¿Todo vale para alcanzar la justicia? ¿Qué es ser justo? ¿El fin justifica los medios? ¿Cuánto vale una vida? Hay decenas de respuestas para estas preguntas, empezar por plantearnos la cuestión es un primer paso. Así lo hacía, a principios del siglo XX, Albert Camus (de cuyo nacimiento se celebraba centenario el pasado año) con su obra teatral Los Justos, una obra que ponía encima de la mesa estas cuestiones en el contexto de un grupo de revolucionarios de la Rusia de 1905, que quería acabar con un estado basado en la tiranía del zar.
El discurso literario ha sido recuperado ahora para adaptarlo a un conflicto cercano en el tiempo y el espacio, los años de lucha de ETA en España. Un texto que ha volado desde la Rusia de principios de siglo hasta la España de los 70 para hacernos reflexionar, -no condenar a través de las palabras-, sino traernos al presente este conflicto y ponerlo en cuestión. Los protagonistas de Los Justos son ahora gudaris vascos, revolucionarios. Cambia el espacio y el discurso, pero el contenido de Camus se mantiene intacto, como si de un homenaje al escritor francés se tratara.
En la versión puesta en marcha por la compañía 611teatro, Javier Hernández-Simón y José A. Pérez, ambos nacidos en Euskadi, adaptan el texto para trasladarnos a la escena de un grupo de etarras que preparan un atentado contra un dirigente político.
Todo ello a través de un espacio sobrio, apenas un cuadrilátero de arena donde los protagonistas quedan unidos por cuerdas que los acercan, ahogan, liberan, cruzan y separan, reflejo de la tensión dramática de la obra en la que los personajes, se mueven en ese conflicto personal y moral. Reflejo, quizá, también de su unión a la tierra que los vio nacer, que les ha llevado a decidir dar su vida por la justicia en la que ellos creen, quizá también cuerdas que reflejan la ausencia de libertad del pueblo vasco, el motivo de su lucha.
Todo ello a través de un espacio sobrio, apenas un cuadrilátero de arena donde los protagonistas quedan unidos por cuerdas que los acercan, ahogan, liberan, cruzan y separan, reflejo de la tensión dramática de la obra en la que los personajes, se mueven en ese conflicto personal y moral. Reflejo, quizá, también de su unión a la tierra que los vio nacer, que les ha llevado a decidir dar su vida por la justicia en la que ellos creen, quizá también cuerdas que reflejan la ausencia de libertad del pueblo vasco, el motivo de su lucha.
¿Qué pasa cuando apretar un detonador supone matar inocentes? ¿Y si son niños? Este conflicto moral aparece en escena cuando en el primer intento de llevar a cabo el atentado, uno de los personajes, Mikel -el poeta-, no es capaz de accionar la bomba. Los personajes dejan al desnudo su ideología, su personalidad y moral.
Para poner en pie este texto, y con una interpretación brillante, que refleja la tensión y la compleja psicología de los personajes, están Pablo Rivero Madriñán (Xabier), Lola Baldrich (Maite), Álex Gadea (Mikel), José Luis Patiño (Josu), Ramón Ibarra (el teniente), y Rafael Ortiz (José y Suárez). Tardarás tiempo en olvidar ciertos gestos y ese discurso desgarrado de quien se sabe en mitad de un mar de dudas, de dolor y temor, pero también de rabia y decisión. Y con ello, el estruendo de una bomba, el comunicado, la huida, la repercusión mediática, la prisión, la muerte.
Sobresaliente también es la iluminación, a cargo de Juan Gómez Cornejo, que convierte el arranque de la obra en una espectacular postal de sombras, una iluminación que, durante toda la obra, marca espacios y da color a esta tensión dramática, acentuada además por la música original de Álvaro Renedo Cabeza, con txalapartas y contrabajos como protagonistas.
Y para llevar la reflexión hasta el final, también aparecerá en escena la visión y versión de las víctimas, de quienes han perdido a un familiar, de quienes lo pierden todo, que en la segunda parte de la obra dejan frente al espectador su particular realidad. Porque, al final, cuando el fin justifica todos los medios, la justifica se deshace, como un hielo al calor, para terminar de desaparecer. Y se deja de hablar de justicia para hablar de asesinos.
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De NEVILLE, 23/10/2014
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