A diez
años del fallecimiento de la escritora y crítica literaria Blanca Wiethüchter
ANTON M. TROCHE
Con Blanca Wiethüchter –con
ella, sí, y con todo lo que pudiesen exhalar sus múltiples voces propias y las
de los hijos de sus hijos–, engaños y desengaños, ceremonias nupciales y
dolorosos lutos. Enclaustrada como está la crítica literaria en el melodrama de
múltiples agoreros que, reunidos al interior de ruinas circulares, dicen y
desdicen la literatura boliviana a su antojo coqueteando el uno con el otro en
un juego que se yergue entre el frenesí orgiástico y la esquizofrenia, su obra
(poética, narrativa, ensayística) diseñó su arquitectura textual en consonancia
al canon que ella misma convirtió en “Piedra Imán” para los escritores de su
generación y las dos siguientes: Hacia
una historia crítica de la literatura en Bolivia (PIEB, 2002).
Sobre la obra poética,
narrativa y ensayística de Wiethüchter, sobre el misterioso discipulado que
mantuvo con Jaime Saenz –allende el establecimiento inconsciente de una
mecánica ritual hacia el autor, que se volcó en veneración y, porque no
decirlo, en cierto proselitismo literario hacia la inclusión del alcohol, la
tumba, la noche y el mundo citadino de los muertos en las letras paceñas–,
sobre la complejidad enunciativa de su discurso, sobre su aproximación a una
literatura intimista [femenina], sobre la restauración y quiebre de los mitos u
otras eventualidades de su escritura se ha dicho por demás. Meritorio es, en
especial, el tratamiento que Mónica Velásquez Guzmán da a la obra de Wiethüchter
en La crítica y el poeta: Blanca
Wiethüchter (Plural, 2011), texto que enfatiza el uso de la
intertextualidad de recursos no literarios en tanto “fragmentación del
hablante”, como estrategia propia de su escritura. Por ello, quisiera retirarme
de este extenso corpus de hermenéutica y periodismo literario, y concentrarme
un poco más en un par de presupuestos a los que Hacia una historia apunta para construir un panorama crítico de la
literatura nacional.
Lo primero (que
a-sombra) es la estructura de los límites en los que se circunscribe la visión
que Wiethüchter tiene sobre la
el origen y el fin, transmutando un espacio cronológico en otro determinado por
referencia paradigmáticas textuales que permitan a la crítica restringir su
mirada. Dichos límites se suspenden en el lapso que inicia la Historia de la Villa Imperial de Potosí de
Arzáns de Orsúa y Vela (cuyo brevísimo tratamiento remite al estudio de Leonardo
García Pabón, La Patria íntima, pie
para el alumbramiento de una magnífica reedición de los relatos de Arzáns publicada
también por Plural) y termina –como no– con la obra de
Jaime Saenz. De por medio, sendas paradas en la letras de Zamudio, Borda,
Suárez de Figueroa, Urzagasti, Camargo, Bascopé y el mismo Saenz. Pinceladas de
otros muchos, elegidos a tira y afloja entre la autora, Alba María Paz Soldán,
Rodolfo Ortiz y Omar Rocha (equipo de investigación), como bien manifiesta el
preludio vanguardista con el que inicia el libro, donde se delata como fin de
una trifulca sobre si se insertan o no cierta obra y autores la afirmación
categórica –verdad de Perogrullo- de la grandeza de Jaimes Freyre. Si es lúdico,
todo se perdona, también el sistema de descarte. Y, por supuesto, a la perorata,
un final tragicómico: la idea explícita de que todo ello no conduce a ningún
lugar, el sentimiento de lo inacabado. En todo caso, mantengamos dicha
impresión de la autora y no vayamos más allá. La obra está, por donde se la
vea, violentamente inacabada.
