H. C. F. MANSILLA/ERIKA J. RIVERA
El 7 de
enero de 2020 El País de Madrid publicó en lugar destacado una
columna de Juan Jesús Aznárez, que empieza con una descripción del ambiente
cotidiano en las ciudades bolivianas: “Las hordas a la caza del indio con
garrotes y Biblias en Bolivia”. Las hordas son, por supuesto, los grupos afines
al nuevo gobierno, que mediante un terrible despliegue de fuerza bruta se
dedican a perseguir sañudamente a la dilatada mayoría poblacional, compuesta
por indígenas sometidos ahora a un nuevo y feroz colonialismo interno. El autor
es un distinguido y premiado corresponsal de prensa, que cubrió numerosos
conflictos armados. Pero para su último texto no se molestó en venir al “campo
de batalla” ni tampoco en acercarse a la dimensión empírica del fenómeno. Es un
“cazador cazado”, como alguna prensa española lo denominó, pero sus opiniones
son importantes porque representa fielmente a la izquierda champagne
europea, la que desde cátedras y posiciones bien pagadas y situadas a una
cómoda distancia de los hechos, se consagra a reiterar prejuicios colectivos
muy enraizados entre periodistas, diplomáticos y catedráticos progresistas.
Todos ellos, con poco conocimiento de la realidad específica, hacen gala de su
proverbial arrogancia y propugnan el populismo autoritario para las naciones del
Tercer Mundo, cosa que jamás aceptarían en sus propios países.
Se podría
afirmar que periodistas con prestigio internacional, académicos y diplomáticos
despliegan prejuicios, arrogancia e ignorancia sin hacer el menor esfuerzo por
conocer y comprender los diversos contextos y las especificidades de la
realidad. Casi todos ellos interpretan el mundo desde categorías
simplificadoras, como la pequeña verdad circunstancial que han aprendido en
cursos rápidos de ciencias sociales.
Puesto que
estos intelectuales tienen, en el fondo, poco que criticar al nuevo gobierno
boliviano, fingen una profunda irritación con motivo de la aparición de una
Biblia en el acto de instauración de la Presidente Añez. Ya que hablan tanto de
la Biblia, a estos intelectuales les aconsejamos leer el Evangelio según San
Mateo (7: 3): “Por qué mirar la paja en el ojo del prójimo, si no se percibe la
viga en el ojo propio”. Y en seguida el evangelista señala explícitamente que
esta actitud es la base de la hipocresía social que impide una convivencia
razonable entre los humanos.
Estos
intelectuales no vierten una sola palabra en torno a los problemas realmente
serios que constituyen el trasfondo del descontento popular que estalló el 20
de octubre de 2019: el fraude electoral, la corrupción del régimen del
Presidente Evo Morales, las manifestaciones de autoritarismo, las innegables
conexiones entre el gobierno y el narcotráfico, el incendio del bosque
tropical, el mal funcionamiento de las instituciones estatales y hasta las ejecuciones
extrajudiciales (como los casos Porvenir y Hotel Las Américas). Los
intelectuales progresistas han dejado de lado las funciones de discernir y
sopesar racionalmente entre diferentes factores sociales, funciones que son
indispensables para un buen periodismo moderno.
En lugar de
preocuparse de los grandes temas de crítica social, simulan una curiosa
indignación con respecto a futilidades. Atacan alguna palabra
desafortunada de los funcionarios del nuevo gobierno, pero no los hechos
del anterior régimen. Esto es lo que produce Fernando Molina, quien en su
artículo “¿Y la democracia?” (La Razón del 9 de enero de 2020) nos dice
que ahora se persigue sistemáticamente las opiniones disidentes y se ha
derrotado “la lucha de muchos años por conservar la democracia boliviana”,
lucha que habría llevado a cabo el régimen masista. Nada menos…
Molina
justifica su sofisma de ambigüedad ética al argumentar que la invocación a la
violencia extrema no es lo mismo que cometerla. Irresponsablemente este autor
expresa que criticar una evidente incitación a la violencia no es algo
democrático. Se contradice a sí mismo, ya que las veintinueve personas que
murieron, y que él mismo visibiliza, fueron producto del llamado a la
violencia. Cualquier Estado de derecho debe garantizar la seguridad y la
defensa a cada uno de los ciudadanos por encima de cualquier aspecto étnico,
religioso u opción sexual. Molina, retornando a posiciones premodernas y
predemocráticas, se olvida deliberadamente de los aspectos que fortalecen y
garantizan la democracia de un país. Lamentablemente las personalidades
mencionadas aquí no han aportado nada a la profundización de la misma.
