Qué tienen en común Pepita la Pistolera, Pablo Escobar, Guillermo Kuitca, el hombre más pequeño del mundo, los muxes de Juchitán, un mago manco y Cesare Pavese? Son un ejemplo de los temas de las crónicas. ¿Y qué es la crónica? La niña mimada actual del mundo editorial. El objeto de deseo de la temporada.
Los cronistas, los autores de la tan mentada crónica, están de parabienes: publican sus notas en antologías, son llamados a dictar seminarios, conferencias, y dan talleres en los livings de sus casas, dirigidos a los siempre ávidos de nuevas tendencias estudiantes de periodismo. También contamos con una epistemología del género, escrita por los llamados “dioses del parnaso” de la crónica: el mexicano Juan Villoro, el colombiano Boris Muñoz, el peruano Julio Villanueva Chang, el colombiano Alberto Salcedo Ramos y los argentinos Leila Guerriero y Martín Caparrós.
Para terminar de confirmar este auge espeluznante que tiene el género dos editoriales de importancia acaban de editar un par de libros para darle el sello de autoridad suficiente (como si hubiera hecho falta): Anagrama y Alfaguara. De la primera es Mejor que ficción, editado por el escritor español Jorge Carrión. El segundo gran libro (grande por el tamaño: 650 páginas) es la Antología de crónica latinoamericana actual, editada por el escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo.
LA MODA ES HOY, AHORA. POR QUÉ. SÍ, LA CRÓNICA
Meterse con qué es la crónica es algo tan trillado como vano, cada cual tiene una definición que la explica, la defiende, y no termina de despejar el panorama. Consultado al respecto por esta revista, Carrión dice: “Es un debate, un fenómeno dinámico, casi imposible de definir”. Mucho más claro resulta Agudelo, al recurrir al dictamen del colombiano Gabriel García Márquez, quien alguna vez dijo: “Una crónica es un cuento que es verdad”. Aunque por bella y porque se ha instalado como la definición contemporánea de la crónica, se destaca la caracterización que propone el mexicano Juan Villoro: “La crónica es el ornitorrinco de la prosa” (Ver recuadro El ornitorrinco…).
Mucho más polémico resulta adentrarse en si existe un boom del periodismo narrativo o no. Gabriela Wiener, cronista peruana cuyos textos figuran en las dos antologías mencionadas al comienzo, y autora de los libros Sexografías y Nueve lunas, es taxativa: “Las generaciones, los booms y los auges son puro marketing basado en supuestas coincidencias detectadas por la prensa o los críticos pero muy pocas veces se puede hablar de una unidad estética”. Más tibio, Carrión sólo desliza: “Es un buen momento. Como lo fueron los años sesenta y los treinta, y el cambio de siglo modernista”.
Periodista argentino y fundador de www.elpuercoespin.com, Gabriel Pasquini reconoce que la palabra crónica hasta le genera suspicacia. “Me da desconfianza. Tiendo a ponerla entre comillas. Es una reinvención del marketing. Ahora tenemos la ‘nueva crónica latinoamericana’ como alguna vez tuvimos el ‘boom latinoamericano’. Veinte años después todos abjurarán del término. Como editor, no lo condeno: es bastante útil. Pero como periodista no puedo dejar de ver que es algo engañoso”. Pasquini dice que cuando él empezó a dar sus primeros pasos en el periodismo, un cronista era un reportero y hacer una crónica era escribir las noticias en orden cronológico. “Hoy, en cambio, el cronista es aquél que hace literatura con hechos reales, en un rango muy amplio que va desde una experimentación formal audaz hasta el simple uso de algunos mecanismos narrativos propios de la ficción para hacer el periodismo de siempre”, explica.
En la introducción a la Antología de crónica latinoamericana actual, Agudelo es quien instala el tema del auge; es más: el libro salió con una tira -roja- de promoción de la editorial, que -en mayúsculas- proclama: “Un nuevo boom en la literatura latinoamericana”. Marketing o no, el fantasma de la crónica recorre Latinoamérica.
SÍ, LA CRÓNICA. LA MODA ES HOY. POR QUÉ AHORA
“Coincidimos en América Latina una serie de nombres, de periodistas, que escribimos única y exclusivamente crónica en la misma época y en las mismas revistas y publicamos libros en esta última década. Además, leímos a los mismos maestros, con la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) de Gabo como figura institucional, y se hicieron unos cuantos artículos al respecto. Dudo de que esto tuviera algún provecho comercial pero es probable que la crónica se volviera prestigiosa”, explica Wiener ante Debate. Y sentencia: “De los auges de la crónica se encarga la prensa y no los cronistas”.
Entonces, ¿qué explica este momento?
