Sunday, August 31, 2014

Gorki en Nueva York

CANEK SANCHEZ GUEVARA

Recepción bajo la lluvia
A las seis de la tarde del martes 10 de abril de 1906, el vapor Káiser Guillermo el Grande arriba al puerto de Hoboken, Nueva Jersey, proveniente de Cherburgo. A bordo se encuentra Alekséi Maksímovich Péshkov, más conocido como Máximo Gorki, de 38 años, quien llega al continente americano tras los acontecimientos que un año antes desembocaron en la creación del primer parlamento ruso, una revolución que el propio Gorki describe como “de clase media” y que en efecto involucra a la intelligentsia antizarista. En esos días de revolución, Gorki es más que un espectador pasivo; la Ojrana lo sabe y el exilio es su castigo.
Días antes, al recibir confirmación cablegráfica de que el conocido escritor y revolucionario se dirige a Nueva York, la prensa especula con la posibilidad de que se le prohíba la entrada al país “por pertenencia a una asociación que autoriza y enseña el uso de la fuerza con el fin de derrocar a la autoridad constituida”. A principios del siglo XX americano las leyes contra los anarquistas, cuyos militantes han sido particularmente activos en las décadas anteriores, son duras y expeditas. Los socialistas, en cambio, no tienen problema alguno; de hecho, está “de moda” serlo en los Estados Unidos de principios de siglo, mucho antes del macarthismo y la Guerra Fría. Al ser entrevistado en la aduana, según consigna el New-York Tribune, Gorki niega ser anarquista y asegura, en cambio, ser socialista.1
Miles de personas reciben a Gorki y a sus acompañantes –“madame Gorki” y su “secretario personal”, Nikolái Burenin– en el muelle de la compañía naviera Norddeutscher Lloyd. Las calles están llenas de admiradores que aplauden al revolucionario, quien no solo es popular como escritor, “sino también como figura romántica”.2 Son tantos sus seguidores que las autoridades portuarias solicitan refuerzos policiales para controlar a la multitud. Gorki se ha hecho famoso en Estados Unidos gracias a sus colaboraciones en el New York American, propiedad de William Randolph Hearst, y en particular por el trepidante relato del Domingo Sangriento, titulado “La masacre como yo la vi”. Periodistas, fotógrafos, políticos, literatos, artistas y toda suerte de hombres y mujeres llenan la zona portuaria, y los emigrados rusos de las ciudades de Nueva York y Nueva Jersey están de fiesta con la visita de un hombre como ellos, sencillo, autodidacta, que ha llevado la voz de los pobres de Rusia a todos los confines del mundo. Es tal la congregación, que el New York Times no duda en afirmar que la bienvenida rivaliza “con la ofrecida a Kossuth, el libertador de Hungría, y a Garibaldi, el padre de la Italia unificada, cuando vinieron a este país”.
En tierra lo aguarda Zinovi Péshkov, un joven ruso de origen judío a quien Gorki había adoptado una década atrás, dándole su apellido para que el muchacho, a la sazón adolescente, pudiera evadir las estrictas leyes zaristas que limitan la libertad de movimiento y de trabajo a los judíos. Tras atravesar el continente europeo, el chico llega a Canadá en 1904, y poco después a Estados Unidos: joven de gran inteligencia, ha sido discípulo y asistente personal del escritor en Rusia y se ha hecho cargo de sus asuntos durante sus estancias en prisión. Él y Gorki serán grandes amigos el resto de la vida, incluso cuando sus caminos se separen sin remedio tras la revolución de 1917.
Pero esta noche lluviosa, en Nueva Jersey, están juntos, y el comité de recepción está integrado por toda suerte de liberales, radicales y socialistas. Al frente se encuentra el representante del Partido Social-Revolucionario ruso, Nikolái Chaikovski –recién llegado de Londres–, acompañado por un grupo de militantes cercanos. Se encuentran también los delegados del Partido Socialista de América Alexander Jonas y Algernon H. Lee, y los del Partido Socialista del Trabajo (slp) encabezados por Julius Hammer.3 Y están, desde luego, el multimillonario empresario editorial Gaylord Wilshire, en representación del Buró Socialista Internacional (de la Segunda Internacional); Leroy Scott, escritor, miembro de la Sociedad Socialista Intercolegial –“fundada por fabianos, para fabianos”–; el escritor y líder de la izquierda radical judía Abraham Cahan, a la sazón editor de The Forward, e Iván Norodny, líder del Partido Militar Revolucionario. Dos días antes, Norodny había dado a entender a la prensa que “Gorki viene a Nueva York como representante oficial del Partido Socialdemócrata ruso. Con Chaikovski, representante del Social-Revolucionario [y el propio Norodny, del Militar Revolucionario], los tres principales partidos revolucionarios representados en este país actuarán al unísono con el fin de influir en la simpatía americana a favor del movimiento revolucionario ruso”.
“Tengo la esperanza y la certeza de que Rusia será pronto una república”, declara Gorki a la prensa. “Los recientes acontecimientos en Rusia fueron fruto de los revolucionarios de clase media [pero] las elecciones no tienen relación alguna con la situación revolucionaria. No creo en la Duma ni en el actual sistema electoral. Las elecciones no tienen nada que ver con la liberación del pueblo. Los socialdemócratas no participan en las elecciones en tanto partido, aunque muchos de ellos han sido elegidos a título individual [...] Que la Duma traerá calma y prosperidad a Rusia es algo que no creo.”4 Y cuando le preguntan qué será del zar en caso de que la revolución triunfe, Máximo Gorki se limita a encoger los hombros.
Tarde en la noche, tras estrechar muchas manos y recibir numerosas tarjetas de presentación, Gorki, en compañía de “su esposa”, del joven Péshkov y de su “secretario personal”, se dirige al Hotel Belleclaire, donde la peculiar familia ocupa un apartamento de tres habitaciones, en el noveno piso, con vistas al Parque Central por el este y al Hudson por el norte.
Nueva York lo recibe a lo grande.
Twain y el A Club