Hablo de violencia en
relación a la fuerza de enfoque que tiene el libro de Wiethüchter, a la solidez
de su armazón discursivo, al conflicto que inicia la demarcación del territorio
de aquello que podría ser convocado al saco de la literatura boliviana tanto
como los múltiples imaginarios y tópicos que pueden permitir esta designación
igualmente violenta. Bien hace Luis Antezana en advertir, en su no-prólogo a la
edición (o Umbral, como subtitula el acápite que apela a Saramago), que una
cosa es la literatura boliviana y otra los meollos de su constitución. Desde
otra perspectiva de la dualidad, por una parte está el diseño sistemático de
una categorización de imaginarios y autores o escritos ligados a dichos
imaginarios –“territorios” y
“espacios” en la distinción que hacen Wiethüchter y Alba María Paz Soldán–, y
por otra están los mecanismos de violencia que se instauran como soporte unificador
del alegato que reconoce tal categorización, en virtud a una lenguaje
catalizador de una identidad particular del “ser boliviano”. De esta manera, Hacia un historia expande su mirada
evitando los pliegues, lo fragmentario, la presentación simultánea de una
esfera de artefactos ficcionales transterritoriales (refiriéndonos al espacio
donde se constituye lo literario propiamente boliviano), la discontinuidad que
oculta toda continuidad, la dispersión al que todo camino seduce en su
recorrido, el pestañeo continuo al que debe someterse todo aquel que ve para
que los ojos no se le sequen, asumiendo como existente aquello que el parpadeo
oculta. Es justamente esto lo que reconozco en la obra crítica de Wiethüchter:
La identificación de la senda deambulada, la señalización de la ruta a tomar,
la anticipación del paraje final al que se ansía llegar, la orientación direccional
para el tránsito en una vía medular, y no así el reconocimiento de las múltiples
salidas que se presentan en los márgenes de dicha senda y conducen a los
parajes de la multiplicidad.
Lo segundo (que a-lumbra) es
el principio unificador con el cuál Wiethüchter reconstruye la historia de esta
“literatura boliviana” desde una perspectiva histórica y, en cierto modo,
historicista, pues promueve una vía de desarrollo en el panorama literario y al
mismo tiempo se aduce la idea de la memoria social como nexo causal, más allá
de la multiplicidad de eventos particulares. Como ella y Páz Soldán mencionan,
las obras mismas son capaces de establecer –de suyo– un diálogo entre un tiempo y otro, entendiendo de forma
cuasimecánica la relación entre un momento histórico de la sociedad determinado
por su literatura y otros precedentes o posteriores. ¿El diálogo inconcluso, la
escritura del desastre a la que refiere Maurice Blanchot para entender la imposibilidad
que tiene el lenguaje para decir la historia?
Wiethüchter habla de una
telaraña de artefactos de representación en la que intervienen diacronía y
sincronía, etapas del imaginario literario boliviano (en su definición, el arco colonial, el pliegue, el arco de la
modernidad y un postludio) y
accidentes que conforman tales imaginarios sociales (denominados, como mencioné
anteriormente, “territorios”). En
todo caso, Hacia una historia busca un
origen perdido en el tiempo. Así cumple bien lo que Niklas Luhmann, inspirado
en la memory function descrita por el
matemático inglés George Spencer Brown, intentó vislumbrar postulando los
sistemas de almacenamiento y recuperación colectiva que permanecen inalterables
en la memoria social, donde un conjunto de sujetos se autodescribe. De esta manera, la obra literaria puede
entenderse como una suerte de memoria encapsulada de la historia. Como el texto
mismo menciona, la literatura del arco
colonial referencia una “actitud
testimonial del lenguaje en las obras como referente ‘colonial’ […]
ensombrecida por la prohibición de escribir obras de ficción durante el régimen
español”; el pliegue constituye “un lugar de tránsito […] [marcado por] la
irrupción del modernismo”; el arco de
la modernidad es la consecución de una “autonomía
literaria […] en la tensión de un cuestionamiento de las representaciones
dadas”. Evidentemente, la modernidad acaba con Saenz, y lo que queda es
vislumbrar el camino que se entrevé después de él.
No entro a los meollos del
texto y los autores que lo involucran. Lo que sí vale decir es que, en cierto
sentido, lo que en Hacia una historia
es tomado como una historia crítica de la literatura en Bolivia, se convierte
en una tesis de presupuestos para la construcción de una literatura nacional,
en todo el sentido cultural, social e incluso geográfico que implica el hablar
de nación (o, más aún, plurinación). No cabe una noción propiamente literaria
pare definir tal trabajo, así que recurriré a un término que se usa más bien en
las matemáticas: topología, ciencia que se ocupa de las propiedades de figuras (geométricas)
que permanecen sin variación pese a cualquier deformación que pueda aplicarse
sobre ellas, manteniendo una continuidad invariable de manera independiente a
su forma. Más allá de la superficie accidentada de la literatura en Bolivia, Wiethüchter
halla una veta homeomórfica de imaginarios históricos. En el Macondo de las
dispersas letras bolivianas, Wiethüchter introduce su ojo crítico, halla una
veta, establece territorios, determina los espacios, se autoinstaura como la Mamá Grande, la voz del orden, el ojo de
la predicción y la controversia que guiará los pasos los jóvenes escritores (y
ya no tan jóvenes) de las últimas tres décadas: el tiempo de la Lagarta.
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Publicado en Puño y Letra (Correo del sur/Chuquisaca), 28/10/2014
Gracias por compartir la publicación, querido Claudio!
ReplyDeleteA ti, Gary. Abrazos.
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