Tuesday, July 3, 2012

Luis Sepúlveda y Daniel Mordzinski/Lejano Sur



Agustín Paullier



LA PATAGONIA, como casi toda tierra extensa y desolada, es objeto de
atracción y de fantasía. Su naturaleza indómita atrae tanto a quienes
desean contemplarla, como a los que quieren explotarla. Las personas que
la habitan, con el tiempo y la mirada foránea, se convierten en
personajes.



Una tarde de 1996 "tomando unos mates en París" -dice Sepúlveda- nació
la idea de este libro". Un tiempo después, Luis Sepúlveda (Chile, 1949)
y Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960), por entonces exiliados,
decidieron volver al sur. De hecho este libro no es una crónica ni un
diario de viaje, sino un conjunto de historias, de relatos, "un
inventario de pérdidas".



"Nuestro itinerario era muy simple: el viaje empezaba en San Carlos de
Bariloche por razones de logística, a partir del paralelo 42` Sur
siempre en territorio argentino bajábamos hasta el Cabo de Hornos, y
regresábamos por la Patagonia chilena hasta la Isla Grande de Chiloé.
Unos tres mil kilómetros, más o menos…".



Entre indios y escotes. A fines del siglo XIX, el extenso territorio del
sur se repartió principalmente de dos maneras: recurriendo a la ley de
hogar, lo que implicaba decir "vivo acá, soy extranjero y quiero
tierras", entonces se eliminaba a los indios que habitaban ese
territorio; y la otra forma consistía en comprar bonos para financiar la
infame Campaña del Desierto del presidente Julio Argentino Roca, que
implicaba el exterminio indígena. Una vez eliminados los indios, se
cambiaban los bonos por miles de hectáreas.



Muchos de estos bonos terminaron sobre el paño verde de mesas de juego o
en el escote de alguna prostituta. Uno de esos escotes fue el de Berta
Klein, una alemana de Stuttgart que "llegó contratada como institutriz
de una familia inglesa, a los pocos meses entendió que entre sus piernas
tenía un tesoro más codiciado que todo el oro, toda la tierra y todas
las ovejas. Sin pensarlo dos veces cambió la vestimenta gris de
gobernanta por un vestido de generoso escote, y tras quince años de
ardua labor amatoria terminó propietaria de trescientas mil hectáreas a
ambos lados de la cordillera."



Jardín místico. Los dos viajeros, avanzando en auto, entre El Bolsón y
El Maitén, tomaron un camino que los condujo a una casita con un jardín
inusualmente florido para las áridas condiciones de la estepa
patagónica. Ahí vivía doña Delia Rivera de Cossio nacida en 1901, en San
Carlos de Bariloche, y el día en el que dieron con su casa, ella cumplía
95 años. Tras la felicitación, el fotógrafo cumplió con un ritual para
algunos viajeros que transitan caminos poco frecuentados: el de tomar
una foto polaroid, entregársela al fotografiado y observar la sorpresa
de éste al reconocerse y extrañarse de sí mismo. Luego, doña Delia tomó
entre sus manos unas ramitas secas y comenzó a frotar sus dedos contra
un brote. Enseguida germinaron unos pétalos blancos de la flor del
manzano, dejando a los señores boquiabiertos. La anciana les confesó que
tenía un don, el de dar vida a las cosas. Eso explicaba las veinte
especies de hortensias y los zapallos gigantes que tenía en su jardín.



Las fotografías de Mordzinski -todas en blanco y negro, salvo la de la
portada- retratan a los personajes de las historias de Sepúlveda. El
encuadre cerrado del rostro de doña Delia contiene la simpleza y la
potencia de la mirada fija a la cámara. A su vez, se puede ver lo que
podrían llamarse "fotografías del camino", como un hombre caminando por
una ruta desolada -algunas de ellas con una composición lineal cuidada-.
Las fotografías acompañan correctamente al texto de Sepúlveda e ilustran
muy bien el viaje de dos amigos.