La noche del 11 de abril de 1906, Máximo Gorki es invitado a una cena privada en el A Club,5 donde ultiman los detalles para un gran banquete público de recaudación. “A lo largo de la cena –cuenta una crónica del New-York Tribune– el señor Clemens y Gorki entablaron una animada conversación, con el joven Péshkov actuando como intérprete.” El “señor Clemens” al que se refiere la nota es Samuel Langhorne Clemens, alias Mark Twain. Él y Gorki se admiran mutuamente y no dejan pasar un instante sin demostrarlo: “Es un día feliz este en que se me ha permitido conocer a Mark Twain”, dice el ruso. “Él es famoso en el mundo entero, y en Rusia es el más conocido de los autores americanos [...] Ningún hombre de cultura siente que su educación es completa hasta que ha leído a Mark Twain.”
“La idea es ayudar a los rusos a obtener la libertad por la que nuestros padres lucharon y que hemos disfrutado por más de cien años –la libertad de expresión, de prensa, de asamblea, de voto y de religión o conciencia– y a la que debemos la paz y la prosperidad que gozamos hoy”, afirma el escritor Robert Hunter. Twain no se queda atrás: “Si podemos hacer algo para ayudar a crear una república rusa, hagámoslo.” Hacia el final de la cena el comité queda formalmente constituido. El objetivo: conseguir fondos para la revolución. Gorki no titubea: “Vine a América para entablar contacto con el pueblo americano y pedirle su ayuda para mis sufridos compatriotas que luchan por la libertad. El despotismo debe ser derrotado y para ello lo que necesitamos es ¡dinero, dinero, dinero!”
Tras la cena, Gorki y el joven Péshkov se dirigen a casa del empresario, editor y político socialista Gaylord Wilshire, donde una recepción en honor al escritor inglés de ciencia ficción y socialista fabiano H. G. Wells tiene lugar. Wells recuerda el encuentro en The future in America: “Es una gran y calma figura, hay un curioso poder de convencimiento en su rostro, una honda simplicidad en su voz y en sus gestos. Cuando lo conocí, estaba vestido con ropas campesinas, con una camisa azul con correa, pantalones de algún material negro brillante, y botas, y aparte de unas pocas frases comunes, su único idioma era el ruso [...]; presenta además ese desamparo práctico que es propio de genios como él.” Wells, feliz, lo llama “la gran figura de la libertad”.
Gorki está en la cumbre americana.
Dinero, dinero, dinero
Mucho se especula sobre la verdadera razón de la visita de Gorki. La versión de que la tuberculosis lo consume se expande, pues los rigores de la prisiones rusas, en concreto de la Fortaleza de Pedro y Pablo, son bien conocidos. El propio Gorki no deja lugar a dudas: “Soy un enemigo del gobierno ruso, he sido un revolucionario desde los diecinueve años y no tengo por qué disculparme por mi actitud. Vine a este país a conseguir dinero para ayudar al movimiento revolucionario ruso.” Y si ha venido a este país, continúa, “es porque es el más democrático del mundo y creo que Rusia está destinada a posicionarse junto a América en tanto tierra de ideas democráticas”.
Pero Estados Unidos se encuentra ahora en un impasse; pasadas las guerras del XIX que configuraron la nación, y cuando todavía falta una década para su incursión en la primera contienda mundial, el pueblo estadounidense parece poco favorable a las aventuras extraterritoriales. Además, las recientes intervenciones en Cuba, Puerto Rico y Filipinas tampoco ayudan a aclarar las cosas: “Fuimos ahí a conquistar, no a redimir”, había dicho Twain unos años antes. El pacifismo es la nueva consigna americana, y los ciudadanos no ven con buenos ojos la idea de financiar una guerra en Rusia.
Los estadounidenses, orgullosos de la seguridad y la tranquilidad que la democracia provee, se niegan a aceptar que en otras sociedades el único recurso para transformar el estado de las cosas sea la lucha armada, idea que les desagrada por encima de cualquier otra. Aun así, puesto que su propia revolución fue contra “el rey”, y eso se halla profundamente instalado en la conciencia social, la figura del zar los repele, y la repulsa hacia la autocracia es genuina en la opinión pública. Las aventuras y desventuras de la revolución rusa no les resultan ajenas, y la abominación del Domingo Sangriento está fresca en la memoria colectiva. Gorki, con sus relatos, novelas y reportajes, ha hecho un gran trabajo al mostrar el sufrimiento “del pueblo”. Todos quieren apoyar al sufrido pueblo ruso pero nadie quiere embarrarse con una sangría que saben va a estallar en cuanto suene el primer disparo.
Pero Gorki no ceja en el intento de conseguir dinero, labor a la que se ha entregado en más de una ocasión. La fascinación que ha despertado en la alta sociedad neoyorquina, culta, ilustrada y liberal, es sin duda favorable para la causa, piensa, y aun se cree capaz de conquistar al “progresista” pueblo estadounidense y conseguir el apoyo económico que toda revolución requiere. La innegable fuerza que las organizaciones socialistas tienen en este preciso momento en Estados Unidos hacen de Nueva York el mejor sitio para obtener fondos. De ahí que su humor sea sólido y confiado.
Sabe que podrá convencerlos.
La debacle moral
La mañana del sábado 14 de abril de 1906, el periódico sensacionalista The World, propiedad de Joseph Pulitzer, amanece con un titular imperdonable: “Gorki trae a una actriz como si fuera madame Gorki”, noticia que cae como una bomba en las buenas y decentes conciencias americanas. En realidad, como detalla Holtzman, no es un verdadero secreto que María Fiodorovna Andreieva y Máximo Gorki no están legalmente casados; Gorki y Yekaterina Pávlovna Péshkova llevan años separados, incluso en los mejores términos, aunque el divorcio les ha sido negado en virtud de las ideas políticas de ambos, lo que se ha convertido en un modo de presión más de las autoridades zaristas. Gorki y María Andreieva, por su lado, se conocen en 1900, y desde 1903 viven juntos como una pareja de facto ante la imposibilidad de anular el matrimonio previo.
No solo no es un secreto, sino que la propia policía zarista se ha encargado de enviar a los distintos periódicos neoyorquinos, con la intención de minar la credibilidad de Gorki, los datos de dicha relación, donde se incluye una foto de la “verdadera” esposa del escritor en compañía de sus hijos; información que los reporteros estadounidenses, en una suerte de pacto no escrito –según cuenta Filia Holtzman–, deciden ocultar, a sabiendas de que, en efecto, la labor prorrevolucionaria del novelista se vería dañada.
