Friday, July 13, 2012

La Edad de Oro



Ursula K. Le Guin
(Traducido al español por Pedro Albornoz Camacho)

Por mucho tiempo, los críticos y profesores de literatura inglesa afirmaron que la ciencia ficción no era literatura. La mayoría de ellos hablaba desde un fundamento modernista-realista creado al nunca haber leído ciencia ficción desde los doce años. Se sentían cómodos emitiendo un juicio de valor que les permitió mantener simultáneamente su sentido de superioridad así como su ignorancia, y bastantes escritores de ciencia ficción aceptaron su exilio de la República de las Letras al gueto de la literatura de género, tal vez porque los guetos, como todas las comunidades marginadas, otorgan la ilusión de seguridad. 


La ciencia ficción puede exigir mucho esfuerzo imaginativo y ser intelectualmente compleja, pero el prejuicio académico ha dejado a los lectores sin la educación requerida para leerla. Sin embargo, al escribir en varios géneros, entre ellos el realismo, hallé que mi trabajo gozaba de una apreciación y crítica particularmente entendida entre los lectores de la ciencia ficción (que no son lo mismo que los fanáticos de la ci-fi, algunos de los cuales no leyeron más que ci-fi y algunos de los cuales jamás leyó cosa alguna). Dada esa audiencia tan perspicaz, pensé - y todavía lo hago- que es negar que uno escribe ciencia ficción cuando de hecho lo hace es un acto de desagradecimiento Dudo que estos escritores creen en el dogma modernista, pero ellos (y sus editores y muchos reseñistas y la mayoría de los jueces de importantes premios literarios) aún viven en un mundo donde no se nos enseñó cómo leer la ciencia ficción o se nos enseñó a no leer la ciencia ficción. Así que si estás en el negocio de ser un gran escritor, te metes en el juego de la negación. “No le presten atención a las naves espaciales, al escenario post-apocalíptico ni a los mutantes,” dices. “Mi novela no es ciencia ficción; es literatura.” Pero estos días, esta suerte de elaboradas danzas esquivas comienzan a considerarse pasadas de moda. Estoy muy agradecida a personas como Michael Chabon, quien salió de Berkley arrasando como un gólem asolando las fronteras entre los géneros y las comunidades [literarias] enclaustradas dejándolas en ruinas.

Una vez que desaparece el gueto, uno puede regodearse de la nostalgia del gueto. En los sesenta, sólo había unos pocos cientos de escritores de ciencia ficción en el país. Una vez comparé las reuniones de the Science Fiction Writers of America (N.de T. en español, Escritores de Ciencia Ficción de Norteamérica, SFWA  por sus siglas en inglés ) a una manada de bueyes almizcleros parada en círculo, lomo contra lomo, y con los cuernos dirigidos hacia los lobos – los lobos siendo las facultades de literatura inglesa y personas como Edmund Wilson. Como la mayoría de los escritores, podíamos ser contenciosos y disidentes en extremo, pero en esas primeras reuniones del SFWA había un espíritu generoso y mucha buena charla entre colegas. Estaban los enormes egos masculinos que una podía esperar y también algunas opiniones ferozmente conservadores, que yo no esperaba hallar entre personas que se suponen debían estar mirando hacia adelante y no hacia atrás. Una vez, cuando celebrábamos un banquete en Berkeley, alguien me agitó el brazo y mi cerveza cayó dentro de vestido  de la Sra. de Robert  Heinlein, corriendo por su espalda. Me escapé en medio del gentío. Consideré que no era muy inteligente identificarme en ese momento. El Sr. Heinlein ya se encontraba bastante molesto por los comunistas en la universidad.

La ciencia ficción de la década de los cincuenta – denominada por sus admiradores la Época de Oro – fue un gueto de género, infiltrado ocasionalmente por alguna mujer que utilizaba un bigote falso, que se llamaba Andre o que sólo utilizaba sus iniciales. Un fervoroso caballero  intentó durante años que SFWA exigiera el uso de una corbata sólo-para-miembros, sordo ante la creciente hilaridad que ocasionaba esta propuesta y a las contrapropuestas de adoptar una tiara SFWA , un corsé SFWA  y un protector genital SFWA .

A fines de los sesenta, Robie Macauley, el editor de ficción de Playboy –“entretenimiento masculino” – estaba publicando cuentos de interés literario. Mi agente, Virginia Kidd, a quien nadie podía mantener en cualquier forma de gueto, le envió una pieza mía. Era ciencia ficción pura y todos sus personajes importantes eran varones. Virginia envió el cuento bajo el nombre discreto de U.K. Le Guin. Cuando fue aceptado, ella reveló la horrible verdad. Playboy quedó en shock y luego dio la talla. Los editores dijeron que aun así les gustaría publicar “Nueve Vidas”, me dijo Virginia, pero que sus lectores podrían espantarse si vieran el nombre de una mujer como autora de la historia, así que me preguntaron si podían usar las iniciales en lugar de mi primer nombre.

No deseando aterrorizar a estas personas tan vulnerables, le dije a Virginia que les dijese que claro, estaba bien. Playboy nos agradeció con una gratitud conmovedora. Luego de un par de semanas, nos pidieron una biografía del autor.

En ese instante pude ver el panorama total de la vida de U.K. como un gaucho en la Patagonia, un estibador en Marsella, un líder de safari en Kenia, un boxeador peso pluma en Chicago y como abad de un monasterio cóptico en Algeria.

Sin embargo, ya les habías engañado un poco, y no deseaba continuar con el engaño. Pero, ¿qué podía decir? “Él es un ama de casa y madre de tres niños?”

Escribí: “Se sospecha comúnmente que los escritos de U.K. Le Guin en realidad no son escritos por U.K. Le Guin sino por otra persona con el mismo nombre.”

Cómplices hasta el final, Playboy eso fue justamente lo que se imprimió. Y mi esposo y yo compramos una vagoneta VW roja, en efectivo, con el cheque. 

De The New Yorker, 4 y 11 de junio, 2012 (edición doble). Pág. 77
Imagen: Artículo original

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