Para el cronista Cristian Alarcón, director de la recientemente lanzada revista de crónica latinoamericana Anfibia (www.anfibia.com), no queda claro si este momento “habla bien de la crónica como género o habla mal del periodismo como registro de lo contemporáneo, que se encuentra en coma”. El autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia continúa: “Hay una crisis terrible del periodismo a nivel global y la crónica vendría a estar en un sector minoritario de lo que es el relato de lo cotidiano: no un plato de todos los días, sino un producto gourmet”.
Por su parte, Agudelo cree que el auge se explicita en la existencia de revistas exclusivamente dedicadas al género, revistas especializadas (ver recuadro Para leer en la Web) con publicidades de productos caros como whiskies, relojes o perfumes importados. “Ya no se trata de la típica revista literaria pobretona que nunca llega al segundo número, sino que las nuevas se establecen en el mercado con una gran demanda”, dice.
Otro de los motivos que podrían llevar a posicionarla en el mercado tiene que ver con Internet. La velocidad con que corren las noticias, a través de los portales de los diarios, pero también y fundamentalmente a través de las redes sociales, hace que los datos se vuelvan obsoletos. Hace cien años, el diario cumplía el rol social de difundir hechos novedosos. La llegada de Twitter transformó al periodismo. “El hecho de que los titulares y los datos duros ya estén por todos lados nos pone en la situación de ir a buscar en otros sitios la versión larga y detallada de la historia”, dice Wiener.
POR QUÉ LA MODA ES HOY, AHORA. SÍ, LA CRÓNICA.
Alarcón cree que hay un desencanto profundo con el periodismo. Lectores que ya no se conforman con posiciones maniqueas ni con formas precámbricas que intentan trasmitirles información con supuesta objetividad. “En la crónica encuentran algo diferente, distinto, con sabor, que no se parece a ese producto ya mohoso, envejecido, que es el periodismo mainstream”, asegura.
Tanto Wiener como Alarcón coinciden en que otra razón para el momento que vive hoy el periodismo narrativo es la creación de la FNPI por Gabriel García Márquez. El Premio Nobel de Literatura, referente del boom latinoamericano, padre del realismo mágico y un montón de etcéteras más o menos conocidos por todos, pero, para este caso, periodista, al contrario de muchos otros escritores que al lograr reconocimiento renegaron de su primer oficio, creó en 1994 la fundación en Cartagena de Indias, Colombia, para “estimular las vocaciones, la ética y la buena narración en el periodismo”.
Con ese objetivo se empezaron a dictar talleres a cargo de los grandes cronistas de ese momento, como el ya entonces mítico Ryszard Kapuscinski, Tomás Eloy Martínez y Carlos Monsiváis. Hoy, algunos de los maestros de la FNPI son Martín Caparrós, Francisco Goldman, Mónica González, Alma Guillermoprieto y Juan Villoro.
“Hay muchos colegas, muchos periodistas talentosísimos que están en las redacciones de los diarios, muy aburridos, cansados de tener un espacio mínimo y que tienen tinta para atreverse a algo más ambicioso”, dice Alarcón, quien tiene la esperanza de que este producto gourmet se llegue a popularizar, como un relato con otra forma -nueva, distinta- de llegar a los temas. “Para poder marchar contra la corriente, que es la máquina que todo lo uniformiza, los narradores deberíamos poder tomar más riesgos desde la escritura”, concluye.
EL ORNITORRINCO DE LA PROSA “Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la ‘voz de proscenio’, como la llama (Tom) Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”. (Juan Villoro, fragmento de su libro Safari accidental, editado en México en 2005). DESDE EL ORIGEN FUE AMÉRICA Si nos remontamos al origen de la crónica llegamos hasta Bernal Díaz del Castillo, Felipe Gumán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso de la Vega, entre los más destacados de quienes escribieron sobre la colonización española sobre América y cuyos relatos conforman un corpus hoy conocido como las crónicas de Indias. Sin embargo, en el ya canónico La invención de la crónica, Susana Rotker (experta en comunicación social, literatura y maestra de la FNPI, quien falleció en 2004), que es la cita de autoridad a la que acuden todos aquellos que quieren hablar del género, sostiene otra hipótesis: cree que las crónicas de Indias no son periodísticas “ya que no contemplan la inmediatez” de ese oficio. Por eso, la autora postula que, con José Martí, Rubén Darío y Manuel Gutiérrez Nájera como sus padres fundadores, “las crónicas modernistas son los antecedentes directos de lo que en los años cincuenta y sesenta del siglo XX habría de llamarse ‘nuevo periodismo’ y ‘literatura de no ficción’”. El periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, en la introducción del libro de Rotker, afirmaba que la crónica modernista y latinoamericana “crea una nueva forma de narrar, mucho antes de que Tom Wolfe, Norman Mailer y Truman Capote la difundieran con el nombre de Nuevo Periodismo”. De Debate, 11/07/2012 |
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