La reacción no se hace esperar. En cuanto los primeros ejemplares de The World llegan a las calles, todos comienzan a hablar de “la mujer”, de “su acompañante”, de “la actriz”, con todo lo que el término puede significar en un medio pequeñoburgués y provinciano, como pronto muestra ser el neoyorquino. Cuenta The Sun: “Tras conocer el reporte noticioso de que la mujer que se registró en el hotel como ‘madame’ Gorki es en realidad ‘mademoiselle’ Andreieva, una actriz, y no la esposa de Gorki, Milton Roblee, propietario del hotel, le pidió a Gorki que abandonara las instalaciones.” El pobre millonario socialista Gaylord Wilshire, que ha reservado el apartamento que los Gorki ocupan, recibe las reprimendas del hotelero, quien las narra airado al Evening Star: “Le dije al señor Wilshire que este es un hotel familiar perfectamente respetable, y que no puedo permitir la presencia del señor Gorki y su acompañante. Deben dejar la casa de una vez.”
De manera inevitable, la relación entre Gorki y Wilshire se enfría. El millonario socialista supone haber sido un pésimo anfitrión, y algo de vergüenza ajena debe sentir por la actitud de sus conciudadanos. No es difícil imaginarlo al momento de presumir la ciudad de Nueva York, capital cosmopolita de América, y luego, ante el descalabro, sufrir la desilusión de su amigo y la propia. Además, fue él, Wilshire, quien anunció a todos que María Andreieva era la esposa del autor. Por estos motivos, invita a Gorki y compañía a quedarse en su apartamento, pero el ruso declina con la excusa de que no quiere avergonzar más a su amigo. Lo avergüenza, sin embargo, al pagar de su propio bolsillo los 179 dólares que se adeudan al hotel, pese a que la reservación –y la invitación misma– había sido expedida por el caballero Gaylord Wilshire. A modo de explicación, el joven Péshkov, quizá con cierta sequedad, se limita a acotar que “no es costumbre en Rusia permitir que otros paguen las cuentas de uno”.
La noticia del falso matrimonio se propaga rápidamente por Nueva York y, según reporta el Evening Star, los seguidores de Gorki en la ciudad se dividen ahora en dos bandos irreconciliables; por un lado, “los socialistas más extremos, que toman la situación con cierta calma”, y, por el otro, los “socialistas conservadores”, quienes “están desconcertados por el descubrimiento de que ‘madame Gorki’ no es madame Gorki en lo absoluto”. El agudo reportero del Evening World ve el dilema con claridad: “Políticamente, estas personas podrán ser muy avanzadas, pero en lo que concierne a las relaciones maritales son aptos para calificar como anticuados –y como americanos.”
Tal es también la percepción –y quizás la actitud– de Mark Twain: “No sé qué efecto tenga esta noticia en el seno del comité al que accedí a unirme. En Rusia, tengo entendido, las condiciones políticas y sociales están más o menos entrelazadas, pero aquí, en este país, la actitud con que se sostienen las relaciones domésticas es por entero diferente. No pretendo, de cualquier manera, tomar parte activa en el comité.” Los “A Clubbers”, por su lado, insisten en un silencio que poco los honra: “Leroy Scott, quien ha sido por demás activo en su apoyo a Gorki, dijo sentirse muy mal para hablar. Robert Hunter fue igualmente evasivo. William Dean Howells rogó ser excusado de cualquier comentario”, reporta el New York Times. En la mañana el famoso líder sindicalista minero John Mitchell le hace llegar a Gorki una nota donde “expresa su pesar por no poder acudir a la cita acordada para esta tarde”.
Gorki empieza a quedarse solo, y se indigna, no por lo que digan de él sino por lo que insinúan de su amada. La prensa lo presenta como un vicioso polígamo que ha “dejado a su esposa e hijos en Rusia” mientras viene a Nueva York con su amante “la actriz”; y a ella, como a una cualquiera que se ha entrometido en el sagrado matrimonio del gran escritor para arruinarlo por entero. No todos, sin embargo, comparten esta visión que los medios de información desperdigan sin honor. Para sorpresa de propios y extraños, es la esposa de otro famoso millonario socialista, el señor James Graham Phelps Stokes, quien sale en defensa, no solo de la pareja, sino de los asuntos privados en sí. Rose Harriet Pastor Stokes –escritora, activista, feminista, miembro del Partido Socialista y, más tarde, ya divorciada, una de las fundadoras del Partido Comunista de América–, al ser cuestionada por el Evening World, responde: “Máximo Gorki es uno de los grandes hombres del mundo. No podemos comprender qué circunstancias y motivos en su vida lo guiaron hasta la presente situación, y debemos aceptarlo como el gran hombre que es. ¿Cambiará mi actitud hacia él por saber que la mujer que lo acompaña no es su esposa? ¡Ciertamente no!”
El periodista insiste: “Pero, ¿lo recibiría usted esta noche con la misma cordialidad con que lo hizo al conocerlo?”
–¡Sin duda! [...] Máximo Gorki ha hecho demasiado bien público en este mundo como para ser considerado sin necesidad de juzgar su vida privada.
–¿Y usted piensa, señora Stokes, que este descubrimiento afectará sus relaciones en este país? Como usted sabe, ha sido recibido por algunas de las mejores personas.
–No sé a qué se refiere usted con “las mejores personas”. Supongo que habrá algunas “personas respetables”, entre comillas, que están demasiado asustadas por lo que sus vecinos puedan decir, y están respetablemente escandalizadas y respetablemente desaprueban a la pareja. Pero cuando los individuos representan los más altos tipos de vida, como Máximo Gorki y la dama que usted dice que no es su esposa, tienen fuerza suficiente y superioridad suficiente para trazar sus propias vidas. Yo no tengo derecho, ni lo tiene nadie más, para cuestionar o juzgar sus acciones [...] ¿Qué sabemos nosotros de los ideales y propósitos que mantienen a estas dos personas unidas? ¿Qué sabemos de las causas privadas que condujeron a la separación de Máximo Gorki y su esposa, y a la presente relación con esta encantadora mujer? Lamento sinceramente que los periódicos hayan hecho público un asunto tan personal y privado, y me rehúso a expresar una opinión en torno a un asunto que no me concierne en lo absoluto.
