Tuesday, July 9, 2013

GOULART: ¿EL PLAN CÓNDOR MATÓ UN PRESIDENTE?


Por: Alejandro Grimson
Ilustraciones: Carlos Nine

Hace diez años estuve en Mercedes, en San Borja y en Porto Alegre con los amigos y familiares de João Belchor Marques Goulart, el único presidente brasileño que murió en el exilio. Nunca conté esta historia. Mi relato no establece la verdad de los hechos, sino las ambivalencias de algunas personas acerca de cuál es la verdad. En poco tiempo, el cadáver del ex presidente será exhumado para establecer si murió por enfermedades cardíacas o si fue asesinado. Si así fuera, dejaría de ser una muerte por paro cardíaco. Se transformaría en otra cosa: sería el magnicidio del Plan Cóndor.
Muchos aún se sorprenden de haber tenido la amistad y la confianza de un hombre tan importante. Capataces, empleados y amigos de Goulart lo recuerdan por su afabilidad, por el trato sencillo. Lo conocían como Jango.
Había nacido en marzo de 1918 en São Borja, ciudad de origen jesuítico ubicada frente a la frontera con Argentina, de allí también era Getulio Vargas: años después los habitantes dirían (dicen) orgullosos: “la ciudad de los presidentes”.
A principios de los años cuarenta, Jango manejaba los negocios de su padre y recorría a caballo la zona para comprar y vender ganado. En aquella época empezó a militar en el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB). A través de vínculos de su familia, después del golpe de 1945 que derrocó al Estado Novo, Jango se acercó al presidente Vargas. Ambos eran gaúchos bebedores de mate.
El PTB tenía una composición obrera con rasgos reformistas, se apoyaba en las organizaciones sindicales y el Ministerio de Trabajo. Después de la muerte de Vargas en 1954, se consolidaría en la dirección de la izquierda.
En 1953, Jango se transformó en Ministro de Trabajo y, desde 1955, en vicepresidente de Juscelino Kubischek. Un lugar difícil: los sectores de derecha civil y militar lo hostigaban con sus críticas.
Lo acusaron de corrupto.
Lo acusaron de aliarse con los comunistas.
Lo acusaron de armar una coordinación sindical entre Brasil y Argentina.
Y lo acusaron, también, de contrabandear material bélico por la frontera uruguayana.
En 1958, el PTB se convertía en la segunda fuerza electoral del país.
Tres años después, de nuevo, Goulart fue elegido vicepresidente: defendía el intervencionismo estatal, la suba de salarios, la construcción de obras públicas.
Jango llegó ser presidente de Brasil después de una crisis provocada por las pujas en la cumbre del poder, producto de las tensiones entre las fuerzas políticas y los militares. El primer golpe se produjo cuando Goulart estaba de visita en China. Fue su cuñado, el célebre Leonel Brizola, el que encabezó una de las resistencias. Luego, aunque hubo distintos movimientos para evitar el golpe de Estado éste se consumó en 1964. Joao no quería dejar su país, pero sabía que si se quedaba lo meterían preso. Viajó a su campo de Santa Cecilia, en São Borja. El ejército quiso detenerlo. Como un personaje de película, Goulart fue escapando de estancia en estancia: cruzó la frontera y se instaló en el norte de Uruguay.
La ciudad de los mayordomos
Quizás el lector no conozca esa zona repleta de fronteras y de ríos que dividen países. Cuando estuve ahí pude percibir gobiernos paranoicos por aquellos territorios incontrolables. Pude cruzar (y ver cruzar) de un país a otro, a personas y mercancías, de maneras múltiples. La frontera, frondosa y oscura, es fuente de las imaginaciones de todos los tráficos.
El golpe de estado en Uruguay se produjo en 1973. Y Jango aceptó la invitación de Perón para instalarse en la Argentina. Además de sus oficinas en Buenos Aires, compró un campo de alrededor de dos mil hectáreas en Mercedes, provincia de Corrientes, a unos cien kilómetros de Uruguayana. Una distancia que le permitía recibir las visitas de sus amigos y compañeros de partido. De todos modos, él pasaba en la Villa, su estancia correntina, tres o cuatro días cada quince; el resto del tiempo vivía en Buenos Aires y otros lugares. En Mercedes producía arroz y ganadería.
Cuando estuve ahí, me contaron que le decían la ciudad de los mayordomos. Es una zona de grandes extensiones, con casas generosas, cuyos propietarios viven en Buenos Aires. Un empleado de su estancia me dijo que Jango "era un hombre campo”. Él se enorgullecía de haber trabajado con semejante personaje. Me dijo: “nunca hablaba de política con sus empleados".
Jango distinguía claramente sus actividades productivas o comerciales de sus actividades políticas, en las que no era tan activo en sus últimos años de vida. En Mercedes estrechó lazos con la familia Semhan, una amistad de comercio y producción, de fiestas y asados. Con ellos, nunca discutió de política.
