que Blair, Aznar, Bush &
company inventaron para justificaron sus brutales acciones guerreras.
Hay libros
canallas que siguen en libertad, muchos que aún no hemos leído. Y como
todos los libros tienen fans y enemigos, palabras que van en vuelo por el mundo
buscando memoria y olvido.
Maurizio Bagatin
(Pordenone,
Italia, 18 diciembre 1966) Columnista Revista Gafe.
Nacido por
azar en Italia, viajó un poco y escribió un poco, en la búsqueda de conjugar la
huerta con la biblioteca, sigue regando jardines y cultivando palabras. Tiene
textos inéditos y mucho otro material en el ciberespacio.
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De GAFE,
Revista literaria, 06/02/2023
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