Jorge Hernández
“A mi papá con todo mi amor”. En una añeja fotografía de 1942, que sobrevivió al incendio de la casa materna, sobresalía –entre cobijas y desmadejado– un bebé embutido en una bata de lana; la cabeza sumergida en un gorrito; ojos caídos, boca prominente, carrillos gruesos y carnosos; manitas menudas y apretadas.
En algún lugar del océano Pacífico, en el fragor de la II Guerra Mundial, el recluta Al recibió la foto y la echó en su morral. Recordó al recién nacido; hacía un año que no le enviaba ni un centavo a su esposa Lucille –de 16 años– que se las apañaba para cuidar a aquel bultito negro: Johnny Allen Hendrix.
Para nada le gustaba ese nombre porque le recordaba a un exnovio de Lucille; por eso apodó al niño Buster . Más tarde lo cambiaría por James Marshall; el joven se daría a conocer como Jimi James y grabaría con fuego otro: Jimi Hendrix .
Cuando Al regresó de la guerra, encontró trabajo de jardinero. Dejó a su mujer y por un tiempo vivió con el niño. Fue un padre regular: borracho, parrandero y jugador. Eso sí, un día le regaló un viejo ukelele que encontró tirado en un garaje. El mocoso moría por una guitarra, una de verdad, ¡una auténtica!
En la tienda Myer’s Music compró a crédito una Supro Ozark blanca eléctrica y se la regaló a Jimi. El muchacho brincaba como un mono.
Aunque el instrumento era para diestros y él era zurdo, le hizo los ajustes en las cuerdas y aprendió a tocar los botones, pues estaban al revés. Tantas horas practicó en una guitarra imaginaria, que no le costó convertirse en un novel intérprete.
La nueva pasión lo consumió. La guitarra era su vida y esta, como no tenía estuche, él la jalaba en una bolsa de papel. Parecía un vagabundo con aquel gran envoltorio.
Ahora Jimi solo tenía una obsesión: formar una banda. El único requisito de sus acompañantes era que tuvieran amplificador, porque al pobre de Al, la plata solo le alcanzó para la guitarra.
Carmen Goudy, novia de Jimi, recordó en una biografía del artista escrita por Charles R. Cross, que la primera pieza aprendida por Hendrix fue Tall Cool One , de los Fabulous Wailer, un grupo roquero inspirado en elrhythm and blues .
Así empezó a columbrar un estilo ostentoso y salvaje que lo transformaría, en solo cuatro años, en el mejor guitarrista de la historia, según los expertos. Un estilo que ratificaría, muchos años después, en el Monterey International Pop Festival, celebrado entre el 16 y 18 de junio de 1967.
Este concierto era el banderazo de salida del llamado verano del amor, que ese año estuvo influenciado por los Beatles y reunió en San Francisco a 200.000 personas provenientes de todo el mundo.
Ahí sembraron la simiente de su leyenda Pink Floyd, Janis Joplin y Hendrix. En 40 minutos de presentación, enloqueció a la multitud al fundirse con su Fender Stratocaster, imitar movimientos sexuales, tocarla con los dientes, en la espalda y contra el micrófono; al final, le prendió fuego. Los despojos de este instrumento pueden apreciarse en el Experience Music Project , en Seattle.
En una de sus idas y venidas Jimi perdió la guitarra. Cuando se lo confesó a su padre, este lo dejó como el palo del gallinero. Dado que sin su talismán no podía tocar con los Rocking Kings, sus compañeros le compraron una en $50 y él la llamó Betty Jean , como otra de sus novias juveniles.
Las constantes faltas al colegio, su bajo nivel académico y el poco interés de Jimi por la educación, hicieron que fuera expulsado de la secundaria Garfield. Sin embargo, siendo ya famoso, él solía repetir que la expulsión se debió a que lo encontraron metiéndole mano a una compañerita blanca.
Caballero gitano
Todo en la vida de Hendrix fue estrambótico: su talento, sus miserias,sus mujeres, sus amigos, sus composiciones y las pilas de libros que analizan su vida, tan corta como fulgurante.
Recién nacido, el 27 de noviembre de 1942 en Seattle, su padre se marchó a la guerra y dejó al niño con su madre adolescente, Lucille.
Para sobrevivir y medio mantener al retoño, debió trabajar en tabernas y restaurantes; vagó de un sitio a otro, se hizo de un amante –John Page– y consiguió que unas amigas cuidaran del bebé, según relató Cross.
La familia de Jimi era muy poco convencional, tal vez con el mismo espíritu contracultural y multiétnico de Seattle.
Al y Lucille pasaron más tiempo separados que juntos, mas aun así procrearon seis hijos.
En 1958, la madre murió de cirrosis y el padre apenas pudo con la prole, la mitad de la cual fue dada en adopción y el resto vivió gracias a la generosidad de la comunidad negra.
Al falleció a los 82 años, en el 2002. En su juventud, se ganó la vida como bailarín y aprendiz de boxeador, pero la crisis de 1929 lo obligó a tomar las cosas en serio y se instaló en Seattle, donde conoció a Lucille.
El padre fue un hombre jovial, amable y gentil; aficionado al golf y a la jardinería, pasó gran parte de sus días preservando la memoria de Jimi.
En 1995, recuperó el control de los derechos artísticos de Hendrix, valorados en casi $100 millones.
Tras el divorcio de sus padres, cuando tenía nueve años, las autoridades ubicaron a Jimi en la casa de su abuela paterna –Nora Rose Moore–, tal vez la única persona equilibrada y capaz de educarlo.
La infancia de Jimi bordeó la miseria; creció en barrios deprimentes con prostitutas y perdonavidas en la acera, pandillas de gamberros y amistades de reputación dudosa.
De acuerdo con el manual del perfecto desgraciado, la policía lo capturó por robar un auto y le ofreció un trato: la cárcel o el ejército.
Jimi terminó enrolado en la celebérrima División Aerotransportada 101, pero como carecía de pasta para la milicia convenció a los psicólogos de que tenía tendencias homosexuales y por eso le dieron la baja.
Lejos de los militares, malvivió en las calles de Nueva York y – si Cross no es un vil mentiroso– era el chulo de una prostituta adolescente a la que dejó preñada y luego partió sin novedad.
En la Gran Manzana, husmeó tras los pasos de Little Richard, Solomon Burke o los Isley Brothers; igual empató con los aires etéreos de los roqueros blancos, en especial Bob Dylan.
Cuando la pedrada está para el perro ni metiéndose al cerco. Linda Keith, amiguita de Keith Richards, lo tomó bajo su protección y pregonó en el mundillo neoyorquino las maravillas guitarrísticas de Jimi, aunque fuera zurdo y vistiera medio raro.
Keith le calentó el oído a Chas Chandler, viejo bajista de The Animals y en un tris se lo llevó a la ciudad de Londres, donde explotó –literalmente– el genio de Hendrix.
Llegó en setiembre de 1966 y, al cabo de cuatro años, hasta los Beatles comían de sus manos.
En esos años –hasta su abrupta muerte, a los tempranos 27 años– todo lo hizo en exceso: giras, drogas, discos, mujerzuelas, dinero, hijos sin reconocer... hasta que se dio cuenta de una triste realidad: ¡Era un simple mortal! 1
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De LA NACIÓN, 31/05/2014
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