Algunos conjeturan que Jango se instaló en Mercedes para dinamizar sus redes con su país. Otros suponen que alguna vez ingresó de forma clandestina a Brasil con su avión privado; aquel que usaba para viajar de Buenos Aires a Montevideo, Punta del Este o Mercedes. Sin embargo, no hay ninguna evidencia al respecto y sus amigos más cercanos lo desmienten. Muchos recuerdan que iba periódicamente a Paso de los Libres y se instalaba en una de las zonas más bellas de la costa del río Uruguay. Una extensa barranca fue elegida para construir hace décadas el Hotel de Turismo, el más tradicional e imponente de Paso de los Libres. Cuando recorrí el bosque, después de su privatización, casinización y abandono completo en los años noventa, todavía la arquitectura, la arboleda y el río generaban una calidez única en la zona. Jango, que conocía todos los rincones, elegía esa barranca arbolada para pasar horas sentado mirando las luces de Uruguayana. Mate o cimarrao de por medio. Desde la Argentina observaba al Brasil, el país que había gobernado, el país de la saudade.
Como político de la frontera, conocía los secretos de uno y otro lado. En Tacurembó, Montevideo y Mercedes contaba con gente que le traía y llevaba mensajes políticos a Uruguayana, donde tenía una diversidad de amigos y gente de confianza. Además no estaba lejos de sus familiares de San Borja ni de sus empleados que seguían en Uruguay.
El año 1976 fue duro para Jango. Las dictaduras militares habían ocupado todo el Cono Sur. Cada vez estaba más aislado en el exilio; cada vez eran menos las relaciones políticas con sus grupos en Brasil. No era sencillo para un dirigente del PTB ingresar a la Argentina y entrar en contacto con el ex-presidente del Brasil. Y Jango debía tomar nuevas precauciones. Se había acostumbrado a viajar en aviones de línea para ir de Mercedes a Buenos Aires. Compraba pasajes desde varias ciudades -Mercedes, Paso de los Libres y Curuzú Cuatiá- para el mismo día y sólo decidía a último momento qué vuelo tomar. El gobierno argentino, que antes lo trataba como a un ex-presidente extranjero y le daba custodia, había cambiado.
Pero su deseo era volver a Brasil. Un viejo amigo de Uruguayana, Tramunt, me contó que en 1976, un mes antes de su muerte, estaban en Paso de los Libres con Mario de la Vecchia, otro brasileño instalado en Mercedes. Habían terminado de almorzar y Jango les dijo que ya tenía autorización para entrar al Brasil y que se estaba preparando para entrar por Río o San Pablo. Subieron al auto de Mario y a modo de juego fueron en dirección a Uruguayana. Cuando estaban llegando al puente internacional, Jango les pidió que dieran la vuelta. No quería ingresar por Uruguayana, quería regresar por la puerta grande, con una recepción popular. Otras versiones, sin embargo, indican que cuando Jango murió aún estaba negociando la posibilidad de volver al Brasil. Pero él transmitía la seguridad de que le permitirían regresar.
Hace diez años hice en ómnibus el mismo trayecto que hacía Jango, desde Paso de los Libres hacia Mercedes, de la costa del Uruguay a la ciudad ganadera desde donde se accede a los Esteros del Iberá. Sin contactos ni conocidos, llegué a una ciudad sin saber qué información vas a encontrar. Por suerte, Mercedes es de esas ciudades que esperan a que alguien llegue con la pregunta, para contar la historia. Te mandan de casa en casa. Te atienden mate de por medio.
Unos veintinco años antes, Jango había llegado a Mercedes a pasar unos días junto a su esposa María Teresa. Las versiones sobre sus últimas horas son confusas. Hay quienes dicen que prácticamente no cenó y otros afirman que, antes de llegar a Mercedes, habría cenado en el mejor hotel de Paso de los Libres mirando con saudade para Uruguayana. En cualquier caso, Jango había enviado pocos días antes a uno de sus hombres de confianza, Claudio Braga, a hablar con el cónsul brasileño de Paso de los Libres, para avanzar en las negociaciones del retorno.
El 5 de diciembre de 1976, María Teresa se había acostado y Jango se había quedado tomando unos mates con yerba brasileña, mientras conversaba con Juan Viera, el capataz de La Villa. Ahora Viera toma mate conmigo y recuerda cada detalle. Para él es importante hablar.
Se acostó después de medianoche. Viera dormía en el altillo de la casa principal. Con un susto que no parece diluirse, Viera recuerda a María Teresa saliendo de su cuarto desesperada, diciendo que Jango tenía un ataque, que Jango estaba muerto. Viera se subió a un auto y fue a Mercedes, a buscar a Abel Semhan. Mientras tanto, llamaron al mayordomo Perci Penalvo, un hombre de San Borja que era su mano derecha en el exilio, por cualquier decisión que hubiese que tomar. Viera y Semhan fueron juntos a buscar al Dr Ferrari y volvieron rápido a La Villa.
