ROBERTO ARLT
Me escribe un amigo del diario: “Estoy extrañado de que no haya visitado en el Uruguay, ni dé señales de hacerlo allí, en el Brasil, a los intelectuales y escritores. ¿Qué le pasa?”. En realidad no me pasa nada; pero yo no he salido a recorrer estos países para conocer gente que de un modo u otro se empeñarán en demostrarme que sus colegas son unos burros y ellos unos genios. ¡Los intelectuales! Le voy a dar un ejemplo. En un diario de Buenos Aires, número atrasado, traspapelado en la Redacción de un periódico de Río, leo un poema de una poetisa argentina sobre Río de Janeiro. Lo leo y me dan tentaciones de escribirle a esta distinguida dama:
–¿Dígame, señora, por qué en vez de escribir no se dedica a la conspicua labor de la calceta?
En Montevideo conversaba con un escritor chileno. Me contaba anécdotas. Las anécdotas atrapan a los intelectuales de allí. A esta escritora, un pintor chileno le mandó un magnífico cuadro y ella, en una fiesta que se daba en su homenaje, recoge unas violetas y le dice a mi amigo:
En Montevideo conversaba con un escritor chileno. Me contaba anécdotas. Las anécdotas atrapan a los intelectuales de allí. A esta escritora, un pintor chileno le mandó un magnífico cuadro y ella, en una fiesta que se daba en su homenaje, recoge unas violetas y le dice a mi amigo:
–Oiga, Fulano, envíele estas flores a X...
O estaba trastornada o no se daba cuenta en su inmensa vanidad que no se envían unas violetas a un señor que la ha obsequiado de esa forma, a una distancia suficiente para permitir que cuando lleguen las flores estén harto marchitas.
O estaba trastornada o no se daba cuenta en su inmensa vanidad que no se envían unas violetas a un señor que la ha obsequiado de esa forma, a una distancia suficiente para permitir que cuando lleguen las flores estén harto marchitas.
Además que la vida de los intelectuales, ¿a quién le interesan los escritores? Uno se sabe de memoria lo que le dirán: elogios convencionales sobre Fulano y Mengano. Llega a tal extremo el convencionalismo periodístico que los voy a hacer reír con lo que sigue. Al llegar a Río me entrevistaron redactores de distintos periódicos. En el Diario de la Noite se publicó un reportaje que me hicieron y entre muchas cosas que dije, me hicieron decir cosas que nunca pensé. Allá va el ejemplo: que mi director me invitó a “hacer una visita a patria do venerado Castro Alves”.
Cuando yo leí que mi director me había invitado a realizar una visita a la patria del venerado Castro Alves, me quedé frío. Yo no sé quién es Castro Alves. Ignoro si merece ser venerado o no, pues lo que conozco de él (no conozco absolutamente nada) no me permite establecerlo.
Sin embargo, los habitantes de Río, al leer el reportaje, habrán dicho:
Sin embargo, los habitantes de Río, al leer el reportaje, habrán dicho:
–He aquí que los argentinos conocen la fama y gloria de Castro Alves. He aquí un periodista porteño que, conturbado por la grandeza de Castro Aves, lo llama emocionado “venerado Castro Alves”. Y Castro Alves me es menos conocido que los cien mil García de la guía telefónica.
Yo ignoro en absoluto qué es lo que ha hecho y lo que dejó de hacer Su Excelencia Castro Alves. Ni me interesa. Pero la frase quedaba bien y el redactor la colocó. Y yo he quedado de perlas con los cariocas.
¿Se da cuenta, amigo, lo que se macanea periodísticamente? Imagínese ahora usted las mulas que trataría de pasarme cualquier literato. Así como a mí me hicieron decir que Castro Alves era venerable, él, a su vez, diría que el “dotor” merece ser canonizado, o que Lugones es el humanista y psicólogo más profundo de los cuatro continentes...
No interesan...
¿Se da cuenta, amigo, lo que se macanea periodísticamente? Imagínese ahora usted las mulas que trataría de pasarme cualquier literato. Así como a mí me hicieron decir que Castro Alves era venerable, él, a su vez, diría que el “dotor” merece ser canonizado, o que Lugones es el humanista y psicólogo más profundo de los cuatro continentes...
No interesan...
Todo esto son macanas. Cada vez me convenzo más que la única forma de conocer un país, aunque sea un cachito, es conviviendo con sus habitantes; pero no como escritor, sino como si uno fuera tendero, empleado o cualquier cosa. Vivir... vivir por completo al margen de la literatura y de los literatos.
Cuando al comienzo de esta nota me refería al poema de la dama argentina, es porque esa señora había visto de Río lo que ve cualquier malísimo literato. Una montañita y nada más. Un buen mono parado en una esquina. ¿No es el colmo de los colmos esto? Y así son todos. Las consecuencias de dicha actitud es que el público lector no termina de enterarse del país, ni de qué forma vive la gente mencionada en los artículos. Y tanto, y tanto, que el otro día, en otro diario nuestro leía un reportaje hecho por un escritor argentino a un general, no sé si de Río Grande o de dónde. Hablaba de política, de internacionalismo y de qué sé yo. Terminé de leer el chorizo y me dije: “¿Qué sesos tendrá el secretario de Redacción de este diario que no ha mandado al canasto semejante catarata de palabrerío?
¿Qué diablos le importa al público porteño lo que opina un general de cualquier país sobre el Plan Young o sobre cualquier otra materia menos o más secante?”.
Lo que había ocurrido era lo siguiente: así como a mí me hicieron decir que Castro Alves era venerable, porque con ello creían que me congraciaban con el publico de Río (al público de Río le importa un pepino mi opinión sobre Castro Alves), al periodista argentino le hacen reportear a un generalito que los deja imperturbables a los doscientos mil lectores de cualquier rotativo nuestro.
Y con dicho procedimiento los pueblos no terminan de conocerse nunca. Ahora se explica, lector mío, porqué no hablo ni entrevisto personalidades políticas ni literarias.
Fuente y más información: http://www.revistaanfibia.com
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De GACEMAIL. julio, 2013
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