Del Oeste al Sur. A fines del siglo XIX, Butch Cassidy se hizo célebre
por robar bancos y asaltar trenes; el cowboy era parte de la "Pandilla
Salvaje" (Wild Bunch, en inglés). Ya en 1901, la agencia de
investigadores Pinkerton arrinconaba a Cassidy (cuyo nombre real era
Robert LeRoy Parker) por lo que decidió huir en un barco hacia Buenos
Aires. Lo acompañaron una maestra llamada Etta Place y un joven,
desconocido hasta el momento, que se hacía llamar Sundance Kid. Ese
mismo año, Martin Sheffields se vio tentado por una recompensa de
cincuenta mil dólares que se ofrecía por la cabeza de Cassidy y se
marchó hacia el Sur. Llegó a Buenos Aires declarándose sheriff de los
Estados Unidos, portando la característica estrella de plata, que había
sido robada a un sheriff de verdad.



Sepúlveda y Mordzinski visitaron la cabaña de troncos que Etta Place,
Butch Cassidy y Sundance Kid construyeron en La Cholila (entre El Bolsón
y Esquel, Provincia de El Chubut). Los habitantes del pueblo no
escatiman en ficción al agregar posibles conversaciones y encuentros
entre Sheffields y los fugitivos. Lo cierto es que en 1905, asaltaron el
Banco del Sur, en Santa Cruz. Luego en 1907 hicieron lo mismo con el
Banco de la Nación de Villa Mercedes. Mientras tanto, sí hay pruebas de
que Sheffields respondía con evasivas a los telegramas de la agencia
Pinkerton y de que en el mismo 1907 el "sheriff" compró cinco mil
hectáreas cerca de El Maitén, en El Chubut; lo que alimenta las
sospechas de complicidad y da pie a infinidad de historias. Sepúlveda
remata el relato de los bandoleros del oeste con la misma libertad que
los sureños, indicando que se metieron en Tierra del Fuego y ahí
desaparecieron. De esa forma deja de lado las teorías que afirman que
fueron asesinados en Bolivia, a pesar de que sus cuerpos nunca fueron
hallados.



Naturalismos. El compromiso político y emocional de Sepúlveda con el
territorio americano y sus pobladores originarios no se limita a este
libro ni es circunstancial. Ya en 1989 publicaba la que se convirtió en
su novela más reconocida, Un viejo que leía novelas de amor, ambientada
en la selva ecuatoriana, y cuyos personajes son indios jíbaros o shuar.
Sepúlveda convivió siete meses con ellos. En su faceta de cineasta filmó
el documental Corazón verde (2002), contra la construcción de una planta
procesadora de aluminio en Aysén, al Sur de Chile. Es conocido por su
prosa sencilla y clara, lo que sumado al éxito comercial de alguna de
sus novelas le ha valido la, a veces incómoda, calificación de autor
comercial y la, también incómoda, comparación con su compatriota Isabel
Allende.



En este caso su lectura es por demás amena, y tal como dice al comenzar
el libro, las historias narradas son quizás más apropiadas para ser
contadas al calor del fuego y con alguna copa, que escritas en papel.
Por momentos a quien pueda estar interesado en recorrer la zona le
quedarán ganas de saber algunos detalles del viaje, a pesar de no ser
ése el objetivo del libro. Con la misma naturalidad con la que son
narradas las historias, se injertan comentarios sobre la actualidad de
la economía o críticas al gobierno de turno, que cortan el fluir de las
historias. Pero se entienden dentro del tono autobiográfico que a menudo
elige el autor y dentro de la doble significación que adquiere el título
Últimas noticas…, refiriéndose tanto a la zona que ya no será la misma
de antes, como a recientes hechos noticiosos.



"De alguna manera -dice Sepúlveda- fuimos los afortunados que
presenciaron el fin de una época en el Sur del Mundo. De ese Sur que es
mi fuerza y mi memoria. De ese Sur al que me aferro con todo mi amor y
con toda mi bronca."



ÚLTIMAS NOTICIAS DEL SUR, de Luis Sepúlveda. Fotografías de Daniel
Mordzinski. Banda Oriental, 2011. Montevideo, 151 págs. Distribuye
Gussi.



De El País, Montevideo, 06/2012

Imagen: Portada del libro

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