Por otra
parte estos periodistas se adhieren a una concepción que es tributaria de la
teoría leninista del partido: para ella una revuelta popular espontánea,
inspirada por razones políticas y éticas, es una aberración, una imposibilidad
lógica. Sus partidarios exhiben así una postura elitaria clásica: solo bajo la
sabia guía del partido o de la organización revolucionaria son concebibles una
rebelión masiva o un cambio de gobierno.
Los
intelectuales mencionados no comprendieron las transformaciones que se dan en
toda sociedad, sobre todo en el campo educativo y en el acceso a los medios de
comunicación. Los escritores progresistas se encuentran atascados en marcos
categoriales marxistas en simbiosis con temas étnico-raciales. Por ejemplo:
Fernando Molina, apoyándose en René Zavaleta Mercado, interpreta los últimos
acontecimientos desde ese horizonte teórico, olvidándose de que la historia no
se repite por la complejidad del desarrollo. La Bolivia de hoy ya no es la
Bolivia de 1952 que Zavaleta interpretó. En la mentalidad de Molina no
existieron los procesos de ciudadanización, ni la mayor capacidad de acceso a
la elaboración y a la crítica de políticas públicas, ni las aspiraciones de una
mejor administración estatal, ni la conciencia democrática de la alternancia de
poder, factores que no pueden reducirse al estrato socioeconómico, ni a la
región, ni al grupo étnico del ciudadano en cuestión. Asimismo estos aspectos
no pertenecen a un solo sector de la ciudadanía como si existiera la
superioridad étnica de algún sector por haber interiorizado los fundamentos del
Estado de derecho. Consideramos que Molina y los otros se quedaron atascados no
solamente en la mentalidad étnico-racial de carácter premoderno, sino también
en el espacio geográfico de la ciudad de La Paz, obviando las aspiraciones de
la ciudadanía del resto del país para el mejoramiento del mismo. Molina y los
otros han retrocedido un siglo para explicar la Bolivia de hoy. Son personas
retrógradas en el sentido en que enfatizan aspectos que ya no responden a la
problemática actual, como si todo se pudiera explicar a través de la
confrontación étnica entre la Bolivia tradicional (blanca y urbana) y la
Bolivia indígena y campesina.
Algunos de
los periodistas más conocidos de esta tendencia “progresista” son antiguos
trotskistas, que se han reciclado como demócratas aparentemente preocupados por
el Estado de derecho. Son los campeones de la hipocresía intelectual. Desde que
L. D. Trotsky fue alejado del poder (1924) en la Santa Rusia, el verdaderamente
único logro de los trotskistas a nivel mundial ha sido el haberse introducido
en periódicos, revistas e instituciones de carácter liberal-democrático y
haberlas debilitado desde adentro. En los últimos tiempos el caso más notorio
es lo sucedido con la revista Nueva Sociedad (Buenos Aires), el órgano
de la socialdemocracia internacional, que ahora está al servicio del populismo
autoritario. En su edición electrónica del 10 de enero de 2020, Nueva
Sociedad publica un “análisis” de Agostina Dasso sobre la situación
boliviana, que concluye con una frase llena de fingido dramatismo de corte
apocalíptico: “Bolivia y su interrumpida democracia agonizan”.
El ya
mencionado Evangelio de San Mateo (7: 15) nos previene contra esos personajes:
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces”.
H. C. F
Mansilla es escritor
Erika J.
Rivera es Magister DAEN
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De POLIS, 17/01/2020
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