H. G. Wells, por su lado, describe sin ambages el linchamiento a que someten a la pareja, sobre todo a ella, a quien se refieren como “la mujer Andreieva”: “Los Gorki fueron perseguidos con insultos de hotel en hotel. Hotel tras hotel los dejaron fuera. Al final, después de la media noche, acabaron en las calles de Nueva York con todas las puertas cerradas a sus espaldas [...] Y este cambio –continúa– ocurrió en el transcurso de veinticuatro horas. Un día Gorki estaba en el cenit; al siguiente, barrido del mundo.” Lo peor, insiste, es que en medio de ese linchamiento imbécil y moralista, la tragedia rusa cae en el olvido: “Las masacres, el caos de crueldad y torpeza, la tiranía, las mujeres ultrajadas, los niños torturados y asesinados, todo eso se olvidó.” Y todo en nombre de la “pureza moral”, recuerda Wells.
Lo más triste, empero, es que este linchamiento no tiene relación con moral alguna, sino con la más simple y ramplona avaricia, y el asunto debe ser entendido en medio de la larga y no siempre limpia competencia entre los periódicos The World, propiedad del honorable Joseph Pulitzer, y el New York American, cuyo propietario es el aún más honorable William Randolph Hearst.
Según Filia Holtzman, “fue solo cuando los editores del World se enteraron de que Gorki había firmado un contrato exclusivo con el New York American [...] que decidieron lanzar esta información al público americano”. La bajeza de este proceder tiene consecuencias incalculables, no solo para Gorki y “su acompañante”, pues la persecución no queda limitada a la “prensa amarilla” ni a la buena y decente burguesía neoyorquina –en la Asociación Republicana de Mujeres del Estado se preguntan: “¿No deberíamos nosotras, como mujeres, hacer algo contra este hombre?”–, sino que se extiende, con la fuerza que solo la mojigatería posee, a los círculos políticos, académicos y literarios del país, e incluso a una “izquierda radical” incapaz de superar sus propios prejuicios pequeñoburgueses. Además, tal bajeza anima a las más retrógradas fuerzas de la Rusia imperial, al zar mismo, quien hace llegar la noticia justo con la esperanza de destrozar la credibilidad revolucionaria de Gorki.
La estrategia, desde luego, surte el efecto deseado.
La otra verdad
Han transcurrido cuatro días desde su desembarco en el puerto de Hoboken, Nueva Jersey, donde lo recibe una multitud delirante. Cuatro días en los que pasa de héroe a paria sin apenas transición, traicionado por esta “tierra de la libertad” de la que sin duda espera algo más. “Entreví algo de la verdadera magnitud de la decepción de este hombre, la inmensa expectación de su arribo, el imposible sueño de su misión”, cuenta un melancólico H. G. Wells a punto de retornar a Londres, durante su última tarde en suelo americano, en que acompaña a Gorki y los suyos en casa de los únicos wealthy socialists que aún se atreven a recibirlos.
Se trata del matrimonio compuesto por John y Prestonia Martin, fabianos ambos, en cuya casa, en el número 37 de Howard Avenue, en Grymes Hill, Staten Island, los Gorki permanecen cinco semanas, al cabo de las cuales se trasladan a la cabaña de la pareja en Adirondack. En los seis meses que pasan en las montañas –hasta su partida hacia Nápoles el 13 de octubre de 1906, a bordo del Prinzess Irene–, Gorki emprende la escritura de su novela La madre, que publica en Londres al siguiente año. Esta familia singular, a la que el New York Times describe como “menos escrupulosa que sus vecinos”, es la única que no abandona a la pareja, y en años posteriores volverá a recibir al ya no tan joven Péshkov en dos ocasiones más.
Lo que nadie sabe en Nueva York, quizá ni siquiera los Martin, es que la acompañante, “María Fiodorovna Andreieva, la eminente actriz del Teatro Artístico de Moscú, se mantuvo incluso más cerca de la revolución [que Gorki]. Miembro del Partido Bolchevique, fue editora del efímero periódico petersburgués Nueva Vida (Novaia Žizn’), primer diario bolchevique en circular legalmente en Rusia”, aunque por poco tiempo. Tras el sexto número, el editor es el propio Lenin, a cuyo círculo de confianza pertenece Andreieva.
Tampoco saben que es Lenin quien organiza y patrocina el viaje de Gorki a Nueva York, y da instrucciones al tesorero de los bolcheviques, Leonid Krasin, para que libere los fondos necesarios para el viaje. Es también Lenin quien incluye en la comitiva al “secretario personal” de Gorki, Nikolái Burenin, veterano militante bolchevique, hombre de altísima cultura, pianista, asaltabancos, traficante de armas y, en general, relacionado con toda actividad destinada a recaudar fondos para la acción revolucionaria, con el fin de ayudar a Gorki y compañía “a manejar los detalles técnicos” de la operación. Y Péshkov, el hijo adoptivo, quien se unirá después a la Legión Extranjera y más tarde al Ejército Blanco en Rusia.
A la distancia, Gorki parece el menos interesante del grupo.
Epílogo
Al año siguiente de la debacle neoyorquina, el filósofo francés Georges Palante publica su ensayo “Anarquismo e individualismo”, donde apunta que “entre la coacción del Estado y la del sentimiento y la costumbre no hay sino una diferencia de grado. En el fondo son lo mismo: el mantenimiento de un cierto conformismo moral útil al grupo y con los mismos procedimientos: vejación y eliminación de los independientes y los refractarios [...] Proudhon tiene razón al decir que el Estado no es sino el espejo de la sociedad. Es tiránico porque la sociedad es tiránica [...] El espíritu gregario o espíritu de sociedad no es menos opresivo para el individuo que el espíritu estatista o el espíritu sacerdotal [...] ¿En qué sentido soy libre si la sociedad me boicotea? [Así] se legitiman todos los atentados de una opinión pública infectada de beatería moral. [Así] se edifica la leyenda de la libertad individual en los países anglosajones”, y a continuación, en una nota al pie de página, nos recuerda que es justo esto lo que le acaba de ocurrir a Gorki en Nueva York. ~