El Dr Ferrari dormía cuando escuchó que golpeaban su puerta mientras gritaban "por favor, doctor, urgente, se muere el doctor (Goulart)". Cuando llegaron los tres a La Villa el ex presidente había muerto hacía menos de una hora. Al revisarlo, al médico le pareció detectar unas manchas esquimóticas que suelen aparecer cuando el corazón se parte durante un infarto. María Teresa le contó que Jango era enfermo cardíaco, que lo atendían últimamente en Londres, que los hijos vivían en Inglaterra y que los medicamentos que tomaba estaban en la mesa de luz. Eran vasodilatadores coronarios. Entonces, el Dr Ferrari sugirió llamar a un cardiólogo para saber la causa exacta de la muerte, pero María Teresa se negó. Su marido ya estaba muerto, no tenía sentido.
Ferrari sigue viviendo en Mercedes y me recibe con amabilidad. Esa noche, antes de regresar a su casa, cuenta, se detuvo en una comisaría de Mercedes. Le pidió al oficial de guardia que tomara nota de que había muerto el ex-presidente de Brasil. El policía correntino se hacía el que no entendía. Dubitativo sobre qué podría significar la muerte de Goulart para la dictadura, no andaba con ganas de tomar la denuncia. Al día siguiente, Abel Semhan le pidió a Ferrari que firmara la partida de defunción, ya que era imprescindible para trasladar el cadáver. Ferrari mueve la cabeza y se nota que hubiera preferido pasar de semejante compromiso. Aunque tomó una precaución. Colocó como "causa probable" el paro cardíaco.
Con ese certificado, el ataúd podía irse de Mercedes hacia de Paso de los Libres y Uruguayana. Pero, aún muerto, a Goulart no le resultaría sencillo regresar a su país.
Mientras Ferrari se detenía en la comisaría, desde La Villa Perci Penalvo comenzaba los pedidos y las negociaciones con el gobierno brasileño para que Goulart fuera enterrado en San Borja, su tierra natal, a poco más de trescientos kilómetros de Mercedes.
Un funeral con condiciones
Dos horas después de la muerte de Jango, la familia intentaba comunicarse con los más altos funcionarios del Brasil para que autorizasen la entrada del cuerpo al país. No había inconvenientes para el gobierno, siempre y cuando el cuerpo de Jango entrara por avión: un modo de evitar alguna manifestación popular. Las negociaciones prosiguieron hasta que, en las primeras horas de la mañana, se acordó que el cuerpo entrara en automóvil por Uruguayana para dirigirse a San Borja. Había una condición: en ningún momento la velocidad debería bajar de 80 km por hora.
Regresé hacia Uruguayana, a sus cafés del centro en los que varios aún tienen una imagen vívida del momento en que Goulart entró al país. Recuerdo que un militante del partido legal de la oposición durante la dictadura, el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), me contó que había pedido que dejaran que el ataúd se detuviera en esa ciudad para que el pueblo pudiera concurrir. Jamás le respondieron.
Cuando el cuerpo de Jango atravesó el puente internacional, entre las dos y tres de la tarde, sus amigos argentinos y miles de uruguayanenses se agolparon en las cabeceras del viaducto. Se formó una extensa caravana de cientos de autos que acompañaron los restos hasta San Borja. La familia no pudo cumplir el acuerdo de no descender la velocidad, porque el tumulto lo impedía. Centeneras de antiguos vecinos, familiares, empleados, amigos y militantes habían salido hacia San Borja. La plaza central de la ciudad natal y su principal iglesia desbordaban de gente.
Los debates sobre la muerte: ¿una víctima del Plan Cóndor?
En los últimos meses, resugió la hipótesis de que Jango Goulart fue asesinado. Hace unos diez años se planteó la misma denuncia. Yo estaba en Porto Alegre cuando el poder legislativo debatía la creación de una comisión sobre el caso. Allí conocí a familiares muy jóvenes de Jango con los que conversé sobre los años setenta. Hasta hoy no se ha establecido con certeza si falleció como consecuencia de su enfermedad cardíaca o si fue una víctima, quizás la más célebre, del Plan Cóndor, el operativo de coordinación de la represión política de los militares del Cono Sur.
