Estamos en el mundo de lo fantástico; el folclórico Prancha, mixto de filósofo y técnico, se instalaba detrás de un mostrador de naranjas como si fuera un vendedor en la playa de Copacabana. Y lanzaba a cada niño una fruta. Según la reacción, separaba al crack del menos dotado. Heleno de Freitas, mineiro de 12 años, amortiguó la naranja en el muslo, la dejó caer en el pie, hizo malabarismos, la levantó a la cabeza, la trajo de vuelta al pie, pasando por un control de tacón. Y Neném vio que descubría el más fino, inventivo y el carácter más importante del País. Por eso, hasta su muerte, llevará en su cartera la foto de ese que se luciría como ninguno en el Botafogo de Futebol e Regatas - mucho más que el brillo fugitivo de la gloriosa estrella solitaria de club blanquinegro carioca.
Y es verdad. Heleno -nacido en São João Nepomuceno, el 12 de diciembre de 1920- vivía en Río en el 33. Se mudó la familia para la entonces capital de Brasil, cuando murió Oscar de Freitas, negociante de café, casado con Maria Rita y padre de ocho hijos. De ellos, sólo el quinto era difícil y atormentado. Eso, desde la escuela primaria y las divisiones inferiores del Mangueira, un modesto equipo del interior de Minas, donde este producto genioso de los Freitas fue "center-half".
Tras cinco años en el fútbol de playa, Heleno surgió de "half" en el Fluminense. Pero el técnico Carlomagno hizo de él un "center-forward". En la época, de Freitas era vendedor y estudiaba derecho en la Universidad del Estado de Río. Sin embargo, desde São João Nepomuceno, su corazón era blanquinegro y, sin dejar el Flu, entró en el Botafogo. Eso sólo fue posible porque dichos clubes actuaban en ligas distintas. Con la unificación de las competiciones, de Freitas se quedó en el Botafogo, que era el equipo de sus amigos de partidos de barrio y bohemia - como João Saldanha, uno de los hombres más dignos de la prensa, de la izquierda y del fútbol en Brasil. En el blanquinegro, Heleno representó el espíritu del pícaro romántico, transmitió alegría de vivir y no se enfadó con la bola - con ella, nunca, era imposible, jamás...
En 1940, fue el delantero centro botafoguense de la gira a México y del Campeonato Carioca. En el mundo, exhibía creatividad, valentía y técnica. Además, en cualquier lugar los rasgos de su belleza, su elegancia y su inteligencia seducían a las féminas. Ligón como el diablo, hacía el amor con cualquier raza o clase, blanquinegra o no. En el Botafogo, obsesivo, quiso siempre ser campeón. Pero hasta 1947 (su último año en el club), el único título que obtuvo fue el de bachiller en derecho - diploma inútil para Heleno de Freitas, sin gusto para abogar, ser comisario de policía, promotor o juez.
En el 45, para la seleção, jugó el Sudamericano en Chile, del cual salió pichichi. Al año siguiente, en Buenos Aires, dio un recital en otro Sudamericano. Y se enfadó con el técnico Flávio Costa en los vestuarios, donde el equipo estaba refugiado para evitar una batalla con los porteños. A pesar de las hostilidades, Flávio exigió la vuelta al juego. El bravo Heleno avisó que era temerario, pues quizás saldrían incapacitados. Y esta hipótesis, añadió de Freitas, no se aplicaba a él, que tenía de que vivir - en lo que recibió apoyo del extremo Chico. Todavía, irreductible, el técnico impuso la vuelta. Y pimba: batalla campal general. En la lucha, los que más recibieron - y dieron - fueron Heleno y Chico, lo que al final acreditaba la tesis sensata del botafoguense sobre el refugio del vestuario. Así perdió Brasil, en el marcador y en el mano a mano. Y el delantero centro, infeliz, se ganó la eterna enemistad del entrenador Flávio Costa.
Con la rabia que demostró en Argentina, quedó claro que Heleno estaba enfermo. Y ninguno sabía que era de sífilis cerebral, asociada a un carácter difícil. La enfermedad le enfrentaba con dirigentes, compañeros, adversarios o árbitros. Y las expulsiones perjudicaban al club. Peor, la hinchada contraria descubrió como irritarlo, llamándole Gilda - personaje sensual y neurótico de Rita Hayworth en el cine. Entonces, sólo quedo la propuesta del Boca Juniors, en 1948: comprarlo por un puñado de dólares. Eso dañaría tanto al club como al crack, que como Dios y diablo, se amaban tanto, freudiana y dialécticamente prisioneros uno de otro... Este año, Nilton Santos daba los primeros pases en el Botafogo. Y Heleno se casó con Hilma, hija de diplomática, amiga del poeta Vinícius de Moraes. Éste, dedicó al novio "Poema dos Olhos da Amada" - obra que sería perenne con la voz del cantante Sílvio Caldas. En aquella época, entristecido, el fútbol brasileño entendió que Heleno de Freitas, tan íntimo con la bola, jamás se entendería con los hombres.
En Buenos Aires, la tormenta psíquica le separó de su mujer embarazada. Y sin él, el Botafogo conseguía el título del 48. No aguantando, Heleno se fue al Vasco a principios del 49. En São Januário, se proclamó campeón por única vez en su carrera. Vivió en paz hasta que en un entrenamiento colectivo, salió del campo enfurecido: "Estos dos (apunto Maneca e Ipojucan) no me pasan la bola porque no quieren. Aquellos dos (señaló a Nestor y Mario) no me la pasan porque no saben. No tengo nada que hacer aquí". Más tarde, discutiendo con Flávio Costa, lo amenazó con una arma descargada. Fue suficiente para que el Vasco lo liberara para el Atlético de Barranquilla, de Colombia, donde jugaban Tim y otras estrellas.
Allí, fue tema del escritor Gabriel García Márquez y hasta estatua. Pero vivía arruinado por dentro, las neuronas en pedazos, mal consigo mismo y con el mundo. Volvió y pasó rápido por el Santos y el América carioca. En este, contra el São Cristóvão en el Maracanã, que pisaría sólo esta vez, salió expulsado en el primer tiempo. Y el 15 de noviembre de 1951, la extinta revista Esporte Ilustrado, lo clavó en la portada. Su imagen, con camisa americana, era la de un hombre hinchado y feo, nada que ver con el otrora bello galán, seductor de mujeres. Nada que ver con el atacante que quedará en las memorias agridulces de Brasil.
En 1953, la familia lo internó en la ciudad mineira de Barbacena, donde un amigo suyo era médico en una casa de salud. Al principio, el sifilítico se precipitó en las tinieblas insondables de la locura. Después, una revista lo mostraría en pijama, obeso y triste. Por fin, sólo como un navío sin puerto y sin condiciones mentales para pedir un sacerdote, murió el 8 de noviembre de 1959. Eso sin saber que el País venciera en Suecia. Sin saber que sería película (Heleno, de Gilberto Macedo) u obra de teatro (Heleno-Gilda, de Edilberto Coutinho). Y sin tiempo para leer esto de Armando Nogueira: "El fútbol, fuente de mis angustias y alegrías, me reveló a Heleno de Freitas, la personalidad más dramática que conocí en los estadios de ese mundo".
Foto: Heleno de Freitas
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