1 New-York Tribune, 11 de abril de 1906, p. 1.
2 Filia Holtzman, “A mission that failed: Gorki in America”, The Slavic and East European Journal, vol. 6, núm. 3 (otoño de 1962), p. 227.
3 Padre del magnate industrial y petrolero Armand Hammer, a quien bautizó así en honor al famoso símbolo del Socialist Labor Party, “arm and hammer”.
4 New-York Tribune, 11 de abril de 1906, p. 8.
5 El activismo de los llamados “A Clubbers” es notorio en los primeros años del siglo XX, cuando desempeñaron un papel de relativa importancia en el movimiento a favor del trabajo femenino, en diversas organizaciones socialistas y en uno de los primeros “centros culturales” del que más tarde será un importante circuito artístico: Greenwich Village. Mark Twain, entonces de 71 años, simpatizó con este grupo.

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De LETRAS LIBRES., agosto 2014

Friday, August 29, 2014

Esos fantasmas tan paliduchos



Claudio Rodríguez Morales

No sé bien porqué los vengo a recordar ahora. Ya los había eliminado de todo registro por su condición de seres insustanciales en una época confeccionada con la misma hechura. Distante del reciclaje mercenario con que la publicidad nos asalta de vez en cuando, mezcla de naftalina y silicona, me reencuentro ahora con este trío de fantasmas paliduchos de hace dos décadas. Época extraña, de encierro colectivo y particular, con un capataz que, pese a encontrarse en su cuenta regresiva, aún ejercía sobre todos nosotros su poder brutal. Pero ese era un tema que sólo a mí me inquietaba y muy a la pasada. En ausencia de otras alternativas, solucionaba el dilema con un par de cancioneros, afiches, panfletos y casetes gastados bajo el brazo. Mis amigos, en cambio, le daban la espalda sin ninguna clase de confusión interior, sólo las ganas de tomarse de las manos y conformar una suerte de familia postiza, con promesas de fidelidad eterna que el tiempo se encargaría de hacer añicos. La memoria trae el agradecimiento de Pablito por mi defensa ante los matones de curso, violentados por su respiración alfeñique, encabezados por el mismísimo Loco. En agradecimiento, vinieron las invitaciones, los almuerzos con su padre -el señor juez-, quien no decía ni media palabra, sólo sorbía la sopa añorando a su mujer difunta en el retrato iluminado colgado en una pared de pintura descascarada. De su semblante deduje que no le molestaba mi más que frecuente presencia en aquella casa del barrio Manuel Montt, dos cuadras al sur. Tal vez no le importaba o simplemente no la percibía. Más adelante vinieron las onces preparadas por Cecilia, la hermana mayor de Pablito. Pálida, de textura láctea, en maduración confusa y voluble. No tardamos en tomarnos el sótano como nuestro nuevo hogar, cuya luminosidad salía del farol de la estupidez. El candor me hizo creer que los besos y las manos entrelazadas bastaban. A Pablito lo tomamos como nuestro hijo, más bien nuestra mascota, a la que de vez en cuando acariciábamos en la cabeza.