Hay elementos para sustentar ambas hipótesis. Sin duda, Goulart era un enfermo cardíaco bajo tratamiento. Viajaba a Europa para atenderse; estaba medicado, había dejado de fumar y debía cumplir una dieta estricta por prescripción médica. Todo eso hizo suponer, con argumentos, que su muerte fue resultado de la enfermedad. De hecho, quienes estaban cerca de él en los últimos años solían repetir públicamente esa explicación y no faltan quienes consideran que cualquier otra posibilidad es mera elucubración. Sin embargo, hay otros indicios que merecen ser tenidos en cuenta. Sobre todo si, como puede sucederle a cualquiera que hable con esos mismos allegados, una vez que se apaga el grabador y se conversa mate de por medio, las dudas renacen casi hasta transformarse en certezas.
¿Era un peligro Jango para la dictadura militar brasileña? Muchos opinan que sí, ya que junto con Juselino Kubischek, era una figura democrática con popularidad. Kubischek falleció en un extraño accidente de automóvil en Río de Janeiro en agosto de 1976.
Algunos militantes antidictatoriales, cercanos a Leonel Brizola, en cambio, dudan de que Jango fuera molesto para el régimen. Han llegado a afirmar que, en realidad, hacía tiempo Jango negociaba su regreso con la dictadura. Así, el gobierno de facto podría haberse beneficiado al aislar a Brizola aún más. Sin embargo, la Folha de Sao Paulo publicó hace tiempo un documento que revela que tres meses antes de la muerte de Goulart el ejército brasileño, entonces comandado por el general Sylvio Frota, había pedido la "detención e incomunicación absoluta" del ex presidente.
Fue el propio Brizola quien volvió a lanzar en 2000 la duda sobre la muerte de Jango. Después de sus dichos, comenzó una investigación que sigue sin arribar a ninguna conclusión. Pero se dieron a conocer nuevos elementos y acusaciones cruzadas. Un comentario repetido es que al médico brasileño Idil Rubin Pereira le impidieron realizar una autopsia cuando ingresó el cuerpo de Jango a Brasil.
El hijo de Jango, Joao Vicente Goulart acusó a uno de los amigos de su padre, el empresario uruguayo Foch Díaz, de ser el agente que controló al ex presidente a lo largo de todo su exilio. Díaz ya había formulado su teoría de que Goulart "enceguecido por la ambición" habría cambiado su silencio por recuperar su fortuna confiscada por el gobierno militar. Después, también acusó a Claudio Braga y a Ivo Magalhaes de participar en un complot para adueñarse de una parte de los bienes de Jango.
Hay más indicios. Desde la celda que ocupaba por delitos comunes en Porto Alegre, Ronald Mario Neira Barreiro, un ex-teniente de la Policía uruguaya le escribió una carta a la comisión investigadora. Allí afirma que en Uruguayana, Jango era vigilado las veinticuatro horas, incluyendo sistemas de micrófonos en diversas partes de su casa. Dice que cuando Jango se desplazó a la Argentina, tres agentes uruguayos habrían sido designados para "terminar el trabajo": un médico especializado en muertes provocadas por ingestión de venenos y drogas, un perito balístico y un fotógrafo de la policía.
El mismo Barreiro habría dicho que participó del envenenamiento de Jango. Esas afirmaciones se combinan con la presencia de agentes argentinos en las oficinas de Jango en Buenos Aires y con los propios recaudos que el ex-presidente tomaba para viajar. Se puede dar por cierto que Jango era vigilado e, incluso, puede considerarse probable que existiera un plan para matarlo. Lo que no puede afirmarse es si ese plan se ejecutó o si su corazón se cansó antes de que el crimen se consumara.
Para agregar más sospechas, un piloto uruguayo que trabajaba para Jango en el exilio murió de un infarto cuando viajaba en 2000 desde Buenos Aires a Montevideo llevando documentos para presentar a la justicia sobre la muerte de su jefe. Según un denunciante, no se encontraron los archivos que el piloto llevaría consigo, que supuestamente incriminarían a Magalhaes en la apropiación indebida de bienes del ex-presidente.
La teoría del asesinato afirma que Jango habría sido envenenado con alguna sustancia que le provocó un paro cardíaco. Eso explicaría por qué ni su esposa, ni el médico ni sus amigos pudieron darse cuenta. Es llamativo, sin embargo, que si Jango tenía sospechas acerca de esa posibilidad, su familia no hubiese exigido una autopsia. Al mismo tiempo, esto podría comprenderse en el contexto opresivo de los regímenes militares de ambos países. Incluso así, resulta extraño que la familia no volviera sobre la cuestión, sino más de veinte años después. Pareciera que sólo hoy se ha producido un contexto político que, tras la exhumación, permitirá saber la verdad histórica. Sin embargo, según algunos técnicos, podría ser tarde. Si no se encontrara ningún resto sospechoso, tampoco podría descartarse un envenenamiento treinta y cinco años después. Así, excepto que aparezcan otras pruebas, Jango será objeto de debates políticos acalorados sobre el pasado reciente del Brasil y su muerte seguirá en el mundo de las suposiciones.
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De Revista ANFIBIA, 03/07/2013

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