Cierro ahora el dietario «A trancas y barrancas» que corresponde al año 2014, lo firma Miguel Sánchez-Ostiz y lo ha publicado Pamiela, dos garantías de resistencia en este mundillo de mensajes blandos y faltas de rigor aupadas por las temibles reglas del capitalismo menos exigente, por dinero vale todo, hasta no saber escribir y peor, no querer ni aprender, ¿para qué? Resistencia digo, de la de verdad, raro metal ahora que todos llevamos muchos años luchando y resistiendo, eso parece pero no es. Claro que no es.
La obra de Miguel, sin embargo, ha vivido un proceso de pulimiento (con perdón), en los últimos años. Se ha desprendido de no pocos complementos si se me permite la expresión. Ha dejado de discurrir por meandros estéticos preciosistas y culturalistas para desnudarse de una manera tal que deja ver cicatrices e imperfecciones que, supongo, no le gustarían ni al propio Miguel en aquellos ochenta, cuando era y así se le reconocía, uno de los más valiosos novelistas peninsulares. Tal vez el mejor.
Para mí —tan vanidoso que me veo identificado en ese compromiso suyo de desnudez, raíz y honestidad, desvalido e irritado ante esa sensación de abandono a la intemperie de estos tiempos de asesinos que diría el poeta…—, sus libros tienen una cualidad salvífica, terapéutica. Me hacen sentir menos solo en la incertidumbre de este oficio de sombras que, por desgracia muchas veces, tiene que ver más con otros vicios solitarios de los de quedarse ciego que con un compromiso con la formación intelectual y crítica. Ciego sí, pero de las barbaridades que nos suceden día a día.
Miguel Sánchez-Ostiz ha renunciado, con algún empujón que otro le han ayudado a ello, a ponerse a la fila de la intelectualidad pícara, zafia y cortesana de maleadores del lenguaje y el mensaje. Ay, el mensaje… En sus páginas cabe alta cultura, política, calle, se habla de cómo se abusa y se mata sin medias tintas, negro sobre blanco y hay también algo de anacoreta moderno, de no querer participar en ciertos circos, de no tener ya el cuerpo para mucha jota. Está construyendo su propio lugar frente al que le ha sido arrebatado de alguna manera, está aparte, y eso conlleva problemas, pero sin duda es un valor y un distingo. Un valor raro pero no sólo eso, claro.
Miguel es un espejo en el que asomarse y desenmascarar a los falsarios. Escribe: «desde mi punto de vista, cuando con precaución mutilas un diario, este pierde todo su valor, o por lo menos mucho, En esa ocultación hay una mentira, el gatillazo de no atreverte. Si lo haces porque quien lo edita juzga que no es de su gusto, me parece todavía peor. Un diario o lo publicas entero o no lo hagas, y sobre todo no lo manipules para ponerte en escena de la manera más ventajosa posible, buscando el aplauso de los lectores».
Lleva razón, y razones le sobran para estar cabreado y dejar constancia. Basta con abrir un periódico, o un diario de escritor, leer y reaccionar más allá de la pataleta del bar de turno.
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