El Loco no pasó por alto mi alejamiento de las barrabasadas que acometíamos en sociedad. Atrás quedaron los robos de colaciones de compañeros, del vino dulce de la misa de los viernes, tráfico de pornografía, invocaciones al demonio con banda sonora y citas de Rimbaud y Baudelaire. Cuando quiso indagar en mi retirada y, tal vez como muestra de orgullo e ingenuidad, decidí hablarle de Cecilia, un trofeo para el cual no lo necesité ni a él ni a su maldad cómplice. El Loco, más bien sus ojos saltones, y a pesar de mis evasivas, decidió recorrer el mismo camino. De convidado de piedra evolucionó a invitado de honor en la mesa compartida por el señor juez, Pablito (a quien también dejó de atormentar cada vez que yo daba vuelta la espalda) y Cecilia. Hasta que, en lo alto de la planicie de esta historia, su presencia se tornó superior a la mía. Aún más, asumió el papel de anfitrión, con derecho a recriminar mis ausencias: que Cecilia nos había preparado un kutchen de manzanas, que había escrito una composición y quería saber nuestra opinión como escritores, que había grabado una canción nueva en el equipo de música para que la escuchásemos todos juntos. Decidí recuperar terreno. No tuve otra alternativa más que seguir la corriente y tragarme, una y otra vez, la versión del Loco sobre la muerte de su padre, un piloto de pruebas de la aviación, tal vez demasiado parecida a la de algún superhéroe jubilado. Por los ojos de Cecilia, yo sabía que se dejaba encantar por las fantasías de este precoz demonio, mientras Pablito miraba desde un rincón con una mezcla de alternancia, satisfacción, condescendencia y, sin percatarme del todo, deseo.

Hoy reparo en esta suerte de refugio, calor protector entre pares, degustando con bebidas gaseosas los manjares preparados por Cecilia y, sobre todo, sentándonos en los desvencijados sillones dados de baja por el señor juez para escuchar la música almacenada en esos casetes regrabados una y otra vez. En su mayoría, temas ignorados por los sujetos de afuera, moquillentas baladas romanticonas del cancionero latino, también italiano y algo en inglés, nada de guitarreos eléctricos, demasiado violentos, menos canto nuevo con olor a insurgencia. Todo eso quedaba para el mundo exterior. Ellos sólo tenían tiempo para coleccionar almíbar en sus tarados corazones, incluyendo a un Loco cada vez más transformado.

La última reunión en el sótano de los hermanos Pablito y Cecilia la recuerdo como una sucesión de estruendos, de luces y sombras. Sangre de nariz del Loco, mezclada con la de Pablito, la mía tal vez y el período de Cecilia. Una aplanadora nos pasó encima y decidí no saber nada más de todos ellos. Prefiero recordarlos (si es que…) como fantasmas pálidos de hace veinte años que como moscas que se deslizan por el excremento santiaguino de hoy.    

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De Evolución de la especie, blog del autor

Wednesday, August 27, 2014

Truman Capote. UN GENIO EN SU LABERINTO



Por Andrea Cozzi

En enero de 1945 Truman Capote era un perfecto desconocido dentro del círculo literario de aquella época. Trabajaba como corrector del "New Yorker", con un futuro incierto, según sus jefes un enano vanidoso, que se paseaba por las oficinas de la revista sin poder colocar ninguno de sus cuentos.

Seis meses más tarde ya se hablaba de él como la más fulgurante joven promesa de la literatura americana de posguerra. ¿Qué fue lo que sucedió?. Entre enero y octubre de 1945 había publicado en la revista "Mademoiselle" un extraño relato inusual por su tema, "Miriam" la historia de una niña que lentamente vampiriza y destruye a una bondadosa viuda. Lo que más impresionó, antes que la temática sombría de "Miriam", fue la edad de su autor, Capote tenía en ese entonces 21 años.

En el prólogo de "Música para Camaleones", Capote recuerda que en su infancia, así como algunos jóvenes practican el piano o el violín cuatro o cinco horas diarias, de igual forma se ejercitaba él con sus plumas y sus papeles, nunca le había contado a nadie de lo que escribía, y si alguien le preguntaba qué estaba haciendo, él contestaba que hacia los ejercicios del colegio. Desde temprana edad lo obsesionaban las diabólicas complejidades de construir los párrafos, la puntuación y el empleo del diálogo.

Truman Capote

Su primera novela, "Otras voces, otros ámbitos" se publicó en enero de 1948, y en menos de tres meses el libro triplicó en ventas su tirada inicial, lo que supuso para el joven escritor suculentos ingresos en concepto de derechos de autor. Los ataques personales de todos aquellos que no le perdonaron su salto a la fama crearon una controversia que hacía vender libros y lo llevó a una especie de exilio que lo instaló en Europa, más precisamente en el sur de Italia.

Durante su estancia en Europa, decidió escribir una serie de relatos sobre los lugares que había visitado. Desde febrero de 1949 fueron apareciendo, entre otros, "Profesor miseria", "Mi versión del asunto", "La botella de plata", que la editorial recopiló bajo el título de "Un árbol de noche y otras historias".

