Germán Gómez
En estas tierras de donde soy, casi tan conservadoras como las paisas, Fernando Vallejo es para gran parte de los tolimenses un escritorcito marica que no quiere al país, que odia a los pobres, que pelea por todo y gruñe como perro. Supe de su existencia en una iglesia cristiana donde despotricaban su nombre y lo tachaban de antipatriota. Con amor a la patria, la líder, pastora —o como quieran llamarle — trataba de vetar la obra del viejo marica a los jóvenes cristianos que allí estábamos.
La curiosidad actuó en sentido contrario. Comprobé, con mis propios ojos, que las letras del maestro Fernando Vallejo son en una sorna de hijueputez espléndida, mágica y sincera, que le estruja el patriotismo a los ciegos nacionalistas que creen que la mejor forma de ayudar al país es tapándole sus males y haciéndole creer que todo anda bien. Que se desbarate la casa, pero que nadie sepa que está temblando. Porque este país de hipocresías, prefiere la condescendencia a la mentira cómoda, por encima de la sinceridad molesta. Por eso aplaude los Cien Años de Soledad de Gabo y elude el Desbarrancadero de Fernando Vallejo.
Porque Vallejo no tiene una rima pomposa y adornada y no quiere crear un “macondo” en un peladero. Sus líneas son sonoras pero ácidas, y tan nuestras que leyendo sus libros se siente usted en Antioquia tomando aguardiente, hablando del crimen, de la señora, de los muertos, del barrio Boston, de Laureles, de los perros, de los gatos, que si sí, que si no; porque Vallejo es Colombia y Colombia lo sigue.
En sus textos habla en colombiano y debe de aclarar que dice, porque, los colombianos tenemos expresiones únicas que él se niega a dejar de usar “ […]¿Y sabes, Brujita niña, qué es en Antioquia Arriar la madre? Recordarles lo malnacidos que son, la puta de donde salieron, la ramera sucia que los parió.” Arriar la madre es un colombianismo que necesita explicación para el resto del mundo, pero Vallejo no lo suelta, por el contrario, lo internacionaliza y vivifica. En la novela La Rampla Paralela, el narrador pide un café en un español montañerisímo que nadie aparte de los viejos de las zonas rurales de Antioquia, entiende.
¿Le ha escuchado usted el acento a Fernando Vallejo? ¡Ese es un paisa que no ha dejado de serlo! Habla Antioqueño en Barcelona, en Argentina y a donde quiera que el viento lo lleve; porque él es sus recuerdos y los recuerdos son la vida y su vida es Antioquia y de eso es muy duro zafarse. Colombia está enquistada en su prosa, en la manía de preguntarse con anterioridad a una exposición siguiente “¿Dónde iba ? ah…si”. Colombia está en sus relatos que cuentan como la homofobia nacional odiaba las pachangas que armaban él y su hermano Darío en Medellín. Ambos maricas. Salidos del closet. Vividores de la vida, sin tapujos ni sacramentos.
Tiene este guerrero de las letras también, una rencilla vieja con la iglesia católica que le trajo asperezas con este país camandulero. Con el libro La Puta De Babilonia, un ensayo histórico y académico, le sacó los cueritos al sol a la institución beata. "[...] la iglesia, la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar". Porque Vallejo encuentra en la historia universal, muchas anécdotas jodídisimas de las que echó mano para desenmascarar a un institución “criminal”.
Las letras de Vallejo exponen a un hombre atrapado en un país que le duele y siente, y que con tanto caos, toca sus fibras más intimas. Las del corazón. A kilómetros de distancia de su terruño, está al tanto de qué pasa por estos lados, pues su obra literaria así lo muestra.
Es una voz demasiado sincera, tan sincera, que se guarda los modales. Colombia lo ennoblece, lo inquieta y lo emputa. Fernando Vallejo parece ser un romántico- melancólico que usa la sátira para expresar lo bonito de su alma de una manera perversa.
Y a quienes dicen que a Vallejo no le importa este muladar, les preguntó: ¿pero por qué nos narra tanto? ¿Por qué conoce toda la situación política y cultural de esta tierrita? ¡Vallejo nunca se ha ido! Aquí está. Su cuerpo reside en México pero sus pasiones, iras, amores y temores están aquí. Leo a Vallejo porque es de los mejores escritores de Latinoamérica, su novela El Desbarrancadero, se encuentra catalogado entre los mejores cien libros de la lengua española.
Si el viejo es marica a mi me tiene sin cuidado pues lo que haga él con su cuerpecito, es cosa suya. Su inquina con la religión católica nace—además de muchas otras diatribas— de la oposición de la santa sede hacia los anticonceptivos y categoriza a los célibes como los culpables de la sobrepoblación mundial y el hambre. No odia a los pobres, los concientiza a ellos y a nosotros, a no reproducirnos como conejos. Ama a los animales. Ama a Colombia. El viejo marica no es tan malo; aventado, quisquilloso, pendenciero pero muy humano. Mejor dicho, un humano honesto, porque humanos somos todos, pero sinceros pocos.
En este país no lo quieren porque está vivo y aquí nos enseñamos a idolatrar a los muertos. Ya verán que cuando el viejo muera, vendrán gallinazos, periodistas y homenajes, y ya no será el apátrida colombiano.
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De CON LA OREJA ROJA
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