Capote fue una especie de visionario: se adelantó casi una década a las técnicas del Nuevo Periodismo cuando se embarcó en una excursión soviética para cubrir la presentación de una compañía estadounidense en Leningrado, en plena Guerra Fría. De esa experiencia publicó "Se oyen las musas", un texto breve que fue muy bien recibido por la crítica.

Al año siguiente, tratando de ir más lejos en su exploración de las fronteras entre el periodismo y la literatura, se preguntó cuál seria el nivel más bajo del arte periodístico, y encontró la respuesta en la entrevista a un artista de cine. Capote sostenía que la presencia de un grabador o el hecho de tomar notas en una entrevista destruían la naturalidad creando una atmósfera artificial, por ende se preparó por más de un año y medio en el arte de memorizar y transcribir hasta la exactitud un texto.

Con esa premisa viajó a Kioto, donde se rodaba la superproducción "Sayonara", para encontrarse con Marlon Brando, a quien había elegido para su nuevo experimento. Su capacidad para memorizar los diálogos lo llevó a lograr transcribir casi textual la charla que mantuvo por más de cinco horas. En 1957 publica "El Duque en su dominio", un perfil de Brando que aún hoy, en muchas clases de periodismo alrededor del mundo se utiliza como piedra de toque del arte de la entrevista.


El joven Truman Capote


Corría 1958 y publica la novela corta "Desayuno en Tiffany’s" que se impuso con una rapidez pocas veces vista. Con esta obra, Capote cerraría, según sus palabras su "segundo ciclo creativo". Esto respondía a que ya no encontraba placer en la narrativa, no podía permanecer quieto imaginando un relato, estaba convencido de que quería escribir hechos y no ficciones.

Al leer en el "New York Times" una columna con este titular "Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados", el 16 de Noviembre de 1959 comenzó una nueva etapa para Truman Capote, una etapa de la que no saldría indemne.

Seis años le tomó escribir la trágica historia de Herbert Clutter, y sus asesinos Dick Hickock y Perry Smith. Realizó un trabajo descomunal, una investigación que rondaba las seis mil páginas de notas, transcripciones de entrevistas, conversaciones con psiquiatras, cartas, recortes de prensa e informes jurídicos, y del cual apenas utilizó un 20%. "A sangre fría" se publicó en enero de 1966 y fue un éxito crítico y comercial instantáneo.

La experiencia vivida a lo largo de toda la investigación lo marcó profundamente y Capote ya no fue el mismo, se perdió en un laberinto de drogas, alcohol y fármacos, confesó en una entrevista que "(A sangre fría) me chupó hasta la médula de los huesos... acabó conmigo". Mientras duró la investigación, y hasta que lo ajusticiaron, había estrechado lazos con Perry Smith, uno de los asesinos, ya que encontraba similitudes entre sus historias familiares.

Capote cargaba en sus espaldas una historia familiar que lo atormentaba a diario, según él contaba el sonido primordial de su infancia fue el de una puerta al cerrarse, seguido del taconeo de su madre al partir, abandonándolo en algún hotel para ir al encuentro de sus innumerables amantes.

Luego de atravesar una etapa sombría, en 1980 tras una brutal cura de desintoxicación Capote completó los textos de "Música para Camaleones". Entre sus relatos se destaca "Una hermosa criatura", extraordinario retrato de Marilyn Monroe.

Cuatro años más tarde, el 23 de agosto de 1984, un mes antes de cumplir 60 muere por una intoxicación múltiple con fármacos diversos. Su vida fue una constante búsqueda de nuevos horizontes, en la narrativa y en el periodismo. Seguramente nunca imaginó cuanto le significaría a su persona ahondar en la búsqueda de historias para una novela de no ficción, tal vez haya pagado un precio muy alto por eso.

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De DE OTROS MUNDOS, blog de Triunfo Arciniegas, 27/08/2014

Tuesday, August 26, 2014

Pedro Albornoz Camacho, las flores del cerezo que permanecen






El cuento de Pedro Albornoz titula “El otro muro” y ha sido elegido entre setenta y seis que se han presentado al concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo. Pedro, a quien se conoce como docente universitario, escribe artículos académicos y literarios, además de ser un apasionado lector y cinéfilo. Ahora nos revela su faceta como escritor y amante del cuento. Nos comenta, en esa intimidad casi instantánea que se genera al conversar con él, que es un escritor que tiene el hábito de dejar reposar sus cuentos. Inventa fórmulas para lidiar con la emoción que la escritura le genera y, además, tiene un diario que lleva consigo por todas las rutas y caminos. En las hojas de ese diario de viajes guarda celosamente unas flores de cerezo que encontró en Nueva York que, afirma, le recuerdan ese mundo maravilloso que hay ahí afuera. En esos mundos deambula su memoria, como las flores, que son testigos de ciertos encantamientos. Albornoz nos habla con pasión del proceso de escritura de su cuento ganador y cómo ha llegado al punto donde obtiene este importante premio…
© Cecilia Romero M. | Ecdótica

Se dice que las historias surgen de algún lugar recóndito de nosotros mismos ¿Desde qué lugar surge este cuento ganador del Franz Tamayo?  | —Desde pequeño yo siempre quise escribir. He escrito toda mi vida, principalmente cuentos los que han sido mi primer amor. Por otro lado, me fue más fácil ingresar a la escritura académica porque es básicamente juegos de lógica y de seguir un formato, no puedes innovar mucho aunque a mí me gusta incluir lo lúdico y buscar giros. En todos estos años no he difundido nada de lo que he escrito en narrativa, porque estaba preparándome y esa es la forma en que me han criado, una de mis maestras, a quien amo: Alicia Ferrufino, la madre de Claudio Ferrufino Coqueugniot, quien me ha enseñado a mostrar lo mejor de mí. Ella me despertó el amor por las letras y descubrí que no tiene nada de malo querer escribir. Su enseñanza fue de lo más increíble. Revelar lo mejor de ti, significa que no debes mostrarlo todo, tienes que trabajar todo lo que muestres hasta que diga lo que exactamente tú quieres que diga. El único texto malo es aquel que dice lo que no tenías la menor intención de decir, el que se malinterpreta a la mala; un relato que te controla. Hace no mucho se me ocurre la idea de escribir un cuento y me siento en la cama con el computador y le digo a mi mejor amigo que voy a escribir un cuento y él contesta: “Perfecto pero no te vas a levantar ni para barrer”, eso porque en el momento que empiezo a escribir y las palabras me abruman, el cerebro como que no puede y buscas distraerte, esta energía te sobrepasa. Entonces, me levanto, barro, cocino o preparo margaritas y piñas coladas. Por tanto, mi amigo no ha permitido que me mueva durante esos tres días y el cuento fluyó. El relato tenía aproximadamente treinta cinco páginas y durante un año lo pulí. Ahora tiene como diez. Dolía eliminar las cosas que yo creía eran absolutamente necesarias, pero no, porque me acordé de las palabras de mi profesora.
El cuento también habla del bloqueo de una escritora y la búsqueda de salidas creativas ¿este hecho te recuerda algo, es un dato autorreferencial? | —Me recuerda total y absolutamente a mí, una de las cosas más difíciles es enfrentarte a la página en blanco y preguntarte qué vas a hacer con ese espacio vacío. Yo me propuse escribir mil palabras por día mínimamente. Siguiendo los consejos de mi profesora que me decía que no muestre todo lo que escriba, que no espere que alaben cada palabra. En algún momento vas a escribir macanas y si sabes que vas a escribir macanas eso te va a reducir la tensión porque se te está permitido que escribas mal y si escribes mal el suficiente tiempo vas a empezar a escribir bien eventualmente y ahí se elimina el bloqueo. En realidad nadie tiene el poder de decirte que no tienes más ideas y si no tienes más ideas para escribir no eres un buen escritor, porque puedes escribir de la cosa más banal o puedes construir relatos de las cosas que suceden en los micros, por ejemplo. En los micros pasan novelas, telenovelas y culebrones, por tanto ideas hay, la cosa acá es la voluntad.
¿Dónde se ambienta este cuento? | —Tenía que ambientarse en La Paz, porque es una ciudad increíblemente loca, cada vez que llego todo es vertiginoso, es como caer dentro de un laberinto concéntrico, experimentas una caída libre. Y el cuento es eso, ese es el espíritu que tiene, es lo que quería trasmitir en él. Al menos en mi mente se ambienta en La Paz.
¿Resultó sencillo escribir bajo la voz narrativa de una mujer? | —Sí, fue increíblemente fácil porque mi vida ha sido formada por mujeres fuertes, es más ahora tengo más amigas que amigos. Por algún motivo no puedo conectar mucho con los varones pero sí con los escritores jóvenes y ese es uno de los mayores honores que he tenido.
¿Qué pasa con Pedro veinte minutos después de recibir la noticia de que ha ganado el concurso? | —Agradecer, tardé aproximadamente diez minutos en ponerme en contacto con mi amigo, porque no contestaba, cuando consigo comunicarme con él, le digo: “Acabo de ganar el Franz Tamayo y también este premio es tuyo”. Eso es lo primero que hice, mi amigo se alegró, me apoyó como siempre lo hace y luego le escribí a mi escritora favorita Anne Rice, en realidad le escribí a su asistente porque Rice no te responde. En esta carta le agradezco a ella por la inspiración de sus libros y su manejo del lenguaje y me respondieron. La tercera persona a quien le escribí fue a Valia Carvalho, ella fue una de las primeras personas en leer el cuento y me dijo sí aquí tienes algo.
Un libro nunca se escribe solo, tampoco un cuento ¿Cuáles son las presencias y las influencias que han construido la narrativa de Pedro Albornoz? | —Mis principales influencias literarias son Valia Carvalho, ella dibuja, Claudia Joskowicz, ella hace cine arte. Por otra parte, es importante mencionar que las influencias son muy mal comprendidas, un escritor no puede estar consciente de la influencia que guía su mano, ésta tiene que ser inconsciente porque en el momento que admitas tus principales influencias se construye una pose. El máximo logro de un escritor es la depuración del estilo y la obra determina el estilo que tú vas a tener. Yo admiro la obra de Anne Rice pero no quiero escribir como Anne Rice, admiro a Margaret Atwood, pero no quiero escribir como ella, porque le debo a Alicia Ferrufino escribir como Pedro Albornoz.
¿Qué se viene para el futuro? | —Mi principal proyecto es terminar de leer absolutamente toda la obra de Atwood, porque soy un adicto a su elegancia, a su sentido del humor increíblemente sutil; elevadísimo. También ahora tengo bastantes obras que están listas para su publicación.
¿Qué esperas de Pedro Albornoz? | —Más.
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De Ecdótica, vía SOL DE PANDO, 25/08/2014
Fotografía: Pedro Albornoz (Sol de Pando)